Quién iba a imaginar que aquel regalo de mi Primera Comunión tendría un impacto tan grande en mi vida. Recuerdo ese día como si fuera ayer: rodeado de familia y amigos, abriendo regalos típicos de la ocasión. Pero entre todos, uno destacaba por su aspecto diferente: mi Spectrum 48K.
Era un ordenador pequeño, de aspecto futurista para su época, con un teclado de goma y una carcasa de plástico negro. No era muy potente ni tenía grandes capacidades gráficas, pero para mí era como un tesoro. Con él, empecé a descubrir el mundo de la programación y los ordenadores.
Al principio, solo lo usaba para jugar a juegos simples que a veces cargaban bien y otras no. Uno de mis juegos favoritos era el clásico Pole Position, donde podías disfrutar de emocionantes carreras de coches desde una perspectiva en tercera persona. También pasaba horas intentando superar los desafíos de Donkey Kong, el icónico juego donde debías rescatar a la princesa de las garras del malvado simio.
En aquellos días, cargar un juego en el Spectrum era toda una odisea, una experiencia llena de emoción, incertidumbre y, a veces, frustración.
El proceso comenzaba con la selección del juego adecuado entre la amplia variedad de cintas de casete disponibles. Una vez elegido, preparábamos el Spectrum para la carga. Conectábamos el cable de audio del casete al puerto correspondiente del ordenador y esperábamos con ansias el momento de darle al play en el reproductor de casete.
Y así comenzaba la espera. Mientras el casete giraba y la cinta se deslizaba por las cabezas magnéticas, nos quedábamos en un estado de expectación casi hipnótico. Mirábamos fijamente la pantalla del Spectrum, donde a menudo aparecía un patrón de líneas parpadeantes que indicaba que la carga estaba en proceso. Cruzábamos los dedos y rezábamos para que todo saliera bien, para que no hubiera ningún problema de carga que arruinara nuestra espera.
A veces, esta espera se prolongaba más de lo esperado. El sonido característico del casete, ese zumbido mecánico que acompañaba la carga, se convertía en una banda sonora familiar que marcaba el ritmo de nuestra impaciencia. Mirábamos el reloj, contábamos los minutos, preguntándonos si el juego finalmente cargaría o si tendríamos que empezar de nuevo.
Y entonces, el momento de la verdad. La pantalla del televisor se iluminaba repentinamente, el sonido del casete se detenía y, con un poco de suerte, aparecía el título del juego en la pantalla. Una mezcla de alivio y emoción nos invadía, sabiendo que nuestro esfuerzo había dado sus frutos y que estábamos a punto de introducirnos en una nueva aventura digital.
Pero más allá de los juegos, el Spectrum 48K me permitió descubrir el mundo de la programación. Aprendí a escribir mis propios programas en Basic, desde simples mensajes en pantalla hasta programas más complejos como dibujar figuras geométricas e incluso generar sonidos a través de su pequeño altavoz. Uno de mis primeros códigos fue el clásico programa "Hola Mundo", que ejecutaba con orgullo cada vez que encendía el ordenador.
10 PRINT "Hola Mundo"
20 END
Ver cómo aparecía ese texto en la pantalla era como un pequeño triunfo personal, un paso más hacia el conocimiento de la programación. Con el tiempo, fui avanzando en mis habilidades y desarrollando aplicaciones más complejas, explorando las posibilidades del hardware y aprendiendo del éxito y del fracaso.
Uno de los aspectos más increíbles de tener un Spectrum 48K era conectarlo a la televisión. Mi televisor ELBE, una típica televisión de los años 80, era de tamaño pequeño, con una carcasa de plástico beige y una pantalla CRT que mostraba imágenes en blanco y negro o en color, dependiendo del canal y la señal. Para conectar el Spectrum, utilizaba un cable de antena RF que se conectaba a la parte trasera del ordenador y al conector de antena de la televisión. Luego, simplemente tenía que sintonizar el canal correcto y voilà, mi Spectrum cobraba vida en la pantalla del televisor, listo para darme horas de diversión.
Lo curioso del destino es que un regalo con apariencia futurista y diferente terminó convirtiéndose en mi pasión y mi profesión. Sin saberlo, los amigos de mis padres que me regalaron aquel pequeño ordenador sembraron la semilla de mi futuro profesional.
A pesar de sus limitaciones, el Spectrum me enseñó mucho sobre la informática y la resolución de problemas. Cada vez que conseguía que un programa funcionara correctamente, sentía una satisfacción enorme. Era como resolver un rompecabezas, pero con la ventaja de que podía crear mi propio juego o aplicación.
Con el tiempo, aquel pequeño ordenador se convirtió en mi pasatiempo favorito y en el inicio de una carrera profesional que nunca hubiera imaginado. Aunque ahora esta guardado en alguna esquina del trastero, siempre recordaré con cariño aquel ordenador que, sin saberlo, cambió mi destino para siempre.