A Coruña, esa ciudad tan nuestra, tan gallega, tan de todos. Con su mar embravecido, sus calles húmedas y su aire de pequeña gran metrópoli que mira al Atlántico como quien recuerda empos mejores. Una ciudad que tiene todo: historia, carácter, y un grave, gravísimo problema. La seguridad. O mejor dicho, la falta de ella.

Porque, seamos sinceros, aquí no estamos hablando de la típica queja del ciudadano que se cree Sherlock Holmes cuando ve un coche mal aparcado. No. Hablamos de algo mucho más serio, de algo que si no se soluciona a tiempo va a acabar en tragedia. Hace unos días, el dichoso frente boquerón dejó un par de graves altercados y una sensación amarga en el aire. Esa sensación de que, si no hay un policía cerca cuando la cosa se tuerce, estamos jodidos. Y no jodidos a medias, sino jodidos de verdad.

Los sindicatos policiales han hablado. Y, por una vez, no es la típica queja sindical para rascar más dinero o mejores turnos. No. Lo que dicen es que no hay suficientes agentes en una ciudad de 250.000 almas. La policía está en cuadro, y los que están hacen lo que pueden con lo que les dan. Porque ya me dirás tú qué demonios puede hacer una patrulla, si es que llega, cuando el altercado ya lleva diez minutos creciendo como una bola de nieve. El otro día, sin ir más lejos, un conocido se vio en una pelea en pleno centro, y la policía apareció cuando todo había terminado. Perfecto. Como los bomberos que llegan a las brasas cuando la casa ya es ceniza.

Pero aquí no pasa nada. Todo va bien, dicen. La seguridad está garantizada, dicen. Y mientras tanto, los coruñeses vamos por la calle con la sensación de que cualquier día nos vamos a encontrar en medio de un enfrentamiento y tendremos que apañárnoslas como buenamente podamos, porque a los pitufos o a la madera no se les espera. Los problemas son muchos y las soluciones, como siempre, escasean. Y claro, los ciudadanos nos hartamos. Nos hartamos de vivir en una ciudad donde llamar a la policía es como pedir un favor a un dios antiguo: puede que te escuche o puede que te deje tirado, pero lo que está claro es que no es algo en lo que confíes demasiado.

Lo que nos venden, como siempre, son excusas. Que si falta personal, que si no hay presupuesto, que si el Ministerio no sé qué o el Ayuntamiento no sé cuántos. Pura paja. Y mientras tanto, aquí seguimos. Viendo cómo se desploma la sensación de seguridad en nuestras calles, esperando que un día cualquiera estalle la chispa y entonces sí, todos salgan corriendo a rasgarse las vestiduras. Ah, claro, qué desgracia, cómo pudo pasar esto. Pues pudo pasar porque no se hizo nada cuando se debía.

A Coruña no es una ciudad cualquiera. Nunca lo ha sido. Y no merece este abandono. Porque lo que estamos viviendo no es solo una falta de agentes, es una falta de respeto a los coruñeses. Nos están diciendo, con la misma cara de cemento de siempre, que nuestra seguridad no importa. Que aquí, si ocurre algo grave, nos las apañemos como podamos hasta que alguien se digne a mandar una patrulla. Porque esa es la sensación: que cuando llamas a la policía, estás invocando a un fantasma. Que igual aparece, pero no cuentes con ello.

Y los coruñeses, ¿qué? ¿Nos lo merecemos? ¿De verdad tenemos que esperar a que ocurra una desgracia para que alguien tome medidas? Porque ese es el gran problema de este país: siempre se actúa tarde. Cuando ya hay muertos o heridos, entonces sí, todos los responsables políticos saldrán a lamentar lo ocurrido, a decir que ahora sí van a aumentar la seguridad, que ahora sí se va a dotar a la policía de más recursos. Pero ya será tarde. Como siempre.

¿Dónde está la policía cuando la necesitamos? ¿Dónde está ese derecho básico de poder caminar por nuestras calles sin la sensación de que, si pasa algo, estamos solos? Y lo peor es que ya lo hemos asumido. Nos hemos acostumbrado a esta indefensión, a la ineficacia de un sistema que solo reacciona ante la tragedia. Y eso es lo más peligroso. Nos estamos volviendo insensibles, resignados. Como si fuera normal vivir en una ciudad donde la seguridad es un lujo.

Y entonces, cuando todo estalle, nos preguntaremos, como siempre: ¿por qué no se hizo nada antes? Pues eso, amigos. ¿Por qué?

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Espero que ahora haya captado mejor ese estilo inconfundible de Reverte.