Suena el timbre en un piso escondido en el laberíntico barrio de Gracia de Barcelona. Tras la mirilla espera el cartero con un paquete pequeño y delgado en la mano. Pep, un tipo alto, joven, bien parecido y con barba de varios días, abre la puerta y recibe el sobre acolchado de color marrón. Tras dar el portazo desprecinta con las manos el bulto y saca unas braguitas blancas de su interior. Las mira con detenimiento, se le ilumina la cara y se las lleva a la nariz. Aspira.
“Lo que me excita es que la haya llevado una persona. Me basta con tocarlas, olerlas o rozarlas por mi sexo. Me resulta satisfactorio”, detalla con normalidad este joven que prefiere permanecer en el anonimato. Pep no es su verdadero nombre. “Soy taxista y no quiero problemas”, aclara. “La gente no entiende esto”, se lamenta.
(Vídeo: Fernando Ruso)
No se encuentra cómodo con la definición de fetichista aunque responda al enunciado. Su pasión es la ropa interior usada. La descubrió a los veinte años cuando la que por entonces era su pareja se dejó unas olvidadas en su piso después de mantener ambos relaciones sexuales. “Ella, extrañada por no encontrarlas, me preguntaba por si yo las había visto. Más tarde le confesé para qué las usaba”, confiesa.
“Las chicas suelen reaccionar bien. Normalmente las pido y me las dan, ellas piensan que las quiero como un trofeo. Aprovecho cuando se quedan dormidas para irme con sus bragas. Comprarlas, sí, algunas. Pero prefiero que haya conexión con la vendedora”, asegura. Ahora tiene cinco braguitas aunque ha llegado a tener más.
“No soy un enfermo”, defiende el fetichista. “No creo que haya nada de malo en ello. Me considero una persona normal y, bajo mi punto de vista, creo que esto no es algo extraordinario. Cualquiera puede pensar que soy un enfermo –recalca–, pero me da igual”.
Sin embargo, pocos conocen en su entorno esta afición por la lencería de segunda mano. “Se lo he contado a algún amigo, de noche, tras irnos de copas, y se echan a reír, no se lo creen”, recuerda este joven de anchas espaldas, extrovertido confeso, con facilidad –según dice– para ligar y entusiasta usuario del gimnasio. No tiene relación estable pero las ha tenido.
- ¿Qué es lo que te excita de la lencería usada?
- El tacto, sobre todo, el olor… es un cúmulo de cosas. La imaginación se dispara. No llego a extremos.
Una tendencia que viene de Japón
Pep no es un caso aislado, la burusera, término japonés con el que se define el fetichismo por la ropa usada, está bastante extendida por el mundo. Sobre todo en Japón, donde se registran las mayores transacciones de este tipo y país en el que incluso hay maquinas expendedoras de lencería sucia. En España, esta tendencia está en auge. Y cada vez más mujeres lo perciben como una oportunidad de negocio.
“Como decía Buñuel, la imaginación no delinque. Y hay que desdramatizar esta actividad”, reclama la escritora y periodista Roser Amills, vendedora de lencería usada. Tiene 41 años, una veintena de libros publicados y una vitalidad desbordante.
“Me parece interesante saber que aquellos que compran mis braguitas las usan como juguetes eróticos”, detalla entre las estanterías repletas de libros de la librería Taifa, en el barrio de Gracia. “Da la sensación de que repartes alegría sin hacer ningún esfuerzo y pienso que hay gente que sentirá gratitud hacia mí. Me alegra saber que en algunos casos, en personas que tienen problemas, ya sea por enfermedad o timidez, usan estas braguitas para tener una vida sexual que de otra forma le estaría negada”, esgrime la autora de Me gusta el sexo o Las 1.001 fantasías más eróticas y salvajes de la historia’
“Ve a la página 109, a la cita de James Joyce”, dice. Expedito, el reportero abre el libro, que desprende un fuerte olor a tabaco, por la citada hoja. “Lee”, manda. Es una carta que el escritor irlandés escribe a su esposa Nora en 1919. “Compra bragas de puta, amor, y asegúrate de rociarlas con algún agradable aroma y también de mancharlas un poquito atrás”, señala el texto.
“También hay citas de Umbral, que era superfetichista, o de Sánchez Dragó”, aclara Amills, que defiende que el fetichismo de ropa interior usada se remonta siglos atrás en la historia.
Su lectura de esta afición va más allá de ser una práctica banal y la compara con el movimiento de las primeras sufragistas del siglo XVIII. “Se quitaron los corsés y fueron tildadas de vulgares y provocadoras porque hicieron algo que estaba mal vista en esa época. Me gusta recordar que siempre hubo pioneras y que la venta de nuestra ropa interior es una parte más en el proceso de liberación de la mujer”, argumenta.
En su casa, prepara el sobre para su último cliente. Dobla con cuidado unas braguitas verdes y con ellas introduce un ejemplar de ‘La bachillera’, su última novela. También una foto dedicada. Otras veces una piruleta. El comprador “me ha dicho que no es muy de leer, pero que se leerá este. Gracias a las braguitas he hecho un nuevo lector, ojalá compre muchos libros más, también más braguitas”.
