Pepe Barahona Fernando Ruso

Juana lleva muerta siete años sin saberlo. “Fallecí el 13 de mayo de 2010 en Málaga”, explica de cuerpo presente. Y el caso es que respira, tiene pulso, habla y hasta sonríe. Vamos, que está clínicamente viva, por mucho que los juzgados se empeñen en darla por fallecida. La situación es tan estrambótica que ella misma enseña en su teléfono móvil una foto de su sobria y triste lápida de cemento en el camposanto malagueño. “Mira, Juana Escudero Lezcano, nicho número 4.938”. “Pero, ¿tú me ves muerta?”, pregunta la, al menos oficialmente, finada más parlanchina con la que nunca antes alguien se había topado.

“¿Tú me ves muerta?”, insiste Juana. Y, dando nones con la cabeza, prosigue una conversación surrealista, nada trascendental, sobre la vida y la muerte. 

Juana nació en Torreblanca, un barrio del extrarradio de Sevilla, el 11 de septiembre de 1963. Y, oficialmente, murió a la edad de 46 años. La muerte le sobrevino en Málaga, pero ella no acudió a la cita. Estaba a kilómetros de distancia, en su casa de San Rafael, una barriada del sevillano municipio de Alcalá de Guadaira. No recuerda Juana ningún repeluco, el que se le erizara la piel, una exhalación profunda, ¡algo!, en el preciso instante en el que la guadaña le dio pasaporte para el otro barrio. Ella siguió con sus quehaceres, sintiéndose viva, al menos físicamente, porque legalmente ya había muerto. 

Supo de su muerte al año de morir. “Juana, usted está muerta”, debió de decirle la médico de cabecera cuando vio en la pantalla del ordenador la palabra ‘fallecida’ en su historial. “Fui por un cólico nefrítico y ahí me enteré, vamos, que mi hija lo vio con sus propios ojos”, relata la alcalareña a EL ESPAÑOL. “Menos mal que mi médica me conocía y, claro, decidió atenderme, porque era evidente que estaba viva”. “Mira, si no te tuviera delante…”, llegó a decir la doctora.

Cuando Juana perdió el DNI, tuvo problemas al hacerse otro porque según los registros ella estaba muerta. Foto: Fernando Ruso.

Días después, repuesta de su dolencia, Juana fue a la Seguridad Social a arreglar el asunto de su muerte. Allí rezaba como fallecida, y también dada de alta en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos. “Vamos, que de pagar el autónomo no me libro ni después de muerta”, bromea con guasa. 

UNA MUERTA CON FE DE VIDA 

Para el banco también está viva. “Vamos, que me siguen cobrando la hipoteca”. “Y cobro mi pensión de viudedad —confirma—, porque todos los años llevo mi fe de vida”.

—¿Y tiene fe de vida?

—¡Claro! Me la manda la Seguridad Social.

—Entonces, ¿para quién está usted muerta?

—Pues no tengo ni idea.

En vida, laboral, Juana regentaba un quiosco de chucherías. Pero pasó a mejor vida y ahora disfruta de su jubilación con la pensión, cortita, que le quedó al fallecer su marido hace seis años. De los ingresos que percibe, Juana guarda para sus dos hijos, actualmente en paro, y sus tres nietos. Marta, su primogénita, vive junto a sus dos niños con su madre en una casa de generosa planta, de dos alturas y piscina al fondo. Las ventajas de vivir en mitad de la nada y con la fábrica de la cervecera Cruzcampo como vecina. “Ojalá me hubiesen puesto una manguera directa a mi casa”, bromea Juana, quien, para estar muerta, tiene un gran sentido del humor. 

En la Seguridad Social le dijeron que todo se debía a un error informático. Y que quedaría arreglado. Pero no, Juana se topaba de bruces con su propia muerte cada vez que tenía que resolver cualquier papeleo. 

“Algo tan fácil como renovar el carné de conducir era toda una odisea para nosotros; tenemos que ir al juzgado para obtener una fe de vida, esperar a que el funcionario te crea, que vea que quien tiene delante es Juana Escudero Lezcano, que está viva… Y es todo un engorro”, precisa Marta, la hija de Juana, uno de los grandes apoyos de su madre.

Juana muestra en su móvil una imagen del nicho número 4.938 del Parque Cementerio de Málaga, donde figura su nombre y sus apellidos. Foto: Fernando Ruso.

En otra de las gestiones, cuando Juana perdió el DNI, una agente de la Policía Nacional le explicó el porqué de tanto embrollo: “Usted está dada por muerta en Málaga”. “¡Pero si yo no he estado en Málaga!”, contestó la supuesta difunta. “Pues eso es lo que consta”, le explicaron. 

¿ENTERRADA? “MI MADRE ESTÁ VIVA Y LA TENGO SENTADA A MI LADO”

Muerta y enterrada en el cementerio de Málaga. Y allí llamó Marta por teléfono. 

—Mire, somos los familiares de Juana Escudero Lezcano. Querríamos saber si está allí enterrada.

—Sí, está aquí enterrada.

—Pues mire usted, Juana Escudero Lezcano es mi madre y resulta que la tengo aquí a mi vera.

—¿¡Cómo!?

—Como le estoy diciendo. Que está viva y que la tengo sentada a mi lado. [Silencio] ¿Me podría decir la fecha de nacimiento de la persona que está enterrada?

—11 de septiembre de 1963.

—Pues sí, la misma fecha que mi madre. ¿Y el DNI?

