El odio al que no tiene nada
Cientos de personas sin hogar han sufrido insultos y agresiones. Estos son sus testimonios.
27 diciembre, 2015 03:00Noticias relacionadas
Solo en Barcelona 2.700 personas no tienen un hogar, según Xarxa d’Atenció a Persones Sense Llar, que ofrece censo sobre las personas sin hogar en la ciudad. De ellas, 434 duermen en la calle. El INE, en 2012, calculó que en toda España había un total de 23.000 personas sin hogar, aunque el registro no da una visión ni actualizada ni rigurosa. En muchas ciudades las autoridades locales ni siquiera hacen un censo. Si lo hacen, en muchos casos no es accesible.
A la ya dura realidad de vivir a la intemperie se une el trato vejatorio que reciben las personas sin hogar. El 47,1 % denuncia haber sufrido un delito de odio. Son episodios que van desde los insultos hasta duras agresiones físicas, según el primer estudio realizado por el observatorio Hatento, en el que se integran varias organizaciones que trabajan contra esta lacra y que está liderado por Rais Fundación. Para la elaboración del estudio se hicieron 261 entrevistas en profundidad sobre una población de 7.126 personas a las que atienden las organizaciones integradas en el observatorio Hatento (estudio completo).
El fenómeno se conoce como aporofobia: un término acuñado en 1996 por la catedrática de Ética Adela Cortina y que quiere decir odio al pobre. "No marginamos al inmigrante si es rico ni al negro si es jugador de baloncesto ni al jubilado con patrimonio: a los que marginamos es a los pobres", escribía Cortina.
Así como los delitos de odio motivados por condición de raza, orientación sexual o religión están tipificados en el Código Penal (artículo 22.4), la aporofobia no supone ningún agravante.
Estos testimonios en primera persona fueron recogidos para Rais Fundación con el objetivo de acompañar este estudio. En ellos se percibe el miedo diario que sienten las personas sin hogar, temerosas de que venga cualquiera a 'divertirse' mientras insulta, orina o pega a una persona indefensa. Porque los delitos de odio contra personas sin hogar tienen un componente claro de ocio: el 28,4% de las agresiones las cometieron jóvenes que estaban de fiesta.
El 10,1% de las personas sin hogar denuncia además que los autores de esos tratos vejatorios son precisamente quienes deberían perseguirlos: los miembros de distintos cuerpos policiales. Las agresiones cometidas por grupos neonazis supone un 7,3% de los casos recogidos en el estudio.
El principal factor de vulnerabilidad de las personas sin hogar es lo que las define: la carencia de un hogar estable. Más allá de las actuaciones asistenciales y los actos caritativos, la solución pasa por romper el círculo vicioso de estar en la calle por no tener una casa, proporcionando hogares estables que los vuelvan a integrar en la sociedad.
TONI, 46 años
"Llevo desde los 14 años viviendo en la calle. Nací en la Uva [barrio de Madrid], pero me llevaron muy chico a Cádiz, a vivir con mi abuela. Cuando volví a Madrid, con 14 años, comenzó mi ruina. Fui yo el que cerré la puerta a todo ser humano, no solo a mi familia, tras el fallecimiento de una persona. Las drogas, la golfería... Por eso llevo 30 años en la calle.
Viviendo en la calle me han hecho levantarme y salir corriendo de donde estaba porque venían a por mí. Hasta los mismos vecinos se organizaban con palos y encapuchados para que no les reconociéramos. Me da mucha rabia que me llamen basura o escoria. A mí me dicen 'no vales para nada' y yo les digo 'pues tú no vales ni para tomar por saco'.
¿Qué diferencia hay entre tú y yo? La calle. Tú vives en tu casa y yo no. Te cambio tu casa por mi cartón. Nosotros no generamos ningún beneficio, todo perjuicio: meamos en la calle, estamos en la calle, dormimos en la calle, ocupamos la acera de la calle. Te puedes acostar por la noche diciendo otro día más, ha pasado el entero día y no me ha pasado nada y eso es ya una satisfacción plena para mí, que estoy en la calle, que paso penurias, frío, calor, hambre y el riesgo de que te pueda pegar alguien.
Llega la noche, sé que voy a acostarme y es una satisfacción para mí. El despertarme todas las mañanas, abrir los ojos y saber que estoy vivo es una satisfacción. Más grande de lo que uno piensa. Yo doy las gracias todos los días. No sé a quién porque no soy creyente, llevo esto [dice señalándose la cruz que lleva al cuello] porque me la han regalado. A éste le mataron en la cruz. La fe no llena el estómago. La calle no da fe”.
