En el metro de Seúl y de camino a una clínica de cirugía estética, se me ocurre un juego inquietante: adivinar qué pasajeros se han operado y cuáles no.
Admito que se trata de un reto de difícil solución: los pocos viajeros que no miran la pantalla de su móvil están durmiendo o miran al vacío. Nadie mueve la cara y el silencio es absoluto. Podría estar viajando en un vagón de cyborgs.
Y sin embargo la estadística está de mi parte: Corea del Sur tiene la tasa per cápita más alta de operaciones de cirugía plástica del mundo. Una de cada 5 coreanas ha pasado por el quirófano. En Estados Unidos apenas lo ha hecho una de cada 20, según la Asociación Internacional de Cirujanos Plásticos. España es el quinto país del mundo en volumen de tratamientos estéticos con un total de 447.177 en el año 2013, según las cifras de la sociedad española de cirugía estética.
Precisamente, los pasillos del metro son la prueba de que no se trata de una exageración de los medios occidentales ni de visitantes con ganas de fantasear.
En toda la red de metro de Seúl es posible ver carteles de clínicas con nombres como Wannabe, Cinderella, Magic Nose o 4 Ever. Casi siempre muestran a una humana con rasgos similares a los personajes de Anime o recurren al manido “antes y después”.
Mujeres tristonas o directamente feas ocupan las fotografías grisáceas de la izquierda. A la derecha, la transformación radical: caras brillantes de jóvenes sonrientes que parecen vírgenes casaderas y se parecen demasiado entre ellas.
Lo curioso es que siempre hay gente mirando esos carteles. Como si las surcoreanas quisieran borrar sus propios rasgos o como si, al rejuvenecer, quisieran clonarse.
El reto es inalcanzable. Es demasiado difícil distinguir a los pasajeros que han pasado por el quirófano en este vagón del metro de Seúl. El motivo es que en Corea del Sur la cirugía estética tiene unos usos distintos de los de Occidente.
Para empezar, aquí los jóvenes son los que más se operan. La gente no desea llamar la atención con atributos hinchados: quiere adaptarse a la belleza media. Aquí, la gente se opera para ser como los demás.
Gangnam Style
Casi nadie se baja en la parada de Gangnam, el barrio pijo de Seúl. En pleno julio, esta sede de las mejores tiendas y de los concesionarios de lujo toda la actividad transcurre sobre ruedas y en entornos climatizados.
Es aquí donde se concentran la mayoría de clínicas de cirugía, unas 150 apenas unas calles. Son fáciles de identificar: por ejemplo, frente a la sede de TL Surgery paran coches de lujo muy a menudo. Mujeres con la cara vendada, parches y gafas de sol se dirigen al interior del edificio acompañadas de otras mujeres.
Al seguirlas, me doy cuenta de que la recepción es como esperaba: un lugar de aire tecnológico y futurista. Dos jóvenes recepcionistas vestidas con uniforme turquesa me reciben amablemente, pero no les sorprende mi presencia.
Tardo un poco en percatarme de que el ambiente de TL Surgery no es, en realidad, nada zen. Al contrario, todo se vuelve frenético y las recepcionistas me mandan a una sala de espera con las cortinas corridas. Si tuviera que decir a qué me recuerda la situación, diría que a un ambulatorio español.
Aparece Melissa Moon, hace un gesto con la mano. Esta joven se diferencia de las demás trabajadoras porque lleva camisa roja: ella es la encargada de recibir a los extranjeros.
Me conduce hasta un cuarto desangelado que no concuerda con la estética de la entrada y parece más bien el armario de las escobas pero con una camilla, tres sillas y un ordenador. Sobre la mesa, hay un espejo con gravados florales que podría pertenecer a una princesa y que posee un inquietante poder de atracción.
“Me gustaría saber algunas cosas de la clínica”, le digo a Melissa. Añado que soy una periodista española, que España es el país de la UE done más intervenciones de cirugía estética se realizan al año y que a “mis lectores” les gustaría saber más sobre las clínicas de aquí.
La súplica funciona: “Ok, ¿qué quieres saber?”.
La meca de los retoques
Los extranjeros que llegan a Seúl para operarse no son pocos. Unos 300.000 turistas viajaron en 2014 para operarse en Corea del Sur y las cifras no paran de aumentar. Según el Korean Health Industry Development Institute, los cinco países de origen más comunes entre los visitantes son China, Estados Unidos, Rusia, Mongolia y Japón.
TL Surgery captó hace años esta tendencia y dirige gran parte de su oferta al exterior.
