A las afueras de Villamartín, un pueblo a los pies de la sierra gaditana, está la finca 'El Novillero'. Se encuentra frente a una gasolinera, a unos dos kilómetros del núcleo urbano. La finca es una enorme extensión de campos de cultivo. En lo alto de una loma hay un cortijillo en el que viven el guardés, Juan, y su mujer, Margarita. Les acompañan unas cuantas gallinas y una perra de pelo negro y blanco. En apariencia, un lugar tranquilo.
Aunque han pasado ya tres días, Margarita sigue llorando. Aún no se le ha pasado el disgusto después de que este pasado lunes, a mitad de tarde, su pareja y un compañero de trabajo, Salvador, encontraran en el maletero de un Opel Insignia de color negro el cadáver de una farmacéutica jerezana de 51 años. "Ay, ojalá hubiera podido ayudarla", se lamenta Margarita.
La mujer hallada muerta se llamaba Soledad López Rubio. Estaba casada con un veterinario y era madre de dos hijas adolescentes. La farmacia la tenía en Arcos de la Frontera, una localidad gaditana vecina a Villamartín y a Jerez de la Frontera, donde ella residía.
La autopsia ha señalado que se suicidó ingiriendo barbitúricos. No presentaba ni solo signo de violencia. La Guardia Civil apunta en la misma dirección. "No hay que buscarle tres pies al gato", advierte una fuente de la Benemérita. "En un 99% resulta evidente que la mujer se quitó la vida", aseguran también desde la portavocía del cuerpo en Cádiz.
Pero Margarita, que recibe al reportero vistiendo una camisa larga -"perdona la imagen, pero qué calor hace, chiquillo", dice a modo de disculpa- no comprende cómo Soledad fue hasta allí a quitarse la vida. En mitad de la nada, dentro de un maletero.
"Hay que confiar en los investigadores, claro. Pero qué raro me parece todo", explica la mujer. A ella y a toda la comarca, que sigue con un interés inusitado este suceso. Y es que las circunstancias en las que se halló el cuerpo sin vida de Soledad son, cuanto menos, enigmáticas.
Mientras Margarita habla con EL ESPAÑOL llega Salvador. Lo hace en un coche gris comido por la tierra que levanta al circular a diario por los caminos sin asfaltar de esta finca. Salvador tiene 31 años, la barba de una semana y una gorra roja. Sobre su enjuto cuerpo viste un mono de trabajo azul.
El chico fue quien abrió el maletero del coche que estaba aparcado junto a unos palés con melones, a unos 300 metros del cortijillo. "Mi compañero Juan lo vio allí el día anterior (domingo 9), pero pensó que sería de cualquiera con alguna parcela por aquí cerca. Sin embargo, sobre las siete y media de la tarde del lunes me dijo: 'Quillo, qué raro que lleve ahí ya dos días. Y más siendo ayer domingo. Vamos a acercarnos, seguro que es un coche robao'.
Salvador y Juan bajaron a pie hasta la zona en la que estaba el Opel Insignia negro. Llevaba allí desde la tarde anterior, aunque se desconoce la hora exacta en la que lo aparcó Soledad. Tuvo que ser pasadas las 12 del mediodía del domingo, cuando Juan y Margarita salieron de la finca. En ese momento no estaba allí. Cuando volvieron, unas siete horas más tarde, sí.
Al llegar hasta el coche, Salvador vio que tenía las ventanas subidas y que todas las puertas estaban cerradas, salvo la del conductor, que quedaba entreabierta. El lateral izquierdo del vehículo casi rozaba un bloque de palés de varios metros de altura. Apenas había un palmo de separación, por lo que se deduce que a Soledad, aunque era de complexión delgada, no le resultó sencillo salir de él y adentrarse después en el maletero. Lo normal es que le fuese sumamente complicado debido a la estrechez.
Como Salvador también es un hombre de poco peso, logró acercarse a la puerta del piloto, la separó unos centímetros y consiguió meter la cabeza por esa leve separación que existía entre el coche y los palés. Desde aquella posición vio que dentro había un Iphone junto al freno de mano y que las llaves estaban en la caja de cambios. "Pensé que se trataría de algo relacionado con droga porque por aquí ya se han estrellado un par de avionetas cargadas de hachís", cuenta el joven, aún nervioso.
