Recuerdo bien mis inicios en el ejercicio como abogado hace ya 31 años y como eran las cosas en aquel entonces, que poco o nada tienen que ver con el panorama actual. En aquel entonces, el uso de la tecnología en la práctica del derecho era prácticamente inexistente. En mis inicios, los escritos aún se hacían con máquinas de escribir y todavía se usaba el papel carbón para poder escribir simultáneamente más de un ejemplar en aquellas vetustas máquinas.

Constituyendo un gran avance la aparición de las primeras máquinas de escribir electrónicas, las cuales aunque costosas eran mucho más rápidas y permitían visualizar en un pequeño visor la última frase tecleada para corregir cualquier error antes de pulsar la tecla "enter". E incluso las más sofisticadas contaban con una cinta de tipp-ex que aunque con dudosos resultados facilitaba el borrado directamente sobre el papel y volver a escribir sobre el mismo.

Contando también algunos despachos con máquinas fotocopiadoras. Necesitando las primeras de un papel especial térmico para poder imprimir, que era costoso y de pésima calidad.

Por supuesto, no existía Internet, ni el correo electrónico, ni ningún tipo de herramienta similar. Constituyendo ya un gran avance la aparición del fax, el cual te permitía enviar y recibir un documento en el acto, lo cual parecía en aquel entonces casi ciencia ficción. Tecnología esta totalmente en desuso hoy y que a buen seguro los abogados más jóvenes no habrán visto jamás nunca uno y mucho menos aún lo hayan utilizado.

Y poco a poco empezaron a implantarse los ordenadores, los cuales al principio eran sumamente caros y rudimentarios. Si bien ya constituían un asombroso avance, permitiendo la utilización de una herramienta fundamental como era el procesador de texto, que aunque de tortuoso manejo al principio dado su funcionamiento mediante comandos de teclas, supuso un enorme avance y ayuda en nuestro trabajo, sin olvidar su maravilloso y socorrido corrector ortográfico, que tantas veces nos ha salvado. Primero fueron los ordenadores bajo el sistema operativo MS2 sin entorno gráfico y después bajo Windows, que trajo consigo el uso de un nuevo dispositivo como era el ratón y el cual supuso una gran innovación al facilitar enormemente el manejo del procesador de texto y hoja de cálculo. Y junto con la irrupción de los ordenadores, llegaron también las impresoras. Primero fueron las matriciales que eran enormemente pesadas, ruidosas y lentas. De hecho, recuerdo ahora con cierta nostalgia su estruendo y como movían la mesa al imprimir. Después vinieron las impresoras de cartuchos de tinta y tiempo después las de tecnología láser mucho más rápidas, silenciosas y económicas.

Por supuesto, en aquellos tiempos ahora remotos, no existían las bases de datos, debiendo consultar tanto la legislación como la jurisprudencia en papel, en voluminosos y costosos repertorios de colecciones en infinidad de tomos ocupando la práctica totalidad de armarios de la oficina. Y para cuyo manejo era necesario utilizar un índice de voces que, por sí solo, ya ocupaba un tomo por cada año. Siendo tiempo después cuando hicieron su aparición las bases de datos digitales en soporte CD ROM, que aunque nada asequibles al principio, supusieron un gigantesco avance tecnológico. Al permitirnos al fin librarnos del papel recuperando nuestros preciados armarios y por supuesto acceder a la normativa y jurisprudencia de una forma mucho más rápida y eficaz desde un simple ordenador.

Y por fin llegó Internet, una herramienta sin la cual prácticamente hoy no concebiríamos nuestra existencia, cambiando todas las cosas y entre ellas por supuesto la forma de practicar la abogacía. Y aunque al principio era muy lento al utilizar aquellos rudimentarios módems que poco a poco fueron evolucionando para ser más rápidos, hasta llegar a las actuales líneas de fibra óptica, que hoy en día son de uso generalizado y gran velocidad.

Siendo que con el uso generalizado de Internet, hizo su entrada el correo electrónico, el cual se convirtió en una increíble herramienta de todo punto indispensable hoy en día, en la comunicación con nuestros clientes y otros compañeros; posibilitando enviar ingentes cantidades de documentación de forma inmediata.

Sin olvidar tampoco la irrupción primero de los teléfonos móviles y posteriormente de los SmartPhones, que nos permitieron llevar nuestra oficina en el bolsillo y estar permanentemente localizados con aplicaciones de mensajería y redes sociales. Así como realizar videoconferencias en cualquier momento y estar permanentemente conectados.

Así las cosas, cuando uno vuelve la vista atrás a los comienzos en esta apasionante profesión carente de cualquier atisbo de tecnología, parece imposible que en tales condiciones se pudiera trabajar. De hecho, me asalta un pensamiento, y es que si hoy en día tuviera que trabajar como se hacía antaño, sería realmente difícil por no decir prácticamente imposible. Y no solo por la comodidad que supone poder contar con toda la información que necesitamos en el día a día de nuestro trabajo de forma inmediata, sino también porque con la complejidad que está alcanzando el derecho en la sociedad en la que vivimos con una sobrerregulación que alcanza hasta el más nimio detalle; sería un esfuerzo titánico.

