"Me dicen que voy a salir pero el tiempo pasa tan lento"
El único español condenado a muerte en el mundo relata en exclusiva cómo se siente al conocer que tendrá un nuevo juicio.
27 febrero, 2016 03:01Noticias relacionadas
"Ahora existen tres posibilidades: salir libre, cadena perpetua o prepararme para morir". Pablo Ibar, el único español condenado a muerte en el mundo, habla por primera vez desde que se anunció que se repetirá el juicio que le condenó a la inyección letal. La tercera fue vencida: Pablo lleva desde 1994 en prisión y desde el año 2000 en el corredor de la muerte, y había agotado ya dos recursos solicitando que se revisase su causa.
El de ahora era el último cartucho y el anhelo, el sueño que Pablo repasa cada noche en su diminuta celda, se ha hecho realidad: el juez ha accedido. Si nada se tuerce, habrá nuevo juicio. Una nueva oportunidad para regatear a la muerte. No habrá más. "No me conformo con nada que no sea salir libre. Ni cadena perpetua ni ningún tipo de acuerdo. No quiero ser un hombre preso por algo que no hice".
Las cartas
Se expresa Pablo a través de una carta escrita a mano. Es la única forma de comunicarse con él desde el exterior. Pablo no tiene teléfono ni Internet.
Nuestra correspondencia empezó hace cuatro años, después de la primera visita a la prisión estadounidense. Entonces su estado de ánimo estaba por los suelos. Nos recibió en su habitual mono naranja. En aquella ocasión una mampara de cristal nos separaba. Esos días el juez estaba estudiando la posibilidad de repetir el juicio. Pablo había presentado su segundo recurso tras un primer rechazo. No era muy optimista. Estaba desanimado y decepcionado. El golpe tras la primera negativa había sido enorme."Peor que cuando me condenaron a muerte", dijo entonces.
En Raiford, un condado conservador compuesto por descampados, iglesias evangélicas y casas prefabricadas, caía el sol sin piedad. Dentro del corredor de la muerte, el aire acondicionado apenas se hacía notar. "No creo que el juez acceda a repetir el juicio", decía Pablo al otro lado del cristal, con la cabeza baja. "Para la justicia de este estado es muy duro admitir que se han equivocado, que tienen a un tipo en el corredor de la muerte desde hace años y es inocente".
No se equivocaba en sus temores: semanas después, el magistrado ni siquiera se presentó en la sala para leer la resolución. Envió un comunicado escueto y frío en el que se denegaba la repetición del juicio. Se le negaba a Pablo la posibilidad de luchar por su vida. Tanya Ibar, su mujer, salió llorando de la sala, intentando esquivar las cámaras de televisión.
Hubo una segunda visita al corredor de la muerte. Fue en 2013, cuando Pablo preparaba su tercer recurso. En esta ocasión su ánimo era mejor y me permitieron hablar con él cara a cara, sin mampara de por medio. Eso sí, Pablo debía de permanecer engrilletado. "Creo que este tercer recurso va a funcionar. Estoy con energía y con fuerza. Los otros presos y los guardias me dicen que voy a salir de aquí. Pero es que el tiempo pasa tan lento… Hablan de plazos de meses y años, y cada día aquí es interminable. Se hace insoportable...".
Más de dos años después de esa visita, el presentimiento de Pablo se tornó real. El 4 de febrero el Tribunal Supremo de Florida ordenó la celebración de un nuevo juicio. El sueño de Pablo hecho realidad.
Es la primera buena noticia que recibe el español desde su entrada en el corredor hace 16 años. "No sabía si reír, si llorar, si saltar… Esto me da más fuerza que nunca para seguir luchando. Estoy convencido de que todo saldrá bien. Creo que podré ser libre y estar con mi familia fuera de estos muros. He perdido 22 años de mi vida y nunca los recuperaré. Pero volveré a ser libre. Ya no recuerdo qué es eso. Ni en mis sueños soy libre. Sueñe lo que sueñe, siempre hay un guardia junto a mí que me ordena regresar a la celda".
El corredor de la muerte
La de Pablo Ibar es una historia de película. De hecho, el preso que está en la celda contigua a la de Pablo es Daniel Lugo, el pandillero al que el actor Mark Wahlberg da vida en la película Pain and Gain. "No es mal tipo", dice Pablo. "Me llevo bien con él". Después aclara: "Pero no puedo perder la perspectiva. Aquí estoy rodeado de asesinos, de pederastas, de psicópatas. Gente muy mala, lo peor. Y van a por ti. Yo he tenido que pelear muy duro, lo he pasado muy mal".
Pablo asegura que la violencia no es la peor cara del corredor de la muerte. "Las peores cosas son las que no vemos, las que no salen en las películas. A mí me afecta mucho ver cómo la gente pierde la cabeza. Entran aquí y al principio puedes hablar con ellos, mantienen una conversación. Pero al cabo de unos años están con la mirada perdida, no hablan. Se volvieron locos".
