Esta semana, como viene siendo habitual desde hace varios años cuando se acerca el primer domingo de mayo, he recibido en la redacción en la que trabajo un montón de mails y algún que otro regalo de diversos relaciones públicas (hombres y mujeres) con los que muy amablemente me felicitan por el Día de la Madre y me animan a celebrarlo por todo lo alto con mis hijos.
Pero resulta que yo no tengo hijos.
Una de cada cuatro mujeres nacidas en 1975 llegaremos a los 50 años sin haber dado a luz nunca, según el estudio La infecundidad en España: tic-tac, tic-tac, tic-tac!!!, publicado en 2016 por el Centro de Estudios Demográficos de la Universidad Autónoma de Barcelona. Parece una cifra lo suficientemente alta como para que la sociedad entienda de una vez por todas que la palabra mujer no es sinónimo de madre. Las no-madres –qué horrible término para describirnos, desde la negación– también existimos, por mucho que traten de abocarnos a la invisibilidad con esos mensajes tan fuera de lugar (¿felicitarán también a los gallegos por el Día de Andalucía?).
No somos raras. Y no, tampoco somos incompletas, infelices ni egoístas, por repetir los tres tópicos más comunes asociados a las mujeres sin hijos, o al menos no necesariamente más incompletas, infelices y egoístas que las que empujan un carricoche por la calle. Como dice Maribel Verdú –que lleva más de dos décadas teniendo que responder en las entrevistas a la machacona pregunta de “¿para cuándo un hijo?”–, la felicidad no se mide por el número de partos. “Conozco a muchísimas mujeres sin hijos que se sienten realizadas, y a muchísimas mujeres con hijos que se sienten realizadas, y a muchísimas mujeres con hijos o sin ellos que no se sienten realizadas... Es decir, que la felicidad no depende del hecho de ser o no madre, porque entonces sería la bomba: todas tendríamos hijos y ya está”, cuenta la actriz.
Maribel siempre tuvo claro que no quería descendencia. Igual que su colega Carmen Ruiz, con la diferencia de que a esta última le costó “salir del armario”, según la expresión que utiliza ella misma, como si sentir un nulo instinto maternal tuviera que ser motivo de vergüenza. “En ocasiones he llegado a pensar: ¿Será verdad que soy rara?”, reconoce Carmen.
Tampoco deseó verse a sí misma embarazada Inka Martí: “Yo necesito ser libre, no puedo responsabilizarme de una criatura que requeriría el 90 por ciento de mi tiempo. Para mí son esenciales el silencio y la vida interior, que son dos cosas que un niño no permite, porque pide acción”, explica la fotógrafa, escritora y editora. Ellas tres son un ejemplo del camino más obvio que conduce hasta la no-maternidad, el de aquellas que, simplemente, no aspiran a acunar a un bebé y punto.
Pero hay muchos más. Otras mujeres no llegan a ser madres, aun deseándolo, por razones médicas. Es el caso de Sandra Ibarra, que ha sobrevivido a dos leucemias en cuyos tratamientos los médicos no protegieron sus ovarios. A pesar de ello, la modelo tampoco es infeliz ni incompleta (lo de egoísta sobra decirlo: es la impulsora de la Fundación Sandra Ibarra de Solidaridad frente al Cáncer, con la que presta apoyo a cientos de personas que pasan por el trance de esta enfermedad): “El hecho de no ser madre no puede convertirse en un lastre. Yo he aprendido a encajarlo, a ser feliz sin hijos”, señala. Luego están las que lo intentan sin demasiado empeño, no les sale y cierran esa puerta sin trauma alguno, detectando enseguida la parte positiva del asunto, como les sucedió a Soledad Lorenzo y Rosa Montero, que a cambio han sido bendecidas con prolíficas carreras en el ámbito de la creación.
“La Soledad que habla ahora no tiene nada que ver, pero absolutamente nada, con la que habría sido si hubiese tenido niños. Y como me gusta esta Soledad... ¿por qué voy a desear que las cosas hubiesen sido distintas?”, argumenta la galerista, que habla desde la experiencia que le conceden sus 79 años de vida. Rosa asegura que ella tampoco lamenta su estado de no-madre: “La maternidad cierra tu ciclo de madurez, te hace salir de tu niño interior, de modo que si nunca has dado ese paso hay una parte de ti que no termina de madurar. No me arrepiento de no haber tenido hijos, porque esa parte que hay en mí que no ha terminado de madurar es la que escribe”.
A la no-maternidad se llega, también, desde la duda. La presentadora Paula Vázquez llegó a congelar sus óvulos de cara a una futura búsqueda de embarazo y ahora que ha cumplido los 42 no lo ve claro. “Estoy muy bien así. He aprendido que ser madre no es obligatorio, porque mi vida va a estar igualmente completa”, esgrime, desde la libertad que le da su agenda repleta de viajes por todo el mundo. Mamen Mendizábal y Alaska se lo plantearon en su día pero finalmente no se decidieron a dar el paso. “Mario (Vaquerizo) y yo llegamos a hacer una lista de las razones por las cuales no debíamos tener hijos”, desvela la cantante, mientras que la periodista alega: “Cuando se pasa lo que yo llamo la inercia (esa edad en la que toca tener un hijo), lo que ocurre es que te paras a observar a tus amigas madres, te das cuenta de lo que significa tener un hijo realmente y te lo piensas mucho más”.
Caso aparte es el de Almudena Fernández, modelo y fundadora de la ONG Kind Surf, que a sus 40 años todavía no se ha decantado ni por el sí ni por el no y se resiste a que nadie le meta prisa: “Cuando te hablan tanto del reloj biológico parece que éste se acaba incorporando a ti, pero yo me niego a que eso ocurra. Si nunca he sufrido esos miedos, ¿por qué hay quien trata de transmitírmelos? Ser madre es otra cosa más, no es la cosa, no te da un grado más como persona”.
En los medios de comunicación aparecen cada cierto tiempo mujeres que, como ellas, se ven obligadas a dar explicaciones acerca de su no-maternidad, pero a día de hoy aún no ha tenido lugar la entrevista en la que a la chica de portada, con su rollizo bebé en brazos, le pregunten qué le ha llevado a meterse en semejante lío. Son las otras las que están bajo duda, las que a ojos de casi todos han tomado el camino incorrecto: hasta a Theresa May se le cuestionó su capacidad para convertirse en primera ministra británica antes de acceder a ese puesto porque, según su contrincante, Andrea Leadsom, el hecho de que May no tenga descendencia significa que no cuenta con “un interés real en el futuro del país”.
Mañana, cuando los programas de televisión y los anuncios nos bombardeen con esos mensajes edulcorados que gritan que “las madres se lo merecen todo” (como si el hecho de haber tenido hijos las situase en una posición de superioridad respecto al resto de las mujeres porque sí, como si no existieran las madres pésimas), una de cada cuatro de las nacidas en 1975 volveremos a sentirnos invisibles. Claro que no merece la pena dramatizar y conviene tomárselo con sentido del humor: recordemos esa viñeta de Roy Lichtenstein en la que una mujer llora desconsoladamente, mientras se tapa la cara con una mano, y exclama: “I can’t believe it. I forgot to have children!” (No me lo puedo creer. ¡Me he olvidado de tener hijos!).
*María Fernández-Miranda, periodista, es subdirectora de Cosmopolitan y autora del libro “No madres. Mujeres sin hijos contra los tópicos” (Plaza&Janés). Los testimonios que aparecen en este artículo están extraídos de dicho libro.