Nunca imaginaron los artistas de Tanagra (antigua ciudad griega de la región griega de Beocia) que el nombre de su población y de sus conocidas estatuillas de arcilla iba a servir para identificar a una de las tascas más reconocidas de A Coruña, especialmente en unos años difíciles para todos como eran los de la posguerra. Fue en este momento cuando nació en la ciudad uno de los locales míticos que ha sobrevivido al paso de los años y que hoy en día y en tiempos de pandemia sigue abierto en la céntrica y pequeña calle del Ángel: O Tanagra (calle del Ángel, 4).
Desde 2011 el responsable del restaurante es José García, que conservó en la carta del restaurante la cocina tradicional que le caracteriza además de añadir nuevos platos y realizar una reforma integral del espacio. "O Tanagra conserva su esencia porque básicamente por lo que es conocido en A Coruña es por los cocidos y el caldo y la gente sigue viniendo por eso", comenta el dueño, que está al frente del negocio junto a su socio. Los comensales pueden encontrar a día de hoy en el local desde arroces y mariscos hasta carnes, pescados, ensaladas, croquetas, huevos, pulpo con cachelos y entrecot, todo casero y aderezado con los mejores vinos de la tierra, tanto blancos como tintos.
La clientela, según García, "es variada e intergeneracional" y abarca personas jóvenes, de mediana edad y mayores. Estas últimas en muchas ocasiones acuden con sus hijos o nietos y sacan una sonrisa a José porque le cuentan que "ya han estado allí en sus tiempos mozos un montón de veces para tomarse las reglamentarias cuncas de caldo y de vino". La pandemia está complicando las cosas con una caída de los ingresos de "hasta un 70%" como confirman los socios, aunque confían en sobrevivir a esta tempestad y de momento sus puertas siguen abiertas y la mesa puesta.
A quienes les habría gustado poder ver que O Tanagra sigue vivo en un año tan atípico y en cierto modo "apocalíptico" como es este 2020, sería a quienes en los inicios del restaurante empezaron a agrandar su fama: la pareja conformada por Justo Pérez y María García, que no creerían una palabra de todo lo que está sucediendo desde enero y menos que el local permanezca en activo. Ellos iniciaron su particular lucha por mejorar desde su Ribeiro natal con la perspectiva del bonito valle de Castrelo de Miño. Las localidades ourensanas de Valdepereira y Vide son los lugares de origen de estos luchadores que en los años 40 partieron hacia un futuro mejor que no se presentaba fácil y encaminaron su rumbo hacia la ciudad herculina (con parada previa en Vigo).
En el corazón de la ciudad encontraron el restaurante donde durante décadas echarían el resto para labrarse un futuro, O Tanagra, y muchos en aquellos tiempos donde Galicia estaba asolada por la pobreza y condenada a la emigración interior, pasaron a conocerlo coloquialmente como "La casa de Justo y María". El negocio era lúgubre y sombrío y estaba localizado en una calle estrecha pero pegado a las galerías de cristal, la “farmacia de Moyano” o el teatro Rosalía de Castro y a un paso de la plaza de María Pita y del mar.
Su luz casi mortecina, el serrín en el suelo y un mostrador con varios “bocois” (viejas barricas de Ribeiro que poco a poco se iban vaciando "cunca a cunca") que suplían la ausencia de mesas daban a O Tanagra su esencia, convirtiéndolo para su fiel clientela conformada por marineros, escritores o funcionarios en un agradable lugar de encuentro donde evadirse de los problemas al menos durante un rato. El ímpetu de la juventud de María y su don natural de matriarca gallega para idear soluciones, hizo que poco a poco, “paseniño” y con “sentidiño” como ella decía cuando vivía, su esfuerzo se reconociera, algo que se traducía en un crecimiento progresivo del éxito de la taberna.
El cocido y el caldo como platos estrella y "tapas del mar"
Mientras María cocinaba, Justo servía tazas a sus parroquianos luciendo su tatuaje de marinero de "tierra adentro", y los platos estrella del local, el tradicional caldo gallego y el cocido, con el paso de los años se fueron transformando en el perfume y el sustento de muchos coruñeses y visitantes temporales. Hasta compañías de teatro y variedades (como en la época se denominaba eufemísticamente al cabaret) pasaban a probar sus elaboraciones y no faltaban a su cita con estos manjares los marineros que regresaban de la mar y que paraban a consumir un vino y un caldo, al mismo tiempo que dejaban como agradecimiento a los responsables del negocio parte sus capturas que pasaban a integrar parte del menú de ese día.
En los primeros años de vida de O Tanagra no era raro tomar una taza de vino con tapas de percebes, camarones o cualquier otro fruto del mar, todo ello en parte debido a que en aquellos momentos el marisco no era un artículo de lujo, pero contrariamente sí lo era el hueso del lacón del cocido. A su vez, muchos kilómetros recorrieron las potas del cocido de María camino de los cuarteles de la ciudad, donde curiosamente los encargados de la intendencia hacían acopio del elixir de “ O Tanagra” para sobrellevar las duras labores diarias.
Generaciones de coruñeses han pasado por el lugar y curiosamente algunos asiduos dejaron de acudir cuando con toda su buena intención Justo y María decidieron darle un lavado de cara al local y desprenderse de su luz mortecina y las montañas de serrín. Fueron muchos "tanagranianos” los que juraron y cumplieron no volver nunca más al haberse "mancillado" su templo tras darle un poco de luz, una limpieza a sus paredes y "jubilar" a las hacendosas arañas que entre barrica y barrica elaboraron sus telarañas.
"Peregrinaciones al Tanagra" previas a los partidos en Riazor
Los cambios llevados a cabo por la pareja de ourensanos en el restaurante no impidieron que la visita a la calle del Ángel número 4 se convirtiese en una etapa más del ritual coruñés del tapeo. Además, en una ciudad como A Coruña en aquellos años tras la posguerra en los que empezaba a crecer, cualquier acontecimiento fuera de lo común se convertía en extraordinario, y por eso la celebración en el mes de agosto del Trofeo Teresa Herrera era todo un acontecimiento.
Esta competición era uno de los atractivos principales de las fiestas de verano y, a su vez, un motivo de peregrinación al Tanagra, porque quienes viviesen aquella época conocen de primera mano que no podía existir tarde de futbol sin bota de vino y bocadillo. Fueron miles los bocadillos elaborados por las manos de la incansable María que fueron degustados en el estadio de Riazor y esto, junto al éxito que cosecharon las comidas del establecimiento entre civiles y militares, obraron el "milagro" de O Tanagra, es decir, una recompensa al valor y al esfuerzo de una pareja que se arriesgó emigrando entre provincias gallegas y que triunfó.
Posteriormente, en 1966 por las ansias de emprender y seguir creciendo y criar a sus hijos de la manera en la que consideraban más adecuada, hicieron las maletas y se encaminaron a fundar un nuevo Tanagra en la calle María de Ferrol. Cuatro paredes que guardarán siempre la esencia de Justo y María, ya que ambos fallecieron hace años.