Las condiciones en el corredor de la muerte son obstáculos para la cordura. Pablo vive en una celda de dos por tres metros de la que sólo puede salir dos veces a la semana. El resto de días las únicas salidas son para ducharse en diez minutos. En la pequeña celda los presos que tienen dinero pueden disponer de televisión o radio, pero los que están solos, sin apoyo fuera, no tienen nada. Algunos -sobre todo los pederastas amenazados por el resto de presos- no salen jamás de la celda. Llevan años metidos en cubículos esperando a la muerte.
"Yo me mantengo cuerdo por mi familia, por Tanya. Es un ángel". Tanya Ibar (de soltera, Tanya Quinones) es la novia de Pablo desde 1994. Es hija de Alvin y George, puertorriqueños que emigraron en su juventud a Estados Unidos.
Pablo y Tanya empezaron a salir unos meses antes de que el español fuera detenido. Su encarcelamiento no los distanció. Al contrario: mientras duró el proceso judicial, con Pablo en prisión, se casaron. Y cuando en el año 2000 condenaron a Pablo a muerte y lo trasladaron al corredor, Tanya decidió seguir adelante. "Yo le dije que me olvidara", recuerda Pablo. "Estuve varios días en la celda del corredor tumbado, llorando, sin salir. Y fue ella quien me dijo que no me iba a dejar. Y que lucharía conmigo".
Hoy Tanya vive con sus padres en Fort Lauderdale, una ciudad pegada a Miami y a 570 kilómetros de la prisión donde está Pablo. Es la pequeña de cuatro hermanas. Puede contar con los dedos de una mano los sábados que no ha conducido cinco horas de ida y otras tantas de vuelta para ir a visitar a Pablo desde que fue sentenciado.
"Me levanto muy temprano, para llegar a comer con Pablo", cuenta Tanya. "Después estamos juntos por la tarde y regreso al atardecer a casa. Es cansado, pero Pablo es mi vida".
Tanya no duda de la inocencia de su pareja: "Yo estaba con él cuando tuvo lugar el asesinato del que le acusan, así que no cabe ninguna duda para mí. No necesito nada más. Yo sin Pablo no puedo estar, así que seguiré a su lado esté preso o libre". En el corredor de la muerte, a no ser que sobornes a los guardias, no existe vis a vis.
El caso
"Yo no era ningún santo, pero tampoco un asesino". Es la frase que Pablo siempre utiliza para describirse a sí mismo con 22 años, cuando fue detenido el 14 de julio de 1994. Según su versión, ese día Pablo acompañó a Álex Hernández, su entonces compañero de piso, para hablar con un grupo de colombianos que traficaban con cocaína. "Yo trapicheaba con droga, pero no pertenecía a ninguna pandilla ni me metía en peleas. Tampoco iba armado nunca", cuenta Pablo. "Sólo quería ser popular. Era un crío".
El padre de Pablo, Cándido Ibar, vive hoy en Atlanta. Llegó allí desde Connecticut, a donde se trasladó cuando se separó de María, la madre de Pablo. Ambos se conocieron en Denia Beach, una localidad pegada a Miami. Cándido llegó allí desde el País Vasco, donde era jugador profesional de pelota (jai alai, como se le conoce en Estados Unidos) y es hermano del malogrado boxeador José Manuel 'Urtain'.
María huía con su familia de Cuba. Al segundo hijo de su relación le llamaron Pablo.
María murió debido a un cáncer después de la separación, en 1997, cuando Pablo ya estaba en prisión. "No me dejaron ir al funeral", cuenta con rabia contenida. "Nunca lo perdonaré".
"Pablo siempre fue un chaval inquieto, con mucha energía. Pero nunca fue malo. No se metía en líos, no se peleaba. Es imposible que pudiera hacer algo así. Un asesinato… Pero por favor, si en las imágenes se ve que son profesionales. Una frialdad enorme. Pablo era un crío". Lo explica Cándido, el padre de Pablo, que también visita con frecuencia a su hijo y que logró que el Gobierno vasco financiara la defensa para recurrir la sentencia a muerte.
"No sé cómo me dejé convencer por Álex, pero acepté acompañarle a hablar con los colombianos", retoma Pablo. Cuando llegaron a la casa apareció la policía y los detuvo a todos. "Fue ahí. Ahí se terminó todo", dice Pablo. Desde aquella redada Pablo nunca ha vuelto a estar en libertad. Han pasado 22 años.
Pablo permaneció varios días en los calabozos de la comisaría. Cuando estaba cerca de ser liberado, llegó una captura de vídeo al fax de la comisaría. La recogió el detective Paul Manzella, que creyó reconocer en aquella imagen a Pablo. El agente interrogó a Pablo. "Yo no sabía que había llegado ninguna fotografía, así que respondía a todas las preguntas pero sin entender bien por qué me las hacían. Me preguntaban qué había hecho el 26 de junio, dónde había estado".
