Los pacientes que salvan galgos de la horca
Acaba la temporada de caza y comienzan los abandonos. Algunos tienen fortuna y son adoptados como terapia contra el alzhéimer
5 marzo, 2016 02:38El galgo Villa deambula desorientado entre una multitud de luces y cláxones. Es febrero, está amaneciendo y los coches van y vienen a toda velocidad. Confundido, avanza sin rumbo. Tiembla y mira nervioso a su alrededor buscando una salida. Yerra y se adentra en la carretera. Ya es tarde. Esquiva al primer coche que frena súbitamente. Pitan. Vuelven a pitar. Se gira y regresa al asfalto. Huye. De pronto, la sangre y un fundido a negro.
El zumbido estridente de las bocinas contrasta con el pitido acompasado de la sala de operaciones. Intubado, Villa se debate entre la vida o la muerte. Sus patas están fracturadas y la sangre chorrea de la camilla. Invade el quirófano una mezcla de fluidos y medicamentos. La veterinaria se llama Rocío y es optimista: cree que este galgo volverá a correr.
Como Villa, miles de galgos son abandonados en los meses posteriores a la veda de la liebre, que termina el 31 de enero. Muchos galgueros llaman entonces a las asociaciones para deshacerse de ellos. Así llegan decenas a refugios donde a veces conviven hasta 700 galgos. Otros aparecen ahorcados en un olivo o una encina o son arrojados vivos a pozos en Andalucía o en Extremadura, pero son prácticas cada vez menos comunes.
No todos los galgos terminal mal. Muchos encuentran su hogar a miles de kilómetros de sus primeros dueños en países como Italia, Bélgica, Alemania, Francia o Estados Unidos, donde se aprecia como perros de compañía a estos animales nobles y elegantes.
Ninguna otra raza canina aparece citada en la Biblia, en 11 obras de Shakespeare o en la primera frase del Quijote. Los sacerdotes del antiguo Egipto los consideraban una deidad. Así compiten, sufren y reviven los galgos españoles.
1. la carrera
En España viven unos 10.743 galgueros federados que se reparten sobre todo por Andalucía, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Extremadura y Madrid. La Federación Española de Galgos se constituyó en 1939 y entre sus objetivos se encuentra la organización de las competiciones de galgos en tres modalidades: la Copa del Rey, la liebre mecánica y las carreras en canódromos.
En España no queda en pie ninguno de los 28 canódromos que hubo en la edad dorada de las carreras de galgos. Pero la Copa del Rey goza de una salud excelente entre la afición. Este año se celebró su 78ª edición en la localidad vallisoletana de Nava del Rey.
Los finalistas fueron dos hembras: Favorita de Maestro y Sana de Elviro. Al final el título se lo llevó la primera, propiedad del club toledano Traílla y Espuela.
Como en el deporte, el éxito de un galgo llega después de meses de entrenamiento y esfuerzo. El galgo “debe ser muy completo, salir bien [tras la liebre], aguantar bien las carreras, querer correr y ser limpio, que haga la trayectoria de la liebre”, explica el galguero malagueño Manuel Cebrián Cabello.
“El animal físicamente es un atleta tanto en comidas como en curas o lesiones”. Lo explica mientras atiende a su perra Castellana de Babita en uno de los lances de la fase previa de la Copa del Rey que se celebra en noviembre en el pueblo sevillano de Viso del Alcor.
Después de la prueba, Cebrián vierte zumo de su propia boca en el hocico del animal para recuperarlo del esfuerzo. Mientras jadea intensamente, su dueño cura las almohadillas de la perra en una solución de yodo y agua y la mima con esmero. Unos minutos después, la galga ya está lista para una nueva persecución.
Más de doscientos caballos conforman la mano, una expresión que en el argot define a una fila que avanza batiendo el terreno para hacer saltar la liebre. Por delante de estos va el traillero, llamado así por retener a los galgos con la traílla, un mecanismo que contiene a los perros y que de forma automática los suelta a la vez.
