La frente de Miguel Córdoba –menudo, recio, cabeza afeitada al cero- se empapa de gotas de sudor al más mínimo esfuerzo. El mero hecho de bajarse del coche, como ahora, y llegar hasta la puerta de su casa, en mitad de una calle en cuesta, le provoca asfixia. Es un corto trayecto a pie, apenas 25 metros, pero al joven le cuesta hablar y caminar a la vez. De su pecho se escucha un leve pitido.
Durante 13 años, Miguel trabajó haciendo encimeras de cocina. Desde los 17 hasta los 30. Cortaba placas de compacto de cuarzo, las pulía… El joven le achacaba al asma aquellos accesos de asfixia que empezó a sufrir allá por 2010. Pero luego vinieron las fiebres altas y notó que le costaba andar tan sólo unos metros si cargaba con algún peso o si iba más rápido de lo normal.
Preocupado, Miguel fue a su neumólogo de la sanidad pública, que le hizo una radiografía. En aquella prueba aparecieron varios nódulos en sus pulmones. El médico lo sometió después a un TAC. Con los resultados en la mano no lo dudó: sabiendo en qué trabajaba, le dijo que padecía silicosis, la enfermedad sin cura que antaño estaba asociada a los mineros, como bien conocen en el País Vasco y Asturias. Pero a Miguel, marmolista, se la había provocado el polvo de sílice inhalado desde la adolescencia. Y él es del sur de la Península y nunca ha entrado a una mina.
Miguel vive en Montemayor (Córdoba), un pueblo de 4.000 habitantes. Durante los años del boom de ladrillo la localidad llegó a tener una treintena de empresas de mármol que trabajaban el aglomerado de cuarzo para las encimeras de cocinas. Era un producto vistoso, a buen precio… Sus ventas se dispararon. Con la caída del sector inmobiliario muchas de esas sociedades echaron el cierre y dejaron una herencia negra sobre la mano de obra local: el 67% de los casos de enfermos de silicosis de toda la provincia proceden de esta población.
En Montemayor ya hay 14 pacientes diagnosticados y una treintena en estudio. Miguel fue el primero entre sus vecinos. “No me lo podía creer”, dice. “Sili… ¿qué?”, se preguntó cuando escuchó por primera vez el nombre de su enfermedad.
Hoy, con 35 años, Miguel cobra una pensión que no llega a los 800 euros y tiene una discapacidad del 45%. Sus pulmones funcionan ya a la mitad de su capacidad. “No puedo jugar con mi hija como cualquier otro padre. No puedo darme una carrera tras ella. Tampoco tenerla en brazos más allá de unos segundos. Y lo peor, no se sabe cómo va evolucionar la enfermedad. Cada caso es un mundo. Y da miedo. Ya ha habido dos muertos…”
255 casos desde 2009
En Andalucía no se había registrado ni un solo caso de silicosis entre marmolistas hasta 2009. “Nunca”, asegura el doctor Andrés Rabadán, jefe del Servicio de Salud Pública de Cádiz y experto en epidemiología. Aquel primer paciente era un chico de Chiclana de la Frontera. “Me llamó una compañera diciéndome: ‘Andrés, tenemos un caso rarísimo. Sufre silicosis y no es minero’. Cuando lo estudiamos y supimos que trabajaba en una empresa con compacto de cuarzo, lo entendimos todo”.
En sólo ocho años, en la comunidad andaluza se han registrado 255 comunicaciones de posibles enfermos de silicosis. Casi la mitad (125) son de Chiclana. De ellos, 109 ya tienen la confirmación. Los restantes están en estudio, aunque todo indica que también serán diagnosticados con la misma dolencia. Pero son muchos más. Los médicos lo garantizan.
“Para nosotros -dice el doctor Rabadán- es una enfermedad nueva. La silicosis minera avanzaba muy lentamente, durante 25 o 30 años. Pero la de aquí se despierta en apenas dos o tres años de exposición continua al compacto de cuarzo. Además, no sabemos cómo evoluciona. En cada paciente las consecuencias son distintas aunque siempre hay una constante, la pérdida paulatina de la capacidad respiratoria”.
