Nunca un monte albergó tantas riquezas naturales, arqueológicas y paisajísticas como el Monte de Santa Trega, donde al legado histórico se unen la simbología religiosa y unas vistas sobre la desembocadura del Miño que quitan el hipo. Aquí, a 341 metros de altitud, se encuentra el inmenso Castro o Citanía de Santa Trega, con más de 20 hectáreas de superficie de las que sólo una pequeña parte ha aflorado al exterior. Los orígenes de esta gran aldea, descubierta en 1913 y excavada hasta 2016, están datados en el s. IV a. C., aunque fue hacia el cambio de era cuando alcanzó su mayor esplendor, en el s. I a. C., llegando a estar habitado por unas 5.000 personas.
La Citanía era eso, una auténtica ciudad formada por decenas de viviendas ovaladas, aunque hay algunas cuadradas con esquinas redondeadas debido a la influencia romana posterior. El funcionamiento de esta urbe respondía a una economía autónoma que se nutría de la elaboración de joyas, tejidos, instrumentos y, sobre todo, cerámica.
Algunos de estos objetos y sus restos pueden contemplarse en el MASAT – Museo Arqueolóxico Monte Santa Trega, donde en un espacio de 120 metros cuadrados se expone todo lo hallado en las excavaciones realizadas en el poblado. Hay que tener en cuenta los amplios períodos en los que el castro estuvo activo (Paleolítico, Mesolítico, Neolítico, Edad del Bronce, Castreño y Romano), por lo que la variedad de objetos es grande. Raspadores, picos asturienses, hachas y labras, monedas, torques, cerámica, espadas y útiles domésticos son algunos de los tesoros arqueológicos que se pueden ver en el museo. El “Cabezón do Trega” es uno de los hallazgos más emblemáticos de las últimas excavaciones en el castro.
El Patronato Municipal Monte Trega organiza visitas guiadas al poblado, donde además hay dos reconstrucciones de las viviendas originales que recrean casi al detalle y con gran fidelidad las construcciones en las que vivían sus antiguos habitantes. En el exterior, una serie de petroglifos de la Edad de Bronce que también se encuentran fuera del recinto.
Tanto el castro como el museo fueron declarados Monumento Histórico Artístico por su gran relevancia a nivel arqueológico e histórico. Lo mejor para conocer en profundidad el Monte de Santa Trega es recorrer alguno de sus senderos homologados como PR-G 122 Camiños do Trega, un total de siete caminos unidos entre sí hasta completar una distancia total de 7 km.
Pero el Monte Santa Trega no sólo acoge este importante legado galaico-romano. Es un importante centro de peregrinación que tiene en la Capilla de Santa Trega, cuyo origen se sitúa en el s. XII, su mayor exponente. Se halla en el Pico de San Francisco y en sus inmediaciones se encontraron varios sepulcros visigodos, testigos de piedra de la religiosidad del lugar a lo largo de los siglos. Se dice que fue Egeria, la gallega primera viajera de la Historia, quien a su regreso de su peregrinación por Oriente, introdujo la devoción por Santa Trega entre los ermitaños de esta zona del Baixo Miño allá por la Alta Edad Media.
Hasta la capilla parece dirigirnos el impactante Via Crucis de piedra con sus distintas estaciones, que vertebra la romería del 23 de septiembre en honor a la Santa o la procesión del último sábado de agosto. Lo acompañan varios cruceiros, entre los que destaca el dedicado a San Francisco del s. XVI.
Otro de los atractivos del Monte de Santa Trega es la variedad de miradores que nos van llevando hasta su cima y que ofrecen distintas perspectivas del estuario del Miño: los Miradoiros do Montiño, do Monte, el Miradoiro Constantino Cadeira o el espectacular Miradoiro de Santa Trega. Desde ellos no sólo se contempla la grandeza de la desembocadura del Miño, la belleza del valle de O Rosal y la inmensidad del Océano Atlántico, si no también parte del casco urbano de A Guarda y de su pintoresco puerto pesquero.
Y precisamente aquí, en A Guarda, es donde proponemos finalizar la visita a Santa Trega, con vistas al puerto y degustando una deliciosa langosta, uno de los productos típicos de esta zona, al que la localidad dedica su propia fiesta gastronómica cada mes de julio.
Emma Sexto