La muchedumbre se agolpa en una loma cercana. Muchos llevan prismáticos para no perder detalle. Cuando salta la liebre, estalla el griterío. Si por su tamaño es apta, se le concederá una ventaja de cientos de metros antes de liberar a los galgos, que emprenden una frenética carrera detrás de su presa. La persecución es hipnótica: se desarrolla a enorme velocidad y los galgos le vam comiendo metros a su trofeo hasta que la liebre muere.
“Gracias a Dios ya estamos en el nacional”, celebra llorando el lebrijano David Cordero Ganfornina, el ganador de una de las carreras de la fase previa de la Copa del Rey. “Esto es lo más grande para un galguero, competir con los mejores perros”, subraya mientras que seca con el puño las lágrimas de su cara.
Para lograr que su galgo Toreto de Golfa alcance la fase final, Cordero ha destinado más de cinco horas diarias a su entrenamiento.
No sólo priman la velocidad o la resistencia. Según el reglamento, la carrera del galgo debe ser limpia. Es decir, que el perro siga la trayectoria marcada por la liebre y no tome ventajas recurriendo al camino más corto para dar caza a la presa.
“Los galgos compiten hasta tres años y medio. A partir de una cierta edad, el animal madura y piensa, y se trata de que el perro sea tonto para correr y haga el recorrido de la presa”, explica Cebrián. “Cuando pasa de los cuatro años, normalmente ya ha corrido varias liebres y trata de matar, no de hacer el camino de la liebre”.
Esto quiere decir que la vida útil del animal es breve: entre 16 meses y tres años. Cuando ya no es válido, “el galgo es un problema”, confirma Miguel Santiago, un aficionado galguero de Barbate (Cádiz).
“Para sacar un perro bueno tienes que criar muchos. Los que no sirven se los llevan a Alemania o Suiza, donde según dicen los tratan muy bien”, dice Andrés Diego, otro galguero barbateño. “Los que yo críe se mueren conmigo”, replica Miguel. “Si en lugar de tener 10, tengo tres, pues ésos tengo. No tendré ganadores pero podré dormir tranquilo”, explica. “Hay quien sirve para criar mucho y hay quien no”, precisa. Según datos de la federación nacional, cada galguero posee de media seis galgos.
Pocos perros de competición se mueren de viejos junto a sus galgueros. “Si es una hembra, me la quedo para volver a criar perros con los que poder competir”, explica Cebrián, que hoy tiene 19 galgos. “Los demás se los doy a amigos que los usan para cazar”, explica. “Antes se ahorcaban pero eso estaba muy perseguido y te puedes buscar la cárcel”, defiende otro galguero barbateño, Fernando Melero. “No hay derecho a que por cuatro locos tengamos que mentar todos eso”.
Y sin embargo los ahorcamientos siguen en el imaginario colectivo y también en el lenguaje de los galgueros. En los tres meses en los que se ha desarrollado este reportaje no se ha podido documentar ninguno. Ni siquiera con la colaboración de la Guardia Civil. ¿Es una práctica extinta?
“El galguero que hay ahora no es como el de antes”, apostilla Melero mientras muestra su carné de la Federación Española de Galgos, que lucha contra los ahorcamientos según explica su página web.
Los animalistas reclaman una ley de protección animal que evite prácticas que comporten riesgo para el galgo. Así se podría evitar que muchos perros terminen “colgados, tirados a pozos, quemados o atacados y abandonados para que mueran de inanición”, según detalla la presidenta de Galgos sin Fronteras, Cristina García Moreno, en un acto organizado por el Colegio Oficial de Veterinarios de Madrid.
Años atrás, la imagen del galgo ahorcado era habitual en las zonas rurales españolas. Así lo atestigua el reportaje que el fotógrafo sevillano Quino Castro hizo entre los años 2003 y 2007 en la Sierra Sur de Sevilla. “El rosario de galgos ahorcados se extendía como una macabra procesión. No podía creerlo", recuerda sobre un hallazgo que hizo en un bosque. "A medida que fotografiaba sus cadáveres y me adentraba en la olmeda, los perros eran cada vez más antiguos. Como si llevaran muchos meses, incluso años ahorcados”.
El fotógrafo regresó los siguientes años. “Cada año había perros nuevos. Sus rostros eran puro dramatismo y mostraban el dolor y la angustia de una muerte lenta”, recuerda.
