A la acuarela, al lápiz y al carboncillo les ha salido un nuevo competidor artístico: el vino. Además de estar unido a la gastronomía, a la literatura, a la cosmética o al enoturismo, este líquido característico de la cultura mediterránea se ha aliado con el arte.
José del Olmo, un ex trabajador de banca y amante de la naturaleza, nos enseña los secretos de una poco conocida técnica pictórica en su estudio de San Agustín de Guadalix. El azúcar y los ácidos que posee esta milenaria fruta, la ‘Vitis vinífera’ (uva), son los protagonistas de sus curiosas "vinorelas".
“El proceso a la hora de pintar es ir buscando los contrastes, claro-oscuro, claro-oscuro. Pintar con vino te obliga a ir encontrando la profundidad, los volúmenes...”, confiesa José del Olmo, que comenzó a experimentar con todo tipo de caldos hace unos diez años, justo después de prejubilarse.
“El vino es un buen pigmento a la hora de pintar porque tiene unos colores violetas, morados, a veces grises, muy bonitos, dependiendo del caldo. El vino claro tiene unas propiedades y el vino ya tratado, un vino de crianza o un reserva, tienen otras propiedades diferentes”, comenta.
Entre pincelada y pincelada, con música clásica de fondo, Del Olmo confiesa qué caldos son sus preferidos: “A mí lo que me apasiona es pintar con vinos jóvenes porque son los que tienen una belleza y un olor inconfundibles. Además, así, según los estas pintando los puedes ir bebiendo”. Acto seguido le pega un trago a la tinta que colorea sus obras.
‘Cuantas menos pinceladas des, mejor’
La pintura con vino se caracteriza por su estilo monocromático con el que se puede expresar, de manera llana y concisa, cualquier reto plástico. “Lo más difícil de pintar con vino es que no puedes borrar, por lo que tienes que tener mucho cuidado. Siempre, de menos a más. Es como el golf, cuantas menos pinceladas des, mejor”.
Aunque ha experimentado en diferentes superficies con distintos medios, Del Olmo ha obtenido los mejores resultados en papeles propios para la acuarela. Emplea una técnica denominada Vinat. El vino es usado tal cual, recién salido de la botella. Se utilizan todo tipo de vinos y de cepas, las cuáles influyen en su coloración. Los vinos blancos y espumantes dan tonalidades cristalinas, entre el ámbar y el naranja. Los vinos tintos dan tonalidades rubíes, rojas, moradas, azules, violáceas, púrpuras, sepias y grisáceas.
“Tardo en pintar una obra una semana, aproximadamente. El cuadro hay que mirarlo en distintos días, con distintos ojos, hay que volverse a encontrar con él, una y otra vez”, explica el pintor. Una vez concluidas, las obras quedan sujetas a los procesos de oxidación. Con el transcurso del tiempo cambia incluso la coloración, mejorando su aspecto.
Terminada la obra, Del Olmo protege la pintura con un barniz de acuarela: “De momento me está funcionando bien, aunque veremos a ver cómo están los cuadros dentro de unos años. Esto es una continua experimentación de colores, de sabores y de olores”.
Según los testimonios arqueológicos hallados en los montes Zagros, situados entre Irán e Irak, el vino se producía ya en el año 5.400 a.C. En la actualidad, aproximadamente dos tercios de la recolección mundial de uva se dedican a la producción vinícola; el resto se consume como fruta. Un parte ínfima, casi despreciable, se utiliza para pintar.
Por el momento, el sueño de Del Olmo es seguir aprendiendo de nuestro caldo más universal: “El vino siempre ha sido, y sigue siendo, una pieza esencial de nuestra cultura mediterránea. Aunque la gente no lo conozca como tinte artístico es increíble las posibilidades que ofrece. A mí me gustaría, poco a poco, seguir aprendiendo y quién sabe, quizás algún día que expongan mis obras en algún museo importante…”.