Pepe Barahona Fernando Ruso

Es él, pero ya no se parece a quien fue. La amplia sonrisa que conquistó el corazón de los españoles es ahora tétrica y amarga, decenas de arrugas marcadas dibujan el paso de los años en su cara redonda y nívea, apenas se adivinan los hoyuelos en su mejilla, la en tiempos divertida cresta ha perdido la viveza multicolor y su mirada es ahora macabra, como de despecho, de dolor acumulado por el ostracismo al que fue condenado poco después de copar portadas y minutos en la televisión en los seis meses que duró la Expo 92. Curro ya no habla, pero lo dice todo. No le ha aguantado el pulso a la vejez. Créame, ayer hablé con él y no parece muy feliz.

Ya no hay risas a su alrededor. La Expo 92 cumplirá 25 años el próximo 20 de abril y Curro soplará las velas en el cementerio en el que yace desde hace casi el mismo tiempo. La mascota alada es un muerto en vida al que un simple chispazo de luz se le saca un mensaje que lleva décadas dormido: "Hola, soy Curro, la mascota de la Expo 92. ¿Quieres darte un paseo ‘conmí’?".

“No dice ‘conmigo’, dice ‘conmí’ y siempre tuve la duda de por qué era así”, se pregunta Rosario. “Hasta que conocí a alguien que trabajó haciendo Curros y me comentó que en la cinta de la grabación no cabían las últimas letras”, desvela la encargada del camposanto en el que descansa un centenar de ‘Curritos’, como ella los llama cariñosamente.

Dos de sus hermanos, desmontadores de la Expo 92 y propietarios de un negocio de antigüedades y reciclaje, adquirieron unos 400 Curros en plena liquidación de muestra sevillana. Les costó alrededor de 200.000 pesetas, importe por el que hoy se pueden comprar dos Curritos. Buen negocio.

UN CURRO, 450 EUROS

Ellos siguen haciendo caja de la Exposición Universal de Sevilla. Los Curros se venden a cuentagotas pero de forma ininterrumpida al precio de 450 euros la unidad. Una ganga para quienes quieren llevarse un trozo de la Muestra a sus casas. “He mandado algunos a Madrid, para cumpleaños, también para exposiciones…”, comenta Rosario, de 57 años, dándole caladas a un purito.

—Rosario, ¿le da pena deshacerse de ellos?
—Sí, mucha. Pero ojalá se vendan todos.

"La gente se queda fascinada, vienen aquí y recuerdan cómo se montaban en Curro hace 25 años", explica la encargada de Romano Antigüedades. Allí también se pueden encontrar los dinosaurios del pabellón del Futuro, algunas botellas de Coca Cola de gran formato hechas para la Expo o las matrículas especiales de los coches que podían acceder al recinto.

25 aniversario de la Expo 92

“Se puede decir que este es el cementerio de la Expo”, concreta Francisco Rico, Curro, el propietario de Romano Antigüedades. Su negocio, nacido hace 32 años, tomó auge tras la clausura de la Muestra Universal. "Aquello fue penoso", recuerda. "Se echaron abajo los pabellones y nosotros mismos hemos desmontado muchos, pero porque nos lo mandaban. Hoy me tiro de los pelos —continúa— pensando en el negocio que hubiese sido el haber mantenido mucho de lo que se tiró".

Un total de 101 países participaron en una muestra que cambió la ciudad. Sevilla consiguió nuevos puentes y unas infraestructuras que la conectaron con el resto del país. Más de 215 hectáreas de terrenos baldíos fueron amoldándose para acoger hasta 16 espacios escénicos, un jardín botánico iberoamericano, un monorraíl, un telecabina, restaurantes, avenidas y un sistema de agua pulverizada que conseguía rebajar las altas temperaturas de la capital andaluza.

Por la Expo 92 pasaron 41,8 millones de visitantes en seis meses. La cifra de espectáculos de ópera, rock o flamenco superaron las 42.000 actuaciones. Cantaron todos… y Rocío Jurado.