—Pues eso sí que no se lo puedo decir, porque está enterrada sin DNI.

—¿Cómo?

—Pues porque está certificado por el Juez de Instrucción de Málaga número 2. Poco más le puedo decir.

Y ahí acabó la llamada.

Los restos de Juana Escudero Lezcano, nacida el 11 de septiembre de 1963, yacen en el nicho número 4.938 del Parque Cementerio de Málaga. O eso consta en el registro municipal del Ayuntamiento con número de expediente 01.01.107.44.004938.0101.

Juana no tiene ninguna intención de visitar el cementerio de Málaga. Foto: Fernando Ruso.

—Y, Juana, ¿no tiene la tentación de ir a Málaga?

—¿Al cementerio? Yo no. Yo no voy allí. Yo no piso ese cementerio. 

“Mi tentación —apunta la hija— es ir allí y que me saquen el cuerpo, pero me van a decir que no”. “Porque yo iría, soy de otra pasta. Lo mismo no hay ni cuerpo”.

Hace días que Juana recibió en su teléfono móvil la foto del nicho número 4.938. Es austero. Su nombre, sus apellidos y la fecha de su muerte aparecen en un papel no superior a una cuartilla, a modo de lápida, pegado en el frío cemento. No hay flores que adornen su tumba. Ni tan siquiera un ‘Descanse en paz’. 

Juana busca la foto de su nicho entre las fotos de familia que guarda en el móvil. Hay muchas fotos de su último nieto, que apenas tiene cuatro meses. Al final, tiene que ser su hija la que la encuentre en su teléfono.

“TAMPOCO SABEMOS SI ALLÍ HAY ALGÚN CUERPO”

—Marta, ¿cómo reacciona al ver la lápida de su madre teniéndola a la vera?

—Pues, a ver, ya más o menos te lo esperas. Porque siete años diciéndote que está muerta, saliendo en el BOE… Yo creía que los huesos ya estaban fuera. Si es que están ahí. Tampoco sabemos si allí hay algún cuerpo. 

Juana está en silencio. Mirando la foto. 

—Juana, ¿le afecta?

—Yo lo he pasado muy mal. Pero muy mal que lo he pasado. Ataques de ansiedad. Y me despierto de repente, y miro para un lado, y para otro tocándome y preguntándome: “Será verdad que estoy aquí o ya… ¿Es verdad que estoy aquí?”. 

Pero Juana está. Sentada en la silla junto a la cancela de su casa, esperando a que lleguen sus nietos del colegio. Fantaseando con la desconocida identidad del verdadero cuerpo que está enterrado con su nombre en Málaga. “¿Quién será esa persona?”, se cuestiona. “Porque puede que sea un hombre o una mujer, eso no se sabe. ¿Tendrá familia? ¿Y si la están buscando? ¿De qué moriría? ¿Cómo es posible que nadie se preocupe de saber quién es el que está ahí?”, pregunta.

La alcalareña hace cábalas con la posibilidad de que tal vez fuese una de sus hermanas, a la que perdió la pista hace mucho tiempo. “Coinciden los apellidos y la inicial del nombre —hila Juana—, pero no la fecha de nacimiento, porque ella es mayor que yo”. 

“ALGUIEN SE DEBE ESTAR BENEFICIANDO DEL FALLECIMIENTO”

Para su abogado, el sevillano Fernando Osuna, detrás de este embrollo, “algo insólito, pintoresco cuanto menos”, puede haber algo más que una desafortunada causalidad. “Puede ser un error administrativo, pero ¿y si hubiera una finalidad innoble?”, se pregunta. “Es posible que alguien haya dado por fallecida a Juana Escudero Lezcano para hacer una suplantación de cadáver —argumenta el letrado—, igual para conseguir una prima de un seguro o, quién sabe, para otro tipo de estafa”. “Aquí debe de haber alguien que se esté beneficiando del fallecimiento”, sostiene.

De momento, su bufete trabaja para comunicar por escrito a todos los organismos oficiales que Juana Escudero Lezcano, nacida el 11 de septiembre de 1963, está viva. Y pedir que lo corrijan en sus diferentes bases de datos. Después, se acometerán acciones pidiendo a la Administración daños y perjuicios. 

“Imagínese que esto le sucede a usted, o un familiar suyo”, explica con ímpetu Osuna. “Aquí hay una situación de inquietud o zozobra, que genera un malestar grave. Te inquieta. Y es innegable el daño moral, que ya veremos si debe ser reparada por responsabilidad civil o penal, si hubiese algún tipo de estafa”.

Su bufete está en trámites para conseguir la declaración de fallecimiento, que podría poner fin a este entuerto. También explica a EL ESPAÑOL que los supuestos restos de Juana deberán ser exhumados para darle traslado a un osario común, al no haber nadie satisfecho la cantidad que se exige para el mantenimiento del nicho en el camposanto malagueño. Procedimiento que, de acometerse, podría dificultar en el futuro dilucidar la identidad de la persona que está allí enterrada.

Foto: Fernando Ruso.

Porque si hay algo claro es que Juana no lo está. Respira, tiene pulso, bueno color y sentido del humor.

—Juana, usted, de salud…

—Hasta ahora mismo, perfecta. Nada. A no ser que mañana me salga algo…

“No hay más remedio que tomárselo a broma”, confiesa. Porque Juana, es evidente, no está muerta. Eso sí, un poco cansada de que la maten de vez en cuando. Ya solo pide que la dejen descansar en paz. 

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