En Chiclana ya ha habido dos fallecidos a consecuencia de la enfermedad. Un tercero, dueño de una empresa, se suicidó cuando, acorralado por las deudas, supo que padecía silicosis. “Esta enfermedad nace a costa de la salud de los trabajadores. La crisis económica está creando problemas de salud: hay quien no quiere dejar un empleo, ni siquiera hacerse las pruebas, por temor a dejar de trabajar y no tener un sueldo mayor al de una pensión”, añade el doctor Rabadán. “Por eso el protocolo ahora ha cambiado. Cuando detectamos un caso sometemos a pruebas a los compañeros de trabajo del enfermo”.
"Encimeras manchadas con nuestra sangre"
Ismael Aragón está enfermo de silicosis. Preside la Asociación Nacional de Afectados y Enfermos de Silicosis (ANAES). “La gente tiene que saber que las cocinas de media España están manchadas con nuestra sangre”, dice.
La sede de ANAES está, precisamente, en Chiclana, donde en 2007 había 24 marmolerías. Ahora son sólo cuatro. Todas ellas distribuían esas nuevas encimeras de colores conseguidas a base de compactos de cuarzo. "Pasó a ser el material estrella”, cuenta Manuel Barbosa, secretario de ASEEYA, Asociación de Empresarios de Encimeras & Afines. Junto con el pueblo cordobés de Montemayor, ambas localidades concentran la mayoría de los casos de enfermos de silicosis encontrados por los médicos del Servicio Andaluz de Salud (SAS). Son los dos puntos marcados en rojo en el mapa de la región.
El primer fallecido en Andalucía por silicosis se llamaba Agustín Cebada. Murió a los pocos días de recibir un trasplante de pulmón. Era primo hermano de Ismael Aragón, quien hoy preside ANAES. Ismael, de 38 años, delgado, alto, pelo cano y en apariencia sano, tiene una incapacidad total para trabajar. Es de los pocos a los que se le ha concedido la jubilación absoluta, por lo que cobra el 100% de la nómina que tenía cuando era empleado. Hasta que fallezca cobrará 1.300 euros.
“Psicológicamente afecta mucho. La mayoría somos gente muy joven [la media de edad de diagnóstico son los 33 años] con toda la vida por delante. Yo intento no pensar demasiado. Pero sé que algún día llegará la necesidad de un trasplante. Ojalá ese momento tarde mucho en llegar”.
Ismael perdió a su primo por la silicosis. “Era como un hermano”, dice. Ahora, además de estar enfermo él, también lo están dos de sus hermanos y su padre. Todos trabajaron en la marmolería de un tío suyo, hermano de su madre. “Trabajar juntos nos condenó a todos”, asegura.
"Mi hermano estuvo pegado a una máquina de oxígeno hasta que murió"
En la sede de ANAES recibe al reportero Lorena Gamero. La mujer, de 36 años, vive en Chiclana de la Frontera. Es la hermana del segundo fallecido por silicosis en Andalucía. Su hermano, José María, murió en 2015, con 35 años. Dejó una mujer y dos hijos menores de edad. Le detectaron la enfermedad en noviembre de 2009. Aguantó con vida seis años.
Lorena cuenta que José María trabajó desde los 20 hasta los 30 años en una empresa de encimeras de cocina de su pueblo. Allí cortaba láminas de aglomerado de cuarzo con sierras que levantaban millones de motas de polvo de sílice. La empresa, por aquel entonces, no disponía de sierras de agua ni las instalaciones adecuadas para absorber aquella nube venenosa. Aunque el chico usaba mascarillas, de todos modos inhalaba sílice cuando llegaba al trabajo, cuando se cambiaba de ropa, cuando cargaba material en las furgonetas de los montadores…
La hermana de José María recuerda que durante los tres últimos años de vida estuvo pegado a una máquina de oxígeno las 24 horas del día. José María tenía el pecho hundido y estaba muy delgado. Se le quitó el hambre. Los golpes de tos eran constantes. “Estaba muy mal. Es una enfermedad muy dura”.
