Ujier del Senado de día, rockero alternativo de noche
Javier del Palacio lleva 26 años en el Senado, cámara que considera que habría que reformar. En las Cortes trabajan casi 200 ujieres que ejercen de bedeles, vigilan la tribuna del público...
30 julio, 2016 02:28Noticias relacionadas
Son las 12 de la mañana del jueves 21 de julio y en el Senado parece respirarse tranquilidad. Un día antes se constituyó la Cámara y Pío García Escudero fue de nuevo elegido presidente del Senado gracias a la mayoría absoluta del PP. Sin embargo, tras pasar los controles, el ujier Javier del Palacio Rojas comenta que en realidad llevan una mañana bastante atareada atendiendo las peticiones de los medios. En el salón de plenos se encuentra en estos momentos Xavier García Albiol, quien está intentando explicar en una entrevista en directo en Al Rojo Vivo por qué el PP se muestra de repente más receptivo con los independentistas catalanes.
Javier del Palacio se convirtió en ujier con tan solo 24 años. Ahora tiene 50 y es la primera vez que le entrevistan para hablar de su profesión. Ocurre que los funcionarios de las Cortes son poco dados a hacer declaraciones por aquello de que los protagonistas deben ser los parlamentarios. Pero su opinión como espectadores privilegiados suele ser más que interesante. En el Senado todos le conocen simplemente como 'Javi' y le tienen en muy buena estima. Sus compañeros de profesión apuntan que es uno de los representantes sindicales del Cuerpo de Ujieres, compuesto por casi 200 funcionarios entre las dos cámaras. Pero creen que el cariño que se ha ganado deriva sobre todo de los partidos de pádel que organiza.
Ujier “de rebote”
Javier dice que se convirtió en ujier “de rebote”. Era ordenanza en la Administración General del Estado y estaba preparando las oposiciones para el cuerpo de gestión. Ya estaba casado -contrajo matrimonio a los 21 años- y ahora tiene dos hijos de 25 y 19. Un compañero le comentó entonces que salían plazas para ujier y que lo intentara. Así lo hizo, con la intención de hacer luego una oposición a un cuerpo superior, algo que es muy habitual entre los ujieres. Pero poco después decidió renunciar a ello por la intensa vida que lleva fuera del Senado. De hecho, dejó de estudiar Derecho por falta de tiempo cuando solo le quedaban por aprobar seis asignaturas. ¿La razón de fondo? Su enorme vocación por la música.
Pocos saben en el Senado que este ujier goza de cierto nombre como bajista en el mundillo musical de Madrid. Está en el grupo heredero de Canallas, de donde salieron algunos de los actuales componentes de Mägo de Oz. Y ahora va a sacar un DVD en directo con Stafas, grupo de rock que se dio a conocer sobre todo cuando hicieron una canción dedicada a las víctimas del 11-M. Han publicado ya cuatro discos y tocado, por ejemplo, en los conciertos que organiza Radio 3.
18.000 opositores
La vida laboral de un ujier se adapta a la actividad parlamentaria. En general, deben trabajar entre 35 y 37,5 horas semanales, pero tienen que tener una enorme flexibilidad. Hay veces en las que están más tranquilos y ocasiones puntuales en las que tienen que salir a medianoche, dependiendo de lo que duren los plenos o comisiones. “No miento cuando digo que en las Cortes hay un equipo magnífico en todos los Cuerpos de funcionarios. Lo digo de verdad, no porque trabaje aquí. Ahora, por el tema de las elecciones, prácticamente ninguno se ha podido ir de vacaciones. Yo voy a intentar irme en agosto, pero ya se rumorea que para mediados de mes pueden constituirse las primeras comisiones, con lo que igual solo puedo cogerme 15 días, como la mayoría de mis compañeros. Esto es algo que generaría más problemas en la Administración General del Estado, pero aquí hay muy buena disposición por parte de todos los trabajadores”.
Para convertirse en ujier es necesario superar una oposición, que se convoca cuando hay necesidades de personal, es decir, carece de periodicidad fija. Para sorpresa de muchos, cuenta con un enorme interés. En una de las últimas se presentaron 18.000 personas para 30 plazas. Deben superar dos pruebas. Una es un tipo test sobre Derecho Constitucional y temas concretos sobre las Cortes Generales; y la segunda es un test psicotécnico especialmente duro dada la enorme competencia existente. Esto hace que, aunque para presentarse solo se exija tener la ESO, la mayoría de los ujieres sean licenciados universitarios. Un ujier recién ingresado cobra unos 1.600 euros netos al mes -en 14 pagas-, salario que puede crecer hasta un poco más de 2.000 euros dependiendo del puesto que tengan asignado y sobre todo de los años que lleven en el Cuerpo.
—Hay funcionarios veteranos que dicen que el nivel de oratoria de los parlamentarios ha bajado mucho en las últimos lustros. ¿Usted lo ve así?
—Eso es más una reminiscencia del pasado. La forma de expresarse en la calle ha cambiado y es lógico que el lenguaje aquí también se haya modificado, igual que ha cambiado la forma de vestir de los parlamentarios. Eso da normalidad y creo que es positivo. A mí, como ciudadano, me preocupa más el nivel de concienciación social que tienen los diputados y senadores. Y eso creo que ha mejorado muchísimo, los parlamentarios están cada vez más en la calle.
—Las voces críticas con el Senado no paran de crecer...
—Creo sinceramente que el Senado necesita una reforma profunda, en la que se redefinan sus funciones. No puede seguir siendo una simple cámara de segunda lectura, sino que debe convertirse en un órgano de representación territorial que ayude a solucionar los conflictos actuales. Si no se redefine con rapidez, creo que el actual sistema bicameral acabará careciendo de sentido.
