Marco Rubio tenía 26 años cuando fue elegido concejal de su ciudad. Cuenta que su intención era esperar unos años antes de lanzarse a competir por un escaño en el Senado o en la Cámara de Representantes de Florida. Pero ese cálculo varió por una dimisión inesperada y por el consejo de Carlos Lacasa, legislador e hijo de uno de los abogados de la firma inmobiliaria en la que empezó a trabajar el joven Rubio después de su toma de posesión como concejal.
Un senador estatal acababa de abandonar el cargo después de alcanzar un acuerdo con los fiscales que investigaban un escándalo de corrupción y el republicano Carlos Valdés iba a optar a su puesto dejando libre su escaño en la Cámara de Representantes de Florida. El distrito incluía los territorios de Coral Gables, Miami Springs, Allapattah, Virginia Gardens y parte de Hialeah. Es decir, unos 157.000 habitantes con derecho a voto según las cifras del censo electoral.
Empujado por sus amigos y por la familia Lacasa, Rubio se lanzó a hacer campaña para las primarias republicanas del distrito de diciembre de 1999. Al principio se perfilaba como favorito por el respaldo de los líderes republicanos de la zona. Pero todo cambió con el anuncio de la candidatura de Ángel Zayón, que era famoso por su trabajo como locutor radiofónico y como reportero de televisión.
La irrupción de Zayón no inquietó a Rubio pero sí a su amigo y político David Rivera. “David apreciaba que Ángel era muy conocido”, escribe el senador en su autobiografía. “En una campaña corta, ser conocido es una gran ventaja”.
Rubio pensó que superaría el 50% de los votos que otorgaban el escaño sin tener que someterse a una segunda vuelta. Pero ni siquiera logró derrotar en la primera vuelta a Zayón, que se impuso por la mínima y puso en duda la carrera política de su rival. “Ángel se había presentado con una pila de sellos en las casas de votantes que habían pedido sus papeletas para votar por correo”, recuerda Rubio sobre la estrategia de su adversario. “Les había urgido a rellenarlas con su nombre y a enviarlas ese mismo día”.
El esfuerzo postal no fue el único factor decisivo en el triunfo de Zayón, que pese a ser republicano contó con la ayuda de la maquinaria demócrata de Hialeah, una ciudad de unos 200.000 habitantes a las afueras de Miami donde los cubanos representan un 74% de la población.
El cacique local
El responsable de los arreglos políticos locales era el demócrata Raúl Martínez, alcalde de la ciudad entre 1981 y 2005 y uno de los hombres más poderosos de la comunidad. Aunque no fuera de su partido, Martínez prefería a Zayón porque lo conocía y creía que estaba más cerca de sus fieles que el nuevo candidato. “Apoyaba a Ángel porque creía que yo era el aliado de sus rivales”, recuerda Rubio. “No podía convencerle de lo contrario. Así que hice de la necesidad virtud y me alié con sus enemigos”.
Ninguno de esos enemigos ayudó tanto a Rubio como Modesto Pérez, un cubano que vende aparatos de aire acondicionado en un almacén de Hialeah que un rótulo identifica como Mr. Cool.
El negocio está en una zona de concesionarios de coches usados y casitas de una planta donde se ven carteles de abogados especializados en accidentes y supermercados que publicitan que aceptan food stamps: las cartillas de comida subvencionadas por el Gobierno federal.
El despacho de Pérez se encuentra en la trastienda de Mr. Cool. Las paredes pintadas de color celeste apenas se ven por la acumulación de chapas, imágenes, carteles, papeletas y folletos que el empresario empezó a recopilar cuando llegó aquí en 1972. Junto a su mesa hay un termómetro con un águila de alpaca y un cartel de una aspirante a juez. También una de las célebres papeletas mariposa que propiciaron el triunfo de George W. Bush en noviembre de 2000.
A la entrada del despacho destaca una insignia con una cigüeña, un apretón de manos y unos rascacielos. Es el símbolo de la asociación de comerciantes y profesionales de Hialeah, que Pérez preside desde 1983 y que le ha ayudado a potenciar su influencia en la comunidad.
