La premisa es clara: que Marruecos no invada de nuevo Perejil. Cueste lo que cueste. Son las ocho de la mañana del 17 de julio de 2012 -fecha de la que se cumplen 15 años- y un equipo de operaciones especiales del Ejército español acaba de capturar a los seis soldados marroquíes que desde el 11 de julio habían tomado el islote, en una crisis diplomática entre Madrid y Rabat que ha rozado un enfrentamiento bélico. Ahora es el turno de 75 legionarios, comandados por el coronel Javier Santacreu. Relevarán al equipo anterior, fortificarán el emplazamiento y evitarán una posible contraofensiva. Viajan desde Ceuta a bordo de helicópteros HU-21 con destino a Perejil. Apenas han levantado el vuelo cuando de forma espontánea elevan la voz por encima del ruido de las hélices y del viento:
“El morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como parece. Lo más horrible es vivir siendo un cobarde”.
Recitan el credo legionario, donde se enumeran las máximas que, según la tradición del cuerpo militar, debe de tener cualquiera de sus soldados. Los designados para proteger Perejil están enardecidos, se sienten orgullosos de formar parte de la misión: “La bandera de la Legión será la más gloriosa porque la teñirá la sangre de sus legionarios”, apuntalan con voces solemnes.
“Lo recuerdo y se me pone la piel de gallina”, afirma el coronel -entonces comandante de infantería- Javier Santacreu del Castillo. Él estaba al mando de aquel contingente compuesto por 75 legionarios que protegió la isla tras la expulsión de los soldados marroquíes. Sus hombres estaban preparados para todo. Hicieron un fortín de aquel peñón de 150 metros cuadrados y durante tres días lo protegieron de una posible contraofensiva sobre Perejil.
Santacreu, de 57 años, revela a EL ESPAÑOL y por primera vez cómo fueron las 85 horas que pasaron en el islote [desde las 8.00 del 17 de julio hasta las 21.00 del 20], dispuestos “a protegerlo con sus vidas”. Habla con indiscutible acento tinerfeño, de donde es natural.
-¿Realmente era posible que Marruecos lanzase una ofensiva sobre Perejil?
-Ni pensábamos en la contraofensiva ni la descartábamos: estábamos para cumplir con la misión que se nos había encomendado. Uno de mis legionarios dijo: “Estamos preparados para proteger la isla. Si quieren venir, que vengan, que nosotros estamos preparados”. Ese era el sentimiento que teníamos todos, hay que estar dispuesto para lo peor.
“Ya estábamos preparados”
El coronel Santacreu estaba destinado en el II Tercio Duque de Alba de la Legión (Ceuta). Desde allí habían seguido con especial interés (por la proximidad geográfica) la escalada de tensión que se había desatado en torno a la isla de Perejil, la mayor crisis diplomática entre Madrid y Rabat de las últimas décadas.
Marruecos no ofreció explicaciones concisas sobre la ocupación de Perejil. Posiblemente fue su respuesta a la decisión de José María Aznar de apoyar el plan Baker sobre el Sáhara occidental, una salida auspiciada por la ONU para la autodeterminación de esta región que había levantado ampollas en el Gobierno marroquí. O quizá fue por los últimos rifirrafes sobre las aguas pesqueras que compartían España y Marruecos. Fuese por lo que fuese, el rey Mohammed VI arengó a su pueblo con la reivindicación de los territorios que, a su juicio, estaban ocupados por España. Y el 11 de julio, por la mañana, el islote de Perejil amaneció ondeando con dos banderas marroquíes.
Una patrullera de la Guardia Civil se aproximó hasta la isla para preguntar a sus ocupantes el motivo de aquel gesto. Cuál fue su sorpresa cuando vieron que aquellos hombres estaban armados con rifles kalashnikov y que les amenazaron con dispararles “por error” si no se marchaban inmediatamente.
Aquel fue el inicio de un conflicto diplomático sin precedentes, con una isla de 150 metros cuadrados como epicentro de un terremoto que sacudió España, Marruecos y a sus aliados. El diálogo a ambos lados del Estrecho fue infructuoso y el Gobierno español, con José María Aznar a la cabeza y Federico Trillo como titular de Defensa, optaron por la intervención militar.
Al coronel Santacreu no le sorprendió que le avisaran para participar en aquella misión:
-¿Creía que podía darse una intervención militar como la que finalmente se desencadenó?
-Tuve conciencia de que aquello no lo paraba nadie en la tarde del 15 al 16, cuando me informaron de que la operación se ponía en marcha si los marroquíes no se iban antes de una determinada hora. Llegó la noche y supe que todo seguiría adelante.
-¿Fue entonces cuando avisó a su batallón?
-No. Reuní a los capitanes y les conté la situación, pero les pedí que no se lo contaran a nadie. Quería que los legionarios estuvieran tranquilos, que fuera una jornada habitual. Ellos ya estaban preparados, porque habíamos dibujado la silueta de Perejil en la explanada de la base y habíamos ensayado mil veces cómo tendríamos que movernos. Lo teníamos todo mecanizado, así que no había por qué alertarlos.