El detective Manzella tenía interés en el 26 de junio porque aquel día, en concreto la madrugada del 26 al 27, tuvo lugar en Miramar, a las afueras de Miami, un triple asesinato. Dos tipos encapuchados entraron en la casa de Casimir Sucharski, conocido como Butch Casey, y le pegaron un tiro tras propinarle una paliza y robarle su dinero. La escena completa fue captada al completo por la cámara de seguridad que Sucharski tenía instalada en el salón. En ella se ve cómo los intrusos matan también a las dos acompañantes del hombre, las modelos Sharon Anderson y Marie Rogers, que trabajaban como bailarinas en el Casey's Nickelodeon, el club propiedad de Sucharski.
Después de las ejecuciones, uno de los asesinos se quitó la camiseta que cubría su rostro para secarse el sudor. El momento lo recogió la cámara: aquel tipo tenía unas facciones increíblemente parecidas a las de Pablo Ibar, aunque la imagen era en blanco y negro, borrosa y de baja calidad.
La policía imprimió la captura y la distribuyó por todas las comisarías de Florida. Una de ellas llegó a las manos del detective Manzella. Sólo se la enseñó a Pablo después del interrogatorio. "Te tengo", fue lo que le dijo.
La imagen borrosa
Poco más que aquella imagen sustentaba la acusación de Manzella. Las pruebas físicas halladas en la escena no respaldaban las sospechas policiales. Ni las huellas ni la sangre ni el cabello encontrado en la casa corresponden a Pablo Ibar. Tampoco el único testigo, Gary Foy, vecino de Sucharski, parecía muy fiable: aseguró que aquella mañana vio a dos jóvenes salir de la casa en el coche de Sucharski, que robaron, pero no pudo reconocerlos porque las ventanillas del vehículo eran tintadas. En la rueda de reconocimiento Pablo fue el único sospechoso que repitió tras una primera ronda con fotografías, una práctica que el actual abogado de Pablo, Benjamin Waxman, considera "inapropiada y que pudo condicionar al testigo".
Pablo, además, tiene coartada: asegura que la madrugada en la que se produjeron los asesinatos estaba en casa de Tanya, durmiendo con ella. Tanya apenas tenía 16 años y respalda la teoría. También su prima, quien sorprendió a ambos por la mañana y, enfurecida, llamó a Alvin, la madre de Tanya, para contarle la gamberrada. Alvin estaba ese día en Irlanda, de viaje, y también recuerda aquella llamada. Ninguno de estos testimonios sirvió en el juicio.
Por si fuera poco, el abogado de oficio que asignaron a Pablo tras la acusación, Kayo Morgan, resultó una parodia. Mientras preparaba la defensa del español, se enganchó a los ansiolíticos debido a una depresión y fue acusado de agredir a su mujer. "En una de las ocasiones que me llevaron al juzgado a reconocer al jurado -recuerda Pablo- salí esposado y vi que a mi lado salía también esposado mi abogado. En ese momento me dije: estoy acabado".
Kayo Morgan llegaría a redactar una carta años después admitiendo que sus condiciones eran inadecuadas para la defensa de Pablo. Su reacción llegó tarde: sin defensa (Morgan rechazó un informe en el que un experto facial de la Universidad de Manchester demostraba que la cara del sospechoso no era la de Pablo), aquella imagen borrosa y en blanco y negro resultó suficiente para el jurado.
Lo condenaron a muerte por nueve votos a tres. "Cuando me levanté para escuchar el veredicto, vi que en la hoja que sostenía la presidenta del jurado estaba señalado 'culpable'. No me hizo falta escucharlo. Me di la vuelta, miré a mi padre y le dije: se me acabó la vida".
“Me voy volando”
Pablo fue trasladado al corredor de la muerte de Raiford tras la sentencia, donde cayó en una profunda depresión. Cuando se recuperó, llegó el golpe del rechazo a su primer recurso, en 2003 y después el del segundo, en 2011. La tercera intentona, de momento, pinta mejor para él. Aunque ha sido recurrida, el Tribunal Supremo ha aceptado repetir el juicio, que se celebrará a finales de este año o al comienzo del próximo. "El tiempo no pasa aquí, lucho por no desesperarme. Ahora tengo una esperanza, tengo más ánimo. Pero también mucho miedo de que todo vuelva a torcerse", cuenta Pablo de su puño y letra.
En Fort Lauderdale, Tanya sigue visitando a Pablo cada sábado. Ahora trabaja como enfermera. "Estamos absolutamente felices e ilusionados", cuenta por teléfono. "Nunca antes tuvimos tanta esperanza. Vemos más cerca que nunca la posibilidad de que Pablo sea libre. De vivir con él en libertad".
Cuando esto ocurra, Pablo lo tiene claro: "Me voy volando. Al día siguiente me voy de Estados Unidos. Me iré a España. No me quiero quedar en un país que te puede matar por parecerte a un tipo de un vídeo borroso".