¿Sabe ya la diferencia entre un paso de la palio y uno de misterio? ¿Tiene el gaznate saturado de torrijas de miel y vino? ¿Evita emplear términos como capirucho, por capirote; cargadores, por costaleros; tronos, por pasos; o madrugada, por Madrugá? Si la respuesta es sí, quizás sea buena idea tomarse un respiro —sus pies seguro que se lo están pidiendo a gritos— para dedicarse a conocer la Sevilla ajena a la Semana Santa. ¿Cree qué que es imposible? Descuide, estos sevillanos harán de cicerones para descubrirle la ciudad más alternativa.
A estas alturas, oh, distinguido visitante, se habrá percatado de que la Semana Santa deja poco espacio al ocio alternativo en la Sevilla intramuros, esa que comprende el casco antiguo más extenso de Europa. Moverse por las intrincadas callejuelas del centro de la capital andaluza es una labor harto difícil para quien desconoce la planimetría de la ciudad, sobre todo ahora que las cofradías con sus largas filas de nazarenos serpentean en torno a la carrera oficial que conduce a la Catedral.
Si nunca ha estado en Sevilla en Semana Santa, se habrá sorprendido por esas aglomeraciones de público que los autóctonos llaman bulla, una masa dotada de inteligencia colectiva, que permite, no sin esfuerzo y paciencia, el movimiento individual. Cuando haya colmado sus ansias de ver procesiones, huya de ellas, huya de la gente, nunca avance hacia donde vayan ni hacia donde vengan. Trate de escabullirse por las vías más tranquilas y rece para no toparse con otra bulla.
La Alameda de Hércules es siempre un valor seguro. Con independencia de las hermandades que tienen en las calles aledañas su sede y aquellas que la utilizan como parte de su estación de penitencia, la zona ofrece al cansado visitante una amplia variedad de bares en los que saciar la sed y el hambre, de alimentos y también cultural.
CINES SIN BULLAS
“El cine es una gozada, ya sea la hora que sea, la película que sea, en Semana Santa nunca te encontrarás a más de cuatro gatos en las salas”, explica Alfonso Barragán, licenciado en humanidades, artista plástico y editor de la revista Maasai Magazine, dedicada al diseño, la ilustración y la fotografía como rasgos esenciales.
Alfonso pasea indeciso por el callejón que conecta la Alameda de Hércules con la calle Jesús del Gran Poder. Allí está uno de los cines más singulares de Sevilla, que mantienen una estética de lo más kitsch con sus neones, tipografías excesivas y demás parafernalia que fue tendencia décadas atrás. Ver una película es, para aliviar el dolor de pies y olvidarse de las altas temperaturas que acompañan, una opción a tener muy en cuenta para los turistas. También para los sevillanos que como Alfonso, han renunciado a “huir” de la ciudad y buscan un plan lejos de las procesiones.
—¿Nunca has sido de procesiones?
—Bueno, de chavalillo, la Semana Santa siempre fue una excusa para trasgredir horarios y aguantar hasta bien entrada la madrugada con los amigos del barrio. Significaba llegar tarde a casa con excusa. Más allá de eso, tuve una novia cuando tenía 17 años que era de la Macarena a tope y esa fue la única vez que la vi. ¡Tuve que esperar tres horas en la calle para que pasara el paso!
Las mismas faldas también lo llevaron a ver un concierto de Alejandro Sanz que pagó él. Demasiados sacrificios para una relación que no prosperó. Ahora vive con su actual novia en un bonito piso del centro, de estilo regionalista con baldosas hidráulicas y techos altos, y las cofradías las ve desde el balcón.
“La Semana Santa es una fiesta muy invasiva para quienes viven en el centro”, confirma. “La teoría dice que solo es una semana al año, pero en la práctica no es así”, se lamenta. Procesiones extraordinarias, ensayos, hermandades de gloria, cruces de mayo… tanto es así que sus vecinos crearon un grupo de WhatsApp para alertar al resto cuando veían los carteles de retiradas de vehículos previos al paso de las procesiones.
¿POR QUÉ NO CARACOLES?
“Ah, —zanja Alfonso— otro plan que suelo hacer cuando la Semana Santa cae tarde, como este año, es ir a barrios a las afueras en busca de bares donde sirvan caracoles”.
Una buena opción para quienes además vayan buscando el remanso de paz que ofrecen las zonas verdes de Sevilla. Caracoles y jardines que se pueden encontrar en barrios como Pino Montano, con el parque de Miraflores.
Hablando de parques, saquen hueco para pasear por el de María Luisa y todo lo que alberga: algunos pabellones de la exposición iberoamericana de 1929, los museos arqueológico y de artes y costumbres populares o la plaza de España. Un paseo en bici, en barca, echarle de comer a las palomas… o una simple parada a los pies de alguno de sus centenarios árboles, es una opción perfecta para toda la familia.
Y de la exposición del 29 a la Expo 92. Los alrededores del antiguo monasterio de La Cartuja, que ahora acoge el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), es la opción que recomienda Jesús Barrera, propietario de Un gato en bicicleta, un espacio que aúna librería, cafetería y zona expositiva en la que participan jóvenes talentos.
