En el litoral gallego, un paisaje inesperado emerge en distintos rincones entre el verdor de la tierra y la inmensidad del océano Atlántico: pequeños desiertos costeros donde la arena y el viento se confabulan para crear escenarios de una fuerza y belleza inigualables. Estos enclaves, tan singulares como cautivadores, conforman una parte esencial del alma más salvaje de Galicia. De todos cuantos existen en el territorio, destaca el caso de un verdadero coloso de arena convertido en un auténtico hito al ser reconocido como la duna móvil más grande del noroeste peninsular, un fenómeno vivo que se alza majestuoso en el corazón del Parque Natural de Corrubedo.
Si bien el gigante de arena de Ribeira ha acaparado los focos y se ha convertido en todo un emblema del paisaje gallego, la realidad es que Corrubedo no es el único que tiene el monopolio de las maravillas dunares de Galicia. A unos cuantos kilómetros más al norte en la propia provincia de A Coruña, otro secreto de la naturaleza espera a quienes desean explorar más allá de lo conocido.
La desembocadura del río Anllóns a su paso por Ponteceso marca el camino hacia un sistema dunar único, que destaca tanto por sus dimensiones como por las vistas privilegiadas que tiene hacia la ría de Corme e Laxe. Allí, oculto bajo un manto de vegetación que logra disfrazar su magnitud, se encuentra un prodigio de la naturaleza que presume de un título fascinante, el de la duna rampante más alta de Europa.
Pero la magia no termina ahí. A los pies del Monte Branco, junto a la ensenada de A Insua, un paisaje cambiante toma forma con pequeñas dunas móviles que se desplazan al capricho del viento. Este entorno, conocido popularmente como las Dunas da Barra, completa el cuadro con su delicado dinamismo, configurando un escenario donde la naturaleza nunca deja de sorprender.
Desierto y océano en Ponteceso
Las Dunas da Barra son todo un paraíso de arena dorada y vegetación que se extiende por gran parte de la ensenada da Insúa, en un lugar repleto de encanto donde el Atlántico acaricia la costa de Ponteceso. Este imponente sistema dunar, de casi dos kilómetros de longitud y 400 metros de anchura media, se extiende desde la orilla hacia las laderas del Monte Branco, donde continúa su escala en vertical hasta coronar el llamado Alto das Travesas. Desde su cima, el horizonte se despliega en una panorámica de ensueño que abarca buena parte de la villa de Ponteceso, el sereno estuario del río Anllóns y la inconfundible ría de Corme e Laxe.
Además, en las cercanías de estas dunas móviles, la isla dos Cagallóns emerge como otro rincón de enorme valor natural y ornitológico en la zona, pues se trata de un lugar de tránsito privilegiado tanto para aves autóctonas como migratorias, terrestres y marinas. El citado espacio está catalogado además como Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA).
Por otro lado, tal y como adelantamos unas líneas más arriba, en este rincón de la Costa da Morte también podemos encontrar la duna rampante más alta de Europa, un coloso natural cuya historia se remonta a más de 7.000 años atrás. Fue el viento, fuerte y constante, quien a lo largo del tiempo logró esculpir este monumental cerro de arena que a día de hoy supera los 190 metros de altura.
Sin embargo, no es la arena lo único que reina en este paraje casi desconocido de Ponteceso. Gran parte de la cumbre de esta duna de Monte Branco permanece cubierta por una vegetación que logra restar espectacularidad visual al entorno, al menos en comparación a otras tan famosas como la Dune du Pilat, enclavada en plena ensenada de Arcachón y cuya altura ronda los 110 metros.
Senderismo con vistas a la ría de Corme e Laxe
Entre las citadas Dunas da Barra y la cima del Monte Branco discurre un sendero que parece hecho a medida para los amantes de las aventuras al aire libre. Este camino inmerso en la naturaleza guía al viajero a través de un entorno de ensueño que conecta el núcleo de Ponteceso con los preciosos arenales da Barra y Balarés, siempre a orillas del Anllóns y con el horizonte fijo en la ría de Corme e Laxe. Desde esta zona más costera de la localidad, la ruta continúa su trazado hacia un lugar plagado de misterio y simbolismo: la mítica Pedra da Serpe de Corme.
Este singular monumento representa sobre la roca la figura de una gran serpiente alada que lleva décadas siendo obejto de estudio y fascinación para historiadores y arqueólogos. Su enigmática presencia la convierte en un ejemplo único en toda Europa Occidental, una huella del pasado que sigue desafiando al paso del tiempo y avivando las leyendas de esta región.
Lo cierto es que recorer estas mágicas tierras no sólo supone adentrarse en escenarios que parecen sacados de un cuento. Es dejarse envolver por la fuerza de la naturaleza salvaje, por los mitos que dan vida a las tradiciones y por el alma más profunda de este rincón de la Costa da Morte.