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El mismo día que los medios se han hecho eco del acuerdo histórico contra la violencia machista, Andra Violeta Nitu, una de las 35 mujeres asesinadas en lo que llevamos de 2017, cumpliría 25 años. Fue Andrei Rotariu, de 29 años, quien la mató el 10 de abril. La dejó en una acequia cerca del pueblo donde ella vivía (Llanos del Alquián, Almería), y luego él se suicidó ahorcándose. Así se convirtió en la vigésimo tercera mujer asesinada en menos de cuatro meses.
Es 22 de julio y su hermano pequeño, Akhim (17), me escribe para decirme que el martes 25 de julio sería el cumpleaños de su hermana. "¿Puedes escribir algo bonito sobre ella?", me pregunta. Me dice también que ya que no puede decirle "felicidades", un texto recordándola sería su regalo. "Yo no sé escribir bien en español, por eso he pensado que tú podrías ayudarme". Me pasa un texto que ha escrito en rumano y él mismo ha traducido al castellano gracias a un traductor online.
"Es muy difícil hablar de ti en pasado. Solo tú sabes cómo te echo de menos. Te he perdido demasiado temprano. Mi corazón y mi alma lloran cuando sé que no puedo decirte '¡feliz cumpleaños!'. Nunca te olvidaremos".
Con Akhim hablé justo cuando acababa de perder a su hermana. Su familia siente que no habrá justicia para Violeta: su agresor no cumplirá la pena correspondiente por el crimen machista, ya que se suicidó. A la familia de esta joven no la he quedado otra que resignarse y volver a su país de origen, Rumanía, porque según el propio Akhim, "quedarse en España era muy doloroso". Su madre es quien peor lo lleva, me dice Akhim. No es mi intención recrearme en los detalles lacrimógenos, pero es significativo que alguien quiera compartir su dolor con una desconocida. "En este día especial no está con nosotros y quiero que se la recuerde como era", dice el hermano. Las mujeres asesinadas por violencia machista no son solo una cifra más. Tras el dato hay nombre y apellidos, familiares y amigos que quedan destrozados, a veces también hijos, hay aficiones, una vida.
"En este día especial no está con nosotros y quiero que se la recuerde como era".
Andra Violeta y su familia llegaron a España desde Rumanía hace siete años. Ella estudió en un instituto (acabó Bachillerato) y "quería ser farmacéutica", según me contó su hermano hace unos meses. El padre trabajaba como chapista en una taller de mecánica y la madre era trabajadora doméstica. Tras el asesinato, los padres y Akhim volvieron a Rumanía: "Allí va a ser enterrada, es donde tenemos a la familia y seguir aquí es muy difícil", explicaba Akhim en su momento.
"Me gustaría que fuese recordada como una persona alegre, coqueta y muy familiar. Era muy buena", dice su hermano. Aunque estos adjetivos podrían usarse prácticamente con todas las víctimas y por ello podrían resultar huecos, es importante verbalizar cómo ellos (sus familiares) percibían a la persona asesinada. "Es una forma de trascender el suceso traumático más reciente. Nadie pone en la lápida de un familiar que fue asesinado o que murió en un accidente; se utilizan adjetivos y sentimientos para no deshumanizar a la persona aunque esta ya esté muerta", apunta el psicólogo José Guillermo Ruiz.
"Me gustaría que fuese recordada como una persona alegre, coqueta y muy familiar. Era muy buena".
Andra Violeta y Andrei tenían una relación desde hacía dos años. Él vivía en Roquetas de Mar, trabajaba en una empresa de plásticos para invernaderos y era de Rumanía también. "Se veían los fines de semana, aunque cada vez menos, porque cada uno vivía en un sitio y él entre semana trabajaba", explica Akhim.
En diciembre de 2016, según relata su hermano, ella quiso cortar con él. "Él la amenazaba constantemente, mi hermana nos enseñaba mensajes en los que él le decía que si le dejaba se mataría. También le decía que le echaría ácido en la cara". El día que desapareció (10 de abril), sus padres la llamaron y fue Andrei quien cogió el teléfono: "Dijo que ella no quería hablar con nosotros, colgó y no supimos nada más", cuenta Akhim.
"Él la amenazaba constantemente, mi hermana nos enseñaba mensajes en los que él le decía que si le dejaba se mataría. También le decía que le echaría ácido en la cara".
Este 2017 la violencia machista ha aumentado, según los últimos datos de junio. Ha habido un 41% más de feminicidios respecto al mismo periodo del año anterior. Por eso los diferentes partidos políticos crearon una subcomisión en febrero (mes en el que hubo hasta 12 asesinatos machistas), para alcanzar un Pacto de Estado. El resultado se ha dado a conocer estos días: se ha acordado un plan de 200 medidas y un presupuesto de 1.000 millones de euros para combatir esta violencia por la que cada año hay, de media, 60 mujeres asesinadas a manos de hombres.
Entre las medidas acordadas destacan algunas como la de introducir asignaturas obligatorias y evaluables sobre el tema específico de la violencia de género en carreras del ámbito judicial, educativo, sanitario y policial. Pero también es muy relevante una nueva medida que introduce el pacto: creación de protocolos en la atención primaria sanitaria y en urgencias para que el personal sanitario pueda detectar a posibles víctimas cuando se produzcan los primeros abusos.
Esto puede ser esencial en casos como el de Andra Violeta: "La mujer que migra experimenta un gran desarraigo: está en un país extraño, de costumbres y cultura ajenas, muchas veces sin su familia y, en la mayoría de los casos, con sus expectativas frustradas", apunta el informe sobre mujeres inmigrantes y violencia machista de la Federación de Mujeres Progresistas. El estudio apunta que a las mujeres migrantes, por el hecho de serlo, les rodean una serie de circunstancias que aumentan su vulnerabilidad en relación a este delito y dificultan la ruptura del ciclo de violencia: la doble vulnerabilidad de ser mujer y migrante. Por ello, para mujeres que quizá tienen una barrera idiomática o que todavía no conocen las herramientas que ofrece el sistema judicial, los servicios sanitarios son esenciales: quizá, por miedo, no vaya a denunciar a la Policía o a los juzgados, pero es muy posible que acuda a su centro de salud habitual para una revisión rutinaria o algún tipo de malestar. Es ahí donde una médica o médico con formación específica en este ámbito pueden detectar si hay un caso de maltrato.