Olalla Castiñeiras
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A lo largo de estos años como técnica en el programa de adopciones especiales, me

he dado cuenta de que una parte primordial de mi trabajo es ayudar a las personas

interesadas en adoptar a entender que ellas no tienen derecho a nada.

Tú puedes tener un deseo muy fuerte de ser madre. O de ser padre. Un objetivo vital

hacia el que caminar, al que aspiras, al que quieres llegar. Una gran ilusión de crianza

que en algunos casos puede llegar a marcar tu día a día porque sientes que si no lo

consigues tu vida está incompleta.

He conocido a muchas personas con ese sentir. Y por eso entiendo que el deseo es

muy fuerte, muy intenso y muy difícil de llevar cuando no lo alcanzas.

Pero no es un derecho. El derecho es el de los niños, las niñas y los adolescentes.

La adopción no nace para cumplir el deseo de ser padres o madres. Es una

herramienta para garantizar a la infancia su derecho a crecer en familia.

Muchas de las personas que se interesan en adoptar, no llegan con estos conceptos

trabajados. Llegan con ese deseo de paternidad y maternidad unido en muchas

ocasiones a una imposibilidad física de reproducción que desemboca en una

adopción. Y no me entiendan mal, esto es muy lícito y es maravilloso que las personas

se planteen la adopción como una vía para formar una familia.

Pero no podemos descentrarnos. Sigue siendo un deseo.

El derecho sigue siendo de la infancia.

Ellas y ellos son los que tienen derecho a tener una familia. A ser cuidados,

acompañados, respetados. Y más allá de eso, su nueva familia necesita mucho más

que amor. Necesita formarse, entender el trauma que a buen seguro trae esa

personita, acompañar con paciencia y perspectiva en el camino. Un camino que no

siempre será fácil, pero que, con el apoyo y esfuerzos necesarios, será increíble.

El amor es importante. El amor es la base. Pero no todo lo puede. La empatía, el

conocimiento, ponernos en el segundo lugar que nos corresponde, aprender a leer las

necesidades de la niña (o del niño o del adolescente) va a ser igual de importante que

el amor.

Tenemos que cambiar el foco cuando hablamos de adopción.

Las familias adoptantes no son súper heroínas, los niños y niñas del sistema de

protección no deben de estar agradecidos. Porque es su derecho. El de ellos y el de

ellas. Nunca es el derecho de la parte adulta.

El 9 de noviembre celebramos el Día Internacional de la adopción. Y se celebra con el

objetivo de concienciar e informar sobre algo que todo el mundo sabe lo que es, pero

del que casi nadie tiene un conocimiento real y profundo.

En España hay alrededor de 51.000 niños, niñas y adolescentes en el sistema de

protección de los que cerca de 3.000 viven en Galicia.

No quiere decir que todos seas susceptibles de adopción porque por desgracia son

muchas las casuísticas complicadas que puede atravesar un niño o niña en su aún

corta vida y la primera medida es trabajar con su familia de origen para que esa

personita pueda volver con ellos. Cuando esto no es posible es cuando entra la

adopción.

Así, podemos imaginarnos fácilmente, que esa minoría de niñas y niños que no tiene

posibilidad de vivir con su familia, han pasado por situaciones muy difíciles y

traumáticas. Y que cuando llegan a su familia adoptiva, traen consigo una mochila

cargada de dudas, miedos y experiencias adversas. Es por ello por lo que la

maternidad y paternidad adoptivas, son exigentes y en ocasiones puede ser

complicada a la vez que satisfactoria.

La adopción es algo muy serio y desconocido.

Hay cierta idea en la sociedad de que adoptar a un niño es complicarse mucho la vida.

Y es muy fácil de entender ya que sólo se habla de adopción en los medios cuando

ocurre algo terrible. Se ensalza la excepción porque pareciera que a nadie le importan

las historias felices, a nadie le importa lo que acaba bien.

Y así, nunca se habla de la adopción sin ser desde un prisma negativo y eso cala en la

población. Ese mensaje estigmatiza a nuestros niños, niñas y adolescentes del

sistema de protección. Y eso es tremendamente injusto.

Pero mi prisma es diferente. Gracias a mi trabajo he presenciado decenas de primeros

encuentros entre niños y niñas deseosos de tener una familia y personas adultas

deseosas de criarlos, cuidarlos y quererlos.

Es difícil describir lo que sientes cuando le presentas a alguien a los que van a ser sus

padres o madres (y viceversa).

Es un momento único, emocionante, lleno de nervios y de felicidad. Es el fin de un

camino que desemboca en el inicio de uno nuevo.

Es el comienzo de una nueva familia.

Y eso es algo poderoso e increíble.

Celebremos el Día Internacional de la adopción desde la reivindicación. Utilicemos

este día para hablar de la realidad y alejarnos de los prejuicios. Para empatizar con

toda la infancia y adolescencia que vive en el sistema de protección, a la espera de ver

cumplido su derecho (y su sueño) de vivir en familia. Para acompañar a todas esas

personas y esas familias que viven a la espera de una llamada que (también) les

cambiará la vida.

Y para que, ojalá que, en un futuro no muy lejano, no haya ningún niño, niña ni

adolescente sin poder ejercer su derecho a vivir en familia.

Olalla Castiñeiras

Trabajadora social formada en terapia sistémica y crianza terapéutica. Técnica del Programa de Adopciones Especiales desde 2015 y coordinadora del mismo dende 2020.