Él, por motivos laborales, tiene comprometidos todos los días de la Semana Santa. Pero un grupo de amigos ha tomado su piso. La recomendación está clara: una visita por el CAAC [vea aquí la programación] y sus espacios colindantes. “La experiencia de la zona es muy buena”, confirma el librero. La zona museística está rodeada de interesantes jardines y partes de la que fue la antigua fábrica de loza fina de La Cartuja Pickman.
DE LA CARTUJA AL CAIXA FÓRUM
“Porque a tiro de piedra, justo a la salida, está el acceso al jardín americano, uno de los más bonitos de Sevilla, que, si bien ha estado desmejorado en los últimos años, está en proceso de mejora”, explica. Además, a pocos minutos a pie, están algunos de los pabellones de la Exposición Universal de 1992 o el recién inaugurado Caixa Fórum: una puerta a una ciudad diferente que sorprende a los sevillanos por salir de los tópicos.
Ubicado en el complejo Torre de Sevilla, que incluye el primer rascacielos de la ciudad, el de Sevilla es el tercer Caixa Fórum más grande de España y actualmente ofrece una retrospectiva del pintor Hermen Anglada-Camarasa y ‘¡Mírame!’, una colección de retratos seleccionados entre los fondos de la entidad.
Lejos de las galerías de arte convencionales, la ciudad alberga una gran variedad de espacios alternativos que ofrecen una programación permanente y variopinta. “Y estas propuestas son muy interesantes porque suponen un nexo entre el arte y el público profano”, asegura el artista plástico Manuel Zapata, uno de los coordinadores de la exposición colectiva ‘7 vírgenes’, que se puede ver en Un gato en bicicleta (calle Pérez Galdós).
En ella, que alcanza en 2017 su tercera edición, una veintena de artistas abordan el fenómeno en torno a la imagen religiosa, desde el prima cultural, turístico, devocional o lúdico y promoviendo en la ciudad un espacio para la revisión, la ironía, la crítica o la denuncia.
Y LAS GALERÍAS ALTERNATIVAS
En ella Manuel Zapata propone como pieza una máscara de papel maché con la imagen de un cristo, de la que se hicieron cien reproducciones. “Me interesaba las connotaciones que tiene la propia máscara como elemento de ocultación, la de no mostrar la propia imagen, que es uno de los usos que da la ciudad de Sevilla da a la Semana Santa, y cómo muchos se valen de las cofradías para esconder sus verdaderas pretensiones”, sostiene el artista.
Zapata propone a los visitantes que han consumado su hartazgo de la Sevilla cofrade reposar física y mentalmente en Un gato en bicicleta, en pleno Soho Benita, centro de compras alternativo de la ciudad. Aprovechen la cercanía para hacer sus compras, mejor en sábado. La zona ofrece una rica propuesta comercial lejos de las marcas de consumo global. En el Soho las imprescindibles son Le voilà, Verde Moscú, La importadora, Isadora, Zález, Artefactum o Delimbo, una galería de arte contemporáneo situada en una edificio de Aníbal González, el arquitecto regionalista de la plaza de España (y otros tantos inmuebles de Sevilla).
La zona de la Alfalfa, cerca de un nutridísimo listado de bares y restaurantes donde comer —aquí los que están de moda: Tradevo, Los palillos, Sal gorda, El Pintón, Bar Europa, La Mamarracha, Ovejas negras, Lobo López, Torres y García o Tata Pila (estos tres últimos más alejados)—, alberga un oasis en mitad de la bulla: la casa de Pilatos (en la calle Águilas).
O LA CASA DE PILATOS
“Es una de las mejores opciones para quien quiere tradición pero sin vínculo religioso, porque los grandes monumentos como la Catedral o su entorno sí están tomados por la Semana Santa”, explica Agustín Israel, gestor cultural y artista plástico y licenciado en Bellas artes y doctor en Historia del Arte.
Situado en pleno centro histórico, en la frontera de la judería medieval y apenas a diez minutos a pie del Alcázar, la Casa de Pilatos es el conjunto residencial privado más suntuoso de la ciudad.
“Hay piezas romanas a construcciones renacentistas y barrocas y contiene una colección de arte muy interesante de los propios duques de Medinaceli. Sin dura, la Casa de Pilatos es un oasis dentro de las bullas, donde alcanzar la paz de momento en alguno de sus patios”, confirma Agustín, creador del personaje de comic Capitán nazareno, “un superhéroe defensor de la sevillanía”.
Agustín se reconoce no creyente pero sí cofrade, “por su planteamiento estético y perfomático”, y le gusta echarse a la calle a ves procesiones. Pero con mesura. Y entre paso y paso… “Esta ciudad tiene una capacidad turística bestial, más allá de los elementos recurrentes como la Catedral y los alrededores”, afirma.
Y ahí hay muchas posibilidades para redescubrir una ciudad que va más allá de la Semana Santa, una fecha ideal para dejarse fascinar —qué remedio— por una Sevilla alternativa.