“¿Le estás haciendo un lifting a la Virgen?”. Mati sabe encajar las diferentes visiones de quienes se postran delante de la dolorosa de la hermandad del Museo de Sevilla, la virgen de las Aguas. Los hay que la ven más delgada, otras veces más gorda, días más triste y otros tantos alegre. Porque, como asegura quien se encarga de vestirla, la virgen siempre es la misma, pero nunca parece igual. Y eso lo sabe Mati, Mari, Nany, Celia, Manuel y cuantos tienen la encomienda de ataviar a la virgen de las Aguas. Herederos de una tradición, el arte de vestir a María, aparentemente invariable pero siempre sujeta a modas.
EL ESPAÑOL comparte con Mati y Mari, las vestidoras de la virgen de las Aguas, los preparativos previos a la salida en procesión de la hermandad del Museo este Lunes Santo. Una minuciosa labor que se mantiene alejada de la mirada de los fieles y que se protege con celo por parte de las corporaciones religiosas. “Esto es un privilegio”, insiste Mati.
Sobre el paso, a escasos centímetros del rostro de la virgen de las Aguas, Mariángeles Matilde Soria, Mati, va plegando los lienzos de tul que conforman el singular rostrillo de la dolorosa del Museo. “A esta virgen se le reconoce fácilmente”, puntualiza la vestidora, junto con su compañera María del Carmen Gandul, las únicas de la Semana Santa sevillana.
El atavío de las dolorosas es cosa de hombres. Así lo fue en el pasado, cuando esta encomienda recaía en los capellanes o sacristanes, y así ha venido siendo cuando se han ido incorporando, a lo largo del último siglo, hombres relacionados con las artes plásticas. La participación de gente ajena a la Iglesia permitió la trasgresión de inalterables normas y reglas y, entonces, las hermandades de Sevilla, referentes en este arte, empezaron a buscar un estilo que las definiera.
Son los años veinte y en la escena cofrade sevillana aparecen los nombres de José Persio, Antonio Amians o Juan Manuel Rodríguez Ojeda, y más tarde los de Fernando Morillo o Pepe Garduño.
“LA VIRGEN ME ELIGIÓ PARA QUE LA VISTIERA”
O Paco Santos, maestro de Mati en esto de vestir a la virgen de las Aguas. Desde el paso, aupándose en la peana de la virgen, explica que empezó dándole alfileres al difunto Paco y que así fue aprendiendo todo lo que sabe. “La virgen me eligió para que la vistiera”, sostiene segundos antes de echarse a llorar. Tiene 63 años y una vida entera vinculada a la hermandad.
“Ella es una virgen muy humana, le falta hablar. De hecho me habla con su silencio. Hay veces que la veo sonreír o llorar, y le pregunto que qué le pasa. Y no sé si es algo que le ocurre a ella o a mí. No sé si es ella o soy yo, yo o ella”, razona quien lleva 28 años en estas labores, siete como vestidora.
—¿Hay modas en esto de vestir a la Virgen?
—Claro que sí, pero siempre dentro de unos cánones, que son fundamentales en la Semana Santa. Las innovaciones caben, pero siempre rescatando ideas antiguas y ciñéndose a la idiosincrasia de la hermandad, a su estilo de vestir.
“El atavío define a la imagen”, apunta José Ignacio Sánchez Rico, licenciado en Historia del Arte, gran conocedor de la Semana Santa de Sevilla y coautor, junto con Antonio Bejarano y Jesús Romanov, del libro El arte de vestir a la Virgen (Almuzara, 2017). De ahí la importancia del atavío, que fija con el paso del tiempo un modelo icónico. “Un sello”, confirma.
“Como el que Garduño le dio a la Macarena o Morillo a la Esperanza de Triana”, cuenta Sánchez Rico, que corrobora que el arte de vestir a las dolorosas sigue los dictados de la moda, “aunque de forma tan lenta que parece invariable”.
El experto se remonta al Concilio de Éfeso, en el año 431, donde se discutió la dignidad de la Virgen y se acabó por definirla como Madre de Dios. A partir de entonces el auge de la devoción mariana llevaría a los artistas a hacer representaciones entronizadas de la María dándole el tratamiento propio de monarcas.
DEL ESTILO DE HABSBURGO A LOS BORBONES…
El estilo de la Casa de Habsburgo, imperante hasta el siglo XVIII, dio paso en Sevilla a aires más afrancesados con la llegada de los Borbones y por ahí empezó a introducirse pequeños cambios que fueron bien aceptados en las hermandades. A las vírgenes se les empezó a vérseles el cuello, se incorporan bordados y se jugó con el largo de las tocas para dejar más o menos saya a la vista.
El gran cambio de la virgen de las Aguas, la única dolorosa de terracota de Sevilla —lo habitual es que sean de madera policromada—, tuvo lugar en los años veinte, cuando se decidió seguir las modas de la ciudad y hacer de una virgen orante, que salía en procesión a los pies del Señor, una talla de pie para que cumpliese la estación de penitencia en un paso de palio.
