La mañana del 11 de marzo de 2014 Mohammed Azahaf tenía que ir a Vallecas. Salió de casa de una amiga donde se había quedado a dormir y se fue a coger el metro. “Iba en la línea 1. En Atocha, una parada antes de Atocha Renfe, nos pararon y nos hicieron bajar. Salimos y empezamos a ver todo el jaleo, las ambulancias. La gente empieza a decir que es un atentado y tú piensas que ha sido ETA, porque yo en mi barrio, en Prosperidad, había vivido los atentados de ETA, en la calle Clara del Rey, en López de Hoyos. Había escuchado la explosión de una bomba…”, recuerda.
Fue el comienzo de días interminables. Azahaf trabajaba entonces como mediador social para el Ayuntamiento de Madrid.
“Me voy a la oficina que estaba en la plaza de Santa Ana y de repente llega una compañera y dice que a la novia de su hermano le ha pillado, que tiene dos cortes en el brazo pero que no quiere ir al ambulatorio porque no tiene papeles. Era una época de mano dura con la inmigración. Y de repente nos damos cuenta que podía haber más casos como éste. Avisamos al ayuntamiento de que en los trenes iba a haber mucha gente de origen extranjero y empezamos a preparar un dispositivo de turnos, para servicios de apoyo, de traducción, para ir a los hospitales…”, cuenta.
Azahaf expone sus recuerdos en presente 12 años después. De las 192 víctimas del atentados del 11-M, 51 eran de origen extranjero: 15 nacionalidades en total.
En la tarde de aquel día, mientras se encontraba ya agotado en la parada del autobús para volver a casa, llamaron a Azahaf para decirle que se fuera a Ifema, al tanatorio improvisado en el que se había convertido el pabellón número 6.
Cuando empezó a emerger la autoría islamista del atentado del 11M, le dio un ataque de ansiedad: “Es que tú estás allí, ayudando a la gente, viendo el dolor, están trayendo cuerpos, cachos, cadáveres y de repente hay alguien que dice que es musulmán y que lo hace”. Al recordarlo, no puede contener la emoción.
Durante días siguió trabajando, se hizo fuerte y no paró. Entró a formar parte del gabinete de crisis que el Ayuntamiento puso en marcha para desarrollar una estrategia contra la islamofobia. “Aguanté un mes. Luego pasó lo de Leganés [el 3 de abril de 2004 tres terroristas saltaron por los aires en un piso de esta localidad] y allí tuve miedo de verdad. Esta gente está loca. Tuve miedo como musulmán”. El estrés postraumático que Azahaf sufrió después de aquellas semanas le obligó a estar de baja durante unos meses. “Lo que se te queda dentro de la cabeza es algo muy duro. Yo lo pasé muy mal, fue muy doloroso”. Es un dolor que se reaviva y se convierte en rabia cada vez que el terror islamista vuelve a golpear.
La condena de la comunidad
El encuentro con Azahaf se produce tras los atentados de Bruselas de este martes. “Lo primero que siento es rabia, mucha rabia. Una mezcla de rabia y dolor porque alguien que dice que es lo que tú sientes que eres hace esto. Y lo que eres es un desgraciado, un perro”, dice como si les hablara a los terroristas. “Y luego está el tener que explicar que ellos no tienen nada que ver con lo que yo vivo, con una parte de mi identidad. Es una injusticia. Es injusto tener que explicar que terroristas y musulmanes no es lo mismo”.
Azahaf no siempre va a la mezquita. Ha ido a veces a la de Estrecho, en el barrio de Tetuán, y al Centro Cultural Islámico de Madrid, conocido como Mezquita de la M30.
La noche del martes, el mismo día de los atentados de Bruselas, en el paso peatonal que está enfrente del templo, miembros del colectivo neonazi Hogar Social lanzaron bengalas y colgaron un cartel con escrito: “Hoy Bruselas, ¿mañana Madrid?”.
Pocas horas después en un comunicado oficial, la dirección y los trabajadores de la mezquita condenaban los atentados de Bruselas y denunciaban la agresión. El texto concluía: “Por último, repetimos y reiteramos lo que siempre hemos dicho anteriormente: que la religión musulmana, basada en nuestro libro sagrado, el Corán y la tradición del profeta Muhammad, la paz sea con él, no tiene relación alguna con este tipo de actos y acciones”.
La condena volvió a oírse en la mezquita este viernes. En el sermón, pronunciado primero en árabe y después en español, el imán volvió a condenar los atentados e hizo un llamamiento a la “paciencia” frente a los ataques contra la comunidad musulmana. En el día del rezo para los musulmanes el templo estaba lleno. El imán volvió a pedir a los fieles que señalen a las personas que se quieren desviar del buen camino y a los padres que vigilen sobre sus hijos.
