Antonio Camacho sale de su portal con paso acelerado. Viste un elegante traje azul y porta un maletín de piel en la mano. Son los únicos vestigios que quedan de su opulento pasado. Ya no habita en su lujoso chalé de La Moraleja, ni conduce coches caros, ni lo protege un grupo de guardaespaldas, como antaño. Tampoco queda nada de su colección de cien trajes de Armani, ni de los calzoncillos de 250 euros que se compraba cuando estaba en la cresta de la ola. Ahora vive con su madre en un pequeño piso de protección oficial de la época franquista, desvencijado y sin ascensor. Ha vuelto a Usera, el humilde barrio obrero en el que se crió. En 2001 fue juzgado y condenado por apropiación indebida. Sus propiedades fueron embargadas, sus contactos desaparecieron y sus huesos dieron en prisión. Acaba de salir y no le queda nada.
El ESPAÑOL ha localizado en exclusiva al cerebro de Gescartera, la empresa que protagonizó el mayor escándalo financiero de principios de este siglo en nuestro país. O al menos el más mediático. Estafó casi 90 millones de euros a decenas de inversores a finales de los 90. Entre sus clientes se encontraba la Iglesia, la Policía, la ONCE, la Mutua de Huérfanos de la Guardia Civil y hasta el grupo musical “Los del Río”. Y así, hasta casi 4.000 damnificados. En 2001 fue detenido y, posteriormente, condenado a 11 años de prisión. No hace ni un mes que ha salido en libertad.
En la cárcel ha dedicado el tiempo a estudiar. Ha obtenido dos licenciaturas: Psicología y Derecho, la misma que dejó colgada cuando se convirtió en un tiburón de las finanzas. También se ha sacado un Doctorado. Él, que fue condenado por robar y estafar, ha decidido ganarse la vida en los juzgados. “Ahora me voy al Colegio de Abogados”, me dice sin aminorar la marcha cuando lo abordo en la puerta de su casa. No quiere pararse a hablar ni ser fotografiado. “Entiéndeme... acabo de salir de la cárcel y estoy intentando rehacer mi vida. No pienso dar declaraciones”, se excusa con educación. “Además, no me encuentro físicamente bien. Necesito recuperarme”, aclara. Efectivamente, su paso por prisión le ha dejado huella. Está notablemente más delgado y envejecido, aunque aún conserva el porte de dandy que le valió el apodo de “El Guaperas” durante sus años dorados. Impecablemente peinado y perfumado, cada mañana sale de casa para ir a varios bufetes de abogados de Madrid con los que intenta colaborar.
Silencio en el barrio
Antonio Camacho se escapa de las preguntas y huye por las callejuelas de su barrio, ante la atenta mirada de algunos de sus vecinos. Muy poca gente accede a hablar de él o de su familia. “Es hijo de este barrio y no tenemos ninguna queja”, cuenta un vecino sexagenario que pasea con su mujer de la mano. Ella añade: “Y su madre es una bellísima persona y una buena cristiana”, mientras se escabullen del resto de las preguntas.
Otros vecinos aseguran no conocerlos. Incluida una chica que toca directamente al timbre de casa de los Camacho, pregunta por la madre y entra a toda prisa. Las únicas que dicen algo contra Antonio son dos gitanas sentadas en el parque infantil que hay en la puerta de su casa: “Ese era un payo que tenía muchos jurdeles (dinero) y lo metieron preso porque robó”, sentencia una. “Los payos robáis más que los gitanos. ¿O es que has visto en la tele a algún gitano corrupto?” apunta su amiga con sorna.
Efectivamente, Camacho robó. Eso sentenció la Audiencia Nacional en 2008, que le impuso una condena de 11 años: 8 por apropiación indebida y 3 por falsedad documental. El magistrado cifró en 87,99 millones de euros la cantidad estafada a los clientes de Gescartera, la empresa de gestión de valores que fundó con su difunto padre, un exempleado de Banesto que dejó su trabajo para pasar a trabajar en el despacho de un agente de bolsa. El joven Antonio tuvo claro desde muy pronto que su futuro también estaba en el mundo de las inversiones. Por eso abandonó los estudios y fundó Gescartera junto a su padre en 1992.
El broker de los conventos
El despegue de la empresa coincidió con la incorporación a la compañía de Pilar Giménez-Reyna, hermana del ex secretario de Estado de Hacienda. Con su fichaje (fue nombrada presidenta de la empresa) empezaron a llegar los clientes reputados y las organizaciones de renombre. Y con ellos, el dinero. Los Camacho realizaban inversiones con el patrimonio de sus clientes. Especialmente de la iglesia. Su devoción cristiana le llevó a relacionarse con las altas esferas de la iglesia y llegó a ser conocido como “el broker de los conventos”. Incluso contrató a un antiguo alto cargo del Domund para obtener dinero de los obispos.