Cada semana Melissa recibe a decenas de clientes internacionales que llegan a través de agencias de viajes especializadas en turismo médico. “Los chinos representan el 60% de la clientela”, explica. “También atendemos a gente de Singapur, Filipinas, Indonesia, Malasia, Australia o Estados Unidos. La mayoría de la clientela son mujeres de Corea del Sur. Cuando una persona llega por primera vez y desde lejos, la clínica le hace un cuestionario. Melissa necesita saber las aspiraciones del cliente y recopilar datos personales: “Por ejemplo, tengo que preguntarles por qué quieren operarse la nariz. Muchos responden que su nariz les pone tristes”.
Los turistas viajan hasta Seúl para operarse porque aquí las intervenciones son más baratas que en Japón o Estados Unidos: con respecto a Norteamérica, cuestan exactamente la mitad. También por una cuestión de referentes culturales: desde hace algunos años, muchos asiáticos quieren lucir un físico made in Korea.
“Muchas mujeres asiáticas llegan con fotos de famosas surcoreanas: la cantante Yoona el grupo SNSD, o actrices como Han Ye Seul o Jun Ji Hyun”, dice Melissa. En los últimos años este país pujante se ha convertido en un surtidor de cultura pop que ha arrasado en los países vecinos y que está formado por el binomio que forman el K-Pop y el K-Drama. Es decir, la música comercial y las telenovelas.
Según Melissa, éste es uno de los motivos por los que las surcoreanas son consideradas las más bellas de Asia. Al parecer, se sobreentiende que ese podio ha sido alcanzado a base de bisturí.
La “ratio de oro”
Miles de mujeres, sobre todo chinas, peregrinan cada año hasta Seúl para parecerse a las coreanas famosas. Los pasos que siguen son sencillos: ojos, nariz y mandíbula.
La primera intervención consiste en una blefaroplastia: un pliegue doble en el párpado que permite que los ojos se vean más grandes o “menos asiáticos”, como a muchos medios occidentales les gusta decir.
La segunda operación consiste en un alargamiento de nariz: “Tú tienes nariz y nosotros no tenemos”, dice Melissa. “La gente aquí quiere que [la nariz] se vea, quiere fosas nasales redondas y estrechas”.
La tercera intervención es el raspado de cara, la especialidad de TL Surgery: “Fíjate en la gente que sale en televisión”, explica la anfitriona. “Tienen la cara muy pequeña. En Corea del Sur no nos gustan las caras angulosas ni anchas, así que limamos la mandíbula”.
Los precios de cada una de esas intervenciones oscilan entre los 1.400 y los 3.000 euros y la más cara es el raspado de cara. Son tarifas muy baratas si las comparamos con la media del país: una operación de nariz vale 4.500 euros según la Comisión de Comercio Justo de la República de Corea.
No puedo evitar rozar mi mandíbula con los dedos y de forma inconsciente termino rodeando mi cuello con la mano entera. En Corea del Sur el modelo de belleza responde a unos cánones rígidos. Me pregunto cómo me verá Melissa más allá de mi nariz, cuán lejos estoy de cumplir esos requisitos conocidos como el look “ratio de oro”: cara pálida, rostro estrecho, frente ancha, ojos grandes y nariz puntiaguda.
Según Melissa, las surcoreanas buscan un “rostro más occidental”. Pero ninguna llega a la clínica pidiendo ser como Jennifer Aniston o Angelina Jolie. De hecho, cuando le digo esto Melissa suelta una carcajada que sólo puede ser una reacción a una pregunta absurda.
Al parecer, Corea del Sur comparte un ideal de sensualidad con Japón, su vecino y antiguo colonizador. Las chicas tratan de combinar unos rasgos infantiles y falsamente inocentes con un cuerpo de mujer; un rostro de bebé unido a un físico adulto y voluptuoso. Aquí se las conoce como Bagel Girls: una contracción de Ba (‘baby face’) y Gl (‘glamorous body’).
No es una fantasía sexual sino un concepto hegemónico de lo sexy, y es alcanzable. A primera vista, puede resultar poco realista y perturbador, como si el universo estético de un sex shop local se hubiera apropiado de la calle. Pero es mucho más que eso.
El ascensor
La cirugía es un negocio inmenso en Corea del Sur: el país tiene el 24% del mercado mundial y factura unos 5.000 millones de dólares anuales en este sector.
Algunos expertos surcoreanos están alarmados: se quejan de que las cifras internas no son claras. Entre los jóvenes esta práctica está mucho más extendida de lo que las autoridades sostienen.
Ya en 2005 un cálculo de la BBC señalaba que al menos el 50% de las jóvenes de 20 años había entrado en un quirófano por motivos estéticos.
La cirugía está tan integrada en la sociedad surcoreana que ha alcanzado el estatus de tradición: “La operación de párpados es un regalo típico de graduación, aquí es algo normal”, cuenta Melissa. “Operarse los ojos y la nariz es un proceso que no dura más de una semana. No son operaciones serias y la gente no lo ve como algo importante”.
