En 1950, Enrique Ponte Veiga era central del Deportivo. El fútbol en aquella época era muy diferente, y el sueldo de un jugador no daba para tener una vida cargada de lujos. Aún así, decidió comprar un bajo en el número 95 de Juan Flórez y abrir un bar de vinos para que lo llevasen sus padres. Con los años, lo terminaría regentando su hermano Antonio.
La familia Ponte lo conservaría hasta finales de los 90. Después, pasó por numerosas manos hasta llegar a las de Jorge Otero en el 2007. Este hostelero ha querido mantener el espíritu de tasca que tiene Casa Ponte desde sus inicios. El local no ha sufrido ninguna reforma estructural desde 1950. Además, ha ido introduciendo cada vez más variedad y calidad a una carta muy aplaudida por clientes y crítica. En el 2010 ganó el premio Picadillo por sus canutillos de pato, chicharrones y grelos.
Además de ser un bar de vinos y una tasca con raciones para compartir, Casa Ponte también es todo un museo para los amantes del coleccionismo. Sus paredes están llenas de recuerdos y curiosidades. Carteles de fiestas en A Coruña de los años 30, letreros originales y una vieja televisión que nunca ha sido encendida son algunas de las reliquias que se pueden contemplar mientras se disfruta de un buen vino.
Otra de esas cuestiones que convierten a Casa Ponte en un local único en la ciudad es el trato cercano de los trabajadores y del propio Jorge. "El cliente ha decidido que su dinero, que le ha costado mucho ganar, lo va a invertir aquí. Así que tenemos, por lo menos, que ser amables con ellos", señala el regente.
Cocina con un toque moderno y amor por el coleccionismo
Al entrar, lo primero que llama la atención en la decoración.
Toda la decoración la fui incorporando yo. Menos el reloj y las pizarras, que antes se utilizaban para cubrir con los resultados del fútbol. El resto es mío. Siempre tuvo un estilo propio este local. Lo que antes era viejo, ahora es antiguo. Nosotros, ni de broma, tocaríamos nada. Me da igual que le pueda venir bien una reforma. Salvo algo necesario, esa es nuestra idea. Es lo que hace que tenga mucho duende el local. Aquí se diferencia bastante la barra y el comedor. Buscamos que tanto el que viene a comer como el que viene de vinos se sienta bien.
Casa Ponte tiene fama de generar un gran ambiente.
La gente que suele venir aquí lo hace para relajarse y disfrutar de un rato. Intentamos que sea así. En Casa Ponte se viene a disfrutar del momento. Comer, se come bien en casi todos los lados. Lo que te diferencia es el trato.
¿Cómo es la cocina?
Tocamos todo cocina tradicional, con un punto moderno, pero sin pasarse. Al fin y al cabo, somos una tasca. No queremos ser un restaurante. Uno de los platos que más nos caracteriza es el rollito de confit de pato con chicharrones y grelos con el que ganamos el concurso Picadillo. Las patatas bravas y el pollo crujiente con miel y mostaza son otro buen tándem del bar. También tiene mucha fama el huevo frito que ponemos de pincho los jueves. Tiene mucho tirón y viene mucha gente exclusivamente por el huevo.
¿Hay buena relación entre los trabajadores?
Somos casi familia. Llevamos muchos años juntos y hay un muy buen ambiente de trabajo. Hay pocos locales en los que se pueda trabajar así. No permito que haya mal ambiente. Si tengo que hacer de Chicote con uno y llevármelo a dar un paseo, lo hago.
¿Qué experiencia tenías en la hostelería?
Empecé hace muchos, muchos, muchos años de recoge vasos, un puesto que ya no existe. Empecé a los 13 años, indecentemente ilegal, en esto de la hostelería. Fue en el 90, para sacarme unas pelas. Poco a poco me introduje en la noche y trabajé en prácticamente todas las discotecas de A Coruña. Abrí La Tribuna en Pardo Bazán, que después alquilé a otras personas cuando nació mi hija. Alguien me comentó en el 2007 que traspasaban Casa Ponte. No era un ambiente de mi estilo, porque pensé que solo tenía cervezas y vinos. Vine a verlo y descubrí el comedor. Así que me animé.
¿Habías parado aquí antes de cogerlo?
No era cliente del bar. Había venido de pequeño a sellar una quiniela. Era un local que siempre asocié a gente mayor. Mantuvimos la esencia de los Ponte. De hecho, vienen muchas sobrinas de Enrique y de Antonio por aquí. Intentamos mantener su esencia y, además, recuperamos los calamares, que se solían poner con el vino en los años 60 y 70. Pasito a pasito, ya llevamos 12 años aquí. En hostelería eso es bastante.
¿Cómo es la carta de vinos?
Tenemos una gran variedad. Sobre todo de vinos que no están en supermercados. Queremos darle al cliente algo distinto. No tenemos una carta física, eso sí. Preferimos que el cliente nos pregunte para poder aconsejarle.
¿Había servicio de comidas antes de que lo cogieses?
Tenía una parte de picoteo. Era más un bar de vinos y cañas. Mantuvimos eso, pero le metimos poco a poco algo más de cocina. Creo que era una necesidad que había en la zona. No había tascas donde comer bien a un precio aceptable. Que no barato. Nunca lo fuimos ni pretendemos serlo. Aquí pagas calidad.
¿Cómo fue la transformación de la cocina?
