Khalida Popal tenía 17 años cuando dio sus primeras patadas a un balón en las calles de Kabul. Ya no era una niña y la sociedad le empujaba a quedarse en casa. Fue su madre quien le animó a practicar un deporte en el que encontró muchas dificultades.
Las amenazas le sirvieron para erigirse como la líder indiscutible del fútbol femenino en Afganistán.
”Creía y creo que este deporte da un enorme poder para unir comunidades que están divididas. Trae paz y felicidad, y es una herramienta fuerte para levantarse y hacer que la voz crezca para tener los mismos derechos. También quería demostrar que soy una mujer y que soy fuerte", me dice Khalida.
Retirada del fútbol por una lesión, ahora vive en Dinamarca, país que le acogió hace cuatro años y desde donde supervisa el crecimiento de una selección nacional que gracias a su esfuerzo ya cuenta con un campo propio para entrenar y un hiyab revolucionario integrado en la camiseta.
Afganistán ocupa el puesto 130 de un ranking mundial de la FIFA que solo puntúa a 136 equipos. Es un éxito para una selección que disputó su primer encuentro amistoso en 2010 y cuya primera victoria llegó hace cuatro años ante Catar.
El camino fue demasiado largo en comparación al realizado por el equipo masculino, creado 74 años antes y con el apoyo de la FIFA desde 1948. El fútbol es uno de los deportes más populares en el país, pero no fue hasta la caída de los talibanes cuando pudo desarrollarse por completo. Desde entonces las chicas han empezado a romper barreras desde las escuelas hasta tener ahora 17 clubes privados en el que juegan unas 2.000 chicas, en su mayoría en Kabul. Cuentan con campos de entrenamiento propios, árbitros y entrenadoras.
Hasta hace cuatro años las integrantes del equipo, tapadas con hiyab y lejos de miradas inquisidoras, entrenaban en una explanada de cemento junto al propio césped de la Federación, sin importarles el efecto de ese suelo duro en sus articulaciones. Nueve años después, entrenan en mejores condiciones pero en ese trayecto han tenido que superar muchos obstáculos.
Khalida abandonó el país en dos ocasiones. La primera hacia Pakistán con sus padres, quienes trabajaban para el Gobierno y huían de los talibanes. La segunda, en solitario, escapando de amenazas de muerte por practicar este deporte. Entre ambos periodos vivió en Afganistán con sus abuelos, pero la vida era un infierno. "Fue horrible, el miedo cubría el país entero. Las calles estaban repletas de hombres que vestían de blanco, con una barba muy larga, y siempre con palos y cuerdas dispuestos a pegar a las mujeres que no querían llevar burka o enseñaban la cara. Era todo muy triste, sentí que hasta los pájaros se habían ido del país".
Con la caída de los talibanes volvió a estudiar, y su madre—profesora de educación física e inglés—le introdujo en el fútbol en la escuela de Kabul. Allí se escondían de profesores y otros hombres que esperaban en la valla. "Era muy difícil jugar así, en silencio, al final se daban cuenta y saltaban para entrar al patio a insultarnos. Nos tiraban piedras y cogían nuestras deportivas para quemarlas. Otras veces cogían nuestras cosas, salían corriendo, y luego nos llamaban por teléfono o nos mandaban mensajes con advertencias para parar. Nos llamaban perras y prostitutas".
"Las mujeres somos ciudadanas de segunda categoría, no tenemos derecho a decidir y carecemos de independencia”, dice. "Quieren que la mujer se quede en casa limpiando, lavando la ropa, pariendo y sirviendo al marido. Tienen el poder en el país, son los líderes y no pueden ver o aceptar que las mujeres se desarrollen en la sociedad. Si hacen algo, van a por ellas".
Khalida fue la primera mujer en trabajar para la Federación. Empezó en el departamento de finanzas y su voz empezó a escucharse al utilizar a los medios como herramienta para la difusión de su actividad. “Mi cara empezaba a ser visible”. Su presencia mediática fue creciendo poco a poco hasta que la intentaron silenciar. "En mi contra había muchísima gente, no sólo talibanes”, explica. “Los hombres creen que si nos unimos perderán su capacidad de decisión y ante eso yo quería gritar".
Primero Khalida fue expulsada de la escuela de Kabul, donde se preparaba para estudiar Empresariales. "Me lanzaron piedras y me tiraron basura, y los propios profesores estaban en mi contra". Suspendió los exámenes y cogió las maletas rumbo a la India. "Sentí que mi vida corría peligro y la situación era cada vez peor. Tuve que dejar a mi familia atrás".
"Nos llaman prostitutas"
Allí no podía estar mucho tiempo y volver a Afganistán no era una opción. Fue entonces cuando la empresa Hummel, para la que colabora, la invitó a dar el salto a Europa y trabajar con ellos en el desarrollo del fútbol femenino en su país. “Ahora estoy liderando ‘Goal Project’ para la federación con el objetivo de crear un equipo nacional completamente nuevo con la aportación de jóvenes que están fuera del país, para lo que haremos torneos en Europa y Estados Unidos, y la selección de chicas afganas que tienen talento tanto en Kabul como en las provincias”, explica.
