Daniel Ramírez Juan Diego Madueño

Era 10 de julio de 1922. Apenas había corredores en la calle. Los toros de Miura enfilaban Mercaderes. El reflejo del sol en esa esquina sobre los lomos negros, oscurísimos, aún no se había descubierto. “En esas fechas se corría a las 6 de la mañana”, aclara Mariano Pascal, miembro de la casa de la Misericordia, que regenta la plaza de toros de Pamplona.

Era el embrión del encierro de hoy. Tres días antes se estrenó la actual plaza y los corredores casi se pueden contar con los dedos de las manos, no hay nadie asomado a los balcones y apenas gente en el vallado. Casi un siglo después, en la última encuesta realizada a pie de campo en 2015, el día de máxima afluencia contó con 2.576 personas sobre el adoquín: sumando 16.629 mozos en toda la semana. Entonces apenas 20 desafiaban a los toros.

1922, el encierro todavía no se ha convertido en un evento en sí: es la faena con la que los toros atraviesan la ciudad para llegar a la plaza. Los yonkis de la adrenalina los retan antes que los toreros, cada vez más cerca. Mi bisabuelo está caído bocarriba frente a un miura antes de la curva con Estafeta. El toro le mira mientras resbala a punto de llegar a la gran recta. Nadie rodea a las fieras sevillanas. “La gente corría a partir del Ayuntamiento, casi nadie lo hacía en Santo Domingo y la mayoría esperaba en la entrada de la plaza. De hecho, el primer día de ese año se formó un montón”, señala Pascal.

José María García-Mina, el padre de mi abuelo, está detenido en el tiempo, vendido tras chocar contra el suelo. La fuerza centrífuga ya teclea sobre la manada, dividiéndola, frenándola antes de Estafeta. Él, debajo de los seis toros, a punto de cerrar capítulo, de quedarnos el resto en el limbo, marcando la línea que parte al grupo de bichos en dos. Ese instante cambiaría el futuro de San Fermín. Aquella foto dio la vuelta al mundo, la Fiesta antes que Hemingway.

El primer icono de San Fermín Cedida

La instantánea es de Juanito Miquélez. “Aquel día él iba un poco flojo al encierro, es lo que nos ha contado siempre”, recuerda el hijo del protagonista, que tiene 86 años y se llama igual, abuelo de uno de los firmantes de este reportaje por parte de madre.

“Por lo visto había pasado 15 o 20 días con gastritis, a base de leche. Él le echaba la culpa a eso, a que estaba débil”. Trastabilló y al suelo. Los bufidos, las pezuñas y alguna voz. Nada de algarabía. Los cencerros dominaban la escena. Parece que es el encierrillo, el traslado que se hace en la noche durante la víspera de unos corrales a otros, lo que va a girar a la calle principal del recorrido. Y sobre aquel muchacho tendido, “tendría 32 años”, pasa el primer miura. “El toro que casi lo coge es el segundo, se libró por poco”, la inercia salva el primer trance. Después, el milagro.

La primera foto publicitaria de San Fermín y el hijo del protagonista Navarra.com

La imagen rápidamente se hizo popular en Pamplona. La hemeroteca de Diario de Navarra lo recoge. “En el escaparate [...] se ha expuesto al público una magnífica fotografía corriendo los toros de Miura ayer por Mercaderes [...]. Es una de las más interesantes que se han hecho de los toros corriendo por las calles, pues se ve a un muchacho caído y los toros en actitud de arremeterlo. Como siempre ocurre, no pasó nada. Pasaron los toros abriéndose en dos filas para no tocarle el pelo ni la ropa. ¡Es muy grande San Fermín!”.

Convertida en postal empezó a recorrer mundo. Un viral en la era analógica: “Un monumento emocionante. Un pamplonica amenazado por 12 cuernos de muerte y sin embargo, no le pasó nada. Esto no hay quien lo explique”, describe alguien a alguien tras la foto hecha postal, “es necesario verlo, pues de no existir esta prueba irrefutable nadie lo creyera. Son cosas de San Fermín”, finaliza.

Aquello asombró a todos. Es una de las fotos que marcan el encierro, iniciando toda esa galería de escalofríos que dibuja la carrera. “Es muy conocida”, asegura el sucesor. Un año antes de que Hemingway descubriera Pamplona, José María García-Mina, director de una fábrica de fertilizantes de la ciudad, ya hacía famosos a los Sanfermines. El primer icono. “A los pocos años viajó a Alemania para comprar maquinaria”, explica el otro José María, “y allí, en un bar donde las fotos estaban expuestas bajo un cristal, se vio. Imagínate cómo se quedó”. Desde Pamplona la imagen de Miquélez giró entre fronteras por Europa. Hemingway se mudó a París en 1921 como corresponsal. Puede que la generación perdida mirara hacia Pamplona gracias a esta foto. La marca de anís Las Cadenas se hizo con ella para publicitar sus productos. “Supongo que el fotógrafo la comercializó”. En 1926 se publicó la primera edición de Fiesta.

Cedida

Cinco años después de la caída, un poeta escribió sobre aquello. “Ampliaron la foto y se la regalaron a mi padre con un soneto sobre ella. Estaba siempre en casa y me la quedé yo cuando murió”, explica este García-Mina. “Cuando el ganado de encierro,/ alma recia y pecho fuerte,/ vedlos jugar con la muerte/ de los mozos de mi tierra. Él último el más osado/ en la carrera ha caído/ y al verse y verlo tendido/ ni él ni nadie se ha asustado”, comienza Solo para hombres, el poema dedicado a la hazaña, de Alberto Pelairea.

La tradición del encierro pasa de padres a hijos. “En realidad no corrimos nunca juntos”. ¿Pero fue con él? “Sí, me llevaba a la calle Mercaderes de pequeño, dentro del recorrido. Si ocurría algo extraño, se paraba un toro o lo que sea, me lanzaba adentro de un portal”. José María García-Mina hijo aprendió a correr solo y observando. “Corríamos sin más. Te ponías y corrías, no había que darle muchas vueltas”. Eran los años en los que la fiesta, los encierros, la semana más corta del año, empezó a coger fama. La gente ya peregrinaba a Pamplona. “Hemingway aumentó el atractivo de Pamplona. La masificación no la conocí yo corriendo, pero sí se veía a más corredores. Al principio fue moderado”. Coincide con Pascal. “La gente se iba a la entrada de la plaza de toros, allí se ponían todos”.

Como su padre, dejó de jugar con los toros, de rondar un poco a la muerte. “Al casarme ya no fui más al encierro”. Antes, también se salvó. “Tuve suerte, fue el susto”. ¿Qué ocurrió? “Estaba haciendo la mili. Tenía permiso para ir a Pamplona y coincidimos con un coronel. Esa noche la pasamos de juerga y sin dormir entré en el encierro”. Un toro y él se encontraron. “Me cogió por el sobaco, de un golpe me lanzó al otro lado de la calle y no pasó nada”. Él mismo se responde riendo. “Y no, no hay foto”.