La liturgia se inicia pasando una soga por el cuello del animal. Luego se echa por encima de una rama y comienza a tensarse hasta que el animal queda elevado pero solo con las patas traseras apoyadas en el suelo. Lo que en el argot se conoce como “tocar el piano” por el movimiento desesperado de las extremidades sobre el suelo tratando de evitar la muerte.
Los animalistas aseguran que siguen documentando casos de galgos ahorcados, pero en los últimos años ha proliferado una nueva práctica: arrojar a los perros a pozos, algunas veces vivos y después de haberles arrancado el microchip identificador.
La Federación Española de Galgos tiene en su poder unas 12.500 muestras de ADN. Ese análisis lo hace desde el año 2005 para evitar el maltrato, el fraude y sobre todo los robos de estos animales. Muchos galgueros reconocen que crían a sus animales en búnkeres para evitar los hurtos.
“Nos preocupan mucho los robos”, detalla Luis Ángel Vegas, presidente de la Federación Española de Galgos. “Anualmente se denuncian unos 4.500 robos de galgos y pedimos que se modifique el Código Penal para hacer que se considere delito este tipo de hurtos”. Vegas asegura que si se acabase con el robo de galgos se evitaría el abandono: “El 93% de los perros que se ven en las carreteras son animales robados que huyen de sus captores”.
Estos datos contrastan con los que tiene la Guardia Civil. En 2008 hubo 735 hurtos. Desde entonces han ido bajando hasta llegar en 2015 a 183. Según Vegas, ese descenso se debe a los análisis obligatorios de ADN. “Un perro robado no puede volver a competir”, garantiza el presidente de la federación. El Tribunal Administrativo del Deporte (TAD) estuvo a punto de suspender la final de la Copa del Rey de galgos de campo por encontrar entre los clasificados a descendientes de un famoso galgo robado: Chapapote.
El robo de Chapapote convirtió en un mito a este semental de galgo. Más de una treintena de agentes de la Guardia Civil se movilizaron en 2013 para resolver la operación Duplicado, que desentrañó una trama delictiva en la que se vieron implicadas 29 personas, algunas con antecedentes penales por delitos de sangre y tráfico de drogas. “Eran gente peligrosa”, recuerda el capitán Vivas de la Unidad Central Operativa de Medio Ambiente (UCOMA) de la Guardia Civil.
Al dueño de Chapapote llegaban a pagarle hasta 600 euros cada vez que el perro cubría a una hembra. “Muchísimo para un galgo”, apostilla el capitán. Después de cuatro meses de investigación en Badajoz, Sevilla y Córdoba, los agentes se infiltraron en Palmete, un barrio en la periferia de Sevilla donde existe una enorme afición al galgo. Allí encontraron a Chapapote. “Estaba en los huesos”, dice Vivas, que dice que lo atendieron con la ayuda del veterinario del Escuadrón de Caballería de Madrid. El perro vivía en un contenedor de basura al que los detenidos habían añadido una portezuela y con el que era fácil mover al animal sin levantar sospechas.
La trama tomaba muchas precauciones. Chapapote sólo montaba a las hembras en lugares cerrados y rodeado de personas afines a la trama. Según el Guardia Civil, los implicados llegaron a conseguir en torno al millón de euros: “Para ellos el perro era un objeto. Ni más ni menos. Estaba en un estado lamentable. No sabemos ni cómo se mantenía en pie”.
Chapapote no es un caso aislado. Los anuncios de robo son recurrentes en la página web de la Federación Andaluza de Galgos. En la nacional, se informa de que “los robos se han convertido en el mayor miedo de los galgueros en los últimos años”.
La federación alerta de una trama que se presenta como intermediaria entre los captores y los propietarios. Piden hasta 50 euros para recuperar al perro y exigen el dinero por giro o transferencia bancaria. Al recibirlo, dicen que el ladrón no se ha presentado a la cita.
2. Una nueva vida
Abandonar un galgo en España es sencillo. Cualquier persona puede dirigirse a un centro zoosanitario y dejar allí a su animal. En Andalucía el proceso no tiene coste para el propietario. Le basta con dar un motivo que justifique la entrega y acreditar su propiedad.
