Son las once de la noche. La terraza del bar de la estación de Pizarra (Málaga) está atestada. Paqui Berlanga, camarera, no da abasto: a estas horas el calor ha remitido y los clientes se agolpan para refrescarse en este punto de encuentro. El mismo en el que se encontraba la pequeña Lucía Vivar, de 3 años, con su familia el pasado miércoles 23 de julio, unas horas antes de que tuviese lugar la tragedia que acabó con su vida. Su cuerpo fue hallado a cuatro kilómetros de distancia, a medio camino del pueblo de Álora y junto a las vías ferroviarias, sin vida.
La versión oficial sostiene que la niña se extravió y que recorrió aquella distancia sola, a pie, sin iluminación y con unas sandalias por calzado hasta caer agotada y ser golpeada, a primera hora de la mañana siguiente, por un tren. Un golpe que le habría costado la vida. Los padres de Lucía y los vecinos de este pueblo malacitano sostienen que es “imposible” que la pequeña recorriese ese espacio por su propio pie. Emprendemos ese mismo camino y a esa misma hora para comprender los motivos de esas dudas.
Incertidumbres en torno al tren
“Deberías hacerlo en sandalias, las mismas que llevaba la niña”, reprende Rosana, una mujer sentada en la terraza del bar. Un par de focos rompen la oscuridad de la noche. Rosana es vecina de Pizarra, abuela de tres niñas, y dice que la pequeña Lucía le recuerda a una de sus nietas: “Es horrible lo que ha pasado, estamos todos consternados e inquietos. Queremos saber la verdad”. No cree que un tren golpease a la niña, “porque entonces habría aparecido varios metros lejos de las vías y no junto a ellas”.
Según ha podido saber EL ESPAÑOL, ADIF (Administrador de Infraestructuras Ferroviarias) también está llevando a cabo sus pesquisas en torno al suceso. La investigación de la Policía Judicial se encuentra bajo secreto de sumario y es imposible saber si los agentes también están investigando el tren que supuestamente golpeó a la niña.
El andén de la estación
Antonio y Almudena, padres de Lucía, se encontraban en el mismo bar en el que charlamos con Rosana. Se habían reunido con los abuelos paternos de la niña con motivo de la fiesta de Santa Ana, patrona de las abuelas. Los niños jugaban en una explanada próxima a la estación. Para llegar al andén, Lucía debió de atravesar el bar o bordear la misma estación. “Por aquí no vimos pasar a ninguna niña”, apunta Paqui Berlanga, la camarera. Por lo tanto, la pequeña debió de bordear la edificación.
El hallazgo del chupete
El andén de la estación se presenta solitario, vacío. A la izquierda, a unos diez metros de distancia, hay un banco metálico. La niña debió de ir en esa dirección, porque los agentes encontraron allí su chupete, “del que nunca se separaba”, según sus familiares.
Después debió de dar media vuelta y caminar hacia el extremo derecho del andén, donde la captó una cámara de seguridad, en dirección hacia Álora. Es en este punto donde se disparan las dudas de la familia Vivar. Hoy se erige un pequeño altar con velas y peluches en recuerdo de la fallecida.
Piedras en el camino
“Algo le tuvo que pasar o alguien tuvo que aparecer”, sostienen fuentes próximas a los padres. El camino muy pronto se vuelve abrupto, compuesto por piedras del tamaño de puños. Es incómodo andar por esta ruta, en la que es fácil trastabillarse. Apenas hay una ligera iluminación, procedente de una nave industrial ubicada junto a la estación. El escenario es inhóspito para todos los sentidos: huele a hollín, duele caminar, los perros que protegen las fábricas próximas ladran en la nocturnidad. Atrás, la luz de la estación. Según la hipótesis oficial, la niña debió de seguir adelante, hacia lo oscuro.
La familia de Lucía asegura que apenas pasaron dos minutos desde que dejaron de ver a la niña hasta que advirtieron su ausencia. Enseguida alertaron a los presentes y una treintena de personas adultas improvisaron una red de búsqueda por las inmediaciones. Los Vivar creen que hubieran alcanzado a la pequeña en esos dos minutos si ésta se hubiera marchado por su propio pie y a trompicones.
Atravesando el polígono
El camino se complica por momentos. A unos 150 metros de la estación, tras haber caminado entre piedras puntiagudas y sin apenas iluminación, se pasa junto a un tanatorio municipal, inaugurado hace diez años, y después junto a un viejo hostal, la Posada Vega del Marqués. Desde la vía es imposible llegar a estos puntos, puesto que está protegida a ambos lados por una alambrada.
160 personas en un bar
Unos 100 metros más adelante se erige un bar, El Rincón del Mohíno. Desde allí se ven los raíles ferroviarios con perfecta claridad. La iluminación permite apreciar con detalle la ruta que sigue habitualmente el tren, aunque no se puede saltar a la misma por culpa de la alambrada. “Esa noche, en la que desapareció Lucía, había 160 personas esperando fuera para cenar y tomar algo”, asegura José, quien con ritmo frenético atiende las mesas de la taberna. “Ninguna de ellas vio nada -afirma-. Sólo vimos al cabo de un rato a un par de chicos con linternas que decían buscar a una niña que se había perdido. Pensábamos que era una broma de mal gusto, pero al rato aparecieron varios adultos recorriendo las vías del tren y nos lo confirmaron”.