El imaginero granadino Cristóbal Ramos fue el encargado de modificar la talla y de cambiar las manos entrelazadas por unas separadas. Con la nueva perspectiva, la Virgen ganó altura hasta convertirse en una de las más altas de Sevilla con 1,85 metros. Y una desproporcionada cabeza que, según cuentan los hermanos del Museo, fue disimulada con el rostrillo de tules plisados, tan característico de la virgen de las Aguas, diseño de Antonio Amians curiosamente para la virgen del Rosario de la hermandad de Montesión.
Celia, camarera de la Virgen, conoce a la perfección la historia de su hermandad. Es licenciada en Historia del Arte, con un máster en museografía y, cumpliendo con las labores asociadas a su cargo, ayuda a Mati a ataviar a la virgen de las Aguas. “No se me ocurre mayor honor”, detalla a EL ESPAÑOL.
Su cometido como Camarera consiste en velar por el ajuar de la Virgen. Y vestirla por dentro, porque una dolorosa lleva ropa interior bajo su saya. Camisolas, enaguas… “Y nosotras —en referencia a su compañera Nany García— tenemos la libertad para elegir la que queremos que lleve”, explica Celia.
La virgen de las Aguas cambia su aspecto unas seis o siete veces al año. Dependiendo de la época litúrgica. En noviembre se le viste de negro; en Cuaresma, de hebrea, con una saya burdeos lisa y unos mantos celestes y blancos; en diciembre, muchas se visten de celeste por la Inmaculada; en mayo de blanco, por el mes de las novias; aparte de la salida del Lunes Santo, donde lleva la saya de salida y el manto azul liso.
—¿Se tienen en cuenta las modas al decidir cómo irá la Virgen?
—Todo lo que no evoluciona, muere; pero ha de ser pasito a pasito. Tenemos un sello, unos cánones, que nos transmitieron nuestros mayores y que nosotros iremos pasando a las próximas generaciones. Tratamos de mantener el estilo, pero dentro de unos marcados márgenes.
El arte de vestir a las dolorosas de Sevilla siempre ha estado ligado a las modas implantadas en la realeza, “pero todo cambia con la República y la Guerra Civil, donde el referente es la abstracción de esa realeza”, apunta Sánchez Rico. “Y el cine clásico de Hollywood”, apunta.
… A HOLLYWOOD Y LAS FOLCLÓRICAS
“Y ahí está el ejemplo del característico refregador —llamado popularmente así por el parecido de los paños plisados a una tabla de lavar— dorado de la Esperanza de Triana, inspirado en los drapeados que lucía Rita Hayworth”, explica el experto. Y también influencias anecdóticas como cuando, según cuenta Sánchez Rico, los hermanos de la hermandad de los Gitanos de Sevilla hicieron una sesión de fotos con la virgen de las Angustias con mantilla imitando un retrato de Juanita Reina.
Y Sevilla, siempre referente, exportaba su estilo a las hermandades del resto de España a través de los devocionarios —“Ahora sería Internet”, añade Sánchez Rico— que se imprimían y se repartían entre los devotos. De ahí que la Macarena o la Esperanza de Triana hayan ejercido su influencia fuera de las fronteras de la ciudad.
—¿Cómo serán las dolorosas del futuro?
—Evolucionará poco, porque es difícil innovar en algo tan ligado a la tradición. El de vestir a la Virgen es un arte popular vivo, pero no de vanguardia. Se incorporarán pequeños distingos, pero en muchos casos las nuevas generaciones beberán de lo que se hizo décadas atrás y siempre jugando con creaciones de los grandes maestros.
Bajo esa tesis, Sánchez Rico y el resto de autores de El arte de vestir a la Virgen han advertido que en la Semana Santa se da una suerte de revival, imitando el estilo clásico de los años veinte o, incluso, de la Casa de Habsburgo. Esta tendencia ha hecho que se recuperen prendas como el refregador de la Esperanza de Triana o, en el caso de la virgen de las Aguas, unas blondas de hace treinta años.
Uno de los responsables de esta recuperación es Manuel Antonio Ruiz Verdejo, prioste segundo de la hermandad del Museo y licenciado en Bellas Artes. A él le corresponde decidir cómo debe vestirse a la Virgen para los distintos cultos.
“Algunas veces buscamos en los anales de la hermandad para documentarnos, otras tratamos combinar con las piezas del ajuar hasta encontrar lo que mejor le siente a la imagen”, explica el prioste. “Nuestra virgen es muy de color azul”, puntualiza delante de parte del ajuar de la virgen: cinco sayas, más la de salida, tres mantos bordados y otros tantos lisos, tres diademas, un buen número de rosarios, y otras tantas joyas…
Él lo tiene claro. “Sí hay modas, y se ve en las fotos antiguas. Ahora mismo las vírgenes se visten más estrechas, al contrario que en los años setenta u ochenta”, explica mientras observa en la distancia como Mati y Mari siguen plegando tules hasta completar el rostrillo de la Virgen.
“Se tienen muchas vivencias al vestir a la Virgen —zanja el prioste—, la tienes cerca, la proteges… Ese es el mayor privilegio”.