'Tato' está en la isla
Llega el día D, el 17 de julio. Son las cuatro de la mañana y todo está dispuesto para intervenir sobre Perejil. En Facinas, una pedanía de Tarifa (Cádiz), aguardan los soldados españoles que, a bordo de seis helicópteros, están a punto de tomar la isla. En Ceuta, el coronel Santacreu despierta a sus soldados, los 75 elegidos para fortificar el islote tras su liberación. Arranca una carrera contrarreloj en el cuartel de la Legión, preparando los equipos y ultimando los detalles de la operación.
A las 6.45 se escucha un ruido de hélices. En lontananza se ven los helicópteros HU-21 que han dejado en Perejil al equipo de operaciones especiales encargado de su liberación. Los pilotos de las aeronaves traen noticias que les hacen estallar en júbilo: los seis marroquíes que ocupaban la isla han depuesto las armas y en ella ya ondea la bandera española.
En mitad de esa celebración, el coronel Santacreu da una última orden a un comandante: “Dile a Susi [su mujer] que, cuando lleguemos, soy yo el que está en la isla”. En ese momento también se acuerda de sus tres hijos, Carlos, Ignacio y Lucía, de 11 años, 9 y 1. “No te preocupes, Tato [como cariñosamente llamaban al militar], yo se lo diré”, le prometió su compañero. A partir de aquí, asegura Santacreu, sólo pensará en el éxito de la misión, sin margen para reflexiones personales.
Rumbo a Perejil
Al coronel Javier Santacreu todavía se le quiebra la voz cuando recuerda a sus hombres recitando de forma espontánea el credo legionario -una lista de premisas que vertebran el espíritu del cuerpo militar- a bordo de los helicópteros HU-21 que les transportaron desde Ceuta a Perejil: “Fue algo espectacular”.
La solemnidad y el fervor castrense invaden el interior de las aeronaves. Son las ocho de la mañana. Los 75 legionarios aseguran que van dispuestos a morir y no saben cuándo regresarán: “Hasta estar seguros de que Marruecos no vuelve a Perejil”, recuerda el coronel Santacreu.
-¿Qué se siente en ese momento?
-El espíritu era tremendo. Los legionarios estaban completamente emocionados.
-¿Tenían alguna inquietud, algún temor?
-Llevábamos mucho tiempo pensando en si se iba o no se iba a Perejil, pero esas inquietudes desaparecen cuando te pones en marcha. Piensas en llegar lo antes posible y en hacerlo todo bien. Lo más importante era regresar todos en caso de que pasara algo.
-¿No tenían miedo de volar hasta Perejil? Había varios buques y patrulleras marroquíes que protegían la isla.
-Sí, había buques de ellos, pero también nuestros. Pero cuando uno va a una situación de combate no se piensa en eso. Se piensa en que tengamos suerte, en que se pueda aterrizar. Nuestra mayor inquietud es que no abriesen fuego contra nosotros al pasar por Punta Leona [enclave marroquí junto al Estrecho] donde tenían una batería antiaérea.
Pese a estas preocupaciones, los 75 legionarios llegaron a Perejil de una pieza, dispuestos a proteger el islote ante cualquier amenaza.
El gobierno de la isla
“Cuando llegamos a la isla me llevé una alegría tremenda. Allí estaba el equipo de operaciones especiales que la habían liberado. Saludé al comandante Antonio García Navarro, quien los lideraba. Vi la bandera de España izada y entonces me di cuenta de que todo había salido bien, que confiaban en nosotros para defender Perejil. Se me pusieron los pelos de punta. Ellos se marcharon de la isla y también los helicópteros. Nos quedamos sólo los 75 legionarios”.
El coronel Santacreu da órdenes claras. Divide a los soldados en dos grupos, cada uno liderado por un capitán, y les pide que fortifiquen la isla: “Todo eran rocas. Llevábamos picos y palas, y fue difícil levantar puntos de protección en un territorio tan duro. Estudiamos los lugares clave en los que podíamos tener más visibilidad y que nos brindaban más defensa”. A lo lejos, en la línea del horizonte del mar, se ven las embarcaciones de guerra marroquíes.
También se establecen prioridades. Todos los días aparecerá un helicóptero que les traerá provisiones. “Sobre todo agua y munición”, advierte Santacreu. Sin comida, afirma, se puede vivir; pero el agua es imprescindible. Y con el posible enemigo a tiro de piedra es conveniente recibir todo el armamento posible.
-¿De qué se habla en esos momentos?
-No hablábamos mucho más que de seguir fortificando. Teníamos alguna conversación a partir de las informaciones que escuchábamos por la radio, pero casi todo se centraba en la defensa de la isla.
Accidentes inesperados
Pasa la noche en la isla: “Saco de dormir y el cielo por techo”. Un tercio de los efectivos -25 de los 75 legionarios- la pasa haciendo guardia. Amanece el 18 de julio. Es el día en el que Javier Santacreu cumple 42 años, pero en Perejil no hay ninguna celebración. “No se lo dije a nadie”, afirma el militar. “Tampoco me acordé, mi propósito era tener a mis hombres ocupados. En cualquier caso, el regalo ya me lo habían dado hecho. Estar allí es todo lo que podía pedir”.