La agenda giratoria sobre el escritorio incluye los teléfonos de líderes republicanos tan influyentes como la congresista Ileana Ros-Lehtinen o la comisionada Rebeca Sosa, a la que el empresario llama por teléfono durante la conversación. Él ya movía los hilos de la comunidad cuando ayudó a Rubio, pero fue el joven político quien le presentó a Sosa y no al revés.
"Yo salí de Cuba a principios de los años 70", explica Pérez. "Primero estuve tres o cuatro años en Nueva York y luego me instalé aquí en Hialeah. Pero al llegar me encontré con un problema muy grande: que no se podía hacer nada si no era a través del alcalde Raúl Martínez. Muchos se adaptaron a ese sistema. Yo no pude y me estuve fajando contra él durante 25 años. Muchos días llegaba a casa llorando de rabia. Me rompieron los cristales, me cayeron golpes y me quitaron 87.000 dólares en una demanda judicial".
Los golpes no son una metáfora: el empresario saca del cajón unas imágenes que muestran sus moratones en la espalda. Asegura que el alcalde tenía controladas las papeletas de unos 6.000 jubilados. "Tenía un director en la oficina de vivienda que les decía a los viejitos: 'Mira que te quitan la comida si el alcalde pierde'. Así ganaba siempre".
El empresario se define por oposición a Raúl Martínez, al que retrata como un déspota que abusó de su poder con impunidad gracias a su amistad con el senador demócrata Bob Graham y a sus vínculos con el matrimonio Clinton. La cuñada de Martínez era una de las asistentes de la fiscal general Janet Reno y ese detalle según Pérez habría ayudado al alcalde más de una vez a esquivar la acción del FBI.
"Imaginen lo duro que fue llegar de Cuba y encontrar esto aquí en Hialeah", explica Modesto Pérez. "Uno tenía que estar con Martínez. Si no, te mandaba a los inspectores y a gente que te quería asesinar. Al perder el juicio por la paliza, yo de rabia tiré los papeles y el alcalde me metió una demanda por la que tuve que pagar 87.000 dólares. Ha sido una batalla muy dura. Menos mal que ya no está".
Pelotari en Jai Alai
Modesto Pérez nació en Cienfuegos (Cuba) antes del ascenso de Fidel Castro. Se fue de niño a La Habana por su padre, que trabajaba como administrador en un hotel de la capital. Allí trabó amistad con el líder venezolano Carlos Andrés Pérez y conoció a otros huéspedes célebres que pasaban por allí. En cuanto creció se encontró enfrentado con los portavoces del castrismo.
"El problema es que yo no quería participar en el proceso comunista", dice Pérez, que cuenta que sus desencuentros con el régimen nacieron de su condición de pelotari en el legendario frontón Jai Alai: "Era el frontón más popular del mundo. El de México lo superaba por unos metros. Pero quienes jugaban en Cuba eran los mejores. Al ir a hacerme profesional, me dijeron que me enrolara como miliciano pero yo les dije que no y me metieron preso durante ocho o nueve meses. Entonces supe que me tenía que ir".
En Estados Unidos, primero se instaló en el barrio neoyorquino de Jackson Heights, en Queens, y tuvo durante unos años un restaurante. Después cambió Queens por Hialeah, donde abrió este negocio que al principio se llamaba Mr. Frío y que ahora se llama Mr. Cool.
Aquí vende y arregla aparatos de aire acondicionado pero también mueve los hilos de la política local en contacto permanente con líderes republicanos como Rebeca Sosa.
La primera cita
En aquella campaña de 1999 para la Cámara de Representantes, un amigo de Marco Rubio citó a Modesto Pérez en el Tropical Restaurante de Hialeah, un establecimiento no demasiado lejos de Mr. Cool donde se sirven platos cubanos y donde algunos políticos invitan a desayunar a sus votantes más fieles una vez al mes.
