El carcelero era el taxidermista
Carlitos 'Piernaslargas' llevaba décadas encerrado en un zulo de la casa de su hermano. Éste cobraba la pensión mientras que Carlitos vivía desnutrido y aislado.
2 enero, 2016 01:54Noticias relacionadas
A Carlitos lo mantuvieron encerrado durante una eternidad. Unos vecinos dicen que fueron dos o tres años. Otros aseguran que hace cinco que no lo ven recorrer a paso largo y fumando un pitillo por las calles de su pueblo, Dos Hermanas (Sevilla). Alguno aventura que estuvo ocho o 10 años recluido en ese palomar que la familia usaba antes como trastero y que se ubica en el número 26 de la calle San José.
Allí lo condenó a permanecer recluido su hermano mayor, el taxidermista Guillermo, quien lo envió al encierro por su discapacidad psíquica. Pepi, la vecina de enfrente, no sale de su asombro. Es una mujer chaparra, de pelo cano y gafas de unos pequeñísimos cristales redondos. “Desde que me enteré estoy a base de tilas”, explica.
En la azotea de la parte trasera de la vivienda y junto a un pequeño y destartalado huerto con coliflores y plantas silvestres, Carlitos pasaba los días encerrado en un zulo de tres metros de largo por dos de ancho con un tejado de uralita. La entrada al palomar está coronada por una foto en blanco y negro del padre de los hermanos, que fue policía local en Dos Hermanas y que murió de joven.
Debajo de ese retrato, una gruesa cadena anudada a la puerta impedía a Carlos salir del habitáculo donde permanecía preso. Sin ropa, sin retrete y sin mantas. Tampoco tenía agua corriente. Sólo un pequeño ventilador le servía para aliviar el calor durante los meses de verano. En invierno, el frío era su única compañía.
El carcelero era su hermano Guillermo, que a sus 76 años aún se saca algún dinero embalsamando animales para sus amigos cazadores con los que se encuentra en las tascas de Dos Hermanas. “Era muy borracho, todos los vecinos lo sabemos”, explica Pepi. Otros cuatro vecinos corroboran lo que dice Pepi: Guillermo siempre trabajó como taxidermista pero de manera informal y nunca con un negocio propio.
En los últimos años y pensionado por el Estado, mataba el tiempo visitando clubes de alterne de Sevilla, moldeando con sus manos rostros de cera que luego almacenaba en un cuarto o, simplemente, regando sus plantas. La conciencia no le recordaba que, a sólo dos pasos y a un simple giro de la llave de un candado, Guillermo mantenía aislado a su hermano Carlitos (59 años), al que también apodaban ‘Piernaslengas’ por su extraña forma de caminar, siempre con amplias zancadas.
El calvario de Carlitos terminó unos días antes de la Nochebuena, el 17 de diciembre. Guillermo se emborrachó ese día en el bar Verona, próximo a la casa donde sus padres, ya fallecidos, les criaron a él y a sus otros cinco hermanos: dos mujeres y cuatro hombres en total. A mitad de tarde, alertada por la llamada de un vecino del establecimiento, la policía se presentó en el bar y acompañó a Guillermo hasta el número 26 de la calle San José, en pleno centro de Dos Hermanas. Sólo hora y media más tarde, el propietario de un quiosco volvió a llamar advirtiendo de los ataques de Guillermo. Los agentes volvieron a personarse en el lugar y, esta vez, no sólo dejaron al hombre en su casa, sino que se cercioraron de que entraba en ella. Fue este gesto el que cambió la vida de Carlitos.
Nada más franquear el portal, les extrañó que la puerta estuviera cerrada con una cadena pitón de una moto y un grueso candado. Al entrar en la vivienda, en el salón había otra puerta blindada más, con otra cadena y otro candado. Los agentes le preguntaron: “¿Vive solo usted aquí?”. A lo que, todavía ebrio, Guillermo respondió: “No, vivo con un hermano. Tiene problemas mentales. [Todo aquello] es para que no se escape”.
Los policías pidieron a Guillermo que les mostrase el resto de la vivienda. Al toparse con el zulo de Carlos, exigieron que quitara la cadena de aquel portón metálico amarillento. Guillermo dijo que lo había mantenido en ese estado “por seguridad”.
Cuando se abrió el portón, los agentes se encontraron con un hombre desnudo, barbudo, desnutrido y mugriento. Le rodeaban varias botellas de plástico y un cubo. Carlitos los utilizaba para hacer sus necesidades fisiológicas. Estaba tan delgado que sus muslos parecían los de un niño famélico. Las plantas de sus pies estaban ennegrecidas y sus uñas, amoratadas. Presentaba llagas por medio cuerpo.
En la escena estuvo presente Águeda, una de las dos hermanas de Guillermo y de Carlos. Águeda no vivía allí pero, al acercarse a la casa de su hermano para saber qué ocurría, reconoció ser la administradora de la pensión de 1.000 euros que ‘Piernaslengas’ cobraba desde que, siendo un niño, fue atropellado por un coche. Desde entonces sufría daños cerebrales y caminaba con una visible cojera.
Después de aquel accidente, en Dos Hermanas pasó a ser ‘el loco de los Del Río’: ese muchacho que con el paso de los años comenzó a recorrer las calles de su pueblo rebuscando entre cubos de basura, el hombre que se dejaba una frondosa barba hasta que él mismo se la recortaba a tijera o el indigente que, Biblia en manos, le decía “yo soy Dios” a cualquiera con el que se cruzaba. “Nunca fue violento, nunca”, subraya Manuel, un vecino de dos portales calle arriba.
Desde que comenzó el encierro de Carlitos, una fecha que ni la Policía Nacional ni los vecinos son capaces de concretar, sus hermanos Guillermo y Águeda solían contarle a quienes preguntaban por él que, después de que una noche varios agentes le recriminaran a ‘Piernaslengas’ que anduviese rebuscando entre la basura, había cogido “miedo a salir a la calle”. “Yo me lo creí. Me daba pena no verlo”, reconoce la anciana Pepi.
Rosa, una veinteañera que desde la azotea de la casa de su padre veía a menudo a Guillermo regar su huerto, cuenta que “nunca” se percató de que en ese palomar rodeado de plantas “pudiera estar un hombre encerrado”. “Siempre veía a su hermano alrededor de las plantas, pero no se escuchó jamás una voz o un grito de Carlitos –añade-. De haberlo sabido, habríamos denunciado”.
Después de que la Policía Nacional acabara con el encierro forzado de Carlitos, el hombre se encuentra ingresado en el hospital sevillano de Valme. En el centro sanitario confirmaron que el hombre no había pasado reconocimiento médico alguno desde 1996. Casi dos décadas en las que su estado de salud ha ido deteriorándose. Ahora Carlitos se recupera satisfactoriamente de la malnutrición y de las infecciones por la falta de higiene que presentó la noche de su ingreso.
Aunque en un primer momento los hermanos Guillermo y Águeda fueron detenidos como presuntos autores de delitos contra la integridad moral, de malos tratos en el ámbito familiar y detención ilegal, ambos se encuentran en libertad con cargos.
Pese a que a los dos se les ha visto estos días por Dos Hermanas, nadie abre la puerta del número 26 de la calle San José, donde Carlitos, ‘el loco de los Del Río’, se vio preso por un carcelero con el que comparte sangre.