El trabajo en la isla es febril. “Fue un poco duro por la climatología, que quizá no llegaba a los 30 grados, pero había una humedad increíble”, señala Santacreu. Levantar parapetos de piedra se ha convertido en una labor obsesiva. Con el rabillo de lejos observan los movimientos de los barcos marroquíes.
Pese al orden castrense que impera en la isla no se pueden controlar todos los contratiempos. Uno de los hombres que se encuentra trabajando en los parapetos sufre un accidente y su dedo queda aplastado bajo una piedra. “Tranquilo, en el siguiente helicóptero que llegue podrás regresar a Ceuta para que te curen como es debido”, le dijo Santacreu. “De aquí no me muevo, mi comandante”, respondió el legionario.
Esa adversidad conduce a otra. Alguien informa a Santacreu de que otro de sus soldados y la pareja de éste habían perdido a su hijo por un aborto inesperado dos días antes de tomar Perejil. “Podrás regresar a tu casa, a Málaga, para cuidar de tu novia”. La respuesta del soldado fue similar: “Mi comandante, no me voy de la piedra hasta que nos vayamos todos”.
-¿Tan comprometidos estaban?
-Más todavía. Se siente mucho orgullo.
La retirada de Perejil
Los trabajos dan sus frutos. Los militares marroquíes observan desde sus embarcaciones que Perejil se ha convertido en un enclave fortificado. Los 75 legionarios han levantado parapetos y mantienen una posición defensiva. Saben que, en caso de lanzar una contraofensiva sobre la isla, tendrán que luchar contra esos ardientes soldados dispuestos a proteger la posición con su vida.
El escenario diplomático también hierve en ebullición. Los hombres de Santacreu son ajenos a las conversaciones entre el Gobierno de José María Aznar y el de Mohammed VI, a quienes no les ha quedado más remedio que sentarse a dialogar tras la intervención militar del 17 de julio, en el que España retomó la isla por la fuerza. Han pasado tres días desde entonces y las posturas por fin van acercándose.
El 20 de julio, a media tarde, Madrid y Rabat alcanzan un acuerdo: los legionarios abandonarán la isla de forma inminente y retirarán la bandera española. Perejil volverá a ser español y se comprometen a revisar sus relaciones diplomáticas con el ánimo de aliviar todas las tensiones
La retirada de la bandera
Santacreu recibe el mensaje: “Tendrán que irse antes de las 21.00 horas”. La noticia desencadena la locura en Perejil. Hay que recoger todo el armamento y toda la munición en cuestión de horas. También destruir los parapetos y fortificaciones para no dar facilidades al enemigo, en caso de que vuelvan a ocupar el islote.
-¿Cómo actuaron entonces?
-Era importante tener las cosas claras, porque era mucho trabajo para poco tiempo. En unas horas retiramos todo el material de una isla que en los últimos días habíamos convertido en una pequeña ciudad. También destruimos todas las fortificaciones. Todos sabían lo que tenían que hacer. Pero por encima de todo teníamos una cosa clara: que la bandera española ondease hasta el último momento. Y lo conseguimos. A las 20.00 llegaron los helicópteros y cargamos todo a bordo. Si teníamos que irnos a las 21.00, no entré en el helicóptero hasta las 20.55. Yo fui el último en montarme y fui yo quien cogió la bandera.
-Fueron 85 horas en la isla, desde las 8.00 del 17 de julio hasta las 21.00 del 20.
-Volvimos cansados, pero más que satisfechos. La escena a bordo de los helicópteros era muy diferente a la del viaje de ida. Íbamos en silencio, pero orgullosos. Era un momento solemne. Habíamos hecho lo posible por proteger Perejil y habíamos cumplido con nuestra misión. Y lo más importante de todo: llegamos todos de vuelta y sin producirse ninguna baja. Para un comandante de la Legión [refiriéndose a él mismo] no hay mayor satisfacción.
En la memoria de Santacreu aún están grabados a fuego los abrazos con su mujer, Susi, y sus tres hijos al regresar a Ceuta: “Me veían un poco como a un héroe”. Fueron días en los que las miradas de la comunidad internacional se centraron en un islote que, hasta entonces, muy pocos conocían. Quizá alguna pastora de ovejas que llevaba allí su rebaño a pastar, y poco más. Pero esos días Perejil fue el epicentro de un conflicto que rondó unas consecuencias imprevisibles entre Madrid y Rabat.
Santacreu respira hondo antes de hacer una valoración de aquellos acontecimientos, de los que esta semana se cumplen 15 años, y responde con profundo sentimiento castrense: “Fue histórico y quién sabe lo que pudo pasar. Lo único sobre lo que tengo una certeza es la satisfacción de la misión que cumplieron mis legionarios. ¿Si lo volvería a repetir? Todas las veces que hicieran falta”.