RAFA, 54 años.
"Llevo 35 años viviendo en calle. He vivido muchas cosas malas en la calle. Robos, insultos, te echan de los cajeros. Y lo hace gente normal. Una vez, estando en el banco de un parque me tiraron unos zapatos a la cara para que me fuera.
[Rafa, que llevaba bebiendo desde la adolescencia, decidió dejar el alcohol cuando se enteró de que su padre había fallecido]
Pedí ayuda para dejar la bebida. Hoy ya no tengo que estar preocupado por buscar un sitio para dormir o buscar un sitio donde me den de comer. Es muy duro tener que ir todo el día pensando en dónde comer o en dónde dormir".
RICARDO, 49 años.
"Soy de Honduras. Llevo cinco años viviendo en España. Tengo estatuto de refugiado porque tuve problemas en mi país. En Honduras me dijeron que no me podía quedar, que nadie podía garantizar mi seguridad.
[Ricardo era en su país un activista defensor de los derechos de la comunidad gay. Aquí en Madrid estuvo unos meses en un piso de acogida hasta que la ONG que le ayudaba tuvo que cerrarlo por falta de presupuesto]
Yo me vi en la calle. Yo nunca había vivido en la calle. Yo no sabía cómo se vivía en la calle, me daba pena pedir dinero o comida y dormía donde me agarraba la noche. Para mí vivir en la calle fue lo peor. Incluso intenté suicidarme. Tenía mucho miedo porque todavía aquí tenía miedo a lugares llenos de gente. A la policía le tenía pánico. Por las noches no dormía, porque me podía pasar cualquier cosa. Llegó hasta un punto en que pedí retornar a mi país, sabiendo que me allí me podían matar. Mejor eso que la calle.
Hoy, gracias a la ayuda de varias ONG, tengo el alojamiento cubierto. Me conformo con ser una cuarta parte de lo que fui. Una cuarta parte. Nada más".
ROCÍO, 40 años.
"He vivido un tiempo largo en calle, más de 10 años. Ha habido algún que otro personaje, por llamarlo de alguna manera fina, que me ha tratado, en vez de como persona y mujer, como objeto y como basura. Como yo no soy ni un objeto ni una basura, prefiero levantar mi cabeza y seguir para adelante.
A veces se te quedan mirando al pasar delante de ti. Y yo les digo: 'En lugar de quedarte mirando, podrías llevarme a casa que no he cenado todavía'. Se echan para atrás y yo sigo mi camino. ¿Por qué no te acercas y me preguntas si necesito algo? Estoy en calle por circunstancias de la vida. He tenido problemas en casa y he decidido salir de ese entorno problemático. Considero más familia a mis compañeros de calle que a mi familia. Yo la ayuda la encuentro más de la gente de la calle que de la mía propia".
FLOREN, 50 años.
"Me han tirado cervezas encima, han meado sobre mí... Los que más te atacan son los que aparentemente tienen más educación. Son los que más estudios han tenido. [Nos atacan] porque su posición en la sociedad es mucho más alta que la nuestra. Son los que más te humillan, te desprestigian, y eso que ellos están en lo más alto y tú estás tirado en el suelo. Tú no eres nadie. No representas al ser humano, no representas a los que ellos creen que tienes que representar.
Dicen que somos personas en 'riesgo de exclusión'. ¿Dónde está el riesgo? Yo ya estoy excluido. No estás en riesgo de exclusión, estás ya excluido. No tengo casa, no tengo trabajo. Yo me he tirado 15 años en la calle, buscando fuerza para seguir. Me ha costado mucho y me sigue costando.
Es más frecuente que te orine alguien encima a que venga alguien a darte una pizza que le sobra porque le han dado un 2 por 1 y no puede con las dos. No sabes lo que conlleva físicamente y mentalmente. No sabes lo que es estar en la calle hasta que estás. Hoy por hoy habría que educar a la sociedad. Una persona que está en la calle no está porque ella quiera. Hay un problema de por medio.
La familia te repele un poco. La familia no quiere ese problema y tú tampoco le quieres salpicar con tu problema. La calle te hace valorar que cuanto menos necesitas más tienes. En un círculo normal o establecido, tienes sueños, ambición. En la calle no tienes sueños, tienes pesadillas. A una persona para que te dé trabajo no le puedes decir, '¡eh, estoy en la calle!'. Te tienes que acicalar mucho más".
