Viajar de forma consciente y responsable es, más que una moda, una necesidad. No sólo para cuidar el medioambiente (reducir el uso de plásticos, llevarnos la basura que generamos…) si no también para proteger el patrimonio y las tradiciones de los lugares que visitamos y, a veces, a nosotros mismos y nuestra salud. 

Son muchos los turistas que llegan a Galicia y quieren “dejar” su huella quemando sus botas de peregrino o haciendo algún grabado en una roca que, casualmente, resulta ser un megalito, ambas costumbres dañinas que tienen graves consecuencias. Aunque hay muchas más. 

Dejar (o quemar) las botas de peregrino en Fisterra

Bota de Peregrino en Fisterra (Fuente: @Basotxerri vía Wikipedia)

Quien haya visitado alguna vez el Cabo Fisterra habrá reparado en una bota de bronce anclada a una roca que homenajea la figura del peregrino. En su momento fueron dos botas, pero alguien decidió apropiarse de una de ellas. La antigua tradición invitaba a los peregrinos a abandonar el calzado que habían usado durante su Camino de Santiago hasta Fisterra, de ahí el monumento en bronce que representa a las botas del peregrino y, por ende, al esfuerzo físico y mental que supone hacer el Camino de Santiago. 

Hoy, sin embargo, la práctica de dejar las botas junto al faro de Fisterra está no sólo desaconsejada, si no también prohibida por lo dañino que resulta para el entorno: muchas de esas botas van a parar al mar, formando parte de la basura marina, y el resto contaminan un espacio natural. No sólo eso. También se llegó a recomendar quemar la ropa usada durante la ruta jacobea para deshacerse de todo lo material y realizar, mediante el fuego, un rito de purificación ancestral y de renovación para iniciar una nueva vida después del Camino. Obvia decir que esta costumbre también se prohíbe en la actualidad por razones más que evidentes. 

No tiene lógica, pues, realizar una senda tan mágica y espiritual como el Camino de Santiago para acabarla de la peor manera posible: dejando tu basura en “el fin del mundo”.

Hacer montañas de “coídos” en castros y playas

Castro de Baroña (Fuente: @luscofusco vía Flick)

Otra práctica que a priori puede parecer inocente pero se está convirtiendo en una moda muy perjudicial para el medioambiente es la costumbre de hacer montañas de pequeñas piedras, en gallego llamadas “coídos”, en playas o incluso en lugares protegidos como castros o sistemas dunares. 

Es sonado el caso del Castro de Baroña, en la Ría de Muros y Noia, donde no es extraño encontrase con numerosas acumulaciones de piedras para testificar que se ha estado en el lugar, una moda que perjudica la biodiversidad y pone en peligro a la fauna del lugar, pues muchos animales (reptiles, insectos, arañas, caracoles…) utilizan estas piedras como refugio y dependen del microclima que se crea bajo ellas, de especial temperatura y humedad. Al desplazar las piedras y apilarlas se crean estructuras artificiales que modifican el hábitat de estos animales (algunos en peligro de extinción) y también de la flora que los rodea. 

En algunas playas de Galicia se puede observar esta práctica, a veces asociada a rituales, que es sangrante en algunos casos, como en el entorno del Cementerio de los Ingleses en Camariñas. Y no sólo ocurre en Galicia. Varios parques naturales españoles, como el Teide en Tenerife o Sa Dragonera en Baleares, son víctimas constantes de este tipo de atentados contra la naturaleza. 

Otro mal hábito, por poner más ejemplos de maltrato al entorno, es el que sufre la Playa de los Cristales de Laxe, un viejo vertedero al que se arrojaban botellas de vidrio que el mar ha ido puliendo y devolviendo a la arena en forma de coloridas y vistosas piedrecillas. Paradójicamente, cada vez quedan menos cristales en la Playa de los Cristales, pues hay quienes tienen la poco sana costumbre de llevarse a su casa lo que pertenece a la naturaleza. 

Visitar lugares con riesgo para la salud

Monte Neme (Fuente: Istock)

El auge de las redes sociales, en especial de Instagram al ser un espacio más visual, ha puesto de moda los “selfies” y la necesidad por parte de muchos “influencers” de buscar lugares cada vez más extravagantes para presumir de originalidad. 

Uno de estos lugares en Galicia es el Monte Neme, situado entre Carballo y Malpica y conocido como “el Chernóbil gallego”, una antigua mina de wolframio donde se formó una laguna de aguas turquesa que esconde tras su belleza un grave riesgo para la salud. La vieja explotación dejó minerales de gran toxicidad en la superficie, como arsénico, sílice o aluminio y la combinación de estos dio lugar al atractivo color que tantos “instagramers” ansían fotografiar. Muchos de ellos han llegado a bañarse en sus aguas, sufriendo quemaduras y reacciones alérgicas graves. Todo, por un puñado de “likes”.

Dejar grabados en rocas y monumentos rupestres

Pedra dos Namorados en Laxe (Fuente: Museo do Mar de Laxe-Miguel Muñiz)

La Pedra dos Namorados de Laxe es uno de esos lugares en los que estuvo permitido, y bien visto, grabar el nombre de la pareja para demostrarle amor. Esta práctica comenzó a realizarse en los primeros años del s. XX e incluso un personaje tan ilustre como el geólogo Isidro Parga Pondal, nacido en Laxe, grabó con cincel su nombre y el de su prometida en la famosa roca. 

En la actualidad, estas prácticas están prohibidas, ya que suponen estropear los monumentos naturales. Hay quien hace oídos sordos a estas normas de respeto y conservación del patrimonio y deja su huella, su “yo también he estado aquí” en lugares tan inverosímiles como dólmenes o petroglifos. 

El Dolmen de Dombate en Cabana de Bergantiños, por ejemplo, fue víctima de grabados y grafitis, de forma que se decidió cubrirlo con una estructura que lo protegiera no sólo del posible deterioro por razones ambientales, si no también del vandalismo. 

Las pallozas de O Cebreiro, sin ir más lejos, también fueron objetivo de gente sin escrúpulos, que utilizaban sus techados nevados como improvisada pista de patinaje por lo que a partir de entonces, durante el invierno, permanecen valladas para evitar que nadie pueda acercarse a “hacer la gracia”. Una gracia que sale cara. 

Estas y otras prácticas son frecuentes, no sólo en Galicia, si no en muchos otros lugares del mundo, y nos recuerdan la importancia de cuidar nuestro patrimonio natural, artístico y cultural por una mera cuestión de respeto pero, además, para que podamos seguir disfrutando de él durante muchos años. 

Emma Sexto

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