Estimado director general de Páginas Amarillas, escribo esta columna para solicitarle que se plantee hacer una excepción por motivos humanitarios e incluir en la categoría de 'Escuelas de Magia' al restaurante japonés Shunka (Aroma de temporada).
Y le solicito que haga una excepción y se salte las reglas de sus propios buscadores porque desde hace doce años en la Barcelona gótica hay un lugar en el que el comensal es fácil que se sienta iniciado en la ceremonia secreta que Kubrick imaginó para Eyes Wide Shut. Si necesita convencerse, pruebe usted mismo, pero le aseguro que si mastica despacio, puede que su personalidad se desdoble y vea su cuerpo desde lo alto, o que se sienta invisible sin necesidad de usar la capa del un tal Potter (Harry).
Le debo estos placeres a Ferrán Adrià Acosta, que una tarde de conversación en la mesa de la cocina de El Bulli me soltó: “Estaba harto de que me robasen, tú. Me robaban el pescado ante mis propio ojos, en mi pescatero de toda la vida, en La Boquería... Oye, que ya sabían en el Mercat lo que hacíamos aquí en Roses y nos guardaban lo mejor, imagínate. Pero es que día tras día me decía: Ferrán, tienes que madrugar más, ya te lo han quitado. Hasta que un día va y me dice, mira, lo acaba de comprar ese chino que se marcha por ahí... Era Miguel". Adriá se partía de risa al contarlo, con ese brillo en los ojos de los que aún mantienen vivo el niño que llevan dentro. “Echo a correr y me pongo a seguir al chino hasta que llego a la puerta del Shunka. Nos hemos hecho muy amigos, pero ya le digo, ni se te ocurra quitarme el pescado, eh... No me jodas”.
En esta taberna de magia gastronómica el mejor lugar para sentarse y sentir es la barra, un rompeolas que protege del calor de los fogonazos y te deja ver las caricias que el filo del cuchillo nipón le hace al toro del atún.
En Shunka los cocineros no gesticulan. No hablan. Diría que ante el fuego, ni siquiera sudan. En su cocina abierta conviven una docena de hombres y mujeres en apenas ocho metros cuadrados y permanecen impasibles. Se diría que respirasen menos que los comensales que al otro lado del muro invisible que separa la cocina de la sala gritan alborozados para que se sepa que están gozando, como se grita en el sexo, como se grita cuando viajamos por el mundo y quieren que sepamos que somos españoles. Joder, el Shunka está en Barcelona. Corrijo. Cuando uno quiere que se sepa que se vive al lado del Mediterráneo. (Aunque no todos los españoles viven al borde del Mare Nostrum). Mejor cambio de párrafo.
No te fíes de los taxistas. La mayoría te dirán que no conocen la calle. Pero para los amantes del pescado la barra del Shunka tiene dirección propia en su GPS gustativo. Unas cortinas con inscripciones japonesas ocultan el local. He escrito bien. Lo ocultan porque Shunka necesita más protección que propaganda. Cierra en febrero, por primera vez desde que abrió, por reformas. Y ya me siento huérfano. Tiene un hermano mayor que se llama Koy Shunka, pero ese es finolis y Michelin ya se ha fijado en él con una estrella.
Le pregunto al chef Hideki Matsuhisa, que hace doce años montó, junto a su cuñado, el restaurante aprovechando un local en el que una panadería cerraba, ¿por qué no abres en Madrid? “No tengo ganas”, responde ya famoso; incluso ha salido en el spot de Estrella Damm. "¿Por qué? No quiero montar un restaurante donde no haya mar".