Hace unos días viví unas circunstancias de esas que cuesta creerlo. De las que te cuentan y piensas: yo no habría actuado así. Después te pasa, y algo hace click. Mujer joven ganándose la vida de noche (no, no estamos hablado de ocio nocturno), en un sector mayoritariamente masculino (por lo que veo por la calle), me pide ayuda porque sus compañeros acaban de hacerle mobbing. Sí, vamos a llamarlo por su nombre. Acoso laboral. Vulnerabilidad a tope, y súmale que era de noche.
Según la OCU el mobbing o acoso laboral es un conjunto de conductas de hostigamiento psicológico que persiguen desacreditar la capacidad y la reputación profesional y personal de la víctima. Eso sí, deben confluir cuatro condiciones: que el acoso se produzca en el lugar de trabajo, que sea reiterado y frecuente, que haya una intención de hacer daño a la víctima, que menoscabe los derechos fundamentales, básicamente, la dignidad e integridad moral.
La entrada sigue con algunos ejemplos de mobbing: descalificar el trabajo de la víctima, ridiculizarla públicamente, ignorarla, asignarle labores de escaso valor propias de categorías inferiores, atribuirle problemas mentales, etc.
No sé si lo que me contó era verdad o mentira, pero las piezas me encajan. Quizá porque puedo entender de lo que habla. Estaba sola, en medio de la calle, cuando su trabajo es en equipo. Vestida con su uniforme de trabajo, con el que no creo que salga a pasear por la noche por comodidad. En metros a la redonda, si echabas un vistazo, no había rastro de compañer@s uniformados. Quizá sí que empieza a encajar, la acaban de dejar sola. Quizá un gracieta de esas de patio de colegio, pero estamos hablando de personas adultas, en el entorno laboral. Qué desgracia, pero se ve que todavía pasa.
Beatriz Serrano, autora de la novela El Descontento, en una entrevista a Infobae se preguntaba: "¿Para esto es para lo que estoy levantándome todos los días, por un salario de mierda que no me permite llegar a fin de mes, para compartir piso con 30 años, para no tener dinero para irme de vacaciones?". Añádele que, además, trabajas en un ambiente hostil donde no es fácil trabajar y para el que tú cuerpo ya te está dando aviso de que ahí no es.
Muchísimo mejor es la conciencia política y social, y la apropiación del tiempo (Andrea Gumes)
Esta semana leía el texto de Andrea Gumes en ElDiario.es que viene al caso en esta reflexión: "Si vosotras no decís hasta aquí a un trabajo que os ahoga, lo harán vuestros órganos, el insomnio, la alimentación nerviosa o el abuso de diazepanes. Una copa de vino o un relajante muscular son mano de santo, pero muchísimo mejor es la conciencia política y social, y la apropiación del tiempo". Por ella, y por todas a las que en algún momento nos han hecho sentir que somos menos por ser mujeres, por estar en sitios o trabajos dónde antes no estábamos, y todavía no se espera que estemos.
Casualidad o no, todo esto me pilla leyendo el libro Intensas de Ana Requena, en el que menciona el blog Micromachismos, un espacio para rastrear y denunciar los machismos cotidianos y tantas veces normalizados. No me cabe duda de que la situación que me comentaba esta mujer, era digna de ser leída en este blog. Y tantas que ni sabemos.
Requena escribe "Nosotras mismas nos sentimos absurdas si reconocemos que nos bloqueamos o que no supimos qué hacer". Cuantas veces, e incluso minutos después, habrías actuado de una manera diferente, pero, en el momento y ante las circunstancias, te salió así. Continúa Requena: "Si hay situaciones en las que sentimos que responder nos pone en riesgo o en las que simplemente nos quedamos bloqueadas, está bien".
Y eso es con lo que empaticé yo. Cuando ella me empezó a contar lo que le había pasado y otras situaciones que había vivido, entendí su bloqueo. Había más alternativas que hacerme señas en medio de la calle para que parara y poder contarme lo que había sucedido, pero en el momento, no podía ni creérselo y se quedó allí, esperando a que alguien pudiera sacarla del estado de shock por la situación bochornosa.
Los anuncios donde la mujer aparece conduciendo, el 61% de las veces llevaba a los niños en el asiento trasero (Observatorio Geena Davis)
La semana pasada en Pontevedra Marta Llaciá hablaba de diversidad y sacaba a relucir datos bastante relevantes en los tiempos que corren. Uno de los que más me llamó la atención fue el siguiente: El observatorio Geena Davis reveló que, en los anuncios donde la mujer aparece conduciendo, el 61% de las veces llevaba a los niños en el asiento trasero. De verdad, ¿aún estamos en esas?
Según Bridget Brenman (Forbes, US) hay dos fuerzas paralelas formateando el mercado de consumo desde hace décadas. Una es la digitalización, la otra es la adquisición de poder económico por parte de la mujer. No hay duda de que se ha dedicado mucho a la primera, y se ha hecho muy bien, pero ¿cuánto tiempo se ha dedicado a la segunda?
Que se complementa con que según previsión de Nielsen 2028, la mujer será dueña del 75% del gasto discrecional del planeta en 2028.
Los datos hablan por sí solos, somos y estamos, pero el cambio de paradigma aún está cocinándose. Mientras termino de escribir esta reflexión recibo una llamada en la que una amiga me dice que la descartan de un proceso de selección "porque solo quieren hombres para el puesto". Puesto que, por cierto, es en un sector en el que las mujeres son más propensas a iniciar una carrera laboral.
Otro golpe bajo que, por lo menos a mí, me impulsa para seguir mostrando y demostrando, porque todavía hay que hacerlo, que el talento femenino tiene mucho que aportar.