Y es que Camacho prometía la panacea. La gallina de los huevos de oro. Según explicaba el fiscal del caso años después, Camacho llegaba a multiplicar por seis en un solo día la cantidad invertida por los clientes: "Se ha comprobado en la instrucción de la causa que con un ingreso de Pilar Giménez Reyna de 500.000 pesetas (…) se le asignó una ganancia en detrimento de un cliente de Gescartera por importe de 2.999.780 pesetas, importe que los acusados sí cobraban de los fondos de los clientes".
Pero ese dinero jamás fue invertido en valores de bolsa, sino en su propio beneficio. Ese dinero le valió para disfrutar de un tren de vida estratosférico. Camacho vivía en la opulencia y no escatimaba en gastos. Dos Jaguar, un BMW, un Mini, un todoterreno, dos pisos en el centro de Madrid, un chalé en la lujosa urbanización de La Moraleja, ocho escoltas en nómina que cobraban casi 3,000 euros al mes, dos chóferes, una colección de 100 trajes de Armani y 50 gafas de la misma marca, son algunos de los ejemplos que ilustran su enfermiza afición por la ostentación. Sus gastos mensuales “de bolsillo” ascendían a 60.000 euros. Cuentan que incluso alojaba en lujosas suites a su perro Colombo, un San Bernardo que le acompañaba en algunos de sus viajes.
Prestigio social y Eurovisión
Su cuenta corriente crecía de forma paralela a su estatus social. El chico humilde de Usera empezó a relacionarse con las altas esferas de la sociedad madrileña. Se divorció de su mujer y se ennovió con Laura Morey, becaria de su empresa. Intentó casarse con ella en la iglesia de Los Jerónimos, aunque aún no había llegado la nulidad de su matrimonio anterior, oficiado siete años antes en Cuenca por José Guerra Campos, un obispo fascista. Laura Morey era hija del cantante Jaime Morey, representante español en Eurovisión en 1972. El artista también fue contratado para trabajar en Gescartera. Percibía un sueldo de 9.000 euros mensuales y acabó dimitiendo porque “no pegaba ni chapa. Acudía algunas mañanas de forma intermitente y leía el periódico. El negocio de valores no iba conmigo ni entendía de nada. Si yo hubiese sospechado algo, me hubiese ido a las 24 horas y hubiese obligado a mi hija a dejar a Camacho”, declaró el ya fallecido cantante durante el juicio.
El dinero seguía entrando a espuertas en Gescartera. Los clientes seguían fiando su dinero a Camacho, atraídos por los altos beneficios prometidos. Sin embargo, el sistema de funcionamiento que impuso en su empresa estaba abocado al fracaso. Como si de una estafa piramidal se tratase, los nuevos clientes pagaban las rentabilidades de los más antiguos.
El caso acabó por explotar en junio de 2001. La Comisión Nacional del Mercado de Valores intervino la empresa, dada la imposibilidad de conocer a fondo su situación financiera. Se habían perdido 50 millones de euros (que luego el juez cifró en casi 90) y de los que jamás se ha vuelto a saber nada. 4.000 clientes habían visto como sus ahorros se habían volatilizado sin explicación aparente. Camacho fue detenido y encarcelado en la prisión de Soto del Real sin fianza.
Privilegios en prisión
En la cárcel intentó mantener (en la medida de lo posible) su estatus y empezó a relacionarse con la flor y nata de la cárcel: su mejor amigo era Carlos Arturo Marulanda, “El Negro”, un exministro colombiano, terrateniente y antiguo embajador de su país en la Unión Europea. Además, Camacho consiguió ser el encargado de servir la comida al resto de presos, tarea reservada sólo a presos privilegiados.
En 2005 se casó, durante uno de sus permisos penitenciarios, con Laura Morey. A pesar de estar preso y tener que responder de casi 90 millones de euros (que jamás aparecieron), celebró el banquete en el Orfila, uno de los hoteles de cinco estrellas más caros de Madrid.
Sin embargo, la vida en prisión acaba pasando factura. A Camacho le obligaron a aligerar su armario de ropa porque no cabía en la celda. Tuvo que prescindir de su colección de trajes, no acudía al gimnasio y su vida en el exterior se desmoronaba. En 2009 fue finalmente condenado a 11 años de prisión. Ese mismo año se divorció de Morey. Por su parte, su perro Colombo, el que disfrutaba de las suites de los hoteles, fue hallado muerto en la piscina del chalé de Aravaca de su exmujer.
Ahora Camacho ha recuperado la libertad, pero no tiene esposa, ni empresa, ni contactos ni domicilio propio, ni perro. Aquél chico del barrio de Usera que se convirtió en el inversor más famoso de España ha vuelto de manera forzada a sus orígenes humildes. De su opulento patrimonio ya sólo queda algún viejo traje. Paradójicamente, aquél chico casado en Cuenca por un obispo fascista, tiene que ver cada día el logo del yugo y las flechas en su portal, que le recuerdan que vive en un viejo piso de protección oficial de la época de Franco. Sin embargo, del dinero desaparecido jamás se volvió a saber nada.