Al ver a Donald Trump entrar de la mano de Melania, cientos de seguidores aplauden a rabiar sobre los acordes de Revolution y botan sobre la alfombra floreada de este salón a las afueras de Manchester, la ciudad más poblada de New Hampshire donde está a punto de hablar el ganador. Muchos han hecho cola durante horas a siete grados bajo cero para celebrar el triunfo del hombre que devolverá a Estados Unidos al lugar que no debió abandonar.
El mito del declive americano es tan viejo como el país pero nunca antes había producido un personaje como Trump. Impreciso, burlón y agresivo, se ha adueñado de una campaña que gira en torno a su persona desde el anuncio de su candidatura y que esta noche le ha granjeado su primera victoria electoral.
El triunfo no ha cambiado a Trump, que elogia con ironía a sus rivales, se ríe de los millones que se han gastado en vano para derrotarle y se presenta de nuevo como el único aspirante capaz de decir las cosas como son. “Vamos a hacer algo tan bueno, tan rápido y tan fuerte que el mundo nos respetará de nuevo”, proclama entre aplausos. “Todo va ser fantástico y [los americanos] vamos a volver a ganar. ¡Ya no ganamos nada! Vais a ser tan felices…”.
Trump ha construido su candidatura en torno a frases así. Apenas hace propuestas concretas sobre el paro o la deuda y no se presenta como un político sino como el hombre mejor preparado para negociar en nombre de los americanos con las aseguradoras, con las empresas farmacéuticas o con los gigantes de Wall Street.
No es un mensaje muy distinto del que ha expuesto Bernie Sanders unos minutos antes en un pabellón de Concord, en la celebración de su victoria por 22 puntos a Hillary Clinton. Arropado por cientos de jóvenes, el senador de 74 años recuerda el mensaje central de su campaña: “Hoy le decimos al establishment económico y político de este país que el pueblo americano no puede seguir aceptando que las campañas se financien con un sistema corrupto o que haya una economía trucada en la que los americanos corrientes trabajan cada vez más horas a cambio de salarios más bajos mientras casi toda la nueva riqueza va al 1%”.
EL ‘SÚPER-DINERO’
El hartazgo de la política tiene mucho que ver con cómo se financian las campañas.
En 2004, el demócrata Howard Dean empezó la revolución de las pequeñas donaciones en Internet que encumbró a Barack Obama cuatro años después. Pero la ilusión de que las contribuciones individuales podían cambiar las cosas se volvió un espejismo con la sentencia del Tribunal Supremo que dio la razón en 2010 a Citizens United, la organización conservadora que logró que cualquier grupo pudiera financiar de manera ilimitada las campañas.
Esa sentencia ha propiciado que el destino de las campañas esté en manos de los súper-PACs, grupos financiados por millonarios y dirigidos por personas próximas a los candidatos. En 2012, el primer ciclo con comicios presidenciales después de la decisión del Supremo, demócratas y republicanos se gastaron 7.000 millones de dólares, según la comisión federal de elecciones.
El ritmo ahora supera el de hace cuatro años. Los candidatos presidenciales y sus grupos ya han recaudado más de 843 millones. Casi la mitad de esa cifra procede de grupos externos, según las últimas declaraciones ante la comisión electoral.
Los que más dinero han sacado son Hillary Clinton y Jeb Bush aunque casi todos dependen de unos pocos millonarios. Robert Mercer, ejecutivo de un fondo de inversión, ha gastado más de 11 millones en Ted Cruz. Norman Braman, dueño de una red de concesionarios, se ha gastado seis en Marco Rubio.
TRUMP ES UNO MÁS
Trump se presenta a menudo como un candidato que financia su propia campaña a la Casa Blanca. Pero esa afirmación es una verdad a medias como explica la página Politifact. Los datos oficiales indican que el dinero en ocasiones revierte en las empresas del millonario y que él no es el único donante de su campaña, que ha recibido más de seis millones de dólares de grandes empresas y particulares. Una cifra que representa un tercio del total.
