Shaul Judelman es un colono judío residente en el bloque de asentamientos de Gush Etzion, a medio camino de los enclaves sagrados de Jerusalén y Hebrón. Su aspecto cumple con los parámetros preconcebidos: largas patillas rizadas, barba frondosa, kipá y tefilim (indumentaria religiosa). Como la mayoría de su condición, cuenta que vive en esta tierra por la conexión histórica y mística del pueblo judío con Judea y Samaria, la denominación usada comúnmente para referirse a Cisjordania, lugar donde los palestinos aspiran a establecer su Estado en un futuro, que cada día que pasa es más oscuro.
A diferencia de la corriente mayoritaria entre los colonos, Shaul apuesta por darse la mano con sus vecinos palestinos, y trabaja con ellos de sol a sol en pro de ambas comunidades. Existen tres grandes grupos entre los judíos que residen más allá del muro: los nacionalistas-religiosos, mayoritarios y predominantes, que mezclan la aspiración territorial de establecer el “Gran Israel” con la conexión divina para justificar sus actos (en muchas ocasiones violentos); los seculares, ciudadanos israelíes corrientes que se mudan a las colonias porque las casas son más baratas; y los ultraortodoxos, que rehúyen del ideal sionista, ya que creen que el Reino de Israel debe ser establecido por el Mesías, al que siguen esperando y añorando.
Shaul es de origen británico, tiene 36 años y es padre de tres hijos. Tras un tiempo residiendo en Jerusalén, se mudó a Tekoa, uno de las colonias de Gush Etzion. Esta es una región particular: antes de la guerra de la independencia de Israel en el 48 –que supuso la Nakba (desastre) palestina-, aquí ya vivían judíos. El movimiento Ha’Shomer Hatsair, representativo del movimiento de los kibutz, dio aquí sus primeros pasos, estableciendo las reconocidas comunas agrícolas e igualitarias que cimentaron las bases del futuro Estado judío. Tras la guerra del 48, los jordanos ocuparon este territorio y los lugareños judíos fueron expulsados. En 1967, tras la victoria israelí en la Guerra de los Seis Días, se fundó aquí la primera colonia judía: Kfar Etzion. Para unos, fue el principio de casi 50 largos años bajo ocupación militar. Para otros, regresar a las tierras que consideraban suyas.
Según Judelman, Kfar Etzion “está muy dentro de la memoria sionista”. En general, existe un amplio consenso sobre que, en un hipotético acuerdo, esta región quedaría bajo soberanía israelí a cambio de otros territorios de población árabe dentro de Israel, que se integrarían al hipotético Estado palestino.
La carretera más peligrosa
Para llegar a Gush Etzion hay que tomar la ruta 60, la más peligrosa de la región. Los ataques violentos entre palestinos y colonos son frecuentes: los primeros, apedreando o atropellando; los segundos, cometiendo price tags (ataques vengativos), en ocasiones a golpe de fusil.
Pese a la constante tensión, ambos circulan por las misma vía, que une a la par aldeas palestinas y colonias judías a los dos lados de la calzada. El acceso de judíos a los poblados árabes está prohíbo: enormes carteles rojos advierten que se trata de zonas del Área A que, según los Acuerdos de Oslo, quedaron bajo plena soberanía de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). La ruta queda marcada por el enorme muro de hormigón, que permite divisar Belén en la lejanía. Los puestos de control y las imponentes torres de control grisáceas son parte integral del paisaje. Ambulancias y buses palestinos adelantan a coches y patrullas israelíes. En el bus de la compañía israelí Eged predominan los colonos religiosos: una mujer lee la torá, el libro sagrado de los judíos, mientras a su lado un hombre barbudo aguarda sentado y vigilante, con un rifle M-16 en sus manos. Muchos civiles israelíes en Cisjordania tienen permiso para llevar armas.
Shaul y sus amigos viven la tensión diaria, pero apuestan por escapar de ella. Ali Abu Awad, reconocido activista palestino favorable al dialogo con los israelíes, posee una pequeña parcela cerca de Beit Umar, uno de los cinco poblados palestinos que hay dentro de Gush Etzion. Ali y Shaul se conocieron bajo la tutela del difunto rabino Menachem Froman. Eran sus “protegidos”. El controvertido rabino fue una figura única en la región: su conciliadora personalidad le llevó a establecer una cordial amistad con el ex-rais palestino Yasser Arafat e, incluso, llegó a verse en Gaza con el jeque Ahmed Jasin, fundador espiritual de Hamás. Era colono pero defendía que judíos y musulmanes son hijos de Abraham y que deben vivir en fraternidad en cualquier lugar entre el Mediterráneo y el río Jordán.
Tras la muerte del líder espiritual judío, Ali, Shaul y otros tantos continuaron con su misión. Fundaron el movimiento Hashoreshim (raíces) y construyeron una pequeña cabaña de madera con sofás y un huerto para atraer a sus vecinos para que se conozcan y cooperen. Shaul destaca la “ironía” sobre la que se cimentaron los Acuerdos de Oslo, que “supusieron el inicio de la separación definitiva. Antes no había carteles ni muros. Un palestino de Belén viajaba a la playa de Tel Aviv y la interacción era algo habitual”. En su opinión, la solución de los dos Estados tiene profundos errores en su formulación ya que “ignora la reclamación palestina sobre sus refugiados y la incuestionable conexión del pueblo judío con esta tierra. De hecho, la historia del judaísmo está en Nablús, Shilo o Hebrón, no en Haifa ni Tel Aviv”.
