Diana Fernández, a punto de cumplir los 40, puede presumir de pilotar uno de los establecimientos con más solera de la ciudad, El Cruce, en la Cabana, con más de 70 años de historia. Lleva tres años al frente de un negocio cuya reputación cimentaron Mari y Álvaro, y de ellos, afirma con admiración, aprendió todo lo que sabe para mantener la personalidad de este singular bar.
El secreto, admite, "es el trato que damos a los clientes". Ella, con la ayuda de Angélica, Lorena y Sandra, hacen que quienes se acercan a El Cruce "se sientan como en casa", asegura. "Que la gente se encuentre a gusto es mi prioridad, eso no hay dinero que lo pague, es de lo que más orgullosa me siento".
Llama por su nombre a muchos de sus clientes y los nuevos acaban repitiendo. "Eso es una maravilla", asegura. "Vienen de todas las edades, también trabajadores extranjeros de los barcos que llegan para ser reparados en Navantia y alguno regresa a su país sabiendo un poco de gallego", bromea.
A ellos se suman cientos de ferrolanos —incluso a pie gracias a las nuevas aceras "que tan bien nos vinieron"— y vecinos de municipios cercanos, incluso de A Coruña, que optan por unirse "al buen ambiente" que entre todos generan en El Cruce. "Desde luego yo siempre digo lo mismo: tengo la mejor clientela del mundo".
El "buen producto" que sale de la cocina también cuenta. La especialidad de El Cruce es bien conocida: tablas de tres tamaños que se pueden servir con jamón, chorizo dulce o picante, cecina, lomo, salchichón, tocino y tres tipos de queso: fresco, manchego y del país.
"Pueden ser de un solo producto o un variado", explica Diana. La pequeña y mediana —a 10 y 16 euros sin cecina y 11 y 17 con cecina— incluyen tres variedades, y la grande —26 sin cecina y 27 con— puede llevar de todo".
Son "productos de calidad procedentes de Galicia y de otros puntos de España que gustan bastante, pues al día salen al menos 100 bandejas", una cifra que se dispara un día soleado de verano. Al estar en un sitio de paso hacia las playas de Doniños y San Jorge "mucha gente termina aquí la jornada" y, como ella misma dice, "se sabe cuándo entramos pero no cuándo salimos".
Una de las peculiaridades de este singular establecimiento es que el ribeiro —tinto o blanco— "se sigue sirviendo en tacitas de porcelana". "Es algo que antes se hacía en muchos establecimientos de Ferrol pero que con el tiempo se ha ido perdiendo".
Otra tradición diluida por el paso del tiempo "es la afición a cantar en los bares, algo que aquí aún hacemos cada viernes" porque son los propios clientes los que se van animando" con boleros, rancheras y valses. Por tanto, en El Cruce "mantenemos dos tradiciones muy ferrolanas: cantar y servir el vino en taza, y es una pena que ya no sea tan habitual".
Diana tiene una larga experiencia en hostelería, sector en el que comenzó con 14 años. Estuvo 15 en el chiriguito de la playa de Doniños y "allí aprendí mucho, ellos siguen siendo como mi familia", recuerda esta vecina emprendedora.
Chicharrones como novedad
Además de mantener el alto nivel que heredó de Mari y Álvaro, Diana ha querido en estos tres años contribuir al buen funcionamiento de El Cruce introduciendo una novedad. "Además de las bandejas de embutido y queso, desde hace dos años y medio servimos chicharrones cada miércoles y viernes. Me pareció que encajaría bien con el resto de productos y así es, gusta bastante".