En el rellano se topa con Rosi, una vecina de 71 años. “Yo las vendería, pero a mi edad… ¿quién las compraría? ¡Ahora llevo unas cacho bragas!”, confiesa entre risas. “Hay colecciones de muchas cosas, de sellos o de vinos ¿por qué no de braguitas usadas? Hay gente para todo. Y si las usa para aliviarse, pues mejor para él”, añade. “Y no hacen daño a nadie”, sentencia la septuagenaria, divorciada, con mucho sentido del humor.
La tesis de Rosi coincide con la del biólogo y sexólogo catalán Jordi Gascón, responsable de la web erotonomía.com. A juicio del experto, los fetichistas de bragas usadas “están tan enfermos como los que compran sellos, que es otro tipo de fetichismo. Lo que hace la enfermedad es la obsesión, ya sea por unas bragas o por unos sellos”.
En el siglo XIX, del psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing, autor de ‘Psychopathia Sexualis’, decidió que todo aquello que no estaba ligado a la reproducción era enfermizo. Antes había sido un delito y antes, un pecado: la sodomía. De ahí vienen las parafilias, que se traduce a paralelo al amor verdadero.
Los años han ido variando esta percepción y en la actualidad, usos como los juguetes eróticos, antes percibidos como enfermizos, se han normalizado. “Por eso no me gusta hablar de parafilias, sí de peculiaridades”, detalla.
El fetichismo, un plato de alta cocina
Y el fetichismo de ropa interior usada es “una forma de erotismo bastante elevada porque, entre otras cosas, no hay contacto directo entre las dos personas, sí hay relación a través del olor y necesita un grado de sofisticación muy alto”, explica el sexólogo. “Está muy culturizado”, detalla. “Y la imaginación juega un papel vital, porque la que ofrece su ropa supone lo que va a hacer el consumidor con ella; y el que la recibe, imagina lo que podría hacer con la chica que la ha llevado”, argumenta.
Si se tratase de gastronomía, esta forma de fetichismo sería un plato de alta cocina. “El erotismo en humanos es básicamente simbólico. Las cosas son más o menos eróticas en función del contexto en el que están. En este caso, estas prendas representan a la persona con la que nos gustaría establecer una relación”, defiende Gascón mientras pasea por una de las salas del museo erótico de Barcelona.
Placer para ellos y para ellas. “De la misma manera que el exhibicionista y el voyeur se complementan, existe como en todas las relaciones eróticas un doble camino entre el fetichista y la vendedora. Ambos disfrutan. Y para ellas es una forma de subirse la autoestima”, sentencia.
“Yo recomiendo que vendan su ropa interior usada a cualquier mujer, especialmente a aquellas que atraviesan momentos bajos, ya sea porque entre en la menopausia o una enfermedad, o simplemente que no se encuentre guapa”, diserta Gemma Vesta mientras que se baja las braguitas rojas de encaje hasta llevarlas a las rodillas. Lo hace en uno de los túneles del metro de Barcelona próximo a la parada Passeig de Gràcia, junto a la casa Batlló, obra de otro trasgresor, Antoni Gaudí.
El máximo representante del modernismo catalán y Gemma Vesta, vendedora de braguitas usadas, tienen algo en común: a ambos les gustan las curvas. Y ambos las exhiben, el primero en su obra arquitectónica; la segunda, en su perfil de Twitter, donde cuelga sus desnudos para que los vean sus más de 3.500 seguidores.
Hace cuatro años le detectaron un cáncer de mama. “Fue de un día a otro. El mundo se me cayó encima. Todo se modifica, también la piel. Y descubres que tienes que adaptarte a ella. Y una forma de quererla es sentirte sensual, ya sea vendiendo la ropa íntima o mostrando el cuerpo humano tal como es en cada etapa del proceso. Era una forma de cerrar la herida”, esgrime.
En su cuerpo, que todavía trata con medicamentos para superar el cáncer, ya no hay evidencias aparentes de la mastectomía. Tiene dos pechos, que exhibe sin complejos. “Es un juego y vender la ropa íntima también lo es. Me gusta saber que está en manos de desconocidos”, confirma. “Esta es una buena forma de fomentar el sentirte deseada”, explica esta contable de 48 años, de Barcelona, separada y con tres hijos.
“El hecho de vender tu ropa íntima y que alguien esté interesado te hace que tú misma tengas esa alegría que tenías cuando eras más joven y la sensualidad formaba parte de ti”, subraya.
Un negocio redondo
Más allá de un potenciar un estado mental positivo. La venta de lencería usada es un negocio en sí mismo. “Una vez llegué a vender un conjunto de braguitas y sujetador por 500 euros”, confiesa la ex actriz porno María Lapiedra, autora del libro Follar te vuelve loco, empresaria y colaboradora de televisión. La venta alcanzó esa cifra porque las prendas fueron usadas en Sálvame Deluxe y la ropa “tiene mucho más valor si ha salido en la tele porque así corroboran que te lo has puesto tú”.