Shaul recuerda que lo pactado en Oslo se hizo improvisadamente. "Los palestinos no estaban preparados. Por eso cayó todo: Hamás se hizo más fuerte y Goldstein cometió la masacre de Hebrón”, dice refiriéndose al colono Baruj Goldstein que en 1994 asesinó con su metralleta a 29 fieles musulmanes en la Cueva de los Patriarcas. Desde entonces, el fundamentalismo religioso y nacionalista ha crecido incesantemente en las dos partes.
No es una intifada
Actualmente, Tierra Santa revive el interminable ciclo violento, pero según Shaul ésta es una revuelta distinta a las dos anteriores Intifadas. “Los ataques son más frecuentes, aislados e imprevisibles. Los palestinos reciben más castigo y los israelíes se sienten vulnerables. Muchos ven en las armas el poder, pero yo solo veo gente asustada”, afirma refiriéndose a la militarización imparable en la región.
A los pocos minutos aparece en la finca Fadi Abu Awad, palestino de 28 años. Trabaja en la construcción y en sus ratos libres participa activamente en la organización. Cuenta que “en Gaza y otras ciudades la división entre Fatah y Hamás es muy fuerte. Aquí estoy más tranquilo, nadie me dice que debo hacer”. Según Fadi, el obstáculo principal de su gente es “que no nos sentimos libres. Tenemos miedo, y no podemos hacer planes de futuro. Por ejemplo, si quiero ir mañana con mis hijos al Mar Muerto o Jericó, no sé si podré hacerlo”. Y esto debido a los continuos checkpoints y bloqueos que limitan la circulación de los palestinos en Cisjordania.
Mientras Fadi fuma un cigarro tras otro explicando sus vivencias llega Nadia, palestina y madre de 3 hijos. “Se ocupa de nosotros”, cuentan los presentes entre risas. Es la madre del grupo: pone orden en la parcela, que alberga una pequeña cocina, un extenso dormitorio y un improvisado parque infantil. “En Beit Umar todos conocemos judíos. Mis tres sobrinos trabajan en Tel Aviv y hablan buen hebreo. Pero estos días la situación es difícil para ellos”, comenta Fadi hablando del temor generalizado entre los israelíes a compartir espacios públicos con árabes. Les temen porque los ataques azotan todo el país y vienen por sorpresa.
Según Shaul, el Ayuntamiento de la colonia de Tekoa también es atípico. Aquí no manda el Likud o los laboristas –principales partidos israelíes-, sino lugareños escogidos entre los vecinos. Reconoce que muchos en su colonia “son de tendencia derechista, pero a su vez exigen más diálogo con los palestinos, ya que son conscientes de que la situación no puede continuar como está”.
Fadi añade que “el problema es que cada lado vive encerrado en su narrativa y sus miedos, y los líderes solo resaltan la parte mala del otro. Es una lucha constante para demostrar quién es la víctima”. Para contrarrestar esta tendencia, sugiere que “la gente no se limite a ser pro-israelí o pro-palestina. Lo que necesitamos es una solución viable”.
Raíces
Pese a la creciente tensión, los cooperantes vecinos no se rinden. Traen a líderes políticos locales, empresarios, jóvenes y grupos extranjeros que pretenden conocer la realidad del conflicto al detalle. Ante la barbarie, deciden unirse. Cuando el pasado verano extremistas judíos quemaron la casa de los Dawabshe en Duma y mataron al bebé Alí, de tan solo un año, 300 judíos de Gush Etzion se manifestaron condenando el ataque, entre ellos seis prominentes rabinos locales. En julio de 2014, un comando de Hamás secuestró y mató a tres jóvenes judíos en la zona –que derivó en la guerra de Gaza-, y los árabes se unieron para mostrar su rechazo frontal. En Ramadán, 150 colonos judíos se sumaron a sus vecinos musulmanes en las plegarias. En la parcela de “Raíces”, los niños judíos y musulmanes se columpian unos a otros.
Como destacan Shaul y Fadi, su movimiento “no es una revolución. Es un centro que apuesta por la no-violencia y el diálogo”. Lamentablemente, una hora después de la visita, Shaul llamó alertando que, justo en la parada de autobús en que nos recibió, un conductor palestino atropelló e intentó acuchillar a los viandantes. Dos israelíes quedaron heridos graves y el atacante abatido a tiros por un soldado. La espiral violenta se incrementa incluso frente a su parcela, pero no desistirán en su cometido de acercar y establecer puentes entre dos comunidades que comparten el mismo territorio, y que difícilmente abandonarán. Próximamente, su historia verá la luz en el documental Una tercera vía: colonos y palestinos como vecinos, que pretenden llevar a rincones de todo el planeta para fomentar un debate constructivo sobre el agónico conflicto palestino-israelí.