El pueblo de Camelle, al igual de otros puertos balleneros de la zona, como Malpica o Caión, nace de un primer asentamiento de marineros vascos que se establecieron en la costa coruñesa en su afán por encontrar ballenas. Ya en el s. XVIII, la localidad pasó a manos de los Condes de Altamira, con tan sólo una docena de casas y una pequeña capilla para rendir culto al Espíritu Santo.
Siempre unida al mar, en el s. XIX y con el sector pesquero en auge, fueron varios los empresarios catalanes que construyeron conserveras de salazón de sardina y congrio, dando lugar a una de las mayores actividades económicas de la Camelle contemporánea. Es sabido que en sus costas son de las más abruptas de Costa da Morte, una zona del litoral coruñés en la que la historia ha escrito muchos capítulos de naufragios. Como los de los barcos Boris Scheboldaef, Natalia y Yeoman.
Man de Camelle, el ermitaño que se convirtió en mito
Pero la parroquia de Camelle ya no fue la misma desde la llegada de Manfred Gnädinger. Corría el año 1962 y el pueblo celebraba sus fiestas patronales, cuando el pintor, filósofo y escultor, nacido en Alemania en 1936, se establecía en esta pequeña parroquia del municipio de Camariñas. Su aspecto distaba mucho de ser el de sus últimos años. De familia acomodada, Manfred pronto se rindió a la vida anacoreta y se instaló en una diminuta vivienda junto al mar, en la que viviría de forma muy sobria, cultivando su huerto y con el único abrigo de un “taparrabos” hasta el fin de sus días.
El ya conocido como Man de Camelle se dedicó a la escultura, recogiendo materiales que el mar arrojaba a la costa (ramas, cristales, maderas…) que fusionaba con bolos de piedra y que dieron lugar al único jardín marino de esculturas en el mundo.
Durante el accidente del Prestige en noviembre de 2002, la enorme mancha de petróleo que se extendió por Costa da Morte alcanzó también la obra de Man, dañándola en gran parte, por lo que los restos que hoy podemos encontrar, junto al espigón, no son más que la sombra de lo que en realidad fue su monumental obra.
Este incidente afectó mucho a Man, tanto que dicen que se dejó morir de melancolía y tristeza por ver su querido mar contaminado y su obra devastada. Días antes del desastre del Prestige Man dijo haber soñado con una gran ballena negra que se acercaba a la costa y moría junto a su jardín escultórico. Tras enterrar al cetáceo, Man se veía a sí mismo morir en el sueño.
Y así, sucedió, pues apenas un mes después, el 28 de diciembre de 2002, Man fallecía junto al mar que tanto amó. De su obra, su jardín-museo destruido por la acción del mar, por el duro clima de la zona (en 2010 un temporal derrumbó gran parte de lo que quedaba en pie) y por el vandalismo, quedan apenas retazos junto a la pequeña caseta en la que vivió y en la que hoy reposan para siempre sus cenizas.
Sin embargo, y tal como Man vaticinó, si la localidad de Camelle es conocida es gracias a la labor artística del alemán. Ya en 1989 Man escribió al alcalde de Camariñas, pidiéndole que mediara con la Xunta para proteger su museo, afirmando que no sólo se trataba de preservar su obra, sino también de “asegurar el futuro de Camelle, ya que es la mayor promoción turística que tiene el pueblo”.
Lo cierto es que sus peticiones se ignoraron e incluso se construyó un espigón cuya cementación dividió en dos el curioso jardín escultórico a pie de mar. Como si de una paradoja se tratara, en la actualidad, confirmado el augurio del artista, se suceden los homenajes a Man y los turistas llegan a la localidad sólo para contemplar los restos de su ya mítico jardín marino y rendir culto a su figura. Hoy, Man es el artista respetado que quiso ser, y no un loco visionario que se paseaba semidesnudo por la localidad al que muchos vecinos miraban con recelo.
Camelle, más allá de Man
Además del Jardín Museo de Man y del Museo do Alemán, en el que se exponen objetos del escultor y algunas de sus creaciones, siempre vinculadas al mar, Camelle cuenta con un pintoresco puerto de tamaño medio. En él se amarran botes y chalanas que emplean nasas para la captura del pulpo, el camarón y la nécora.
En sus inmediaciones encontramos otro pueblo costero, Arou, además de la Praia de Trece con su característica duna rampante y el Cementerio de los Ingleses, llamado así por la tragedia del HSM Serpente acaecida en 1890 en la que sólo 3 de los 175 marineros que iban a bordo lograron salvar su vida. Los cuerpos que pudieron encontrarse se sepultaron aquí a manos de los propios vecinos, dando lugar a uno de los escenarios más estremecedores de Costa da Morte.
Camariñas con su Museo do Encaixe, su puerto y animado paseo marítimo, cuenta además con Cabo Vilán, el hogar de la última farera de España y perfecto enclave desde el que contemplar el atardecer mirando al mar.
Al norte de Camelle, ya en el municipio de Laxe pero muy cerca, la espectacular Lagoa y Praia de Traba, la no menos bella Praia de Soesto y la villa de Laxe con su extensa playa de arena blanca.
Emma Sexto