Durante la temporada 2016/2017 su misión será desarrollar competiciones y atraer a las mejores jugadoras para participar en los South Asian Games, donde pretende quedar en el ‘top 3’.
Después de cuatro años en Dinamarca, Khalida ha impulsado la creación de una camiseta con un hiyab integrado para la equipación de la selección nacional. "Si las niñas no llevan hiyab, sus familias no les dejan jugar, así que era una necesidad para ellas", explica. "El hiyab es protección para la mujer, porque no está segura. No tenemos una policía bien entrenada que proteja a las mujeres del acoso. En lugar de quitarnos el hiyab, lo transformamos y hacemos de él una oportunidad para jugar y romper barreras con un material muy ligero y nada molesto".
Khalida está orgullosa de desarrollar esta prenda pero le molesta que los periodistas pongamos el foco ahí. "No estamos en el punto de luchar contra el hiyab ahora. Hay muchas cosas por las que luchar antes".
Cada paso que dio en dirección a la igualdad supuso un empujón hacia el exilio. Insultada, humillada y amenazada, asegura que a las futbolistas las llaman "prostitutas". Nueve años después de iniciar el camino, siguen enfrentándose a insultos todos los días, pero avanzan gracias a figuras emergentes como la de Hajar Abulfazil, que desde la retirada de Khalida se ha convertido en su mano derecha sobre el terreno.
El "pecado" de jugar al fútbol
Hajar es una de las chicas que ha decidido seguir su pasión por el fútbol a pesar de las dificultades. La vida fútbolistica de esta joven de 23 años se divide en dos partes. Primero cedió a las presiones y después fue dando portazos a las advertencias. "Empecé a jugar al fútbol con 12 años, pero todo el mundo se reía de mí. Dejé de jugar durante cuatro años”, cuenta. “Pero a los 16 tuve otra oportunidad en la escuela. Una vez más los propios profesores me insultaban y sólo tenía el apoyo de mi entrenador. Pero decidí seguir adelante".
Una mañana llegó tarde a clase porque había estado entrenando desde las cinco de la mañana. Después de dos horas de práctica, corrió hacia la escuela cargada con dos bolsas pesadas, una con libros y otra con ropa deportiva. Cuando llegó a la puerta, se paró un segundo. "Respiré profundo y entré".
Apenas llegó cinco minutos tarde, pero se encontró con la mirada implacable de una profesora que la recibió con la frente arrugada y el dedo acusador. "¡Vete de aquí! ¿Qué eres, un chico o una chica? Piérdete y ve a dar patadas al balón", le gritó.
"Es un pecado jugar al fútbol si eres chica”, dice. “Aparte de mis padres, nadie en mi familia me apoyó. Algunos me decían que jugar iba en contra de las reglas del Islam y que una mujer musulmana no tiene permitido jugar. Ni siquiera jugar con hiyab frenó esa situación. No pensaban en mí, sólo en ellos. Estaba muy en desacuerdo y en lugar de ceder, decidí enseñarle a las chicas afganas que pueden cambiar el mundo".
Una nueva generación
Cuando Hajar era pequeña, ver a una niña jugar al fútbol era inaudito. "Era muy difícil apuntarse a clases”, explica. “Siempre te decían que no había ninguna disponible. La realidad es que no lo permitían. En la radio ponían un anuncio diciendo que las chicas debían crecer en casa y morir en casa, y nuestros líderes políticos estaban de acuerdo con eso, así que empezó a circular la idea entre la gente común de que el deporte causaba problemas físicos a las chicas".
Para ella el fútbol era una forma de tener experiencias en el extranjero. "Me llamaban agnóstica y mala persona”, dice. “Decían que era un chico para avergonzarme y me llamaban 'occidental' como insulto. También me pegaron con una piedra en la cabeza. En otra ocasión tenía un partido de fútbol, pero algunos familiares estaban en casa y no me dejaban salir para llegar al partido...Tuve que escaparme por la ventana".
Hajar tuvo la suerte de tener el respaldo de sus padres, que le dieron fuerza para ayudar a algunas de sus compañeras en situaciones peores. En una ocasión estaba haciendo las maletas para viajar a Catar cuando una de ellas le llamó a medianoche llorando, diciéndole que su padre le había prohibido viajar a un país extranjero porque no iba con un familiar.
Khalida como ejemplo
Frozan Tajali, nacida en Parwan en 1991, empezó a jugar al fútbol en 2008 bajo la tutela de la propia Khalida, en el Hundokosh. "Mi sueño era jugar porque creía que con mi esfuerzo podía esperar la felicidad para mi gente y para mi país", me dice. "Mi familia me apoya en cada paso que doy en la vida, y eso me anima a luchar todo lo que puedo por las mujeres".
Ahora ha fundado su propio equipo femenino, Afghan Club, gracias a un proyecto del British Council. "Somos especiales porque tenemos voz para enseñarles a otras mujeres sus derechos”, dice. “Al final lo único que queremos es que nos traten como a seres humanos".
Pese a su lucha por los derechos de las mujeres, las futbolistas afganas se desmarcan del feminismo. "No podemos considerarnos feministas", apunta Khalida. "Sólo somos seres humanos y amamos alzar la voz por el ser humano".