El millonario neoyorquino sí puede presumir de haber puesto 17 veces más dinero de su bolsillo que todos los demás aspirantes a la Casa Blanca. La estrategia no le funcionó a Mitt Romney en 2008 pero es un punto a favor en un año donde reina el enfado contra Wall Street.
Así lo ve Dan Avery, que tiene una empresa pequeña de excavadoras y vive a media hora de Manchester. Avery votó por John McCain en 2008 y por Mitt Romney en 2012 pero no siempre ha optado por un candidato republicano en la carrera presidencial.
“Yo he votado a demócratas y republicanos y esta vez votaré por él porque es un hombre de negocios y porque compite con su propio dinero”, explica unos minutos después de escucharlo. “Su punto fuerte es que nadie le puede comprar. Hay que poner patas arriba el sistema y Trump es el único que puede hacerlo. Los políticos de siempre tienen dos caras y están en deuda con sus donantes. Trump no”.
Seguidores como Avery valoran la independencia del millonario y piensan que le confiere un margen de maniobra que no tienen otros políticos. Pero sobre todo confían en sus aptitudes como gestor.
Así lo explica Mark Glunts, un tipo delgado y con coleta que explica por qué apoya al candidato mientras desmonta los micrófonos del salón. Glunts es ingeniero de sonido y reside en el estado vecino de Massachusetts, donde gestiona una pequeña empresa que se ha encargado del sonido en todos los actos de Trump en New Hampshire.
“Al principio sólo venía por el dinero”, explica. “Poco a poco decidí que votaría por él porque es un hombre de negocios y es capaz de lograr que las cosas funcionen. Leí sus libros hace unos años y siempre lo he admirado. A veces dice cosas exageradas pero son argumentos que uno tiene que expresar para llamar la atención sobre problemas importantes”.
Glunts no es un ultra republicano. Se define como independiente, tiene amigos demócratas y piensa que Bill Clinton fue un gran presidente. Hace cuatro años votó por Romney y cree que habría sido un gran gestor. “Sabía cómo resolver los problemas y creo que Trump también”, explica.
En el fondo de ese argumento se encuentra un cierto desprecio por la clase política y por los periodistas, que según dice “distorsionan” lo que dice Trump. ¿Pero cómo explica que no ofrezca ningún detalle sobre las cosas que se propone hacer? “Yo tengo que creer que tiene un plan para lograr las cosas que dice. Otros políticos pueden decir cosas bonitas pero luego no hacen nada. Les das el poder y luego no se preocupan de hacer lo que dicen”.
El descrédito de los políticos es un problema para sus asesores, que no logran transmitir sus mensajes como en cualquier otra campaña presidencial.
Según las cifras de la firma Kantar Media, los candidatos y sus súper-PAC se han gastado hasta 30 millones de dólares en anuncios destinados a minar la imagen de sus rivales. Trump apenas se ha gastado un millón: 18 veces menos que Bush.
Esa cifra llamó la atención de Thomas Houlahan, un señor con un bigote decimonónico que se ha venido a la fiesta de Manchester enfundado en un traje negro, con un sombrero de fieltro y una corbata y un pañuelo de color azul chillón.
Houlahan sirvió durante dos décadas en la legislatura de New Hampshire y antes en un regimiento cuya insignia luce en la solapa. Desde hace unos años trabaja en un instituto antiterrorista de Washington y tiene algunas conexiones oscuras con el Ejército paquistaní.
“Nuestro Gobierno no funciona y esto no puede seguir así”, dice. “Necesitamos buenos gestores y alguien que se asegure de que hacen bien su trabajo. Los demás candidatos no valen para eso porque piensan como personas de Washington. Lo único que sabe hacer alguien como Rubio es gastar millones de dólares en anuncios de televisión. ¡Nadie escucha esos anuncios! Trump es mucho más listo. Hace esto como un pasatiempo y sin embargo por ahora es el ganador”.
LOS 27 DÓLARES
Big money es una de las expresiones más pronunciadas por los seguidores de Sanders. El hecho de que el candidato no tenga a ninguno de esos grupos en su órbita encandila a sus seguidores. Le aplauden con furor cuando repite la cantidad que ha recaudado “su súper-PAC”: “cero”. Terminan su frase cuando dice cuál es su donación media: “¡27 dólares!”.
