Desde la costa hasta el interior, Galicia entera se encuentra repleta de aldeas singulares y paisajes pintorescos que nos hablan de historia y tradición a partes iguales. Nos referimos a esos lugares enraizados y aislados donde el tiempo parece haberse detenido hace tiempo y en los que la naturaleza se ha convertido en una de las grandes protagonistas. La gran mayoría de estos pueblos han ido cayendo en el olvido y en un desierto demográfico sin retorno, pero por suerte, son muchos otros los que todavía se resisten al abandono total. En el corazón rural de la provincia de Lugo, la parroquia de Seceda (Folgoso do Courel) conforma uno de los mejores ejemplos de estos pueblos cápsula que han sido capaces de conservar toda la esencia y el encanto de antaño.
En el extremo sur-oriental de Lugo, A Serra do Courel se presenta como una de las principales reservas verdes de Galicia. Esta cordillera gallega se extiende a lo largo de municipios como Folgoso do Courel, Quiroga y Pedrafita do Cebreiro, dibujando a su paso un paisaje marcado por unas enormes cimas montañosas y profundos valles de vegetación y naturaleza autóctona. En mitad de esta idílica estampa, la aldea de Seceda constituye uno de los tesoros más preciados de O Courel. Y no es para menos, pues este pueblo lucense fue declarado Bien de Interés Cultural en 1997, así como también Aldea Típica y Conjunto Etnográfico de Interés Turístico por la Xunta de Galicia.
El encanto histórico y natural de Seceda
Hubo un tiempo en el que la parroquia de San Silvestre de Seceda era uno de los lugares de mayor peso dentro del conjunto de la región de O Courel. Su importancia tenía mucho que ver con su situación geográfica y estratégica, pues antaño se trataba de una zona de paso de carros que cargaban mineral hacia el entorno de la ferrería de A Lousadela, a orillas del río Lóuzara. Sin embargo, el aislamiento que sufrió durante décadas ―alejado de grandes núcleos y vías de comunicación― contribuyó al mismo tiempo a que Seceda se convirtiese en una de esas muchas aldeas gallegas marcadas por el éxodo rural y el envejecimiento de su población. A pesar de todo, este hecho ha permitido que a día de hoy sea también uno de los pueblos mejor conservados del interior de Galicia.
Lo cierto es que este poblado lucense mantiene prácticamente el mismo aspecto medieval que tenía en la primera mitad del siglo XIX, pues apenas se erigieron nuevas construcciones desde entonces. Asimismo, cabe destacar que hace sólo unos años, la aldea de Seceda fue sometida a un plan de restauración integral con el objetivo de salvaguardar su importante patrimonio arquitectónico y popular. Es por ello que la panorámica general del pueblo presenta un singular semblante de viviendas apiñadas y calles estrechas y empedradas (para protegerse del frío y las fuertes nevadas en invierno). De hecho, resulta también curioso que algunas de estas casas están unidas entre sí por corredores aéreos. Además, Seceda también conforma un ejemplo vivo del aprovechamiento de los materiales y elementos del entorno para la propia subsistencia: pizarra para las cubiertas, piedra caliza para las paredes así como también madera de castaños y soutos para complementar la arquitectura local.
El patrimonio religioso y arqueológico
Más allá del valor arquitectónico y el encanto propio de la aldea de Seceda, el patrimonio religioso y arqueológico también conforma dos de los grandes reclamos turísticos de esta zona del interior de Lugo. Una de las paradas obligadas a nuestro paso por este pueblo singular nos traslada a un altozano donde se encuentran situados el cementerio y el templo parroquial de Seceda, un conjunto religioso que destaca por una bonita iglesia del siglo XVIII dedicada a San Silvestre. En el interior de la capilla todavía se conservan imágenes del mencionado santo, así como de San Brais y Santiago Peregrino en recuerdo del Camino de Santiago.
Además, en las cercanías de la aldea de Seceda también se puede visitar un rincón tan emblemático como el Castro da Torre o de Sobredo, situado a unos 25 minutos andando en dirección Cortes, camino de la Ferrería Vella. Este antiguo poblado castrexo (datado del siglo II-IV d.C) se localiza en la ladera del Monte da Golada y se encuentra formado por hasta 16 viviendas distribuidas en socalcos. De hecho, este castro fortificado se enmarca dentro de un foso defensivo de 120 metros de largo, de 5 a 20 metros de ancho y otros 17 metros de profundidad. En su cabecera en dirección noroeste se puede divisar también los restos de una torre, la cual da nombre al yacimiento.