Había dejado a su novio el pasado agosto, lo denunció después por acoso. El juez le concedió una orden de alejamiento, pero el pasado miércoles él se presentó delante de la casa de ella y la roció con ácido. Gessica Notaro se encuentra ingresada en un hospital de Cesena, a pocos kilómetros de Rimini, donde se produjo el ataque. Su vida no está en peligro, ha declarado incluso que saldrá adelante, pero corre el riesgo de quedar ciega.
Su ex, un caboverdiano de 31 años, fue arrestado cuando supuestamente se disponía a huir de Rimini. La víctima, de 28, había ya sufrido algún que otro susto por los ataques de celos del joven, del que dicen que no podía soportar que otros se fijaran en su chica, quien fue Miss de la región de Romagna y finalista de Miss Italia en 2007.
Al menos Gessica consiguió salir viva. Como también Rosaria Montaniello, una mujer de 40 años, tiroteada junto a su nueva pareja este jueves en Nápoles por su ex marido. El agresor, de 54, ya había asesinado también a su primera mujer en 1991.
Aunque ellas han sobrevivido, la estadística de mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas cuenta en Italia con una víctima mortal cada tres días. El año pasado fueron 120, casi el triple que en España, donde 2016 se cerró con 44 fallecidas.
Tampoco sería una excepción si comparamos la serie histórica. En Italia no hay constancia de bajar del centenar. En 2012, 157 asesinadas; en 2013, 179; 136 un año más tarde. Mientras, en España, salvo un leve incremento en 2015, las cifras se han reducido desde las 73 de 2010 hasta las 44 del pasado año.
"Cada vez hay más casos violentos en Italia"
Ni siquiera los datos en Italia son oficiales. No los facilita el Ministerio del Interior ni otro departamento específico, sino que se dedican a contarlos un par de organizaciones, como la Unión de Mujeres de Italia (UDI, por sus cifras en italiano). Vittoria Tola, su presidenta, afirma que incluso han tenido que desmentir al Gobierno cuando el año pasado defendía que se reducía el número de mujeres asesinadas, a pesar de que las cuentas de su asociación decían lo contrario.
“Vemos que en nuestro país las cifras no bajan y cada vez hay casos más violentos, como las mujeres atacadas con ácido o gasolina”, señala Vittoria Tola. El pasado lunes otra joven de 22 años fue rociada con carburante y después le prendieron fuego en la ciudad siciliana de Messina.
En este caso, la policía detuvo también a su ex, de 25 años, que se presenta como el principal sospechoso del ataque, pese a que la chica lo defendió incluso desde el hospital ante las cámaras de televisión. “Hay una gran cantidad de mujeres que llegan incluso a denunciar a sus parejas, pero después se echan para atrás, porque no quieren que los arresten, sino dejar de ser agredidas”, ilustra la presidenta de la UDI.
Y no son pocas las que se ven sometidas de este modo, ya que un estudio elaborado por la oficina oficial de estadística italiana (ISTAT) en 2015 revela que casi siete millones de mujeres en este país, un 31,5%, ha sido víctima de algún tipo de violencia física o sexual. Sin embargo, según Vittoria Tola, sólo 6.000 denuncias prosperaron en 2014 (el último dato del que hay cifras) debido “al miedo de las mujeres que las retiran o los largos y costosos procesos burocráticos, que pueden alargar un caso de tres a seis años”.
En España, el número de denuncias el año pasado fue casi de 40.000, y de ellas cerca del 65% acabaron en condena. Mientras, en Italia sólo el 11% de las agredidas llegan a denunciar a sus verdugos, señala la misma encuesta del ISTAT, como recuerda Oria Gargano, presidenta de la asociación feminista Be Free.
Gargano considera que se trata de un “problema estructural”, en el que “fallan la prevención, la protección y el castigo”. Los ataques de la responsable de esta asociación apuntan a una “justicia paralizada, a la falta de preparación en este ámbito de las fuerzas del orden y sobre todo a la ausencia de formación en las escuelas”.
“Falta concienciación”, señala Gargano, “como se puede ver en la prensa, que todavía sigue hablando de estos casos como si fuesen simples sucesos”. Ahí va un ejemplo: “La Miss agredida con ácido por el ex”, reza el titular del Corriere della Sera, el periódico más prestigioso de este país, para explicar el caso de Gessica Notaro.
El caso de Ana Orantes
Por más que haya visto cientos similares, Italia no conoce el caso de Ana Orantes, la mujer que en 1997 murió después de que su marido le prendiera fuego tras exponer en televisión la larga lista de maltratos a los que la había sometido. Es el infausto ejemplo que se usa siempre para explicar cómo cambió en España la conciencia ciudadana, política y mediática de la violencia machista. Se dejó de hablar de delitos pasionales y se pusieron en marcha mecanismos que cristalizaron con la Ley Integral de Violencia de Género de 2004, para combatir el problema.
Italia tomó algunas medidas, pero no aprobó su primer Plan Integral para la Violencia de Género hasta 2011, situándose “a la cola de Europa” también en el aspecto legislativo, según Oria Gargano. Entre las primeras iniciativas aprobadas destaca el Teléfono Rosa, un servicio muy similar al 016 español, que desde su implantación en 1988 hasta finales de 2013 (último recuento) ha recibido cerca de 700.000 llamadas.