"El tipo llegó con Marco y me dijo que yo le podía ayudar", recuerda. “Yo me iba a ir a un crucero con mi señora pero me quedé. Le pregunté a Marco de dónde venía, quién era, qué había hecho. Entonces le dije que íbamos hacer una estrategia porque a mí en política me gusta la estrategia. Hablé con el dueño del restaurante y le dije: 'Desde ahora Marco Rubio es tu ahijado'".
El propietario del restaurante era Regino Rodríguez, un cubano que llegó a Hialeah con su esposa y sus dos hijos en 1982. "En Marco vi un hombre tan capaz y tan inteligente… y no me equivoqué", recuerda sobre el día en que se conocieron. "Yo aquí le conseguí cientos de votos. Les enseñaba la foto a mis clientes y les decía: 'Miren. Es mi ahijado'. Yo tengo hasta 40 familiares que votan. Pero se lo decía también a mis amigos, a mis vecinos y a los inquilinos de mis casas. Yo entonces tenía unos 30 inquilinos y todos votaron por él".
Aquel día Rubio dijo en el Tropical que su objetivo era "tener poder para quitarnos el comunismo". Sus palabras se le quedaron grabadas a Rodríguez, que huyó de Cuba temeroso de que los agentes del régimen lo enviaran a prisión.
"A base de mentiras, Castro convenció a todos", recuerda sobre los primeros años del régimen. "Si uno ofrece muchas cosas a los pobres, se gana a la mayoría de la población. Eso fue lo que hizo Castro, que les quitó sus cosas a los ricos y no les dio nada a los pobres. Luego revolvió el mundo montando guerrillas. Era un hombre muy capaz y muy inteligente pero con ideas muy dañinas para el hombre. Mientras haya comunismo, no volveré a Cuba. Muchos de los que nos gritaban esbirros y traidores son los que ahora huyen del país”.
El restaurante clave
El Tropical Restaurante se ha convertido poco a poco en una institución entre los políticos de Hialeah. Sus paredes están forradas de fotos de líderes locales. Se sirven huevos revueltos con jamón, patatas fritas, una tostada y un café y se paga en "el counter". Desde la puerta hay anuncios de los últimos políticos locales en ascenso, como Pam Bondi, polémica fiscal general de Florida y ex novia del hijo de Modesto Pérez, según dice el propietario de Mr. Cool.
Rodríguez habla en una habitación que hace las veces de almacén del Tropical alrededor de una mesa redonda con sillas de plástico verde oscuro pelado por el tiempo. Debajo del cristal de la mesa, se ve un puzzle de papeles atrapados y superpuestos: ahí se puede encontrar el menú del día, publicidad de "empanadillas nenita", una estampa de la patrona de Cuba o el número de teléfono del coronel Montero, el hombre que aprobó la salida de Cuba de Rodríguez y que acaba de estar de visita por aquí.
El dueño cuenta la historia de su familia y la de Rubio. Pero a ratos se interrumpe para mostrar algún vídeo de YouTube: uno que muestra bailarines haciendo juegos de sombras u otro con una charla sobre los efectos perjudiciales de la leche que según dice imparte “un premio Nobel español”.
Apoyar al novato no fue fácil para Rodríguez. Entre otras cosas porque su adversario Ángel Zayón era uno de los mejores clientes del restaurante. "Le dije que Marco era mi sobrino y que estaba obligado a apoyarle. Era mentira pero se tranquilizó".
El dueño del Tropical amarró decenas de votos para Rubio. Pero no tantos como su amigo Modesto Pérez, que recorrió las bakeries y los restaurantes de Hialeah buscando apoyos para el joven líder republicano: "Les daba cinco dólares de propina a las camareras y les decía: 'Oye, que necesito que me ayudes. Tengo un ahijado ahí que está intentando entrar en política'. Casi siempre se sorprendían: '¿No me digas que Marco Rubio es tu ahijado?' Al cubano le gusta mucho la familia… Así empezamos".
Pérez llegó a buscar votos en la iglesia de St. John, donde un sacerdote español le regañó por hacer política en un recinto sagrado. "Oiga, padre, que yo soy un predicador igual que Jesucristo", le espetó. "Lo que es usted es un jodedor", recuerda que respondió enfadado el cura.