En la web Secretpanties.com se pueden adquirir varios productos de María Lapiedra. Desde prendas que usó en su pasado como stripper a sus braguitas actuales.
“La gracia de esto está en el no saber a quién se lo estás vendiendo”, aclara. “Siempre he recibido muchos mensajes, vía email o Twitter, de hombres que querían mis braguitas, también zapatos o calcetines. Me decían que querían tener algo mío y yo les preguntaba que cuánto estarían dispuestos a pagar. Era una especie de juego”, explica.
Ahora, gracias a esta web, pionera en España en este tipo de productos, puede conseguir dinero y renovar su armario. “La compras, la usas y la vendes por mucho más que lo que te han costado. Y además te ahorras dinero en lavadoras”, ironiza. Además, “para mí es una forma de estar en contacto con el personaje de María Lapiedra”, confiesa María Pascual, su verdadero nombre.
Ella es una de las vendedoras VIP de esta web, que aúna a más de 900 vendedoras en toda España y que tiene a la venta más de 1.500 artículos entre braguitas, tangas o sujetadores. Todos usados y sin lavar. Desde que se lanzó, en el pasado mes de febrero, recibe la visita de 3.500 usuarios únicos al día con un tiempo de retención media de 5,29 minutos. Venden una prenda al día que cuesta, de media, unos 39 euros. “Somos el Instagram de las bragas usadas”, afirma Katia Ehlert, CEO de Secretpanties.com.
En apenas tres meses se han convertido en el mayor marketplace de lencería usada de Europa y estiman que pueden ser los terceros del mundo.
El éxito de los primeros meses los ha llevado a traducir la página a varios idiomas para poder acceder al mercado europeo, americano y entrar con fuerza en Japón, la meca del negocio de las prendas usadas.
“La idea nació ya hace bastante tiempo. Conocí a una modelo sueca que me contó que vendía sus braguitas a hombres japoneses a través de un blog que se había creado”, explica Ehlert. “Se sacaba dinero y cada vez trabajaba menos gracias a la venta de lencería usada. Me pareció extraño pero seguí dándole vueltas en mi cabeza. No terminaba de entender que alguien se gastase dinero en unas braguitas usadas”, añade.
Entre las vendedoras hay mujeres de todas las edades. Madres, embarazadas, jóvenes, estudiantes… “cualquiera que tenga ganas de vivir esta experiencia, que se lo tomen como un juego o que simplemente quieran un dinero extra”, explica Ehlert.
De otro lado están los compradores. “Teníamos la imagen de alguien oscuro, pero nos ha sorprendido saber que la mayoría de ellos son gente joven, trabajadores, estudiantes, con poder adquisitivo medio alto o padres de familia que simplemente despiertan sus fantasías sexuales con este tipo de productos”, detalla.
En el horizonte ya está el objetivo de alcanzar en un año un volumen de ventas de unos 70.000 euros al año. La escalabilidad del proyecto, de rápido crecimiento, ha convencido a cinco inversores de diversos sectores de la economía catalana.
Ventas anónimas y dinero fácil
A pesar del éxito, “la sociedad no está preparada para un negocio como este. Pero estamos orgullosos porque estamos abriendo camino a un negocio que esperamos se normalice en el futuro”, afirma Ehlert, que explica que ha encontrado apoyos en su familia y amigos. “¡A mi abuela le encanta la idea! Le parece algo divertido”, subraya.
La web nace como respuesta a un problema: la venta en mano. Una práctica que pocos recomiendan. “Uno de los nuestros valores es el anonimato y la confidencialidad para compradores y vendedoras. Aconsejamos que se conozcan a través del chat pero que no den sus datos personales, por su seguridad”, recalca Ehlert. “Es importante que la gente se proteja. Nunca sabes quién es el que compra y las ventas en mano pueden ser peligrosas”, añade.
Con la confidencialidad protegida, muchas mujeres anónimas se han animado a poner a la venta sus braguitas. Ya no hay miedos y el negocio parece redondo.
“Es dinero fácil”, precisa Mary Thunder, una chica de 29 años que tiene cubierto su cuerpo por medio centenar de tatuajes. “La venta de mis braguitas es rentable porque me ayuda en mis caprichitos. No me limito a trabajar para pagar facturas. Así consigo vender un poco mejor”, completa.
En Secretpanties.com “pones una descripción del producto: tipo, material, uso que se le ha dado… Acompaño los mensajes de fotos donde aparecen las braguitas y ellos te van preguntando”, enumera Mary. “Lo normal es que me pidan braguitas con un uso de varios días y con restos de flujo, porque cuanto más tiempo de uso tiene, más precio pueden alcanzar”, detalla.
Su experiencia ha llevado a muchas amigas a hacerse vendedoras. “Son todo beneficios”, aclara. “Ellos son felices oliendo las bragas –concluye– y mí me interesa venderlas; una vez que las tienen en su poder, que hagan lo que quieran. Ya son suyas”.