Es casi lo primero que suelen decir sus votantes al preguntar por qué le apoyan. “Esto no tiene que ver con el dinero para Bernie, no tiene un súper-PAC. Sólo tiene a la gente detrás de él”, dice Houra Sadeeghi, que trabaja como voluntaria para Sanders. Ayuda con la organización de un mitin en un centro de convenciones de Waterloo, una ciudad de 68.000 habitantes al noreste de Iowa cuya economía gira alrededor de la agricultura y de la industria cárnica.
La chica tiene 17 años, nació en California de padres iraníes y lleva velo. Dice que Irán sufre un trato injusto de la comunidad internacional, pero ése no es para ella el asunto fundamental. Le importa más la deuda que deberá asumir para estudiar Derecho y por eso apoya a Sanders, que promete instaurar la matrícula gratuita en la universidad.
Sadeeghi cree que Sanders sólo podrá hacer eso si no acepta representar a los intereses de las empresas dominantes. “No va a permitir que las grandes corporaciones controlen América”, dice.
En la sala de un centro de convenciones oscuro de Waterloo, los votantes aplauden y gritan. Reciben a Sanders como si entrara en un concierto y le despiden con más algarabía mientras suena Starman de David Bowie. Todos le llaman “Bernie”.
Cuando Sanders habla, los votantes le creen. En las encuestas a pie de urna en Iowa y en New Hampshire se aprecia que lo respalda un porcentaje muy alto de aquéllos que le dan más importancia a la confianza que suscita en ellos el candidato.
“Vive sus valores. No está diciendo un montón de cosas que la gente quiere oír. No está cambiando su mensaje según le va en las encuestas”, dice Emily Boucher, que ahora vive en Carolina del Sur pero que está aquí acompañando a su madre, Kristen.
A la madre le fastidia sobre todo que el descontento que ellas sienten se convierta en votos para Trump en el lado republicano. “A Trump le está yendo tan bien porque mucha gente tiene miedo y muy poca educación”, se queja. Emily intenta entender el atractivo que tiene el millonario: “No sigue las normas políticas normales. A la gente le atrae que dice lo que quiere en lugar de hacer lo que los medios o el público esperan de los políticos”.
LA FRUSTRACIÓN
Los motivos del éxito de Trump no distan tanto de los de Sanders, según Gregory Payne, profesor del Emerson College, una universidad de Boston que también hace encuestas y que ha mandado a sus expertos y estudiantes a Iowa y New Hampshire. “Frustración. Trump y Sanders son parecidos en este sentido. Así venden toda esta idea de la revolución”, explica.
¿Por qué los americanos están tan frustrados en 2016? Es una de las grandes preguntas de esta campaña. En Iowa el paro ronda el 3,4% y sus empresas agrícolas o de energía renovable no dejan de crecer. En New Hampshire, el desempleo es del 3,1% y los ingresos per cápita son superiores a la media de Estados Unidos. Pero el 93% de los votantes republicanos y el 79% de los demócratas se decían “preocupados o muy preocupados” por la economía y por el empleo.
La riqueza crece en todo el país, pero el mercado laboral se ha reducido, los salarios ascienden más despacio y la deuda para la educación cada vez empieza antes.
Obama lo explicaba este jueves mientras recaudaba más dinero para los demócratas en un barrio rico de Palo Alto. “En estas elecciones estamos viendo mucho enfado y frustración. Parte es un invento electoralista, pero las frustraciones están ahí, son reales. (...) La gente está ansiosa, recuerda lo que pasó en 2007 y 2008 y piensa: ‘Si el valor de mi casa pudo caer tan rápido, mi pensión encoger tan drásticamente, tal vez no estoy tan seguro como pensaba y no puedo fiarme ni las instituciones del sector privado ni del Gobierno’”.
