Aún quedan unos días para la vuelta al cole y los niños de este vecindario de Cleveland se relajan en torno al centro de recreo de Cudell, un edificio de ladrillo claro que incluye un gimnasio que ofrece clases de boxeo, una piscina cubierta y canchas de baloncesto y voleibol.
A la entrada del centro hay un parque con unos columpios y un cobertizo hexagonal rebosante de velas, peluches y flores secas. Sobre un banco está escrito con témpera verde el nombre de Tamir Rice, el niño de 12 años que murió abatido por los disparos de un agente de policía en este lugar.
Ocurrió el sábado 22 de noviembre de 2014 mientras Tamir merodeaba por el parque con una pistola negra de juguete. En torno a las tres de la tarde empezó a apuntar a quienes cruzaban el parque a media luz.
Un vecino se asustó y llamó al teléfono de emergencias. Explicó lo que estaba viendo pero advirtió que el chico podría ser un menor y que no estaba seguro de que el arma fuera de verdad.
La telefonista preguntó varias veces si el chico era negro o blanco y tomó nota de su atuendo: una gorra de camuflaje, una cazadora con mangas negras y un pantalón gris.
Los agentes Frank Garmback y Timothy Loehmann apenas tardaron unos minutos en llegar. Pero la telefonista no transmitió bien el testimonio de quien había llamado al teléfono de emergencias: no dijo que podía ser una pistola de juguete ni que su portador podía ser un menor.
“Hay un chico negro sentado en un columpio y apuntando a la gente con una pistola”, decía el mensaje que escucharon los agentes en la radio de su coche patrulla.
Lo que ocurrió entonces quedó registrado en una cámara de vigilancia que cuelga de un poste de teléfonos y salió a la luz unos días después.
El coche policial penetró en la escena atropelladamente y el agente Loehmann disparó sobre el niño, que cayó abatido sobre el césped nevado del parque municipal. Loehmann disparó dos veces su pistola reglamentaria a menos de dos metros de Tamir, al que una bala le reventó la vena cava, la pelvis y los intestinos según el informe de la autopsia que se publicó unos días después.
El niño no murió en el acto pero durante cuatro minutos no recibió atención médica de los agentes, que lo abandonaron sobre el césped y maniataron contra el suelo a su hermana, que gritó al ver lo que acababa de ocurrir.
El primero en atender a Tamir fue un agente del FBI que se acercó al escuchar los disparos. Ni ese agente ni los doctores del MetroHealth Medical Center lograron salvar la vida del niño, que falleció seis minutos antes de la una de la mañana del 23 de noviembre de 2014.
El lugar del crimen
El lugar donde murió Tamir Rice era todavía un santuario cuando lo visité a mediados de agosto, unas horas después del primer debate de las primarias republicanas de 2016.
Sobre la mesa donde se sentó por última vez el niño había un elefante granate, un conejo rosa y una docena de osos de peluche. Un ramo de flores secas y un cartel amarillo con su foto y unos globos daban fe de la su decimotercer cumpleaños, que Tamir habría celebrado el 25 de junio de este año de no ser por el tiroteo fatal.
El centro de recreo de Cudell es un hervidero de niños afroamericanos que se refrescan en torno a una fuente a última hora de la mañana. Quedan unos días para que empiecen las clases y muchos vienen aquí porque sus familias trabajan o no tienen recursos para darles de comer.
El centro está en corazón del barrio de Cudell, que lleva el nombre de un arquitecto alemán que construyó muchas de las iglesias históricas de Cleveland y que vivía en este rincón del oeste de la ciudad.
Las calles de Cudell conservan cierto sabor industrial: aquí estaba la empresa que rechazó al joven Henry Ford como mecánico y la primera fábrica de chicles del país. Pero el barrio ha sufrido una crisis similar a la de otros lugares del Medio Oeste.
Quedan fábricas pequeñas que producen aspiradoras, piezas de coches o productos lácteos. Pero el barrio ha perdido un tercio de sus habitantes en el último medio siglo y ha sufrido en los últimos años los efectos de las drogas y la marginación.