Sofía, la madre de Azahaf, recuerda lo duro que fue para su hijo el 11-M: “Lo pasó mal. Todos lo pasamos mal”. Y recuerda cómo desde entonces hubo episodios que nunca le habían pasado desde que había llegado a España. “Gente que viene en el autobús y te dice: 'Yo tengo que sentarme antes que tú'. Antes jamás había tenido problemas”, comenta. El recuerdo vuelve a los años en los en que su marido tenía una tienda en el barrio de Prosperidad, a cuando llevaba a los niños a la ludoteca con sus amigas españolas, a la señora mayor que sus hijos llamaban “abuela María” y que era como una madre, al miedo en el cuerpo que compartían con los vecinos por los atentados de ETA que se ensañaron con el barrio.
“Ahora me siento como si fuera una persona rara, como un bicho, y esto no lo sentía antes", dice. "Entonces era otra cosa”.
Cuenta Sofia, sin esconder la preocupación, que esta semana el último de sus cinco hijos, que tiene 26 años, se echó a llorar viendo el Telediario a la hora de comer. “No hay derecho a que hagan esto”, dijo el chico. “Nos sentimos muy mal. Tengo familia en Bélgica y viven en Molenbeek. Tengo una prima que lleva allí 55 años y está encantada de vivir en aquel país y ahora lo está pasado muy mal”, añade su madre.
Azahaf recuerda que su madre durante mucho tiempo no llevaba el pañuelo, que en su familia nunca fue un tema de debate, y que su hermana tampoco lo lleva. Sofía decidió cubrirse la cabeza cuando viajó a la Meca. “Me pongo un pañuelo, nada más. Y estoy en contra de las mujeres que se tapan la cara”.
Cuando sus hijos eran pequeños, un día llegó al colegio público en el que estudiaban y le dijeron que que no se preocupara, que durante la hora de religión les sacaban de clase. Ella se opuso. “Les dije que les dejaran en clase. Que aprendieran la religión, el catecismo, el judaísmo, que son cosas que se aprenden, que no tenían porqué sacarlos de clase. ¿Cómo iba a crecer este niño? ¿Rechazado por esta religión? Así que mis hijos han estudiado como todos los demás”.
De los años en la “Prospe”, como llama al barrio que su familia abandonó hace 13 años cuando les dieron una vivienda de protección oficial en Rivas Vaciamadrid, Azahaf recuerda que siempre se sintió como uno más. Su padre era de Melilla y su madre de Ceuta.
"De niño, en el colegio en el barrio de Prosperidad siempre me sentí como uno más"
El padre, después de vivir en Francia, Italia y Bélgica, eligió España para quedarse y formar aquí la familia. En el colegio, Azahaf y sus dos hermanos mayores eran al principio los únicos extranjeros. Pero las diferencias eran algo anecdótico. “Había un profesor de matemáticas, don Julián, con el que cada vez que empezaba la clase había que rezar el Padre Nuestro. Hablamos de un colegio público de mediados de los 80. Luego él me decía: 'Venga ahora tú reza una oración'. Y yo decía una sura del Corán, la que me sabía. Y me resultaba extraño. Casi me incomodaba más”, recuerda. “En ningún momento soy consciente de la identidad, más allá del hecho de llamarme Mohammed y del chiste malo que me hacían siempre. ¿Cómo se llama el rey de Marruecos: Mójame primero, sécame después”.
La cuestión de la identidad
La percepción de la especificidad de su condición de español hijo de inmigrantes vino después. Azahaf es el tercero entre sus cinco hermanos. Como los dos primeros, nació en Tánger (en 1976), donde su madre se fue a parir para volver con los bebés a Madrid en cuanto estaba recuperaba. Los dos últimos ya nacieron aquí. Como muchos inmigrantes, durante largo tiempo sus padres pensaban en volver a Marruecos hasta que el “ancla” que habían lanzado en España (sus hijos, en la definición del mismo Azahaf), cambió sus planes.
“Es cuando tus padres llegan y te empiezan a decir: 'Oye, que nosotros el día de mañana volvemos a Marruecos, así que no te hagas muchos planes, estudia pero irás a trabajar a Marruecos, y con la novia bien, pero piensa que vamos a volver...'. Te dicen que vas a irte a otro país que es el de ellos, que yo no conozco más que por haber ido de vacaciones. A mí esto me ponía mucho estrés. Pensaba: entonces esto de aquí es temporal... No lo hacían con maldad, era su sueño", comenta.
