El Diario Español fue desde su fundación en 1852 el gran azote de la corrupción ministerial, y defensor de las bases del sistema representativo. La valentía de su director, Manuel Rancés, y de sus redactores, entre los que estuvo Juan Álvarez Lorenzana, convirtió a aquel periódico en el primero que derribó un sistema corrupto y casi a una Reina. El Diario Español se constituyó, tal y como escribió en sus memorias el escritor Julio Nombela, en “el más batallador, y por consiguiente, el más leído y celebrado de los periódicos que entonces influían en la política”.
Y es que los años previos a la revolución de 1854 combinaron corrupción gubernamental y crisis institucional. Donoso Cortés dijo en las Cortes, el 30 de diciembre de 1850, que la corrupción “que vemos todos (…) está en todas partes, nos entra por los poros; está en la atmósfera que nos envuelve; está en el aire que respiramos. Los agentes más poderosos de la corrupción han sido siempre los agentes primeros del Gobierno”. Los gabinetes moderados que sucedieron a Narváez utilizaron los planes de desarrollo del ministerio de Fomento para hacer oscuros negocios, en los que estuvieron involucrados la reina madre, María Cristina, su esposo Fernando Muñoz, y el marqués de Salamanca, entre otros personajes.
Al fraude se unió la decepción del gobierno de Bravo Murillo, que habiéndose presentado con los lemas de “respeto a la ley, tolerancia, moralidad y economías”, no solo los incumplió, sino que lo perpetró con las Cortes suspendidas la mayor parte del tiempo, e intentó una reforma constitucional que en la práctica era la desaparición del régimen parlamentario. La oposición se hizo desde el Senado –la única cámara libre frente a un Congreso manipulado- y la prensa, a la que se quiso callar con el RD del 2 de abril de 1852; una ley de imprenta que reintroducía las penas de privación de libertad, la multa impagable, y el secuestro del periódico.
El liberalismo conservador organizó a los opositores, con Ríos Rosas en el Congreso y O’Donnell en el Senado. Y detrás de ellos apareció El Diario Español, el 5 de abril de 1852, con la idea de defender el parlamentarismo, puesto en peligro por el gobierno Bravo Murillo, y combatir la corrupción: “Profesamos culto de la moralidad y de la decencia”, decía entonces. A principios de septiembre, Rancés fue detenido y enviado a prisión por denunciar la corrupción en frases insinuantes como ésta: “El hecho de suponer otorgada una concesión que no existe, y de suponerla públicamente y hasta el punto de principiar a ponerla por obra, nos parece altamente censurable” (EDE, 7.IX.1852).
La labor de la prensa y los comités liberales de la oposición obligaron a Isabel II a cesar al gabinete de Bravo Murillo en diciembre de 1852, que “cometía diariamente la odiosa cobardía de invocar la voluntad augusta de su Reina para cubrir con un manto respetable y sagrado el deforme cuerpo de sus desafueros” (EDE, 15.XII.1852). Y lo mismo pasó con su sucesor, Roncali, que solo aguantó tres meses. Comenzó entonces el gobierno de los “polacos”, llamados así por ser del círculo de Sartorius, al que conocían con ese nombre por la ascendencia de su padre.
Empezó el negocio fraudulento de las contratas de ferrocarril, que denunció El Diario Español. Eran las “polacadas”, nombre que entonces se dio a los actos arbitrarios, despóticos y corruptos del gobierno. Rancés publicó una copia de una devolución de un depósito sin que hubiera habido la correspondiente rescisión de la contrata, que desvelaba un negocio turbio del ministro de Marina. El fiscal recogió el número, pero Rancés volvió a insertar la orden y circuló por todo el país, lo que provocó el cese del ministro el 11 de agosto.
Rancés se dedicó a escribir con sencillez y dureza la corrupción gubernamental, hasta el punto de que él y su editor fueron condenados a dos meses de cárcel, 500 reales de multa y costas, por delitos “contra la autoridad” y “el orden público”, e incluso por hablar del gobierno en “términos irrespetuosos”. El ministro de Gobernación, responsable de esa persecución de la prensa, especialmente contra El Diario Español, era Pedro Egaña, que había sido también periodista.
Mientras la revolución iba amaneciendo, el gobierno decidió cerrar las Cortes para evitar el progreso de la oposición e intentó callar a la prensa clausurando, suspendiendo, y multando diarios. Casi de forma clandestina, el 29 de diciembre de 1853, los directores y redactores de los periódicos independientes de la capital, entre ellos El Diario Español, firmaron una hoja volante, escrita por Álvarez de Lorenzana, titulada “Los escritores de la prensa periódica independiente, a sus suscriptores y al público”, protestando contra la mordaza impuesta por un gobierno corrupto, y al objeto de que la oposición se uniera.
El gobierno retiró la hoja por clandestina, y deportó a Manuel Rancés a Canarias. La oposición siguió la propuesta de la prensa, y a comienzos de 1854 firmaron un manifiesto encabezado por el reputado liberal y poeta, Manuel José Quintana, al que siguieron los nombres de personajes de todos los partidos.
El Diario Español creó una opinión pública contraria a los gobiernos corruptos, contribuyó a la caída del gabinete Sartorius, y fue el constructor periodístico de la Unión Liberal. En ese tiempo, el liberalismo conservador encontró en El Diario Español su punto de referencia. Defendía la monarquía constitucional, el gobierno parlamentario, las elecciones libres, la Constitución como norma común, la conciliación de los partidos y su alternancia en el poder, y una Corona como poder moderador.
No en vano, se convirtió junto a La Época en la voz de los constructores civiles de la Unión Liberal, cuyo eje era el moderantismo puritano, como Ríos Rosas, Pacheco, Pastor Díaz, o Cánovas del Castillo. Una vez que la Unión Liberal llegó al poder en solitario, en 1858, El Diario Español se dedicó a aplaudir al gobierno. Es cierto, como indica Julio Nombela, entonces contratado por el periódico, que sus redactores obtuvieron puestos importantes: Rancés, la embajada en Brasil; Lorenzana, un alto cargo en Gobernación; Ností, que era el administrador del periódico, un empleo en el ministerio de Hacienda, “y los demás auxiliares obtuvieron también su parte alícuota en el festín del presupuesto”.
Esto no acabó con la fuerza del periódico en momentos críticos. Juan Álvarez de Lorenzana fue quien denunció en su artículo “Misterios” (EDE, 20.XII.1864), que las paternidades de los hijos de Isabel II y su vida íntima influían notablemente en la duración de los ministerios. La publicación de este texto en uno de los periódicos conservadores más importantes señaló la peligrosa distancia con la Corona, que desembocaría en la casi unánime revolución de 1868 que destronó a los Borbones.
A partir de esa fecha siguió siendo la voz de los conservadores durante el reinado de Amadeo I, y luego de Romero Robledo durante la Restauración. Pero su pulso ya era otro. Languideció y desapareció sin pena ni gloria en 1936. Sin embargo, siempre quedará su esfuerzo por combatir la corrupción gubernamental y defender las libertades que le caracterizó entre 1852 y 1854, y que le convirtieron en uno de los protagonistas del cambio.
*Jorge Vilches es doctor en Ciencias Políticas y Sociología y profesor de Historia de Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la UCM.