Melissa sube conmigo en el ascensor. Ha accedido a mostrarme una planta superior del edificio pero no me permite entrar en la “sala de recuperación”, donde las pacientes pasan el postoperatorio.
De pronto una de las trabajadoras de la clínica corre hacia nosotras y consigue entrar antes de que las puertas se cierren. Va vestida como una azafata, con falda de tubo, camisa y tacones. No saluda a Melissa, ni siquiera la mira.
Cuando la joven levanta el rostro hacia los focos no puedo evitar mirarla. Sus ojos están tan abiertos que parecen a punto de salirse. No tiene párpados, no puedo descodificar su expresión.
Operar con cronómetro
El ascensor se detiene en una planta con decoración lujosa. Es aquí donde los pacientes inician la segunda fase de su transformación: un profesional intermedio les atiende antes de que les den cita para el quirófano.
En esta planta están los cirujanos, los verdaderos héroes del distrito de las “mejoras” humanas, uno de los nombres con el que se conoce a esta zona de Gangnam.
Los cirujanos son una decena. Son todos hombres a excepción de una mujer y están representados en una orgullosa hilera de grandes retratos que cubren toda una pared. Sonríen y visten batas blancas en las fotografías. Por lo que cuenta Melissa, nunca salen del quirófano: “Cada día hacemos unas 50 intervenciones. Un médico atiente entre 5 y 10 clientes, dependiendo de su especialidad
El volumen de operaciones es tal que parece lógico que haya accidentes, pero la situación es más grave. Según lo que señalan varios reportajes sobre la cirugía en Corea del Sur, las operaciones a destajo y la mala praxis se han convertido en un problema nacional.
Se han documentado casos en los que los médicos trabajan a golpe de cronómetro. Por ejemplo, una operación de párpado no debía durar más de 30 minutos. Si se supera ese tiempo, el cirujano en cuestión recibe una recriminación de sus superiores en algunas clínicas.
Algún establecimiento ha recibido denuncias por tener equipamiento deficiente o no cumplir normas de ventilación. Lo más siniestro es que en los medios coreanos los pacientes que no despiertan de la anestesia son sucesos que ya no sorprenden a la audiencia.
Melissa no tiene reparos en admitir que en su país existe un enorme mercado negro de los retoques físicos, con clínicas fantasma dirigidas de forma fraudulenta por médicos de otras áreas o personas sin formación que se benefician de los adictos y de la gente con pocos recursos.
Los casos de desastres estéticos son incontables y hay asociaciones de víctimas. Incluso ha aparecido una nueva palabra para referirse a los perjudicados: sung-gui, cuya traducción sería “monstruo de quirófano”
“Hay clínicas que utilizan a clientes como escaparate”, critica Melissa frente a la plantilla de cirujanos de TL Surgery. Sabe que las autoridades persiguen la publicidad engañosa: carteles y panfletos que venden milagros, transformaciones exageradas con Photoshop.
En ese preciso momento, aparece una paciente. Está en la sala de espera y respira. Está hipnotizada frente a un televisor que proyecta imágenes de mujeres que se han convertido en Cenicienta. En una sola, pues el resultado final, el “después”, es siniestramente parecido.
Pechos coreanos
“¿Quieres pesarte?”, propone Melissa súbitamente. Me conduce hacia una habitación a oscuras, me pide que me quite los zapatos. “Esta báscula te dirá el porcentaje de grasa de tu cuerpo, te imprimiré un informe completo”.
Para ella está claro que me está haciendo un favor, un regalo, no hay nada ofensivo en conocer mis defectos. “Tu masa muscular está muy bien. Te sobran cinco kilos”, dice.
De pronto Melissa parece nerviosa, como si no supiera dónde meterme. Entramos en el cálido despacho de Victoria, la asesora sobre implantes de pecho. Hablan en coreano y me invitan a sentarme.
“Me operé para poder hablar de mi propia experiencia”, afirma Victoria con una gran sonrisa.
Ante todo, explica Victoria con un aire de satisfacción, existen muchas diferencias entre las asiáticas y las occidentales: “Nosotras tenemos menos porcentaje de grasa en el cuerpo, así que por lo general elegimos tallas más pequeñas”.
Los implantes son un regalo familiar común para las estudiantes que se gradúan: “Con el consentimiento de sus padres, pueden operarse a los 19”.
“¿Creéis que las occidentales nos pasamos con el tamaño?”, les pregunto.
“Ehhhmm…”. Las dos se miran y se ríen con malicia. “Las mujeres que han tenido hijos se sienten viejas y menos atractivas, pero no aumentan el tamaño de sus pechos para presumir”, responde Victoria con delicadeza. “Para vosotras somos unas exageradas”, digo y las dos vuelven a reír.