Su presidenta, Gabriella Moscatelli, asegura que se han dado algunos pasos porque “se habla más y el problema sale a la luz pública”. Sin embargo, asegura que la tendencia es “a peor”. “Los feminicidios son sólo el problema más visible y más extremo, pero son casos que se producen cuando los dejas pasar, porque lo preocupante es que la violencia en las casas es algo que está instalado entre los italianos”, agrega.
El término que utiliza Moscatelli, feminicidio, no es casual. Se trata de un vocablo ya utilizado en 1976 por el Tribunal Internacional sobre Crímenes contra la Mujer en Bruselas, pero que sólo se ha incorporado en los últimos años a la terminología italiana para referirse a la violencia de género.
Poco después de la introducción del Telefono Rosa, se produjo otro de los hitos en Italia para atajar el problema: la apertura en los años 90 de los primeros centros antiviolencia. En su origen fueron impulsados por asociaciones feministas de la sociedad civil y ahora se sostienen gracias a los fondos públicos. Sin embargo, desde la red Mujeres en Red contra la Violencia sobre las Mujeres (D.i.R.e., por sus cifras en italiano), sostienen que esa financiación, que debe partir del Estado a las regiones, es escasa, llega tarde y pone en peligro la sostenibilidad de los centros.
La abogada de la red D.i.R.e, Titti Carrara, opina que la administración “desconoce la existencia de estos centros, por lo que deja en situación de vulnerabilidad a las mujeres que sufren violencia”. En estos centros no sólo reciben asistencia psicológica, sino también ayuda legal para que se decidan a denunciar a sus agresores.
Son unas 18.000 las víctimas que acuden a esta red de 140 centros que se extiende por todo el territorio nacional. No obstante, en España existe una estructura de este tipo por cada 53.000 habitantes, mientras en el caso de Italia es de uno por cada 434.000, según el último informe WAVE (las siglas en inglés de Mujeres Contra la Violencia en Europa).
Desde D.iR.e, asociada a la red WAVE, conocen bien lo que se hace en el resto de países comunitarios. “España ha hecho un gran trabajo en los últimos años, al contrario de Italia, donde viendo sus cifras de feminicidios, sólo se puede hablar de un fracaso a todos los niveles”, recalca Carrara.
La abogada insiste además en un aspecto. La mayoría de las mujeres atendidas son italianas agredidas por italianos. “Es decir, hay que acabar con el mito de que es un problema que viene de fuera o que el aumento de la inmigración puede elevar los datos”, aclara.
Según Oria Gargano, de Be Free, asociación que también gestiona uno de estos centros antiviolencia, “no se puede desvincular este fenómeno del contexto que lo rodea”. “Nosotros tenemos una cultura llena de estereotipos, de discriminación y prejuicios. Somos un país extraño, porque al igual que España somos mediterráneos, tenemos una tradición católica y, sin embargo, estamos bastante por detrás”, mantiene.
Gargano subraya además que lo que califica como el “ventenio berlusconiano” no sólo fue un tiempo perdido, sino que “empeoró y banalizó aún más la imagen de la mujer”. Con Silvio Berlusconi en el Gobierno, Italia inició en 2011 los trámites para aprobar la llamada Convención de Estambul –bajo iniciativa del Consejo de Europa- contra la violencia machista. Pero, por ejemplo, nunca dispuso de un ministerio específico para encargarse de estos aspectos, como ocurre en nuestro país desde 2008 con el Ministerio de Igualdad. A día de hoy de las políticas de género en Italia todavía se ocupa un comité gubernamental, con escasas competencias en la práctica, o directamente el gabinete del primer ministro.
Simona Lanzoni, vicepresidenta de la asociación Pangea, que trabaja también en otros países como India o Afganistán, asegura que Italia “ni siquiera está cumpliendo con la convención de Estambul”. Coincide con sus colegas en que falta “una política integral” y lanza un ejemplo, que bien podría ser el de la Ana Orantes italiana.
Quemada viva por su ex
El año pasado, una romana de 22 años llamada Sara di Pietrantonio fue quemada viva por su ex pareja, que reconoció el delito. Su cuerpo se encontró semicarbonizado en mitad de la calle a la mañana siguiente. Se repite el patrón, chica deja a chico y éste decide acabar con la vida de ella de forma brutal. El caso llegó a las portadas, caló con fuerza en la opinión pública y ¿cuál fue la respuesta de las instituciones? “Durante una semana la policía extremó la vigilancia en las calles”, responde Simona Lanzoni.
La presidenta de la Unión de Mujeres de Italia, Vittoria Tola, es una mujer aún con arrestos, pero que ha vivido de todo. Recuerda la década de los setenta como la época de plomo. Después se implicó en los debates para aprobar la ley del divorcio y el aborto, que curiosamente en Italia llegaron casi una década antes que en España, y ahora ve como su país se estanca.
“Los jueces ya no acusan a las mujeres de ser culpables de las violaciones, pero la violencia machista no ha desaparecido”, reflexiona. Aunque para ella, como para el resto de las responsables de las asociaciones, el problema viene más bien de quien toma las decisiones, de la política que no pone este asunto entre sus prioridades.
Es algo que apenas ha cambiado, sostiene. Aunque igual que recuerda los años 70, rememora la última manifestación convocada el pasado noviembre en Roma, con motivo del Día Internacional contra la Violencia de Género, bajo el lema "Ni una de menos". “Ha sido la convocatoria más grande de este tipo que he vivido en Italia”, concluye. Como suele ocurrir, medita, la sociedad por delante de la política.