José María falleció el mismo día que se sometió a un trasplante de pulmón. Tras la intervención, su cuerpo sufrió una hemorragia y perdió la vida. “Un médico nos dijo que era más sencillo de tocar un cáncer de pulmón que un pulmón con silicosis. La enfermedad lo seca, lo deja duro, y al tocarlo se deshace como arenilla”, explica la hermana del fallecido. “Si mi hermano no hubiera sido marmolista, hoy estaría aquí, disfrutando de la vida y de sus dos hijos”.
Lorena, que en su antebrazo izquierdo lleva tatuada una frase en recuerdo a su hermano, denuncia que durante muchos años empresas como la multinacional española Cosentino, con 3.450 empleados (1.750 de ellos en España), distribuyó placas de compacto de cuarzo para encimeras sin advertir los riesgos que implicaba inhalar el polvo que saltaba al cortarlas. Dice que ese “veneno” ha enfermado a “centenares de personas, pero muchas no lo saben porque no se hacen las pruebas”.
En Cosentino explican que han de ser los propietarios de las empresas distribuidoras de encimeras, y no los productores como ellos, quienes han de poner en manos de sus trabajadores las medidas de prevención necesarias para evitar la inhalación del polvo de sílice.
“Nosotros no somos los responsables de cómo trabajan las piezas que vendemos. Con las medidas oportunas esto no ocurriría”, argumentan desde la compañía, que en 2005 se convirtió en la primera firma del país en insertar un anuncio de su marca en la final de la Super Bowl norteamericana, considerada el mayor evento publicitario del planeta. “Es como luchar contra Goliat”, se queja el presidente de ANAES.
Pese a la respuesta de la multinacional española, el equipo del epidemiólogo Andrés Rabadán publicó un informe en el que señalaba la responsabilidad de las empresas productoras. “[Existe] un evidente incumplimiento de todas las partes interesadas (fabricantes, servicios de prevención de riesgos laborales, mutuas de accidentes de trabajo y empresarios), tanto en la implementación de medidas de protección en el lugar de trabajo como en la vigilancia de la salud”. “Esto -añadía aquel estudio- ha conducido a una grave situación, cuya magnitud todavía no se puede prever con exactitud".
Enfermedad laboral, no común
La alarma entre los neumólogos andaluces saltó por la alta concentración de diagnósticos de casos en un período de tiempo relativamente corto (2009-2012) y en lugares muy concretos, como Montemayor y Chiclana. La razón había que buscarla en la España que un día quebró, la del ladrillazo.
Al principio, las mutuas de seguros que trabajaban con las empresas de los pacientes se negaban a reconocerles que sufrían enfermedades laborales. Muchos de ellos tuvieron que ir a juicios para reclamar indemnizaciones. Finalmente, por la aparición continua de casos, los tribunales médicos les reconocen que enfermaron en sus empleos.
"Nuestra enfermedad no tiene curación ni mejoría. Puede mantenerse o empeorar, pero lo normal es que vaya a peor. Se suele pasar de tener silicosis crónica simple a complicada. Y la hemos contraído en el trabajo, no de forma natural”, dice el presidente de ANAES. “Los empresarios han tenido mucha culpa. Cuando había una inspección, de la que les avisaban días antes, nos decían que paráramos de trabajar y nos pusiéramos a limpiarlo todo”.
"No nos hacían reconocimientos médicos"
Rafa es de Montemayor. Tiene 33 años. Padece silicosis. Un compañero suyo en la empresa para la que trabajaba también sufre la misma enfermedad. “Pero aún más grave, se le ha pasado al riñón”, cuenta. “Había años que no pasábamos reconocimientos médicos. Nosotros no sabíamos nada de aquello. Ahora somos los paganos. Pero ojalá se tomen medidas para que no pase más”.
A 260 kilómetros, en Chiclana, está Ana, una mujer de 65 años. Ella no padece ningún problema de salud. Es la madre de Ismael, el presidente de ANAES, y la tía de Agustín, el primer fallecido por la enfermedad. Tiene tres hijos enfermos de silicosis y también a su marido, aunque él no está tan afectado. “Yo perdí a un sobrino que era como mi hijo. Ahora, al ver enfermos a todos ellos, no dejo de darle vueltas a la cabeza”, explica la mujer con lágrimas en los ojos. “¿Quién nos iba a decir a nosotros que lo que nos estaba trayendo el pan nos iba a traer la muerte?”.