Al otro lado del parque vivía Tamir con su hermana Tahai y su madre, Samaria Rice, que desde entonces han abandonado el vecindario para no ver desde su porche el lugar donde murió.
Se mudaron primero durante tres meses a un albergue para personas sin hogar. Sólo a principios de abril y gracias a las donaciones de otros vecinos encontraron una casa en otro barrio de la ciudad.
El abogado
“Quienes viven en este barrio no son personas ricas ni sofisticadas. El centro de recreo es un lugar concebido para que los niños estén a salvo y fuera de la calle. Es increíble que un niño de 12 años haya muerto junto a un lugar así”, me explica el letrado afroamericano Walter Madison en una cafetería al otro lado de la ciudad.
Madison es el abogado de la familia de Tamir desde diciembre del año pasado. Alguien que conocía a la madre del niño se le acercó en una iglesia afroamericana y desde entonces ha ayudado a la familia a mantener viva la investigación.
Madison se crió en Youngstown, otra ciudad de Ohio. Sus padres le llevaron a una escuela católica donde soportaba los insultos racistas de sus compañeros. “Uno me llamó nigger y me escupió un día en la chaqueta”, recuerda. “Se lo dije a una profesora y me dijo que me limpiara y volviera a clase”.
Sus abuelos llegaron a Ohio desde el Sur para trabajar en las minas de carbón y en la siderurgia. Youngstown era entonces la capital del acero y los negros se alojaban en vecindarios de viviendas sociales donde se perpetuaban algunos males de la herencia de la esclavitud.
El objetivo era enseñar a vivir en un entorno urbano a personas que llegaban de casas rurales sin agua corriente. Pero esos barrios enseguida degeneraron en guetos donde la policía sólo entraba para arrestar a los jóvenes.
“Mi padre me decía que no me fiara de la policía”, explica Madison. “Al ver a los agentes, siempre sabíamos que había algún problema. Alguien iba a ir a la cárcel”.
El padre de Madison sirvió como marine en Vietnam y trabajó como obrero en la General Motors. Su hijo recuerda que le inculcó desde niño que la educación era el único camino que conducía fuera del gueto. “Mis padres se sacrificaron para que yo rompiera ese círculo vicioso”, dice. “No puedes esperar progresos en un barrio si los chicos no tienen una buena educación”.
Madison estudió Derecho y desde hace unos años ejerce como abogado en casos relacionados con los derechos civiles y el bienestar de la comunidad. Asegura que los vecinos de barrios como Cudell tienen los mismos problemas que hace cuatro décadas y que la muerte de Tamir no es sino un síntoma de esa situación.
A finales del año pasado, Madison gestionó el peregrinaje de la familia del niño por los diarios y por las televisiones. Se trataba de presionar a la policía de Cleveland y al fiscal Tim McGinty, que al principio difundieron testimonios que presentaban la muerte de Tamir como el fruto de un error para evitar que los agentes Loehmann y Garmback fueran a prisión.
“El vídeo sólo lo publicaron después de escuchar las protestas de la gente”, dice Madison. “Hace unos años nunca habríamos visto una grabación así”.
La policía llegó a decir que Tamir estaba apuntando al coche cuando recibió los disparos y que el agente Loehmann había advertido al niño antes de disparar. Lo primero quedó desmentido por el vídeo y lo segundo no lo recuerda ninguno de los testimonios recogidos durante la investigación.
La pistola de juguete no era de Tamir sino de un amigo que se la prestó unos minutos antes de recibir los disparos de la policía. Era un arma negra sin el distintivo naranja que suele identificar a este tipo de pistolas. Su dueño la había desmontado y al montarla de nuevo no fue capaz de volver a colocarlo.
Ese distintivo naranja podría haber alertado al testigo que llamó al teléfono de emergencias. Pero no al agente Loehmann, que disparó cuando el coche patrulla ni siquiera se había detenido y a sólo dos metros de Tamir. Unos días después de la muerte de Tamir, la prensa local descubrió que los dos agentes que respondieron a la alerta tenían manchas en su hoja de servicios.