El local llevaba cerrado un montón de años al mediodía. Tardé un año y pico en que fuese mínimamente rentable. Metí el menú del día, mantuve parte de la carta y cada vez fuimos cogiendo más repercusión. Aquí todo es para compartir. Así, además, la gente varía más. Pueden picar de todo, aunque haya uno o dos platos fijos que siempre triunfan. Tenemos bastantes clientes habituales. No tenemos uno que venga todos los días, pero sí alguien que cada mes y pico cena aquí. Por otro lado, el producto es súper fresco. Nunca bajamos ni la cantidad ni la calidad. De aquí se sale saciado.
¿Cómo se fue creando esta decoración tan característica?
Traté de juntar lo más coruñés, gallego y español posible. Hay carteles de empresas de A Coruña, también hay carteles de fiestas de los años 30, hay letreros de otros países que me han traído amigos. Hay una foto del barco Ciudad de La Coruña, que fue el primer arrastrero. Fotos de la playa de Riazor, de este mismo local… De todo un poco.
¿Algún cliente se ha querido llevar la tele?
Casi todo lo que hay se lo han querido llevar. Hasta las mesas. Pero si las vendo me quedo sin ellas y no hay dinero que sustituya la originalidad que aportan al local.
¿Cuál es la historia del cartel de coñac?
Lo compré en un anticuario en Portugal. Llamé a Unión Cristalera y me dijeron que los habían hecho ellos. Tiene un gran valor. Tengo este y otro de Ron Negrita que son piezas muy exclusivas. De hecho, tuve que ir yo a por ellos porque ninguna empresa de transporte se atrevía a traerlos.
Casa Ponte está en una zona apartada, eso sí.
Estamos en un callejón, delante de un muro. Creo que ese halo de intimidad y misterio también le gusta a la gente. No nos interesa tener mucha publicidad, porque siempre nos gusta que venga la gente a descubrirnos, gracias al boca a boca.
¿Hay mucha demanda para cenar?
Hay que reservar seguro los jueves, viernes y sábados. de hecho, tenemos que hacer dos turnos. Entre semana, solemos hacer 50 menús del día y mucha gente reserva porque viene todos los días. Hacemos un menú con una base tradicional, pero con toques modernos. Por ejemplo, hoy tenemos empanada de atún, ensaladilla o coliflor gratinada con cecina de primero y de segundo taco de lomo asado con mousse de guacamole o xarda. En la carta hay desde embutidos variados, ensaladas, carpaccios, tostas… Después, el pulpo hecho de cuatro maneras distintas, calamares, pollo, patatas bravas… También hay carnes como entrecot de vaca, secreto al Pedro Ximénez o chuletón de vaca vieja. Aquí ha venido mucha gente de restaurantes top a probar el chuletón. No nos podemos comparar, porque somos una tasca, pero siempre les ha parecido mejor el nuestro, y más barato.
Tiene fama el local de que se sale saciado.
Tenemos mucha fama de no cargar las mesas mucho. Paramos al cliente si creemos que está pidiendo mucho y le sugerimos pedir más si es escaso. Jamás nos vino una mesa con comida de sobra.
¿Cómo son los pinchos?
Cada día tenemos uno distinto. El único exclusivo es el huevo frito de los jueves. El resto de días ponemos empanada, ensaladilla, carne con salsa, tiras de pollo frita, alguna crema o sopa, mini tostas… Varía según el día y la cantidad. Si un martes o un lunes hay poca gente, no vamos a hacer pinchos para que sobren. Aquí siempre decimos que los pinchos son como los besos: se dan, pero no se piden. Ya estamos siempre pendientes de ofrecer unos pinchos.
¿Hay gente de renombre que para por aquí?
Han venido muchos, eso es verdad. Y siempre han estado a gusto porque velamos su comodidad, ya sean políticos, futbolistas, actores o cantantes. No le damos publicidad a ese hecho. Me gusta regalarles su remanso de paz.
¿Qué anécdotas te vienen a la mente?
Aquí he tenido pedidas de mano, bodas sin previo aviso, peticiones de mano con las luces apagadas, noticias de embarazos, una chica que rompió aguas… Te dan ganas de escribirlo todo. Otra cosa curiosa es la de un chico que se tatuó las coordenadas de este bar porque era donde había conocido a su novio. Yo aún me enteré de esto el otro día y aluciné. Se habían conocido un jueves de huevo frito.
¿Cómo te ves de aquí a unos años?
Estamos pensando planes para el 70 aniversario del local, que es el año que viene. Intentaré que sea algo gratuito o, al menos, más barato de lo normal. Algo hay que hacer. No es el local más antiguo en activo, pero sí el que lleva más tiempo sin reformarse.
Como buen hostelero
¿Con qué plato te quedarías de la carta?
El pulpo con langostinos al ajillo.
¿Un vino?
Sin palabras, un Albariño de Adegas Castrobrey. En tintos, tengo demasiados donde escoger, pero me gusta Viña Ardanza, Distinto o Bosque de Matasnos.
¿Qué objeto salvarías del bar si solo pudieses escoger uno?
Por sentimentalismo, un cartel de un campeonato de atletismo en Bélgica. Lo compré en un anticuario porque me dio algo en la patata. Me acordé de mi padre, que había sido atleta. Se lo enseñé y resulta que él había estado en aquella competición. Y yo no lo supe hasta que vio el cartel.
¿A qué local irías a tomar una después de cerrar Casa Ponte?
Sin duda, tres. No puedo vivir sin ninguno. El Antiguo, en Emilia Pardo Bazán; el Penique, en Costa da Unión; y el Afterwork, en Pardo Bazán.