Llevo treinta años descartando Tánger de mi lista de viajes. Yo también era un escéptico. Espero sepas disculparme si tú no lo eres. Amo Marruecos como se ama al cachorro de Golden retriever de Scotex, como se ama la piel de la mujer que duerme a tu lado, como se ama el olor de la albahaca que espanta a los mosquitos. Pero mi amor por Marruecos, quizá como el tuyo, brotó al olor de la fritanga de los puestos de Yamaa el Fna, de las gaviotas voraces de Esauira y de los cous cous de Fez. No sé porqué pero siempre me dio pereza el lumpen del Tánger portuario. Y mira que mi mitomanía es más que permeable a la huella de Kerouac, de Leopoldo María Panero, de Bacon, de los Stones y de Eduardo Haro. Qué iluso el cronista que piensa que reconociendo su ignorancia la espanta.
Este artículo es, también una carta de agradecimiento público, al interiorista toledano Tomás Alía (53, Lagartera) al que acudí para que me guiase por la ciudad que ama. A continuación una pequeña crónica emocional para que vayas a Tingis (80 metros sobre el nivel del mar, poco más de 900.000 almas), para que cruces el charco de lo inesperado, porque lo esperado, amigo, ya lo conoces.
¿Un vuelo agradable?. El vuelo de Air Nostrum es coqueto, pequeño y amable: de una hora y cuarto de duración. Sobrevolar el Estrecho es una lección de humanidad e historia. Un pellizco para que recuerdes cómo las fronteras físicas, la distancia entre el Punta Malabata y Punta Paloma, con su “novia” Tarifa siempre vigilante, no pueden separar seres humanos.
Tánger es una ciudad Atlántica. Y eso marca mucho. Es una ciudad, con una historia marcada por su posición geográfica, tan transcendente en el control político y comercial del Mediterráneo. Nada más bajarte del avión notarás que tu cuerpo se relaja. El aeropuerto es sencillo, caminas de la aeronave a la terminal. Tienes que rellenar un documento de entrada. Yo declaro, como hago siempre, que soy periodista: así que me tocó abrir la maleta. Mi Rimowa va siempre llena de TAPAS (hablo de la revista, claro. Aún no me dedico al contrabando de Gildas). Explicarle al funcionario de aduanas marroquí que la revista es el título del momento no fue fácil pero sí divertido. Más complicado fue convencerle, porque llevaba una docena de revistas en la maleta. Supongo que pensó que me dedicaba al “contrabando” ¿editorial? Nada de eso. Los mejores sitios de Tánger tienen una ya.
Tertulia en el Cinema Rif. Es el gran cine de la ciudad, (con el Cine Alcázar cerrado desgraciadamente) convertido en filmoteca y foro de talleres. El Cinema Rif es como el Cinema Paradiso. Tiene souvenirs (chapas, bolsas y camisetas), fotos amarillentas de estrellas locales, y una decoración que parece sacada de una mezcla entre El Marido de la Peluquera y el universo de Le fabouleux destin d´Amelie Poulain. Si no tuviera que dormir, por el día haría revistas, pero por la noche me ofrezco ya como sereno en el Cinema Rif.
Futbol en el Café Tingis. La pequeña plazuela del Zoco chico, escuela de vida de buscavidas, en la que desemboca la calle principal si es que llegas en barco, es la Puerta del Sol de la ciudad. Da igual que no fumes hachís. Da igual que no fumes. Si vas respirarás hachís entre un centenar de hombres, sólo hombres; sentados para compartir el lento deambular de los paseantes, ante un té moruno y una pipa de kif. Tan sólo la Champions League les hace despertarse. El café Tingis es una maquina del tiempo, una lección de sabiduría por un precio de 5 dirhams (50 céntimos) la bebida.
Lectura en la azotea del hotel Nord Pinus. El mejor hotel de la ciudad, pero no el único. Merece la pena que te alojes allí (sólo tiene 7 habitaciones). Muy recomendable también el único Riad de Tánger (el Riad Mokhtar), construido por el francés Christophe, a escasos metros de su nueva casa en la Medina. No dejes de ir a ver los dos, te alojes donde te alojes. Y cuando pases cerca del Mokhtar, reserva unos minutos para entrar en el café tienda Las Chicas, una propuesta moderna sobre la tradición local. Muy cerquita de donde estás, aprovecha y tomate unos dulces en el Café Anglaise, y reserva para cenar en el Club Morocco, el mejor local nocturno del Tánger del Siglo XXI.
El placer de comprar. Si vas de compras acude, cómo no, a la Medina. Te aconsejo mejor visitarla de noche, cuando la ciudad se despierta y se lanza a comprar. Por el día merece la pena que visites la perfumería Madini (Boulevard Pasteur), pero cuidado si te echas muchos perfumes que puede que te acaben siguiendo los gatos. El café Baba, donde Keith Richards se echaba sus porros, o la polvorienta cacharrería variada del Bazar Tindouf.
Dos excursiones imprescindibles. Una vez vista la Iglesia de Saint Andrew que pintó Matisse desde el Hotel de enfrente, las vista a la bahía del decrépito Hotel Intercontinental (donde Churchill descansaba), la Legación Americana y la zona de Kaanapali propongo dejar la ciudad atrás. Tánger, ahora en crecimiento porque el Rey de Marruecos ha firmado un acuerdo con el Gobierno chino que está construyendo un barrio entero, tienes dos o tres días pero hay dos excursiones obligadas. El pequeño pueblo pesquero de Asilah –Arcila- (20 euros el día) y sus gambas en la centenaria Casa Pepe y Chauen (no te pierdas por lo que más quieras el mercado de los lunes).