ANTONIO, 59 años.
"He vivido nueve años en la calle en diferentes etapas de mi vida. He sido legionario en Ceuta y durante muchos años fui panadero. En la calle vives y ves muchas calamidades. Pasas frío, calor, te miran mal, te insultan y te pegan sin haberles hecho nada de nada. Te pegan porque les da la gana. A mí me rompieron los dientes. Era de noche y fueron unos chavales jóvenes que iban a una discoteca.
Vino uno a pedirme un cigarro. Le dije que no tenía. Se subió a la discoteca y bajó otra vez a pedirme el cigarro. Yo estaba tumbado, medio dormido. Como no se lo di me pegó dos o tres patadas en la boca. Me rompió los dientes. Yo sin estar sin hogar no me tocan. En la calle no hay nada bueno. Al revés. Todo malo. Te hacen ser malo y tener odio, porque te crees que te van hacer algo o te lo hacen. Porque eso no lo sabes. Porque como te pillen como a mí durmiendo estás vendido".
COSTELO, 60 años.
"Llevo 25 años en España. Salí ilegalmente de Bucarest. Aterricé en Madrid sin un duro. En Rumania trabajaba de mecánico y tornero. Aquí nunca he trabajado de tornero. Empecé como barrendero los fines de semana y entre semana trabajando en distintas cosas, en la construcción, en la obra... Había mucho trabajo.
[Después de dos separaciones en las que perdió sus casas, Costello cayó en una depresión. Para no terminar en la calle compró un coche a plazos que ha sido su hogar estos últimos seis años]
"No me despegaba del coche nunca. Era lo único que tenía. He tenido momentos de miedo. Nunca por mí directamente. Una noche aparecieron unos siete jóvenes, menores de edad yo creo, a romper los cristales de los coches que estaban en el aparcamiento. Fui oyendo como se acercaban al mío. Desde fuera se veía que había alguien allí dentro durmiendo. Arranqué el coche y eso hizo que salieran corriendo. Los coches estaban destrozados, el mío sólo un poco.
Gracias a la pesca conseguí salir de la depresión. Tenía mucho tiempo libre. Yo no sabía pescar. Empecé a ir a un lago para pescar. Allí conocí mucha gente e hice amigos".
[Costello vive, desde hace tres meses, en un piso de autonomía de RAIS Fundación]
DIONI, 49 años.
"He pasado más de diez años viviendo en calle. La calle es lo peor que hay. ¿Por qué? Porque tienes que proteger tu vida, porque cualquier día te pegan y te quedas allí. ¿El peor episodio? Yo dormía en un cajero, en una zona de baretos. Hacía mal día, llovía y sobre las dos de la mañana es cuando pegaron una pasada y abrieron la puerta [del cajero].
Eran unos tipos jóvenes. Me pillaron durmiendo en un saco y como era de esos militar que no tiene cremallera, no me dio tiempo a hacer nada. Me comí la paliza. Se fueron tan contentos y se contaba uno al otro: '¡Le hemos pegado a un vagabundo!'. La segunda ocurrió después de una semana y ya estaba yo preparado y me pude defender. Eran los mismos. Como es una zona de baretos al lado, saben que hay gente allí durmiendo en los cajeros y van a molestar.
Al final tuve que irme de esa zona una temporada. Yo creo que es una diversión para ellos. Se divierten pegando. Yo veo a una persona durmiendo en un banco y le yo voy a intentar ayudar en lo que pueda porque yo he pasado por eso. Ahora vivo en una habitación de alquiler. Yo en la calle era la escoria. Que te crees que te va a decir la gente '¿hola cómo estás?'. Esas cosas cuando estás en la calle no ocurren. Sientes que se aparta de ti la gente. Sobre todo los que van bien vestidos, los que llevan corbata. Te miran como si tuvieras una enfermedad".
RYAN, 38 años.
"Llevo tres meses viviendo en la calle. Me separé de mi mujer y acabé en la calle. He pasado mucho miedo. Una vez en el cajero donde duermo unos jóvenes nos amenazaron. Te tienes que encerrar desde dentro para evitar que te vengan a molestar o que te vengan a robar. Yo soy hombre de fe, de educación. No me gusta que me miren mal o que me insulten. Sólo pido respeto.
