Terminaba una formación en el IE y al salir del aula me esperaba una alumna. Siempre me gusta cuando pasa eso, porque significa que hay interés en lo que se ha explicado. Esto me recordó a una anécdota con uno de mis profesores favoritos Luis Concheiro, Catedrático de Medicina Legal en la USC, que una vez me agradeció las preguntas post clase y me regaló el libro con el que había impartido la sesión con la cita "por ir más allá de las explicaciones en clase".
Pensaba que tiene un gran legado este profesor, por su cercanía, su forma de hacer las cosas, por su solvencia técnica… y podría seguir, pero me gustaría poner en valor su forma de transmitir conocimiento. Su forma de hacernos partícipes del legado inmaterial.
Todos los que me conocen saben que hablo de poner la tecnología al servicio de las necesidades del humano para mejorar su vida, para ser más eficientes o para cuidar el medio ambiente. Pero, ¿qué pasa cuando la tecnología se convierte en el problema? ¿Cuando no nos aleja, ni nos une, sino que nos levanta muros?
No solo me refiero a que mientras unos ya hablan de inteligencia federada, nuestros mayores y no tan mayores tienen dificultades para hacer gestiones con el Smartphone e incrementamos la brecha digital. Me refiero a la pérdida de capacidad de concentración, a la falta la visión estratégica y a la ausencia de masa crítica.
La tecnología es el complemento, pero no puede sustituir el cariño de un humano, las experiencias tan necesarias para la creación de la personalidad. Sin embargo, observo con preocupación cómo el contacto con pantallas es cada vez más temprano, el acceso a aplicaciones de adultos se realiza en la infancia cuando el cerebro todavía está formándose, y la creciente necesidad constante de estar conectado al mundo sin prestar atención a lo que tenemos en frente.
Por otra parte, veo que eliminamos a los mayores de la ecuación. Veía con asombro en prensa que Boston Dinamics trabajaba para sacar un robot que nos ayudará en casa y que podría cuidar a nuestros mayores.
Pensamos que ganamos un montón de tiempo poniéndoles una pantalla delante a nuestros niños y a nuestros mayores, y realmente no ganamos nada. No hemos entendido el juego.
Nos enfrentamos al desafío de la pérdida del legado inmaterial, que debería ser un derecho de nuestros mayores. Escucharlos y respetarlos, además de partir de la premisa de que ellos seremos nosotros mañana. No percibimos que perdemos información al eliminar ese eslabón en la transmisión del conocimiento. Todas las personas tenemos un tiempo finito, y parece que se nos olvida, y que solo lo recordamos conforme se nos va acercando el momento de partir.
La tecnología puede ser un aliado para no perder esa transmisión de conocimiento, pero nunca un sustituto de un humano. Los mayores deben tener garantizado el respeto y la atención. Para finalizar, me gustaría enfatizar la necesidad de la perspectiva de las humanidades en el ámbito tecnológico. Esto es imprescindible para generar proyectos tecnológicos éticos y sostenibles en los que tengamos en cuenta toda la sociedad.
Espero que no se os haya hecho largo, Aldán me hace reflexionar, y más con este buen tiempo. Cierro el ordenador y me voy a pasear al Bosque encantado, que hay que predicar con el ejemplo.