“Por lo que yo sé, ese es el padre de la novia”. Marco, dueño del restaurante El Rincón de Pepín, no tiene duda. Me señala perfectamente al hombre, un tipo grueso y moreno, ancho y no muy alto. Su nombre es Horitza Spoytoru. Le enseño otra fotografía.
-¿Este le suena?
- Ese es el padre del novio.
En esta ocasión el tipo que aparece en la instantánea habla por teléfono y sostiene un fajo de billetes. Luce sombrero y posa alegre para la foto. Su nombre, Nicolas Viorel Mihalache. Según los dueños del establecimiento, no hay duda. Él es uno de los que urdió el engaño y la estafa de la que es ya conocida como “La banda del simpa”.
Eran las 5 y media de la mañana del día 10 de febrero cuando los camareros de El Rincón de Pepín, que subían y bajaban a los salones en el trajín de la recogida de la sala vieron el salón vacío, sin comensales. De los 200 elegantes invitados de la boda no quedaba más que la orquesta, tocando en solitario al fondo de la sala. Minutos antes nada hacía sospechar, durante una cena tranquila y apacible, lo que estaba a punto de ocurrir. Los músicos habían visto cómo, de repente, todos los invitados se levantaron de sus asientos y se esfumaron del lugar como si nunca hubieran pasado por allí. Comieron, bebieron, rieron, se levantaron y se marcharon sin pagar.
Ya ha pasado una semana desde que saltara a la luz el caso de esta curiosa cuadrilla, conocida ya como la banda del ‘simpa’, un nutrido grupo de rumanos de etnia gitana cuyas fechorías han hecho mella en los negocios de varios comerciantes de la zona en León. Este lunes, uno de los tipos que urdieron el engaño ha sido detenido en la operación que la Policía y la Guardia Civil de la zona estaba llevando a cabo para localizarles tras la denuncia de los propietarios.
Entretanto, se sigue buscando a una segunda persona, también identificada, quien junto a la ya detenida actuó como cabeza visible a la hora de contratar el bautizo y realizar el multitudinario 'simpa'. En EL ESPAÑOL relatamos el modus operandi de una banda que, para empezar cada uno de sus banquetes, quería, al menos, 30 botellas de Johnie Walker -"sin hielo", especificaron- y 40 de vino blanco y tinto sobre la mesa. Después de comer y beber hasta hartarse, desaparecían del lugar sin dejar rastro. Lo intentaron en hasta cuatro ocasiones. Así es como operaban.
Primer asalto: la boda
El Rincón de Pepín es un enorme restaurante que bien podría hacer las veces de palacete. Un entorno ideal para realizar un convite: alfombras rojas conducen a los invitados hacia el interior del edificio. Los muros grises y rústicos enmarcan el castillo. En el jardín, las sombrillas, los sillones y un enorme prado sirven a los invitados para refrescarse de cuando en cuando. En este marco, un ingente grupo de rumanos solicitaron realizar una boda el pasado 9 de febrero y dejaron a los dueños sin el dinero del banquete. A día de hoy todavía deben entre 10.000 y 15.000 euros.
Al principio, Marco Peparini y Laura Arias, los dueños de este restaurante situado en la localidad leonesa de Bembibre, no se preocuparon demasiado. “Esperamos al día siguiente, y al siguiente y al otro… Teníamos un contrato firmado con el nombre de ellos”. Pero nadie apareció por allí, ni al día siguiente ni al siguiente del siguiente.
Cuando aparecieron para reservar, no sospecharon nada. Iban bien vestidos, muy elegantes, muy correctos, acaso con un dudoso dominio del castellano. Entre ellos, estaba el padre de la novia, Horitza Spoytoru, un hombre bajito y moreno. Sus bíceps, como acredita la fotografía en la que se exhibe tras una intensa sesión de trabajo en el gimnasio, están llenos de tatuajes y son grandes como pelotas de baloncesto. Él y otros miembros del clan fueron los que acudieron a hacer la reserva.
Los rumanos sabían lo que querían, y prácticamente siempre pedían lo mismo allá por donde iban. A saber, un surtido de entremeses, merluza, chuleta, postre y café. En cuanto a la bebida, buscaban una particularidad: mucho vino, mucho whisky y nada de hielo. 50 euros por persona, sin contar el suplemento extra por las bebidas espirituosas. Sabían lo que querían. Y lo que se hacían. Llegaron allí como se fueron: con una apariencia de lo más formal, bien vestidos, montados en “coches de alta gama”.