Es como si las asiáticas supieran dónde está el límite en cuanto a la delantera: “Aquí somos más tímidas, incluso la técnica es distinta: ponemos el implante debajo del músculo, no encima, así no se nota tanto”.
Un rostro para el CV
No es cierto que para los surcoreanos las operaciones de estética carezcan de importancia. Más allá de querer parecerse a las celebridades o de sumarse a una estética, está la necesidad de conseguir un trabajo: “Ahora mismo es muy difícil tener un empleo y siempre se contrata a una persona atractiva”, dice Melissa, cada vez más cabizbaja, más incómoda a mi lado.
Al parecer, exigir varias fotografías junto al currículum es una práctica habitual: “Es triste pero no tenemos una ley que castigue esto, siempre se contratará al más guapo”.
Sucumbir a los retoques es una inversión necesaria para progresar en un entorno laboral extremadamente competitivo. Es algo que la mayoría de las familias quieren para sus hijos.
La belleza hegemónica, por otro lado, es una forma de ascenso social sobre todo para las mujeres. “Muchas se hacen la cirugía para casarse con hombres con recursos económicos”, dice Melissa. Corea del Sur es el único país de la OCDE en el que las mujeres sin estudios tienen más posibilidades de formar parte del mercado laboral que aquéllas que han cursado carreras universitarias. La belleza física es un pasaporte para lo que se considera éxito femenino.
“El tiempo ha terminado, deberías irte”. Melissa me acompaña hasta el ascensor para bajar a la primera planta. Cuando se cierran las puertas, intento animarla: “Los guapos siempre lo tienen más fácil, es injusto, pasa en todo el mundo supongo”.
–Yo no estoy operada y es difícil– me dice. –Lo primero que hice al volver de Estados Unidos fue ponerme botox.
–¿Por qué te inyectaste botox?
–Viví en Estados Unidos durante mucho tiempo. Hace dos años volví y me sentía muy rara por no estar operada. Nunca me había planteado hacerme nada, pero en Corea es fácil, puedes ponerte botox por el precio de un menú.
Unos 35 euros
Mi mente sólo produce hipótesis futuristas: Corea del Sur se ha rendido como ningún otro país a la cirugía estética, y eso puede deberse a que son líderes en innovación tecnológica. Si compiten con Japón, India y Singapur por alcanzar antes el futuro en todo tipo de dispositivos, ¿por qué no iban a utilizar esos conocimientos mejorar sus cuerpos?
¿Por qué desde Occidente insistimos en admirar los cyborgs y en aterrarnos ante un ser humano que ha reorganizado sus tejidos y sus concentraciones de grasa? ¿Por qué aceptamos que es posible personalizarlo todo pero hackear el paso del tiempo y la genética sigue resultando un sacrilegio?
La mayoría de los sociólogos surcoreanos comparte la teoría de la mentalidad confuciana y asocia el éxito de la cirugía al sentimiento de pertenencia colectiva. La palabra woori (“nosotros”) es el eje vertebrador de su sociedad y diría que funciona al revés que la mentalidad cristiana: en Corea del Sur la definición de uno mismo viene impuesta desde fuera. Lo que importa de verdad son las evaluaciones de los demás.
Por eso elementos externos como la ropa, el estatus o el rostro son tan importantes. La presión por adaptarse a los cánones, a los engranajes de la familia y el trabajo es tan brutal que alimenta otra triste estadística en la que destaca Corea del Sur: su tasa de suicidios es una de las más altas del mundo y la más elevada entre los países de la OCDE.
Lo sorprendente es que esa construcción exterior de la persona no es un gesto superficial. Al menos no como lo entendemos nosotros. Es una cuestión de mentalidad colectiva. Si uno puede ser más guapo, no hacer nada para remediar su fealdad está mal visto, es de perezosos, de parásitos.
Así, el juego surcoreano no sólo consiste en destacar en un país muy competitivo. Consiste sobre todo en no fallar al resto de la sociedad. Es la antítesis del individualismo en una sociedad turbocapitalista. Es la paradoja de Melissa, la chica que nunca pensó en operarse y que ahora trabaja, cabizbaja, en una clínica de Seúl.
–¿Tu entorno te presionó para operarte?– le pregunto a antes de cruzar el umbral de la puerta.
–Hay gente que te juzga. Entonces te miras al espejo y decides hacerlo. Eso no está bien. Es como si constantemente te dijeran: “¿Por qué no pruebas esta pizza?”. Al final la pruebas. Todo el mundo lo hace: mi madre, mis amigas. Es más normal operarse que no operarse.