En París, la libertad vuelve a peligrar por el terror. Ha peligrado muchas veces. Michelet ya nos dijo que París olió a muerto en la Revolución Francesa. Y, ahora mismo, París huele a muerto.
Yo llegué a París en 1948, con 24 años. Un París muy diferente al de estos días. Residí en el Boulevard Raspail, frente a la rue Campagne Première, donde vivían Jean Paul Belmondo y su padre, un escultor estupendo. Aquel París era un ámbito de libertad. Belmondo esperaba a su novia en mi portal. La novia era Soraya Esfandiary, que luego fue emperatriz de Persia.
En mi tiempo, yo asistí al estreno de Esperando a Godot. Vi el primer acto y me quedé deslumbrado. En el descanso fui a ver a Beckett para pedirle los derechos para la traducción. Entonces, yo escribía en La Coupole, cerca de donde se sentaba Beckett. No le molestaba nunca, pero había españoles intrépidos que le interrumpían: “¿Usted es Beckett?” ¡Qué groseros!
Me acuerdo de Bataclan. La visité alguna que otra vez, cenando allí. Tras la cena se apartaban las mesas y se bailaba el cancán. Ahora, tras el terror, se ha cantado La Marsellesa. París sigue siendo el de La Marsellesa, que ha representado las libertades del hombre. Ahí está, como la Biblia.
Veíamos la globalización con esperanza y, sin embargo, tiene sus problemas. Pero, en algún sentido, es buena. Para la cultura lo es, porque hay un conocimiento de lo extraño, lo lejano, lo exótico, y se nos obliga a penetrar en el otro, a sentirnos el otro.
El tema del otro lo he tratado en mi obra. Para el Teatro Español voy a presentar una obra que se llama Visitas a los monasterios; una ópera cómica, donde trato de la captación de los jóvenes para el terrorismo.
No creo que esta España resucite, a no ser que haya esperanza tras las elecciones porque no tenga mayoría absoluta el PP
En La misa del diablo, que acabo de publicar, se dice: “Este es el último siglo que le toca vivir a España”. Esa frase la escribe el joven de 14 años autor de la obra. Y dice que aparecerán monstruos. Y yo lo creo.
En esta obra, una dama asesinada va a la iglesia a que se la resucite. ¿Hay que resucitar a España? No creo que esta España resucite, a no ser que haya alguna esperanza tras las elecciones porque no tenga mayoría absoluta el PP.
Rajoy ha tenido cuatro años para hacer muchas cosas. Las ha prometido pero no las ha hecho. A Ciudadanos no lo veo mal, pero yo soy más radical. Yo he votado siempre PSOE, o IU, pero el PSOE me parece tibio.
El último siglo de España. Ese es el temor del niño de 14 años. Yo, de chico, tuve mucho miedo en la Guerra Civil. Mi padre fue gobernador civil de Toledo durante la República. Cuando terminó la guerra, fue denunciado, él y mi tío Cirilo del Río, que fue ministro en la República.
Antes de la guerra, mi madre y mi tía Gloria me llevaban al teatro con las entradas que le daban a Cirilo. Recuerdo el estreno de El otro, de Unamuno. A la salida del Español, Lorca gritó: “¡Odio a Unamuno, que se muera Unamuno!”.
España… La situación de Cataluña es irremediable. Por encima de todos los acuerdos, que ojalá vengan, el catalanismo reticente no va a terminar nunca.
He amado a hombres, eso también, y algunos muy importantes. Entre ellos, Vicente Aleixandre
Nací en Valdepeñas en 1924, en esa Mancha de Alonso Quijano, de Bono y de Cospedal. La Cospedal no me gusta nada. No me gustan nada ni las mantillas ni las procesiones.
No soy muy amigo de contar intimidades, pero mi padre era muy guapo, muy elegante, hijo de un banquero. Y tenía unas costumbres y unos modales que a mí me admiraban. Yo me enamoré de mi padre.
He tenido amantes mujeres magníficas. Estuve a punto de liarme con Alida Valli, la bella de Senso, de Visconti. Pero me dije: “¿Qué vas hacer? No te cases con una famosa que lo vas a pasar muy mal”.
He amado a hombres, eso también, y algunos muy importantes. Entre ellos, Vicente Alexandre. Le conocí cuando yo tenía 17 años porque cogía el tranvía 36, que subía de Gaztambide a Cuatro Caminos. Cruzábamos miradas “verdes”, como dice Lorca. Nos entendíamos.
España vive en libertad la homosexualidad. En el tiempo en que viví en Venecia no había tanta libertad aquí
España vive en libertad la homosexualidad. En el tiempo en que viví en Venecia no había tanta libertad aquí. Se ha adoptado después, pero es tibia. Siguen existiendo prejuicios de todo tipo alrededor de la homosexualidad.