Profanar un templo católico y sobornar a las camareras no es lo único que Pérez hizo durante la campaña de Rubio. "Repartimos fruta entre los vecinos", recuerda. "Me costó mi dinero pero no me arrepiento. Así pudimos ganarle como 120 o 150 votos a Marco y eso fue una satisfacción porque yo sabía que Marco Rubio iba a llegar porque tengo visión de los políticos. ¡Y eso que Raúl Martínez le soltó todo el batallón!".
Una carrera contrarreloj
Aun así no fue una carrera fácil. Rubio sólo tenía cuatro semanas antes de la segunda vuelta y reclutó para ir de puerta en puerta a sus padres, a sus hermanos y a su mujer, que entonces estaba embarazada de cinco meses.
Durante la jornada electoral, llegaron noticias poco halagüeñas. Al dirigente republicano Tomás Regalado, que había prometido su apoyo durante la campaña, lo habían visto repartiendo folletos de Zayón a la puerta de la iglesia católica de St. Dominic, uno de los colegios electorales más favorables a Rubio, justo al norte de West Miami. Raúl Martínez también había movilizado un ejército de conductores voluntarios que estaban llevando a decenas de votantes a las urnas.
Rubio y su entorno esperaron los resultados en la sede de un gremio policial en Little Havana. No tenían ni televisión ni acceso a Internet. Un voluntario iba cantando por teléfono el número de votos desde la sede del departamento electoral.
Rubio fue por detrás durante el recuento hasta que se desveló el resultado del último colegio electoral: St. Dominic. Un lugar donde pese a los esfuerzos de Regalado no alcanzaba el brazo de Martínez y donde el joven aspirante tenía ventaja por estar cerca del lugar donde se crió.
Rubio batió a su adversario Zayón por apenas 64 votos: 1.415 contra 1.351. Sólo participó un 13% de los ciudadanos que componían el censo del distrito. Unas cifras que son habituales en unas primarias a un cargo poco conocido y que reflejan la importancia del papel que desempeñaron activistas como Modesto Pérez y Regino Rodríguez durante la campaña electoral.
Una derrota habría sido decepcionante para el político, que vio cumplido el sueño político que habían alimentado las conversaciones con su abuelo Pedro sobre Ted Kennedy o sobre Ronald Reagan en el porche de su casa.
Así, con 28 años, Rubio tenía poder y respeto entre los republicanos de Miami. La victoria, refrendada unos días después con un triunfo mucho más fácil frente a la demócrata Anastasia García, le abrió las puertas de una institución poco conocida pero muy influyente y le ayudó a trabar relación especial con el gobernador republicano Jeb Bush.
El precio del triunfo
El apoyo de Pérez no fue un gesto desinteresado. El trato lo explica Marco Rubio en su autobiografía: "Cuando [Modesto] apoyaba a un candidato, sus expectativas eran muy sencillas. Si eras elegido y te pedía ayuda en nombre de la gente que le pedía un favor, se la dabas. Eran siempre peticiones legítimas: un tendero que quería instalar una máquina de lotería, una abuela que necesitaba una carta de recomendación para su nieta. Ese tipo de cosas".
"Yo discuto mucho con los políticos porque soy difícil", admite Pérez antes de contar lo que le ocurrió con Jeb Bush: "Primero me dijo que le ayudara y luego me cambió el teléfono y dejó de contestarme. Fue un error mío porque tenía que haberme aprovechado de él para muchas cosas. Pero me dio roña y no pude controlar mis emociones y ahí se acabó".
Con Rubio asegura que todo es más sencillo porque sabe "escuchar". Explica que es una persona muy querida en Hialeah y que él fue durante años su enlace con la comunidad. “La gente me venía a ver y me preguntaba por Marco y tenía que decirle: 'Estamos en esa lucha. Ahora estamos haciendo esto o lo otro'. Yo le decía a una viejecita que le mandaba besos o abrazos. Aquí la política es muy familiar". "Modesto ayudó mucho a Marco", confirma Rebeca Sosa.