Segundo asalto: atracón en el bautizo
No era la primera vez que el grupo cometía un asalto como ese. Habría un segundo asalto: el atracón que se dieron para lo que ellos llamaban ‘bautizo’ de dos de los infantes de la cuadrilla. “Nos reunimos los días 20, 21 y 22 de febrero”, detalla Antonio, dueño del Hotel Restaurante “El Carmen”. Llegaron allí diez o doce tipos a verle con las cosas claras, al menos en cuanto a la bebida se refiere. “Nos exigieron 20 botellas de vino tinto, 20 de blanco, 30 botellas de Coca-cola y otras treinta de refresco de Naranja de dos litros cada una, y 30 botellas de whisky marca Johnie Walker. No querían hielo”, relata el dueño del restaurante a EL ESPAÑOL.
Lo querían encima de la mesa nada más llegar. El precio total ascendía a 3.100 euros y el dueño del restaurante les pedía 900 euros de adelanto. Resultaba novedoso que Antonio les pidiera un anticipo. De hecho, en 40 años que lleva al frente del negocio, era la primera vez que lo hacía. “No sé, veía que era mucho alcohol en la mesa… Tenía miedo a que se pelearan entre ellos y por eso se lo exigí”. Ellos lo pagaron religiosamente, así que, en principio, no puso problema.
Llegaron por la tarde, muy aseados, con los pantalones y las chaquetas a medida. Las mujeres iban ataviadas con trajes muy coloridos, “Así tipo ‘ajitanao’, pero muy bien vestidos”, explica el dueño del establecimiento.
En concreto, estaban celebrando dos bautizos. El acto que ellos conocen como “bautizo” consiste en la primera ocasión en la que le cortan el pelo a los pequeños de la casa. Suele ser a los dos años. Así que eso fue lo que ocurrió. A mitad de la ceremonia, según cuentan los responsables del local, y antes de la tarta y los postres, pusieron una mesa redonda, de terraza, en el centro de la sala, y le cortaron la coleta a los jóvenes.
“En ningún momento estaban borrachos. Tampoco nos faltaron al respeto y se portaron muy bien todo el rato”, recuerda Antonio.
La huida se produjo a los postres. No bien los camareros habían servido la tarta cuando todos los invitados fueron saliendo uno tras otro por la puerta de la cafetería como si de un auténtico “rebaño” se tratara. “Es que salieron como un rebaño”, explica Antonio. El dueño, al igual que el resto de los empleados, se quedaron patidifusos, paralizados. Les vieron salir y no entendían nada. Al momento llamaron al dueño.
-Toño, que se te marchan sin pagar.
-Venga hombre, déjate de bromas.
-Que sí, joder, que sí, ven, que se te marchan.
Y allí fue y ya vio que no quedaba ninguno. No fue capaz de ir detrás de ellos. “Te quedas cortado, no sabes cómo reaccionar, coges miedo”, explica el dueño del local. En la sala, el escenario era el mismo que el del anterior asalto que habían perpetrado. Los siete últimos que se quedaron, casi comiendo la tarta, eran los de la orquesta que ellos se habían llevado al bautizo: exactamente los mismos señores que tocaron en la boda. “Pero dijeron que no los conocían. Sin embargo, eran los mismos”.
Tercer asalto: intento fallido de robo de vajilla
“Cuando supe lo que había pasado en el bautizo llamé a Antonio y le dije: ‘Mira Antonio, ha pasado esto, aquí también vinieron pidiéndome sitio para cenar pero les dije que no. Ya siento que te haya sucedido a ti”. Quien habla es Juan González, el dueño de un tercer establecimiento en la zona que conoce las andanzas de la banda del ‘simpa’. De hecho, a él se la intentaron ‘colar’ el pasado mes de noviembre, aunque a él solo le solicitaron una cosa: una sala grande vacía para realizar el banquete. Ellos mismos llevarían y cocinarían todo.
Juan González es, desde hace año y medio, propietario del Hotel Novo, un enorme complejo con 52 habitaciones y también cafetería. Cuenta con tres salones con capacidad para 160, 60 y 400 personas respectivamente. El recinto cuenta, además, con una discoteca en la que caben 400 personas. Así que no tenía problemas en acogerles.
Habían pactado que, a partir de 80 personas, pagarían 10 euros extra por cada persona a mayores. Llegaron allí más de cien invitados. También se llevaron la orquesta que iba a ser habitual en las juergas posteriores. El problema llegó al final de la fiesta. “Cuando bajé a recoger, lo tenían todo listo para llevárselo en sus furgonetas. Llegué a tiempo y lo bajaron todo, pero lo que no les pude hacer cobrar fue el acuerdo de los diez euros a mayores”.
Así, la banda es descrita como un conjunto estrafalario de individuos, unos tipos que “lo mismo llegaban en traje y corbata que te venían en chándal. Lo mismo venían en un BMW que todos en una furgoneta. No te puedes poner a malas con esta gente”. Algunos ya están en manos de las autoridades. Otros, siguen siendo investigados.