En la mitología griega, la complejidad de la percepción del paso del tiempo se ve representada como una dualidad a través de la relación entre las deidades Kronos y Kairós. Un anciano con una guadaña encarna la figura de Kronos, el titán del tiempo, que lo personifica como una fuerza destructiva y devoradora. Es el que trae el envejecimiento, la decadencia y, en última instancia, la muerte. En cambio, Kairós personifica el tiempo oportuno, el momento adecuado o propicio. A diferencia de Kronos, que representa el tiempo lineal y destructivo, Kairós se refiere a un momento específico, un instante de oportunidad que debe ser aprovechado. Se le representa a menudo como un joven alado, con una mata de cabello en la frente pero completamente calvo por detrás, lo que simboliza la idea de que solo puede ser agarrado por delante, es decir, en el momento adecuado.
"Ante un diagnóstico peligroso a menudo despierta el deseo de hacerle un quiebro al tiempo que queda. Uno decide meter todo lo que puede en la maleta, y sobre todo lo no hecho, lo que ‘ya no puede esperar’. Como si siempre hubiera estado allí, preparado para la partida. Que eso no es posible lo sabe cualquiera que se haya visto en esa situación. Kairós no se deja agarrar de la coleta: cuando se le quiere sobornar, resulta que el instante feliz lleva peluca. También la oportunidad perdida tuvo su tiempo". En El tiempo regalado, Andrea Köhler aborda el tiempo de espera como una dimensión fundamental de la existencia humana. Señala que no hay crecimiento ni auténtico desarrollo sin espera, pues la recompensa exige siempre cierto retraso, y es que la gratificación inmediata termina por dejarnos insatisfechos. Reducir el lapso de espera entre el deseo y su satisfacción nos hace perder la dicha de su disfrute. A través de Kairós pone de manifiesto la importancia de experimentar plenamente todo lo que la vida puede ofrecer antes de que sea demasiado tarde, puesto que no podemos forzar ni negociar con el tiempo oportuno. El mismo mensaje que siglos después nos dejarían los romanos a través del Memento mori o Tempus fugit. Mensaje que no ha dejado de estar presente hasta nuestros días.
En este fragmento de Coplas a la muerte de su padre (1476), Jorge Manrique invita a reflexionar sobre la transitoriedad de la vida y la importancia de poner en valor las cosas que realmente lo merecen, más allá de las posesiones materiales.
En Time (1973), de Pink Floyd, de igual manera se aborda esa percepción tan frecuente de que disponemos de una vida larga y mucho tiempo por delante pero que, a menudo, los años pasan más rápido de lo que uno cree y podemos perdernos en la rutina inconscientes de las oportunidades que podemos llegar a desaprovechar.
En sus Reflexiones sobre la vejez y la muerte (2010), Adela Herrera habla del deterioro físico en la vejez como un conjunto de "‘pequeñas muertes’ irreversibles que anuncian, desde el deterioro del cuerpo vivo, el advenimiento inexorable del cuerpo muerto. En la juventud puede proyectarse imaginariamente la inmortalidad, en la vejez no puede dejar de ‘concretarse’ la marca certera de la mortalidad".
De la veneración y el respeto por la sabiduría acumulada con la experiencia de los años a la discriminación y el aislamiento por enfermas, seniles, deprimidas, rígidas, asexuadas o anticuadas. Los cambios en la estructura familiar, el aumento de la esperanza de vida, la cultura juvenil y la obsesión por la juventud; junto con los cambios en la percepción del trabajo y la productividad o el estigma asociado con la vejez han marcado un cambio de paradigma en la percepción de cómo nos afecta el paso del tiempo. Si no hace tanto el anciano era una figura cuyos años otorgaban un cierto status en la sociedad, ahora esos años se llenan de prejuicios. Decía el psicólogo Josep Vilajoana que "La visión que se tiene de la vejez suele puntuar excesivamente solo a los déficits".
Las consecuencias del llamado viejismo son comparables a las de la discriminación por cuestiones de sexo, raza o religión; con la diferencia en que la persona anciana no posee su estado de vejez por haber nacido en un mundo determinado, sino que lo adquiere a razón de acumular un cierto número de cumpleaños. Decía J. J. Millás que "Envejecer no es solo un proceso físico, es una batalla emocional y mental contra la percepción de caducidad, contra el prejuicio de lo que se supone que debes ser a medida que los años avanzan". La pérdida de conexión con la realidad con el paso del tiempo o la sensación de no pertenencia al mundo son resultados fatales de una sociedad cada vez más enfrascada en poner el valor del ser humano en su capacidad de producir. Constantemente buscando con una mano la forma perfecta de optimizar nuestro esfuerzo y recursos para lograr más en menos tiempo mientras con la otra vamos alimentando a ese monstruo que es la ansiedad, que crece silenciosamente perturbando el equilibrio entre vida laboral y personal; y de paso avivando el prejuicio de que si no somos lo suficientemente productivos nuestra existencia pasa a ser absurda. El revés viene cuando, si tenemos tiempo suficiente, pasamos a convertirnos en víctimas de nuestro propio prejuicio.