Uno de los hijos de Pérez trabajó como auxiliar de Rubio durante sus años en Tallahassee y su mujer más de una vez cocinó para él. Sobre el dintel de la puerta de su despacho en Mr. Cool cuelga una fotografía de Marco Rubio en mangas de camisa y con una corbata oscura recibiendo de las manos de Pérez un sable de samurái con unos flecos de color naranja. "Empecé a dar sables porque las placas estaban quemadas", dice Pérez entre risas. "Yo he entregado hasta 50 sables y tengo ahí otros dos guardados para dos triunfadores. Sólo se los doy a los políticos que se lo merecen. Son samuráis y por eso les doy esos sables".
Modesto Pérez ha criado cinco hijos y no domina del todo el inglés. Dos motivos por los que nunca se decidió a dar el salto a la primera línea de la política profesional. Se ve a sí mismo como un entrenador en el banquillo. Dice que los políticos son "una partida de bandidos con traje" y es especialmente duro con los políticos hispanos.
"El latino es más corrupto que el americano", proclama. "Un corrupto americano pica jamón y se lleva una lasquita. El latino quiere llevarse la mesa, el cuchillo y hasta el hueso del jamón. ¡Todo se lo quiere llevar! Es algo que yo he visto. Te piden el voto tan humildes: 'Voy a ayudar a los viejitos y voy a bajar los impuestos...'. ¡Y luego hacen lo contrario!".
La estrategia
¿Tiene Marco Rubio alguna posibilidad de llegar a la Casa Blanca? Su amigo Modesto Pérez no está seguro. Recuerda que es demasiado joven y se ha presentado antes de completar una legislatura en el Senado de Estados Unidos. Pero también cree que sus adversarios son fáciles de derrotar.
Pérez asegura que Jeb Bush no es “tan inteligente como su hermano” y aventura que Hillary Clinton no vencería a Rubio en un debate electoral.
“Aquí mucha gente no quiere volver a los Bush”, dice altanero. “El error más grande que cometieron los republicanos fue apoyar a John McCain en 2008 como candidato a la presidencia. Era tan viejo que la gente decía: ‘¡El otro es el vivo!’. Hillary fue un fracaso como secretaria de Estado y ha estado muy enferma. Se la ve decaída. No se la ve con espíritu. Un individuo como Marco la plancha. Con mucha diplomacia, pero la plancha. Este muchacho es muy alegre y muy elocuente en los debates. ¡Es un poeta!”.
Y sin embargo Rubio es uno de los aspirantes más inexpertos en la carrera por la Casa Blanca. Muchos le reprochan sus bandazos sobre la reforma migratoria y su proximidad a los activistas más conservadores del Tea Party durante su ascenso electoral. Incluso la renuncia a sus principios más íntimos, como la defensa de personas como sus padres, para conquistar a los más radicales de su partido.
¿Qué podría hacer el senador para construir una imagen de candidato fiable durante la campaña? “Tendría que trabajar mucho y proponer leyes extravagantes para llamar la atención”, dice Pérez. "Yo si fuera él presentaría leyes para las personas mayores, que son las que votan. También haría cosas para los jóvenes y presentaría una reforma migratoria positiva. Hay gente que tiene limpio el historial, lleva aquí muchos años y sólo quiere una oportunidad".
Su amigo Regino ve el problema de la inmigración de una forma un poco distinta. “Estoy en los EEUU pero no estoy dentro del sistema americano”, explica. “Los adoro porque me dieron albergue y me dieron muchos beneficios. Pero en mi interior siempre soy consciente de que vivo en casa ajena. Aunque tenga una mejor que la que dejé en Cuba. Nosotros para los americanos somos como el chicle. Ellos nos mastican pero no nos tragan. Para ellos un cubano, un mexicano o un colombiano no valen nada”.
Este texto es una versión condensada del capítulo 4 del libro 'Marco Rubio y la hora de los hispanos' (Debate, 2016), que sale a la venta este jueves 14 de enero. Encárgalo en Amazon.