A los que llegan aquí y dicen que quieren volver algún día a su país, Sofía les sugiere que lo hagan ya porque luego los hijos crecen y éste es su país. “Es como la escena de ¡Vente a Alemania, Pepe!, cuando el médico le dice después de que la mujer ha dado a luz: 'Vuélvete ahora porque luego no lo harás nunca'”, dice Azahaf.
Él se dio cuenta que no era el único que tenía este problema durante un viaje a Marsella al que una amiga le propuso apuntarse. Lo organizaba una asociación de mujeres inmigrantes. Eran la delegación española de un encuentro de hijos de inmigrantes marroquíes de toda Europa. Como él, muchos de ellos iban a Marruecos en verano y allí eran, de nuevo, unos foráneos. “Te llaman ould el jarich, [hijo del extranjero, en árabe]. Y uno piensa: no soy de aquí pero tampoco de allí pero allí dicen que soy de aquí y aquí dicen que soy de allí, ¿cómo es esto?”, explica Azahaf tras desgranar un relato que tantos parecidos tiene con las historias de la inmigración de los países de Europa: el regreso en verano para las vacaciones, con la mejor ropa, el dinero ahorrado, para quedar bien, para ver que allí, fuera, se ha tenido éxito. “Yo tenía broncas con mi padre porque me gustaban los vaqueros rayados y él me decía que iba a parecer que no tenía dinero para comprarme unos nuevos”.
Después de este viaje en el que había conocido a una chica (durante un tiempo su novia) que estudiaba para ser mediadora social, Azahaf decidió seguir por el mismo camino, volviendo a empezar tras haber hecho la FP de electrónica industrial y luego mecánica de aviones. Se apuntó a uno de los cursos que la Comunidad de Madrid organizaba junto a Cruz Roja y la Universidad Autónoma de Madrid. Mientras tanto, formó una asociación de hijos de inmigrantes. Una de las cosas que rechazaban era la etiqueta de “segunda generación”. Aún hoy, una de las cosas que más le cuesta aceptar es que la gente no se conforme con un "soy de Madrid" cuando le pregunta de dónde es.
Después de formarse como mediador intercultural, acabó trabajando en el SEMSI, el Servicio de Mediación Social Intercultural, que cerró en 2009 después de 11 años y medio en funcionamiento.
Fue el mismo año en el que por primera vez Azahaf fue candidato para el PSOE a las elecciones europeas. Un año antes, en el Congreso del partido, había impulsado que se aprobara la enmienda sobre el voto de los extranjeros en las elecciones municipales que luego se convirtió en ley bajo el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y que permite votar a los extranjeros de países con los que se tenga un convenio de reciprocidad (como Paraguay, Colombia, Ecuador). “Mi propuesta iba más allá y pedía eliminar el requisito de la reciprocidad. Pero estaba de todas formas muy orgulloso de que un millón y pico de personas pudieran votar, votaran lo que votaran”, subraya.
"Hay gente en el PSOE que sigue pensando que poner a un musulmán en las listas puede restar votos"
Ni en 2009 ni en 2014, cuando volvió a estar en las listas para las europeas, Azahaf consiguió ser elegido. En el primer caso, iba en el puesto 31, en el segundo en el 30. “Son los puestos de la zona caliente”, admite, tras recordar que nunca ha habido hasta ahora un diputado musulmán en el Congreso de los Diputados. “Las instituciones tienen que ser el fiel reflejo de la sociedad. Si no, no funcionan porque una parte de la sociedad no va a ver bien canalizadas sus demandas sociales y su realidad. Yo estoy en contra de las cuotas y la labor que yo [como diputado] haría sería para toda la sociedad, pero puedo ser un interlocutor con determinadas comunidades para que las políticas que se vayan desarrollando tengan en cuenta la especificidad de algunas partes de la sociedad”, explica.
Un amigo que le conoce desde hace más de 30 años dice que desde que Azahaf decidió meterse en política siempre tenía “la brújula bien clara”. “Le acompañé cuando entró en las Juventudes socialistas y desde que entró allí hasta el día de hoy tiene las ideas claras”, dice Daniel, un amigo de la “Prospe”, con quien compartió viajes a Emiratos Árabes, Marruecos o Jordania.
“Me metí en un partido político porque siempre he creído que es importante la participación y hacer políticas que fomenten la participación ciudadana, social y política”. ¿Y por qué tampoco en el PSOE se les ha puesto a él o a otros más arriba de las listas? “Al PSOE le ha faltado valentía en esto porque ha habido un sector muy amplio que pensaba que esto hacía perder votos. De hecho hay gente que sigue pensando que poner a alguien que es musulmán aunque lleve aquí toda la vida y sea español pueda restar votos”. Para Azahaf es un fallo grande. “Mucha gente luego utiliza la falta de visibilidad para decir: 'Ves, no nos quieren'”.