Garmback, de 46 años, arrojó al suelo y agarró del cuello a una mujer que obligó a la ciudad a abonar una indemnización de 100.000 dólares. Loehmann, de 26, ni siquiera llevaba un año en la policía de Cleveland. Pero antes había trabajado durante cinco meses en la del condado vecino de Independence, donde un supervisor lo había definido como una persona inestable, incapaz de manejar un arma y de seguir “órdenes básicas” y “distraído y lloroso” por los problemas de una relación sentimental.
"Estos detalles por sí solos no serían graves pero juntos muestran falta de madurez”, explicaba el informe del supervisor. “No creo que el tiempo ni el la formación sean capaces de cambiar o corregir estas deficiencias".
Ese informe no impidió que Loehmann encontrara un empleo unos meses después en la policía de Cleveland. “¿Cómo se le puede dar una pistola a un tipo con un historial así?”, dice el abogado de la familia Rice.
La familia del niño
Madison conoció a la familia de Tamir dos semanas después de su muerte. “Me encontré con una familia muy vulnerable cuyo espíritu estaba roto”, explica. “Sabía que no sólo tenía unos clientes sino una causa y quería saber si iban a soportar la presión”.
Los padres de Tamir se llaman Leonard Warner y Samaria Rice y hace años que no viven juntos.
Warner tiene varios antecedentes por violencia de género. Entre ellos un asalto con arma blanca contra la madre de su hijo en diciembre de 2001. Rice fue condenada en 2013 por tráfico de drogas. Unos años antes fue condenada en un tribunal de Cleveland a seis meses de cárcel por asalto.
“Alguien filtró esos datos a la prensa unos días después de la muerte de Tamir”, explica su abogado. El artículo incluye esta cita del psicólogo infantil Dan Flannery: “Crecer en un entorno así puede confundir a una persona joven. Es posible que no sepa cómo reaccionar en ciertas situaciones o cómo reaccionar ante la policía”.
Es un argumento que Samaria Rice ha rebatido varias veces sin esconder sus propios problemas. “Nunca le compré a Tamir una pistola de juguete”, decía en primavera durante una entrevista con el New York Times. “En mi casa estaban prohibidas hasta las pistolas de agua. Quizá por lo que pasó con mi madre, a la que acusaron de homicidio en 1989. Fue una disputa de violencia doméstica. Ella acabó disparando y el tipo murió. Yo tuve que declarar en aquel juicio. Tenía 11 años y medio. Imagine cómo ha sido mi vida después”.
La investigación
Un año después de la muerte de Tamir, su familia sigue esperando que se haga justicia. El 3 de junio de este año y sin que hubiera sido interrogado ninguno de los dos agentes, la oficina del sheriff anunció que la investigación había terminado y entregó el expediente al fiscal del condado, Tim McGinty, que debía revisarlo y decidir si convocar o no a un gran jurado. El sistema penal de Estados Unidos establece que son los miembros de ese gran jurado quienes deben decidir si se presentan cargos contra los dos agentes presentes en tiroteo que se cobró la vida de Tamir.
El informe de 224 páginas publicado en junio por la fiscalía incluye 27 testimonios. Ninguno corrobora las excusas de los policías, que aseguran que le dijeron tres veces al niño que levantara las manos antes de disparar.
El documento no llevó al fiscal McGinty a actuar de inmediato contra los policías. Esa inacción empujó a ocho líderes de la sociedad civil de Cleveland a solicitar a un juez que emitiera una orden de arresto contra los dos agentes. Esa solicitud llevó al magistrado Ronald Adrine a dictar una resolución en la que decía que el agente Loehmann debía ser arrestado y procesado por varios delitos, entre ellos asesinato, homicidio voluntario, homicidio negligente, homicidio temerario e incumplimiento del deber. Pero dejaba la decisión en manos del fiscal McGinty, que sólo hace unos días ha convocado a un gran jurado para decidir sobre la imputación de los agentes por la muerte de Tamir.
“El problema es la relación incestuosa entre cualquier fiscal y la policía local”, explica el abogado Madison. “El fiscal necesita a la policía para recoger pruebas y resolver casos todos los días. Eso explica la parsimonia con la que ha ido avanzando la investigación. Un caso así debería llevarlo alguien que no tenga lazos con la policía y cuyo cargo no dependa de una reelección”.