Pero Salvador se equivocó. Se dirigió a la parte trasera del vehículo, presionó el botón que abría el maletero y se encontró el cadáver de la farmacéutica. Junto a ella, una garrafa de algún líquido de motor de coche y una sombrilla de playa. Soledad tenía los ojos desencajados y restos de sangre en la comisura de los labios. "Me puse a correr y a chillar como un loco. Desde entonces no he podido dormir. Me puede la ansiedad. Ya he ido dos veces al hospital para que mediquen. Cuando de noche cierro los ojos no se me va esa imagen de la cabeza".
Tras encontrar a la fallecida, Salvador y Juan llamaron a la Guardia Civil. Pese a que todo indica que fue un suicidio, ¿por qué Soledad, tras ingerir medicamentos, no se quedó sentada en el asiento del conductor a esperar la muerte? Y si tenía pensado meterse dentro del maletero, ¿por qué aproximó tanto el vehículo a aquellos palés, casi taponando la salida por la puerta del conductor? ¿Y por qué no salió por la puerta del copiloto, que estaba liberada? ¿No hubiera sido mucho más sencillo, y más en esos momentos de ansiedad?
"Por muy extrañas que te parezcan las circunstancias, ella misma se quitó la vida", apunta un agente de la Guardia Civil. "Igual lo hizo así para, en caso de arrepentirse, no poder volver a abrir el maletero". Pero sí que pudo. Si hubiera dado marcha atrás, podría haber salido echando hacia delante los asientos traseros. Aunque con la medicación haciéndole efecto hubiera sido complicado.
EL MARIDO DENUNCIÓ SU DESAPARICIÓN
La Guardia Civil se hizo cargo de la investigación tras el aviso de Salvador y Juan. El juzgado número dos de Arcos de la Frontera asumió el caso. Un día antes de que los dos trabajadores del campo encontraran el cadáver de Soledad, su marido, veterinario de profesión, había denunciado la desaparición de su esposa.
A mitad de tarde del domingo 9 de julio el marido de la fallecida se presentó en la Comisaría de la Policía Nacional de Jerez de la Frontera. Allí explicó que no sabía nada de su mujer desde la noche anterior. A a primera hora de la mañana del día siguiente (lunes 11) el esposo de la por entonces aún desaparecida recorrió distintas zonas de Villamartín buscando a su esposa. Seguía la ubicación del móvil de Soledad que le llegaba a su teléfono mediante una aplicación.
Pero dos horas y media después de presentarse en la Guardia Civil, los empleados de la finca El Novillero encontraron sin vida a Soledad. Estaba dentro del maletero de un coche propiedad de su marido. Los agentes llamaron al viudo y, tras inspeccionar el escenario de la muerte, le explicaron que todo señalaba a un suicidio. La autopsia posterior refrendó esa tesis.
"TUVO QUE ENTRAR POR UNA CARRETERA TRASERA"
Margarita y Salvador siguen sin comprender cómo aquella mujer con la vida resuelta, casada y con dos hijas se quitó la vida. "La cabeza da muchas vueltas. Aunque uno lo tenga todo en apariencia, igual no se sentía feliz", dice Margarita.
A su lado, resguardados bajo la sombra de un árbol que hay junto al cortijillo, está también Salvador. Cabizbajo, triste. "Es una pena, narices. Y esa pena la tengo yo grabada aquí", dice el chico llevándose el dedo índice de su mano derecha a la sien.
Lo que ni Margarita ni Salvador entienden aún es cómo logró entrar la mujer que se suicidó a El Novillero. "Ese domingo mi pareja y yo cerramos la cancela cuando nos fuimos, a eso de las doce del mediodía", dice ella. "Pudo entrar por varios cortijos cercanos, pero para eso hay que conocer la zona y me parece aún más extraño en una mujer así", apunta él.
Pero Salvador añade algo más. "Yo creo que tuvo que entrar por la carretera que da a la parte trasera de esta finca. Es la antigua vía que une Villamartín con Puerto Serrano. Aunque ya nadie la usa. Sólo la conocemos los agricultores... y algunos veterinarios que vienen a tratar a los animales de otras casas". Pero el reportero le dice a Salvador que la Guardia Civil sabe casi con total certeza que fue un suicidio. "Bueno, pues habrá que creerles. Pero no deberían dar las cosas por seguras con tanta rapidez".
Mientras siguen las dudas en la cabeza de Salvador, a mitad de mañana de este jueves la farmacia de Soledad en Arcos seguía con la persiana echada. Sobre la cristalera de entrada había un cartel que rezaba: 'Cerrado por defunción'. Sobre el suelo, una flor marchita de una amiga.