Leía en Es.decirdiario que según un estudio de la universidad de La Rioja seis de cada 10 españoles se sienten temerosos, tristes, preocupados o deprimidos. Cuatro de cada diez españoles reconocen no tener buena salud mental y que dos de cada tres jóvenes sufren ataques de ansiedad.
Parece que es como cuando cambiábamos cromos: yo sipi, yo nopi. Porque sí, actualmente es un tema recurrente en conversaciones de trabajo, amigos, familiares o incluso de casualidad. Porque en esto de la ansiedad muchos somos sipi en los últimos tiempos pero, sobre todo, porque le hemos puesto nombre (y le hemos restado tabú, menos mal).
Me acuerdo de su primer síntoma perfectamente, también de su porqué. Digamos que ya adulta, subiendo una cuesta de las que no cuesta, me faltaba el aire. Allí a donde iba, requería aparentar normalidad así que como que le invité a quedarse tranquila. No opuso mucha resistencia así que primer asalto ganado.
La segunda vez ya es más largo de contar. Costó más neutralizarla pero los aprendizajes son fáciles de recordar: la vuelta a la calma, como dicen en mi gimnasio, llega. A veces tardamos más, otras menos, pero llega. Es un proceso, no se puede acelerar. Depende de diferentes factores, muchos incontrolables y otros tantos que puedes gestionar y ahí está el kit de la cuestión. En qué te centres en lo que depende de ti porque, aunque no sea fácil, quién no arriesga no gana. Ah! Y hay que soltar cuerda.
El otro día leía un post de una clínica de psicología en el que decía: “Ansiedad también es si…”. ¡Touché! 5 de 5. No me pilló desprevenida, ya lo sabía. Una ya viene con el máster hecho. Pero, ¿cómo? Si ahora “no estoy haciendo nada que me genere estrés”. Y es que no hacer nada también genera ansiedad. Sobre todo a los que no estamos acostumbrados a “hacer nada” porque nada es tener una larga lista de cosas realizadas en nuestro día y seguir buscando más. Hay que gestionarlo.
Más tarde me llegó la newsletter Filling_the gap con “Hoy no he hecho nada” por título. Y en su interior había una frase que me dio calma: “Nuestro rendimiento sufre altibajos y nuestra vida también”, y una recomendación de lectura de Madeleine Dore, que me he apuntado, con la perspectiva de ver los días como jardines fértiles: espacios en los que hace falta preparar la tierra, sembrar, plantar, quitar las malas hierbas, podar, cosechar, recoger, compostar… según la estación. “Y para eso, necesitamos aprender a habitar nuestro tiempo en lugar de optimizarlo”.
¿Por qué cuento todo esto? Porque me preocupa lo que viene: las nuevas generaciones. El pasado curso escolar participé en la iniciativa Talento Mozo en la que profesionales en la treintena se acercan a los institutos a contar “cómo es la vida en realidad desde su punto de vista”. Una de las primeras preguntas que recibimos mi compañera Carlota Corzo y yo fue que cómo hacíamos para gestionar la ansiedad. Una niña de entre 14 y 16 años estaba pronunciando una palabra que yo, por lo menos a su edad, si tenía los síntomas, no sabía ponerle nombre.
Dos aprendizajes que saco: algo estamos haciendo bien cuando ya hablamos de esto abiertamente, y más los adolescentes. Pero algo estamos haciendo mal si ya tenemos a la ansiedad despierta de compañera de viaje tan pronto como para cuestionarnos sobre ella en edades tempranas. Qué la genera da para otra reflexión.
Sin ser yo una profesional cualificada para hablar de esto, sí soy una persona normal con una vida normal, como cualquiera quizá, que pueda estar leyendo esto. Mi consejo: cuídate, eres lo más importante, el resto viene después. Y, por supuesto, si lo necesitas hay quien puede acompañarte (a veces está más cerca de lo que parece) porque la calma (y la tormenta) vuelve, hay que darle tiempo (y aprendizaje).