Justo después el presidente voló a Los Ángeles para el siguiente evento de recaudación en casa de Aaron Rosenberg y Danny Rose, un productor y un abogado de Hollywood que se casaron en 2012 a lomos de un unicornio en los estudios Paramount.
LA REVOLUCIÓN DE BERNIE
La temperatura está varios grados bajo cero en Marshalltown, una pequeña ciudad de Iowa que creció alrededor de una fábrica que se traía mexicanos de Michoacán como mano de obra barata. Es domingo y en la calle principal casi todas las tiendas están cerradas, incluida una de trajes de volantes con carteles en español buscando personal.
El ajetreo sale de un solo escaparate, en el que se ven muchas espaldas. Son los seguidores de Sanders apoyados contra el cristal en su sede. Hace rato que los bomberos no dejan entrar a nadie más aunque el candidato no ha llegado todavía. Está allí para animar a sus fieles antes de que salgan de puerta en puerta esta noche a pedir el voto para él. Habla unos minutos en una sala con moqueta. En el tablón de anuncios, hay recortes de periódicos con noticias positivas sobre Sanders y la portada que dedicó al candidato la revista Time. En las paredes, carteles con mensajes como “The revolution starts now” o “I stand with Iowans not with Wall Street”, una imagen de principios de siglo en defensa de las sufragistas y otra de Martin Luther King. Hay voluntarios de todo el país preparados para recorrer los barrios. Algunos ni siquiera tienen edad para votar.
Sus motivos se repiten a menudo entre los jovencísimos seguidores y entre los nostálgicos. “Revolución”, dice George, un fortachón veinteañero de Tennessee que ha venido a Iowa con dos amigos como voluntario. Habla poco, pero resume lo que une a Trump con Sanders. “Trump es terrible. Pero lo apoyan en parte por la razón por la que tiene respaldo Bernie: porque es sincero. Bernie es sincero. Trump es sincero. Bernie está por la gente. Trump es una especie de circo, supongo”.
George dice que votaba antes a los republicanos, pero se dio cuenta de que les importaban más los intereses de las empresas que los de su madre, que después de una vida trabajando por poco dinero, menos que sus colegas masculinos, se ha jubilado y vive rozando el umbral de la pobreza. “Quiero luchar por ella”, dice George.
A su lado interviene su amiga Trish, otra voluntaria sureña que lleva una larga trenza a un lado y no deja de sonreír. Da un largo discurso sobre por qué “Bernie es el candidato feminista”. El razonamiento que hace es el que se repite entre los demócratas que no se fían de Clinton: “Hillary tiende a cambiar de posiciones cuando hay dinero de por medio”.
Trish recuerda la lucha personal que llevó a cabo Clinton cuando era primera dama para que no se reformara la ley de quiebra que dificultaba acogerse a la protección contra los acreedores que ofrece la bancarrota personal las madres solteras, uno de los colectivos que más suele utilizar este recurso. Cuando Clinton llegó a senadora por Nueva York, el asunto volvió a surgir y ella apoyó la reforma. “Ella votó a favor porque estaba representando a Wall Street y ese tipo de sacrificios para mí son inaceptables cuando se trata de los derechos de las mujeres”.
“El progreso de generaciones está amenazado por la relación entre las grandes fortunas y la política. Bernie demuestra que se puede hacer de otra manera”, dice Trish, que hace un discurso de varios minutos de un tirón, sin pausas y con un fuerte acento sureño. El progreso que promete Sanders es lo que más le agobia: la deuda universitaria, el seguro médico más accesible y el permiso de maternidad pagado.
LA REVOLUCIÓN DE TRUMP
“Muchos seguidores de Trump hablan de hacer la revolución y en cierto modo un Gobierno competente sería revolucionario”, dice Thomas Houlahan en la fiesta republicana de Manchester cuando se le pregunta por las similitudes entre los mensajes de Trump y los del ganador de las primarias demócratas. “La diferencia es que Sanders quiere tirar por la borda más de 200 años de tradición y eso no va a ocurrir”.