Así pues, no solo es la continua irrupción de la tecnología lo que ha cambiado la forma de practicar el derecho, sino también, como he dicho antes, la complejidad de la sociedad en la que actualmente vivimos con un creciente entramado jurídico y que necesariamente impondrá aún un mayor cambio en nuestra profesión y con un ello un creciente uso de la tecnología para ayudarnos. Siendo cada vez más habitual que la resolución de un caso exija la intervención de diversos especialistas en distintas ramas del derecho. Y de ahí que esa figura del abogado unipersonal que antaño conocimos, tiende a la desaparición para dar lugar a un nuevo modelo de despacho multidisciplinar, conformado por varios expertos en sus respectivas materias que deben abarcar el estudio de un caso de forma conjunta.

Es por todo ello que ahora estamos entrando en una nueva era del ejercicio de la abogacía con la irrupción de una novedosa, increíble y poderosa herramienta como es la inteligencia artificial (IA), que ha dejado de ser una mera tendencia tecnológica para convertirse en una realidad omnipresente que está impactando diversos aspectos de la vida e invadiéndolo todo rápidamente. Y claro está, el ejercicio del derecho no iba a ser una excepción.

Y es precisamente aquí donde la Inteligencia Artificial (IA) puede integrarse y beneficiarnos en la práctica diaria en el campo del derecho, mejorando la eficiencia y precisión del trabajo del abogado en áreas claves tales como son la automatización de tareas repetitivas y el análisis de casos previos similares para encontrar precedentes y patrones relevantes; arrojando incluso un análisis predictivo de resultado a través del examen de datos de casos anteriores para predecir la probabilidad de éxito de un asunto específico e identificando los riesgos. Siendo también de gran utilidad para la generación automática de documentos, tales como pueden ser contratos y formularios fácilmente estandarizables y paramatrizables.

La IA también puede ser de enorme ayuda para analizar grandes volúmenes de datos, como jurisprudencia, doctrina y normativa vigente aplicable, filtrando resultados por contexto y relevancia. Ayudando al abogado en una tarea clave como es la de estar al corriente de todos los continuos cambios legislativos y resoluciones judiciales relevantes que sientan doctrina. Y todo ello de una manera mucho más rápida y precisa que los métodos tradicionales. Posibilitando con ello el poder dedicar más tiempo a tareas estratégicas y de asesoramiento al cliente.

Siendo también la IA una herramienta muy útil para procurar un asesoramiento automatizado mediante el uso de asistentes virtuales, tales como Chatbots, que brindan respuestas rápidas a preguntas frecuentes y que ofrecen una primera aproximación al tema en cuestión. Pudiendo procurar también un primer diagnóstico inicial mediante una evaluación preliminar de un caso basado en los datos ingresados.

Y todo ello sin olvidar tampoco la gran ayuda que la IA puede brindar al abogado en la ardua y tediosa tarea que consume una ingente cantidad de tiempo, tal como es la gestión de casos, documentos y control de plazos. Siendo aquí una herramienta que nos puede ayudar en la organización electrónica de los expedientes, facilitando el acceso a los mismos y por ende la colaboración entre compañeros. Pudiendo ser también de gran utilidad para llevar una mejor gestión del tiempo, optimizando la asignación de tareas con base en la carga de trabajo y prioridades.

En definitiva, los beneficios que la IA ya suponen y sin duda alguna más aún supondrán en el futuro, para el día a día del abogado, son indudables. Eficiencia y productividad con la consiguiente reducción del tiempo dedicado a tareas rutinarias y repetitivas, permitiendo al abogado centrarse en asuntos más estratégicos y complejos. Precisión al minimizar errores humanos en la creación y revisión de documentos legales. Acceso rápido a la información relevante y actualizada, facilitando la toma de decisiones. Mejor gestión del conocimiento y la experiencia acumulada de todos los componentes de un bufete de abogados. Y ahorro de Costos operativos mediante la automatización y la eficiencia en la gestión de casos y expedientes digitales.

Finalmente no quiero terminar este artículo de opinión sin hacer una reflexión. Y es que por mucho que siga avanzando la IA, me gustaría pensar que siempre será necesaria la intervención del factor humano. Puesto que si hay algo en lo que las máquinas, a día de hoy y probablemente en un futro inmediato, no nos pueden suplantar es en la experiencia e intuición del abogado forjadas con años de experiencia, éxitos, sinsabores y desafortunadamente también con algún que otro error y fracaso. Y por encima de todo lo que una maquina nunca podrá es poner el sentimiento, sudor y parte de nuestra alma que nos dejamos en cada caso.

Jorge Fernández-Chao González-Dopeso

Abogado Laboralista | Socio del Área Laboral de FCH Abogados

jorge.chao@fchabogados.com

Abogado, con más de 25 años de experiencia laboral y especializado en Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social.

Especialista en defensa técnica ante los Tribunales de Justicia, así como especialmente en negociación colectiva sectorial, procedimientos de mediación, conflictos colectivos o huelgas.