Ésa es la propuesta de dos informes encargados por la Casa Blanca y por el gobernador de Ohio, que recomiendan que un fiscal independiente investigue casos como el de Tamir.
La familia del niño presentó esta semana una petición con 200.000 firmas solicitando precisamente eso al fiscal general de Ohio. Unos días antes, McGuinty había cuestionado los motivos de la familia: “Son gente muy interesante. Dejémoslo ahí. Tienen sus propios motivos económicos”.
La decisión de no arrestar a los policías después de la muerte de Tamir es relevante. Una detención habría obligado a juzgar a los agente en 90 días. Al no estar detenidos, la ley no impone ningún plazo al fiscal para cerrar el proceso judicial.
McGinty ha demorado casi un año las primeras audiencias del gran jurado. Ese plazo es insólito y no se ha dado en los casos de otros adolescentes afroamericanos acribillados por la policía. El fiscal que investigó la muerte de Michael Brown en Ferguson reunió al jurado en cinco meses. El que investigó la muerte de Freddie Gray en Baltimore lo hizo en apenas un mes.
Los abogados de la familia Rice no se fían del gran jurado. “Nosotros no podemos interrogar a los testigos”, explica Madison. “Estamos en manos de la fiscalía. Ningún abogado independiente puede revisar las pruebas ni cuestionar a los expertos convocados por el fiscal”.
Estos meses no han sido fáciles para la familia del niño. En marzo, la ciudad de Cleveland culpó a Tamir de su propia muerte por “falta de cautela”, según se dice en un documento oficial por el que el alcalde se vio obligado a pedir disculpas unos días después.
El abogado Madison explica la actitud de algunas instituciones hacia los afroamericanos con una metáfora: “Yo odio las serpientes. Si encuentro una en mi casa cuando estoy cortando el césped, mi primer instinto es matarla porque no me gustan las serpientes y me dan miedo. Creo que hay una actitud similar hacia los afroamericanos que aumenta su inseguridad. El instinto de muchos blancos todavía es muy similar”.
El gran jurado
El fiscal McGinty publicó hace unos días los testimonios de dos expertos ante el gran jurado.
El primero lo ofreció el afroamericano Lamar Sims, auxiliar del fiscal de Denver. “No cabe duda de que la muerte de Rice fue trágica y descorazonadora si uno considera su edad”, explica. “Pero la creencia del agente Loehmann de que Rice presentaba una amenaza grave era objetivamente razonable como lo fue su respuesta a la percepción de esa amenaza”.
El segundo testimonio lo ofreció Kimberly Crawford, una agente jubilada del FBI, que subrayó en su informe que el policía no tenía ninguna forma de saber que la pistola de Tamir era de juguete. “Cualquier agente en las mismas condiciones y en un escenario similar habría concluido que disparar a matar era necesario”.
Son argumentos similares a los que ofrece Steve Loomis, presidente del sindicato policial de Cleveland. “Es una tragedia absoluta. No beneficia a nadie, tampoco a los agentes. Pero los hechos son los hechos y no cambian. Los policías no estaban en un lugar de ensueño”, decía esta semana Loomis, que recordaba que algunas bandas juveniles operaban en el parque donde murió Tamir.
El santuario
La madre y la hermana de Tamir Rice se han concentrado en este lugar de Cleveland varias veces desde hace un año. Pero este viernes de agosto el parque está semivacío a la espera del inicio del curso escolar. Una persona cruza el césped de vez en cuando de camino a la estación de cercanías y cuatro jóvenes juegan al baloncesto.
Muy cerca de los peluches del cobertizo, un niño afroamericano juega con unos alambres. Tiene la edad de Tamir. Lleva puestos unos pantalones cortos y una camiseta del equipo de Oklahoma y no desvela su nombre: “Puedes llamarme C”.
Explica que viene cada día a comer al centro de recreo porque su madre no está en casa a mediodía y pasa varias horas en el parque. “Mi madre me dijo que no jugara con pistolas después de aquello”, explica en el mismo lugar donde el niño fue acribillado. “Tamir iba a la escuela de al lado. Era mi primo”.