Javier apura el té con limón que se ha pedido en la cafetería del Senado y comenta que hay muchos otros ujieres que se merecen una entrevista. “Aquí todos tenemos vida más allá del trabajo, como en cualquier otro sitio”, apunta al tiempo que menciona a compañeros que escriben, dibujan...
—Después de tantos años, ¿se ha hecho amigo de algún político?
—Es verdad que comemos todos juntos y que con el paso del tiempo puedes tener incluso una relación más personal con alguno de ellos. Pero aquí nos tomamos todos la profesionalidad muy en serio. Cuando estamos trabajando, debemos tratar a todos por igual. Yo a los parlamentarios les llamo siempre 'senador'. Otros compañeros utilizan 'señoría'. Y aunque es cierto que muchos te dicen que les llames por su nombre, yo prefiero seguir tratándoles como 'senador', sobre todo cuando estás trabajando. Me parece lo más práctico y profesional.
'Chicos para todo'
A los ujieres se les relaciona sobre todo con los funcionarios encargados de servir a los parlamentarios un vaso de agua cada vez que les toca hablar. Es normal porque, quitando algún acto protocolario, apenas salen en televisión. Pero en realidad estos trabajadores actúan de 'chicos para todo'. Les puede tocar desde hacer de porteros en los accesos a las Cortes hasta de encargarse de poner las banderas a media asta en días de luto. Otras funciones que aún tienen, como la distribución de documentación a los parlamentarios, están en declive por la expansión de las tecnologías digitales.
También tienen la encomienda de velar por la seguridad en los plenos y las comisiones con la ayuda de los policías, que suelen estar de paisano. “Es quizá el asunto más delicado. Debemos pedir al público que está en la tribuna que ni aplauda ni abuchee. En la mayoría de las ocasiones basta con una simple llamada de atención, pero alguna vez tienes que pedirles que te acompañen fuera. Es complicado porque tenemos que hacerlo con la mayor discreción posible, procurando evitar el contacto físico”.
Curiosamente, también son los encargados de la seguridad en el interior de las cámaras. Como consecuencia de los muchos golpes de Estado sufridos en el siglo XIX, se decidió prescindir de la Guardia Civil y dejar esta encomienda a los funcionarios de las Cortes. De hecho, los policías nacionales tan solo se encargan de la seguridad exterior, mientras que dentro del Congreso y del Senado están a las órdenes de los ujieres.
Su primera guitarra, a los 15 años
Es difícil imaginarse a Javier tocando el bajo cuando cuenta su historia vestido con un uniforme azul marino y con galones. Por fortuna, como es verano y hoy no hay ninguna comisión prevista, puede llevar camisa de manga corta. La corbata -eso sí- es obligatoria. La Cámara les da dos uniformes al año y ellos deben encargarse de lavarlos y plancharlos. Ninguno llega a trabajar vestido de ujier, ya que disponen de un vestuario para cambiarse. Los ujieres tienen dos trajes: el normal y uno para actos protocolarios que utilizan por ejemplo cuando hay una recepción de un jefe de Estado. En la jerga, a este último uniforme se llama el peti. Nadie sabe muy bien por qué.
—¿Cómo surgió su vocación por la música?
—Sacaba buenas notas en el colegio y por eso podía dedicarme también a hacer otras cosas. A los 15 años me compré mi primera guitarra eléctrica. En vez de ir a jugar al futbolín, ahorré y con ese dinero pude comprármela. Sin embargo, a los 27 años me di cuenta de que el bajo es un instrumento maravilloso que te da a pie a muchos lenguajes y tipos de música diferentes. Es curioso porque los bajistas estamos muy demandados. Guitarristas hay muchos, bajistas poquísimos. Me acuerdo de que, cuando era crío, en el barrio siempre teníamos que intentar 'engañar' a algún amigo que tuviera algo de dinero para que se comprara un bajo (ríe).
—Pero vivir de la música, y más aún estos tiempos, parece algo muy complicado.
—A mí cuando me preguntan a qué me dedico, digo que soy músico. Más concretamente, bajista. El problema es que que vivir de la música en este país, especialmente en el mundo del rock, salvo que seas Mägo de Oz o Fito, es muy complicado. Hoy en día puedes dar a lo mejor 15 conciertos al año y con eso es imposible vivir. Lo que pasa es que para mí la música es algo mucho más que un hobby. Un hobby es algo que puedes coger y dejar. Pero yo lo necesito. Cuando llego a mi casa siempre tengo ahí el piano. Yo quise dedicarme a la música de forma profesional, pero no pude. En su momento decidí no vivir de mi chica, como hacen tantos y tantos otros (ríe).
—¿El grupo Stafas es quizá su mayor proyecto?
—Es uno de los más importantes. Pero al final somos cuatro personas y cada uno llevamos nuestra vida. Este año, por ejemplo, he tocado sobre todo con un coro de góspel, que se llama Song for my father. El góspel es tremendo y, aunque está cada vez más de moda, aquí en España hay muy pocos músicos que se dediquen a ello. Me gusta mucho porque tiene que ver con cuestiones sociales. Ganar dinero con el góspel es imposible porque hoy en día nadie puede pagar a 30 músicos. Sin embargo, está siendo muy bonito porque todos nuestros conciertos suelen ser benéficos. Quizá por eso nos llaman tanto (se ríe). Nos lo estamos pasando muy bien. Hace un tiempo estuvimos en la catedral de Vitoria, por ejemplo. Por otro lado, ahora estamos intentando montar una banda nacional de country. A ver si lo conseguimos.