Los dueños dicen que su hijo es alérgico, que el perro se ha vuelto agresivo, que han cambiado de piso o que el animal se ha puesto demasiado grande, según Manuel Gutiérrez, responsable del Zoosanitario de Sevilla.
El centro recogió 80 galgos en 2015 y se los entregó todos a la Fundación Benjamín Mehnert, el mayor refugio de galgos de Europa. Durante el mes de febrero, más de 700 perros llegaron a coincidir en sus instalaciones, situadas en Alcalá de Guadaíra (Sevilla). Anualmente, esta fundación estima que atiende a unos 1.200 galgos, en su mayoría recogidos de manos de los propios galgueros.
“Muchos de nuestros federados los llevan a refugios cuando ya no son aptos para el deporte”, dice el presidente Vegas. Pero no siempre es así. Algunos animales son rescatados en accidentes o después de los avisos de los vecinos. A principios de año, salvaron la vida a varios galgos amarrados a las vías a su paso por la localidad sevillana de Palmete antes de que los arrollara el tren.
Rocío Arrabal trabaja como veterinaria desde hace seis años de la Fundación Benjamín Mehnert. Habla mientras trata de recomponer a Villa, una galga rescatada horas antes en una carretera. Fue atropellada y no tiene microchip. Sufre diversas fracturas en las caderas y en las patas y sangra con profusión. Tiene la piel ajada en gran parte del cuerpo pero Arrabal es optimista: “En dos semanas ya podrá ponerse en pie”.
Rocío es parte de un equipo con una veintena de profesionales y unos 50 voluntarios.
Este refugio se levanta en un edificio que un día fue un criadero de pollos y que hoy alberga varias consultas veterinarias, quirófanos, una residencia canina y dos pabellones en los que conviven hasta 720 galgos.
El olor es intenso a primera hora de la mañana en los pabellones. Cuando uno de los operarios entra en la nave, el ruido de los ladridos es ensordecedor. Hasta el punto de que apenas se oye la música clásica que suena de fondo. Mientras se limpian las jaulas, una tarea que se hace cada día, los perros salen a los patios para correr.
“Nunca pensamos que esto llegaría a ser lo que es”, explica el alma mater del proyecto, Gisela Mehnert, una alemana enamorada de esta raza y afincada en Madrid. “Heredé el amor por los perros de mi abuela”.
Gisela conoció en el año 2000 a Isabel Paiva, que hoy ejerce como directora de la fundación y que entonces era la promotora de la Asociación Adopción Animal Al Andalus, que ya recogía galgos y gestionaba la adopción con países europeos.
“Los perros que llegan no aceptan el contacto con los humanos, tienen fobia sobre todo a los hombres, por su asociación con el maltrato”, explica el adiestrador Alberto Piña. “En muchos casos entran en conductas autodestructivas o bloqueos ante una nueva realidad. Hay perros que temen subir las escaleras, que tienen miedo a los hombres, al televisor, a salir a la ciudad”.
Lo primero que hace el adiestrador es valorar el estado psicológico en el que llega el perro. El proceso puede llevar semanas. Antes de llegar a la lista de adopciones, el galgo debe pasar un test de personalidad en el que se miden su actitud social hacia otros animales: gatos, otros perros y humanos: niños, mujeres u hombres. A partir de ahí, la fundación le busca un hogar.
3. Un viaje inciático
“En Europa se preguntan por qué no hay más control con los galgos y cómo los galgueros siempre salen impunes. Es algo que nadie entiende”, dice Gisela Mehnert, presidenta de la fundación que lleva su apellido.
La respuesta que dan los europeos a esas cuestiones sin resolver es la adopción, una nueva vida para los lebreles. Cada año unos 600 galgos encuentran nuevo hogar en países como Francia, Alemania, Holanda Bélgica, Austria, Finlandia, Estados Unidos o Italia.
Cada dos semanas dos voluntarios de la Fundación Benjamín Mehnert se embarcan en un viaje iniciático para los galgos. La furgoneta adaptada para el transporte de animales en la que completan el recorrido suma al año más de 120.000 kilómetros. Por cada viaje, unos 40 perros encuentran un nuevo hogar.