El 12 de octubre, coincidiendo con el 500 aniversario del descubrimiento de América, la Expo cerró sus puertas. Y lo que se salvó se hizo partes y se vendió en la que llegó a ser la mayor subasta privada de España. Participaron miles de personas y con ella Agesa, la sociedad gestora de activos, pretendía conseguir 1.500.000 millones de pesetas.

También Curro. Duró tres días y en ella salieron unos 3.500 lotes que contenían los más variados artículos que en su día costaron a la organización más de 4.000 millones de pesetas. Lo más barato, por 500 pesetas, un botiquín; lo más caro, 216 teléfonos Siemens modelo s5003, que alcanzaron un precio de 6.800.000 pesetas.

Curro todavía conserva, aunque perdido en su despacho entre pilas de papeles, el catálogo que la multinacional holandesa Troostwijk, organizadora de la puja, editó para que los compradores pudieran seguir la subasta. La revistilla costaba 1.500 pesetas y con ella se aseguraba a modo de entrada el paso a la carpa Ambiente 92.

Más allá de la subasta oficial, Curro recuerda movimientos alternativos que facilitaban el acceso a otro tipo de productos. "En la Expo la gente vendía hasta lo que no era suyo", sostiene. "A veces —sigue—, varios organismos vendían una misma pieza porque nadie sabía de quién era qué cosa".

"Nosotros le vimos punta a los Curro, y decidimos pujar por ellos; quién me iba a decir que hoy íbamos a ser noticia por comprarlos", cuenta el sevillano, apartado del ajetreo del negocio después de que hace varios años sufriera un ictus. Desde entonces, pese a estar relativamente bien físicamente, tiene enormes lagunas. No recuerda mucho de lo que vivió en la Expo allá por el 92.

CURRO, FIDEL, GORBACHOV, MITTERRAND…

Curro, la mascota de la muestra universal, sí recuerda quien fue. Está cascado pero conserva intacta la memoria. Como los viejos rockeros, que recuerdan las letras de sus canciones por mucho polvo que acumulen las partituras. Puede que su voz no sea la misma, pero es él. Y Curro lo sabe.

Junto al pájaro multicolor con patas de elefante diseñado por el alemán Heinz Edelmann pasearon los líderes más destacados de la política de la época. La Cartuja se convirtió en un paisaje de cuento con personajes reales. De François Mitterrand a Fidel Castro, pasando por Mijaíl Gorbachov —al que los sevillanos recibieron al grito de ‘¡Torero, torero!’ —, Mario Suárez, Margarita de Dinamarca, los reyes de Noruega, Carolina de Mónaco o el Príncipe Carlos de Inglaterra y la, por aquel entonces, triste Diana de Gales, que meses después se separó del heredero de la Corona británica. Y Curro salía en las fotos junto a todos ellos.

Ahora, a la ajada mascota alada y multicolor, le toca deshacerse del polvo que acumula, del verdín criado a la intemperie para volver a erigirse como protagonista del aniversario de la Expo. Su Expo.

Durante la entrevista con EL ESPAÑOL, a Curro —el de carne y hueso— le suena el teléfono. Es el Ayuntamiento de Sevilla. Le propone que, si está dispuesto, puede sacar toda su flota de Curros a la calle para exhibirlos con motivo del 25 aniversario de la Expo. Y a todos le cambia el gesto.

—Pero, ¿sabe usted el trabajo que le espera para ponerlos a punto?
—¡Qué va, si están perfectos! Solo quitarle el polvo, ponerle el mecanismo para que los niños se puedan volver a montar. No es mucho más.

Ya es tarde para echarse atrás. El teléfono vuelve a sonar. Y una vez más. El rumor va corriendo entre los Curros, apilados en estanterías de tres alturas. Y, será la luz o el optimismo contagiado, pero vuelven a sonreír. Y son de nuevo esos Curros. Los que balanceaban a los zagales en sus regazos.

Ya queda menos para que por las calles de Sevilla suene de nuevo ese: “Hola, soy Curro, la mascota de la Expo 92. ¿Quieres darte un paseo ‘conmí’?”.