De haberme quedado en aquella España estreñida, militar y fanática, hubiera terminado en Carabanchel o escribiendo El Jarama, pensé. Pero hoy a Ferlosio le admiro. Huir lo veía imprescindible. Me fui a París, y me casé con Geneviève Escande, cuyo tío era secretario perpetuo de la Comédie Francaise. Ginette era de una familia encopetada de judíos franceses. Conocí el mundo de Proust muy de cerca. Era la gran vida, el “Tout-Paris”.
Me hice amigo de Alberto de Vestas, agregado cultural de España. Cuando le nombran cónsul en Sicilia me facilita trabajar en el teatro Máximo de Palermo. Comencé por todo lo alto estrenando El capricho español, de Granados, en una temporada con Visconti y Zeffirelli. A Rossellini le conocí cuando hice La vida breve, de Falla. Fui su amigo, estaba muy triste y engordaba. Le había dejado Ingrid Bergman.
Luego fui a Venecia. Allí conocí a Peggy Guggenheim y a Raúl de Carrera, descendiente de un virrey del Perú. Raúl vivía en el Palacio Dario, el más bonito palacio gótico de Venecia. Solía venir Cocteau. Qué noches tan fantásticas.
Tras volver a España y muerto Franco, en el 76, Alonso me estrenó La carroza de plomo candente. Ocho meses en cartel y un millón por mes. Y compré esta casa de Concepción Jerónima.
La izquierda no me trató mal. Tenía simpatía por los comunistas porque fueron esenciales en el cambio de España
He tenido amigos y enemigos. No me llevé mal con Pilar Miró. Me consultaba cosas, naturalmente para que yo le dijera que estaban bien. Con Marsillach me llevé de otro modo. Yo sabía mucho más de teatro que él.
La izquierda no me trató mal. Escribí en Mundo obrero. Tenía simpatía por los comunistas porque fueron esenciales en el cambio de España. Me llevé muy bien con Carrillo.
Los socialistas me trataron peor. Cuando Ionesco vino a mi casa, tuve la imprudencia de decírselo a un socialista muy fanático que se presentó en casa y se puso a insultarle.
Hemos estado muy mal dirigidos. Los nietos de Franco son los que nos están haciendo la vida imposible
Pelo de tormenta fue un “boom”. La dirigió Pérez de la Fuente. Colaboró el gran pintor José Hernández. Yo soñaba con que mi teatro se realizara en una plaza pública y el María Guerrero lo fue. Jose Pedreira, mi mano derecha, ha sido el gran discípulo de Pepe. En su pintura tiene mucho de él, y algo mío.
Nosferatu es muy europea. Yo viví la guerra europea y me alimenté de las atrocidades de los campos de concentración. Un tío mío, Ramón Rodero, padre de José María, pasó por Buchenwald.
Como director, mi mejor montaje ha sido el de Los baños de Argel, de Cervantes. Un chico me dijo que lo que más le gustó en aquella temporada fueron los Rolling Stones y Los baños. Fue el colmo, la gente joven se lo montó y olía a hachís por todas partes.
Soy un vanguardista, pero amante de Arniches. No está reñida una cosa con otra. En La misa del diablo está la influencia de Jarry. Siempre me he sentido extranjero. En eso soy muy patriota, porque soy muy español, muy manchego.
He vivido la admirada Transición, pero ahora España parece estar en la cola y es horrible. ¿Hemos fracasado los españoles? No. Hemos estado muy mal dirigidos. Los nietos de Franco son los que nos están haciendo la vida imposible. ¿Hay salvación con los bisnietos? No lo creo. Aunque hay una brecha de esperanza en lo que propone Podemos.
He tenido el Príncipe de Asturias y estoy en la Academia, a la que me llevaron casi a la fuerza, y ya es mi casa. He sido finalista del Cervantes tres veces. Me puede pasar lo que a Valle-Inclán, que fue “al que nunca le dieron el Fastenrath”. Podrán decir: “Nieva, al que nunca le dieron el Cervantes”. Pero a lo mejor el próximo año…
Temo a la muerte. He tenido una vida brillante y feliz y perderla me da miedo
Soy un posmoderno. A partir del descubrimiento del postismo. El Reina Sofía me compra cinco cuadros de aquella época. Después de la posmodernidad no veo nada claro. Todo es una mala copia. El arte conceptual y las instalaciones, todo eso es una pamema. Hay que echar el telón, para levantarlo con un cuadro más optimista.
¿La muerte es un telón? La muerte es algo terrible. La muerte ha tomado una dimensión tremenda, sobre todo a causa de los prejuicios religiosos que obnubilan a la humanidad. Y lo estamos viendo en los crímenes de la yihad.
Temo a la muerte. He tenido una vida brillante y feliz, y perderla me da miedo. Decir que todo esto va a desaparecer, que está lleno de significación y de espíritu, y lleno de pasión… Aunque para mí la vida es un castigo, y el mayor castigo de todos, la sexualidad.