Patricia Colomberotto, presidenta de Galgo Rescue Belgium, está de viaje en Sevilla, ciudad que visita cada cinco semanas para elegir los perros que acabarán en manos de las familias belgas. Desde el año 2010, ha conseguido más de 400 adopciones en su país. “Venimos a España porque nos importa mucho saber el carácter de los perros para luego poder adjudicarlos a la familia adecuada”, explica.
Es uno de los pasos intermedios que existen entre las familias y los galgos. En primer lugar, la fundación pone los nuevos galgos rescatados a disposición de los adoptantes en una zona de su página web. Junto con las fotografías se adjunta el test de personalidad del animal. En esa fase, las asociaciones de los distintos países hacen una preselección que se completa, por lo general, con un viaje a Sevilla para evaluar a las mascotas y comprobar su idoneidad.
“Me parece una forma interesante de trabajar. Así pueden asesorar mejor a los adoptantes. Procuramos que lleguen en el mejor estado de ánimo a sus nuevos hogares para evitar así nuevos abandonos”, completa Colomberotto mientras acaricia a Zara, una galga que ya tiene destino en Bélgica. “Muchas familias belgas quieren adoptar galgos pero no son conscientes de los traumas con los que vienen estos perros”.
Por eso es vital acertar en la adjudicación. “Antes de completar la adopción realizamos unas entrevista con los adoptantes y los requisitos de éstos dependen del perro”, explica el adiestrador Alberto Piña. “Les preguntamos por su ritmo de vida, las horas que puede dedicar al perro, si han tenido otros antes, si éstos eran galgos, si están casado, si les gusta el deporte, si tienen otros animales o niños…”.
Si los candidatos pasan el primer filtro, se pueden llevar el perro en acogida. Después, si están en Sevilla, los adoptantes reciben la visita del adiestrador para cerciorarse de que la adaptación está siendo buena. La adopción se firma dos semanas semanas después.
4. Alivio para el Alzhéimer
Una mujer a la que llamaré doña Carmen vive en la residencia de mayores Ballesol de la ciudad de Sevilla. Cada día llega llorando a la sala de terapia. Hoy se queja de que está secuestrada y que no puede mover el brazo. Su mente le da una tregua cuando entra en contacto con el galgo Bost, que se le acerca y sitúa su hocico sobre su pierna.
Residentes de Ballesol durante una sesión lúdica con galgos.
Le ponen un cepillo junto al perro y comienza a relacionarse con él: lo peina, le echa colonia, le da de comer. Durante los 50 minutos que dura la terapia, sólo se preocupa de acicalar al perro.
La residencia de mayores Ballesol de Sevilla es pionera en este programa con galgos. “Se ha demostrado que la relación con los perros mejora la calidad de vida de estos pacientes con deterioro cognitivo”, explica el doctor José Antonio Delgado. “Las personas mayores reaccionan con alegría y las vemos relajarse al interaccionar con galgos", explica la psicóloga del centro, María Esther Romero.
Delgado y Romero están preparando un estudio con más personas mayores para demostrar estos beneficios. Sus conclusiones previas desvelan que a nivel físico estimula y mejora las habilidades motoras, mejora el equilibrio y disminuye la tensión arterial, la frecuencia cardíaca y respiratoria y los principales factores de riesgo cardiovascular.
El trato con los perros también aumenta la capacidad de atención de los pacientes, fomenta la autoestima y reduce los niveles de ansiedad.
“Los galgos son los perros perfectos para la terapia”, explica el adiestrador Alberto Piña, que colabora con los responsables de Ballesol en esta actividad. “Son tranquilos, cariñosos, sutiles, obedientes y psicológicamente fuertes".
“El galgo estimula su memoria y consigue traer sus recuerdos al presente”, dice la psicóloga. “El hecho de que los galgos lleguen a la terapia después de un maltrato y con una serie de carencias emocionales los hace todavía mejores para poder conectar con los mayores”, explica el adiestrador. “Los perros están necesitados de dar cariño y eso lo agradecen los mayores, para quienes los galgos son el nexo con su pasado”.