Las respuestas de Trump a los problemas de la economía americana son bien distintos a los de Sanders. No apuesta por subir los impuestos a los ricos sino por aplicar recetas proteccionistas y frenar la inmigración ilegal. Son detalles que no concuerdan con las reflexiones de la mayoría de los expertos, que recuerdan que Estados Unidos necesita más inmigrantes y más acuerdos de libre comercio para crecer.
Los seguidores del millonario neoyorquino mencionan a menudo su decisión de terminar el muro en la frontera con México y están a favor de deportar a quienes viven en Estados Unidos de forma ilegal.
“Trump no va a dejar que abusen de nosotros ni los chinos ni los mexicanos”, grita Jay Wilner, un joven trajeado que repite el discurso del candidato como un papagayo. “Por supuesto que es posible deportar a 11 millones de personas. Igual que llegaron aquí los podemos echar. ¿Que es caro? Por supuesto que no. ¡Al hacerlo se podrán crear 11 millones de empleos para americanos! ¿No le parece un motivo para hacerlo?”.
Unos metros más cerca del escenario, sonríe Alan Fairfield (17 años), que este martes se ha despertado a las seis de la mañana para hacer campaña por Trump. Esta vez no ha podido votar pero confía en poder hacerlo en noviembre si el millonario gana la nominación.
¿Por qué no apoyar a Sanders como la mayoría de las personas de su edad? “Lo que dice suena demasiado bueno para ser verdad. No tiene sentido ofrecer universidad gratis. Trump es una opción mucho más realista”.
Pocos resumen tan bien los argumentos económicos de Trump como Greg Salts (52 años), que monta guardia con una enorme bandera americana unas horas antes de la fiesta junto a la puerta de un colegio electoral a las afueras de Manchester.
Salts sirvió como militar durante cuatro años en Alemania. Ahora trabaja como repartidor de Pepsi en el área metropolitana de Manchester y desde hace unos meses hace campaña por Trump.
Asegura que apoyaba a Ted Cruz hasta que se enteró de que había abogado en el Senado por encontrar una solución para los inmigrantes indocumentados. “Deberíamos echarlos a todos y mandarlos al final de la cola”, dice en tono despectivo.
La inmigración es el primer motivo por el que Salts votará por el millonario neoyorquino. Los otros dos son la crisis de los refugiados y su perfil como hombre de negocios.
Salts no soporta a la dirección republicana y se siente engañado por su inoperancia. Creyó que sus líderes sacarían alguna ley adelante después de arrebatar el control del Senado a los demócratas en 2014 y le molestó que Mitt Romney y Jeb Bush se vieran en Utah hace un año para decidir quién se presentaba de los dos.
“Apoyo a Trump porque es una bofetada a toda esa gente y porque es un empresario con experiencia”, explica. “Cuando le dejen las cuentas y vea que un 40% de los americanos están sentados en casa en pijama viendo Netflix todo el día, dirá: ‘Tenemos que crear empleos para esta gente y ayudarles a hacer una contribución a la sociedad’”.
Ese letargo económico lo asocia Salts con la inmigración ilegal. Proclama que América no puede ser “el Estado del Bienestar del mundo entero” y dice que los inmigrantes destruirán la economía si no lo evita Trump.
Salts señala que se hablan “más de 80 idiomas” en el instituto de su barrio. Pero el 91,3% de la población de New Hampshire es blanca y la inmensa mayoría de quienes no están incluidos en ese porcentaje son personas nacidas aquí.
Su trabajo como repartidor permite a Salts hablar con muchas personas de clase obrera y asegura que el respaldo a Trump no está circunscrito a un grupo concreto de la población.
“Uno mira a los seguidores de Cruz y sabe quiénes son pero eso es imposible hacerlo con los de Trump”, dice. “Hay moderados, progresistas, demócratas, conservadores y libertarios. Muchos no han votado nunca y hasta ahora han odiado siempre la política. Trump es como un tipo con el que te tomas una cerveza y te dice cómo va a arreglar los problemas de la sociedad. Uno dice: ‘Voy a sacarte de esa banqueta y voy a ponerte al lado de un político a ver quién suena mejor’”.