El puente que cruza el río
De aquí en adelante, el camino se convierte en la boca del lobo. Se abandonan las inmediaciones del polígono industrial y la oscuridad es impenetrable. La alambrada desaparece a ambos lados de la red ferroviaria, que serpentea hasta abandonar la localidad de Pizarra. Algunas casas iluminadas salpican el trayecto, pero la niña -siempre siguiendo la versión oficial- debió de seguir hacia adelante. De ahora en adelante mostraremos fotografías del mismo recorrido tomadas de día; por la noche y con flash no se aprecian los detalles de la ruta.
El puente que atraviesa el río Guadalhorce es un punto clave en el tramo. Se ubica aproximadamente a 800 metros de la estación de tren. Apreciamos este punto desde la distancia, desde la carretera que abandona el pueblo de Pizarra. “Hace falta ser un Indiana Jones para cruzar ese puente de noche y sin caerte”, nos había advertido un paisano en el bar de la estación.
Su descripción no es desacertada. Las vías del tren están acompañadas de esas piedras del tamaño de puños que nos acompañan durante todo el recorrido. A ambos lados se aprecian los restos de una vieja barandilla que protegía de posibles caídas al vacío, de una altura próxima a los diez metros de altura, pero en la mayor parte del espacio no queda nada de esa barandilla. Según informó Canal Sur, el análisis del forense no revelaba heridas en las piernas de la pequeña de tres años, por lo que debió de cruzar el puente sin mayores contratiempos.
Una ruta áspera
A partir de aquí resulta más sugerente caminar junto a las vías del tren y no por encima de ellas. En vez de andar sobre las piedras, el camino invita a hacerlo junto al montículo sobre el que se erigen la ruta ferroviaria, donde los pies encuentran un suelo más llano y mullido por la vegetación. “Que encontrasen el cuerpo de la niña encima de las vías cuando pudo haber caminado junto a ellas es extraño”, había advertido un paisano de Pizarra, acostumbrado a andar por esta zona.
Una gasolinera en el camino
Seguimos el camino. La oscuridad es absoluta. A lo lejos se aprecian algunas casas, a las que sería fácil llegar a pie desde este punto. Alcanzamos el segundo kilómetro de la caminata y a la izquierda se aprecia una gasolinera, algo alejada. No tiene sentido que la Policía judicial pidiera las grabaciones de las cámaras de este establecimiento puesto que de noche no se ven las vías del tren -que sí serán visibles a plena luz del día-. “Nadie ha venido a preguntarnos nada”, sostiene una chica joven que atiende en los surtidores de gasolina.
Confluencia carretera-vías del tren
La pequeña Lucía tuvo que caminar otros dos kilómetros en esta oscuridad, sobre estas piedras, con sus sandalias y manteniendo una dirección firme en dirección a Álora. El camino, aún de noche, resulta abrasivo, tosco y monótono. Apenas hay nada que diferencie un tramo del siguiente. Más rocas, más vías, más infinito.
La única novedad se registra tras cuatro kilómetros de marcha, cuando la carretera A-7077 que une las localidades de Pizarra y Álora se aproxima hasta las vías del tren, hasta casi rozarlas. Basta con salvar unos pocos metros a pie para ir de uno a otro lugar. Es aquí donde se encontró el cuerpo de la pequeña Lucía sin vida, a primera hora del pasado jueves, 24 de julio.
De acuerdo al informe del forense, un tren debió de golpearle la cabeza, provocando el traumatismo craneoencefálico que acabó con su vida. A ambos lados de la ruta ferroviaria hay sendos caminos, pero ella debió de optar por caminar por encima de las vías, llenas de piedras, donde tuvo que caer agotada. Pasada más de una semana, no queda ningún resto de la tragedia. Sólo un pequeño trozo de cinta con la que la Guardia Civil acordonó la zona.
El protocolo de actuación
“Lo que no se entiende es que los trenes siguiesen en marcha si había una niña desaparecida y una investigación en curso”, lamenta Cristóbal Ignacio Carrasco, secretario general provincial de Málaga de la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC). En su opinión, entre los diferentes cuerpos policiales no hay uniformidad de criterio en la búsqueda de personas desaparecidas, como lo es el caso de Lucía.
Las pesquisas siguen bajo secreto de sumario. Hasta el levantamiento no se conocerán con más detalle las posibles heridas que presentaba el cuerpo de la pequeña, como tampoco qué fue del tren que supuestamente la golpeó y si éste también ha sido investigado.
"Que se resuelva temprano"
La oscuridad sigue siendo permanente en la zona en la que se encontró el cuerpo de Lucía, y el paraje, igualmente inhóspito. “Queremos que se investiguen todas las posibilidades, porque hay muchas cosas que no estarán claras hasta que se levante el secreto de sumario”, sostiene la abogada Ana Belén Ordóñez, que actúa como portavoz de los Vivar. Y añade: “Los padres de la niña están desolados, pero inquietos porque no saben qué ocurrió con su hija. Esperemos que todo se pueda esclarecer más temprano que tarde”.