Recuerdo un día que estaba en un parque donde me acuesto a dormir la siesta después de comer. Vino un grupo de jóvenes. Querían que me moviera. Empezaron a saltar alrededor de mí. Saltaban sobre mí para darme miedo. Uno de ellos soltó: 'Tengo ganas de pegarle una patada a uno de éstos'.
Entonces me alejé. Era un grupo de siete o nueve personas entre 13 y 15 años en esa edad peligrosa que si les dices algo te pegan. Si son tantos, es mejor irte.
Cuando te ven con pertenencias, no te dejan entrar en el restaurante o en el bar o te dicen que te quedes fuera. Yo quiero sólo tomar café, lo voy a pagar igual que todos. Hay un cierto grado que es por racismo. Yo lo he notado cuando he estado en la calle. Antes no. Te dicen: 'Mira, ya viene el rumano este'. ¿Pero tú no sabes ni de dónde soy? ¿Qué más te dará si soy de Bulgaria, Rumanía o de dónde sea? También hay un bar donde nos tratan muy bien, nos dejan lavarnos, tomar café, también hay gente buena".
DIMITRI, 36 años.
"Llevo diez años en España, cinco de ellos en la calle, porque no puedo tener los papeles a raíz de un juicio pendiente por viajar con un billete de metro falso. Estás en el cajero durmiendo y la gente te despierta, te insulta.
No estoy enfermo, estoy con fuerza, pero no quiero estar en la calle. Cinco años en la calle no son cinco meses. La policía te despierta mal, por si has visto algo, si conoces a alguien que están buscando. En un cajero te proteges, te puedes encerrar por dentro, hay vigilancia por cámaras. Hay veces que si veo algo malo en la calle aviso a la policía. Los viernes y los sábados hay mucha gente joven. Hay peleas. Hay gente que te insulta. Yo no me peleo con nadie. Yo soy europeo. Tengo los mismos derechos".
JOAQUÍN, 50 años.
"He vivido muchos años en calle. En distintas épocas. Siempre que he tenido algún trabajo en el campo, he juntado algo de dinero y me he alquilado una habitación. Si no tenía dinero, pues a la calle. Lo pasas mal.
Recuerdo una vez que paseaba por una plaza, cerca de un restaurante con mi chica y la perra que teníamos. Había allí un hombre durmiendo, al que no conocíamos. Se había incorporado para mear en el sitio de los cubos de basura y, por lo visto, el reguero de la orina iba hacia la terraza. Salió el camarero [del bar] con un cubo de agua. Yo le saludé, porque lo conocía.
Sin mediar palabra, me tiró el cubo de agua encima. 'Iros a la mierda, a tomar por culo, a mear a otro sitio...'. Yo le dije: '¿qué haces tío?, ¡estás majara!' Se metió en el bar mientras yo le reprochaba desde la ventana lo que había hecho.
Al darme la vuelta para irme, apareció desde dentro y me dio un porrazo en la cabeza con una barra de cobre forrada. Acabé con la arteria de la cabeza seccionada. Algún vecino llamó a la policía. Se presentaron unos cuantos números y secretas. Preguntaron a la gente. Todos dijeron lo que había pasado, que yo no había molestado a nadie, que ni siquiera andaba pidiendo entre las mesas. Puse la denuncia porque si no denuncias al final puede parecer que el malo eres tú pero no sirvió de nada. Pegarle a un pobre o a un mendigo no tiene importancia".
JOSÉ, 47 años.
"Llevo viviendo aproximadamente nueve años sin un sitio fijo. Desde que mi madre murió no tengo familia. La gente de la calle es mi familia.
Ves agresiones, insultos, ves de todo. Incluso una vez vimos a un tipo con un bate de béisbol. Tuvimos que salir por patas. Son normalmente gente muy joven, muchos de ellos pijos, otros con una estética muy peculiar, muy nazi.
La gente en un local se pone al otro lado, lo más lejos posible. Vas a entrar en un baño y entra la señora a limpiarlo durante cuatro horas para que no puedas usarlo. Cuando voy a un supermercado, yo lo noto. Coges dos cartones de vino, te pones a contar las monedas para pagar y ya te están mirando de arriba a abajo: 'Ojo que este es de la calle. Este es un borracho'.
En algunas plazas te ponen cristales en el cemento para que no te puedas tumbar. Los bancos, en Tirso de Molina [habla de Madrid], por ejemplo, te los ponen [estrechos] de uno. En la calle Serrano, que es un sitio pijo, te los ponen para que solo te puedas dormir hecho un siete".