Los músicos por naturaleza suelen llevar su arte en la sangre, nacen con la música dentro, con un talento o una vocación que desarrollan según crecen. Sangre y dedicación musical rusa y ucraniana, las de Wladimir y Ruslana, se mezclaron en A Coruña a finales del siglo pasado al abrigo de la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG) para concebir poco después un nuevo valor musical en la familia que habían formado: Dasha, coruñesa de nacimiento y hoy alumna de la Musik und Kunst Privatuniversitat de Viena, cuna europea de la música clásica. El próximo lunes 26 a las 19:30 horas, sentada ante el piano, la joven de 19 años ofrecerá un concierto en el Circo de Artesanos.

¿Qué tiene que sobresalga entre sus virtudes la hija de dos músicos que, tan joven, se entrega a la formación musical? "La conexión con el público". Lo tiene claro su padre, Wladimir Rosinskij, violista de la OSG y director de su Camerata forjado también en Viena durante cinco años antes de encontrar en A Coruña la ciudad y el ambiente para dedicarse a la música y la composición. "Hay pianistas con una técnica perfecta, y los hay que ganan concursos pero son aburridos porque no conectan con el oyente. Dasha tiene esa conexión con el público, y eso es mucho para una pianista joven", explica Wladimir.

Ese vínculo lo explota y reafirma la propia Dasha Rosinskij, que confiesa, por encima de cualquier atisbo de egocentrismo que pueda surgir en un artista vocacional, que "el público lo es todo" para ella. "Yo me siento encima del público, pienso en ellos, me gusta mirarlos, ver sus reacciones. Siento mucho la música, a veces es un problema que la sienta tanto. Es complicado de explicar, hay o no hay esa conexión", coincide con su padre.

Es Wladimir Rosinskij el primero en resaltar el privilegio, y también la dificultad, que entraña formarse en la Universidad de Música y Artes de Viena: "Hay allí dos mil chicos que quieren ser compositores, veinte mil que quieren ser pianistas. Es el centro del mundo de la música clásica. Si sales de allí con algo importante, consigues un fondo musical de mucho peso para toda la vida, pero es complicado".

Su hija Dasha ha cumplido ya un año en Viena, y pronto comenzará el segundo de los cuatro que dura su formación. Antes había aprendido con distintas profesoras rusas en A Coruña y en el Conservatorio Profesional de Música; aunque más atrás los primeros contactos con las teclas los tuvo gracias a su abuela, que es una maestra "muy reconocida" en Odessa. "Empecé a tocar el violín, y me decían que también podría haberlo tocado bien, pero lo mío era el piano". Ahora en Viena, la exigencia se la impone ella misma: "Es muy distinto formarse allí que en España. Es tan impresionante el entorno que te tienes que marcar tú misma tus retos y exigencias".

Ruslana Prokopenko, como su marido, forma parte de la OSG, es la violoncelista principal, y observa la madurez que su hija adquiere a medida que pasan los años y mejora su aprendizaje. “Cada vez que vuelve a casa la veo más seria, más adulta personal y profesionalmente. Son cambios que me enorgullecen y a la vez entristecen”, reconoce.

Padre, madre e hija han compartido escenario en alguna ocasión, como hace dos años en el Teatro Colón: él al frente de la Camerata de la OSG y su mujer y su hija como solistas junto a parte de la orquesta en la interpretación de una obra que el propio Wladimir escribió para ellas, Elegía y baile. Para el concierto del próximo lunes en el Circo de Artesanos, Dasha Rosinskij ofrecerá el repertorio que más le gusta compartir, la combinación de lo clásico con lo contemporáneo. “Jugar con estilos es lo más entretenido para el público y me gusta intercalarlos para que disfrute. Puedo tocar el Concierto 23 de Mozart y a continuación un tema más actual, tenebroso, que haya compuesto mi padre”, explica.

Un viejo casete para entrar en la Sinfónica

"La disciplina que tengo es gracias a mis padres, soy lo que soy gracias a ellos", asegura la joven Dasha, que añade que es “super guay” tener a Wladimir y a Ruslana como "consejeros que siempre ofrecen ayuda". La pareja se conoció en A Coruña en 1998, año en el que ella envió, por recomendación de una amiga de su país que estaba en la OSG, un casete con una interpretación suya."Lo escucharon y les gustó. Vine a una audición, estuve aquí un año y me fui a San Sebastián, donde obtuve plaza principal como violoncelista. A los tres años volví para tener aquí la misma plaza".

Desde entonces, la pareja se asentó en la ciudad: ambos en la Sinfónica, él como director de la Camerata desde hace diez años. Hace 19 años celebraron el nacimiento de su hija Dasha, coruñesa, que ha heredado, como era previsto, la pasión musical.