Los 150 muertos ocultos de la Armada en Cádiz: 70 años después, sin responsables
Los familiares de las víctimas del polvorín de la Armada, que tiñó el cielo de Cádiz de rojo en el verano de 1947 y atemorizó con el “fin del mundo”, exigen el reconocimiento del Estado: "Nadie nos ha pedido perdón".
13 agosto, 2017 02:13Noticias relacionadas
Cádiz se convirtió en una pesadilla ominosa. Y como todas las pesadillas, esta cobró vida de noche, pocos minutos antes de las diez. La explosión del polvorín de la Armada tiñó el cielo de rojo y los vecinos de la ciudad se agolparon en la playa, buscando sacerdotes ante los que confesarse, atemorizados por el “fin del mundo” que se había desatado ante sus ojos. Las calles estaban cubiertas de escombros, heridos y cadáveres: 150 personas perdieron la vida en la tragedia.
Ramón Cejudo, trabajador civil al servicio de la Marina, se encontraba a 20 metros del lugar en el que el infierno había abierto sus puertas. “Cenaba en el comedor de oficiales y una viga le cayó encima”, relata su hijo, Juan Cejudo. Han pasado 70 años de aquella tragedia -ocurrió el 18 de agosto de 1947-, pero Juan todavía se emociona: “Mi padre quedó sepultado y, antes de morir, le pidió a un cocinero que le arrancara el brazo para poder salir. No lo consiguieron, así que lanzó otra petición: 'Diles a mi mujer y a mis hijos que les quiero mucho'. Murió desangrado a los diez minutos”. Tras unos segundos de silencio, el hijo de la víctima se recompone y lamenta: “Nadie nos ha pedido perdón por la muerte de mi padre, ¿sabe? Y eso es muy doloroso”.
La España de 1947 adolecía dos posguerras: la de la Guerra Civil, que la había arrastrado a una pobreza desoladora, y la de la Segunda Guerra Mundial, que la sumió en el aislamiento y la autarquía. El cóctel era perfecto para que los polvorines militares cayesen en el descuido. Y el Almacén nº 1 de la Base de Defensas Submarinas de Cádiz -en la zona de Fadricas, donde hoy se encuentra el Instituto Hidrográfico, a poco más de 200 metros de la playa Santa María del Mar- fue el primero en sufrir unas consecuencias fatídicas. Allí se agolpaban 1.600 cargas submarinas que saltaron por los aires en un suceso sobre el que todavía no existe una explicación oficial, lo que ha alimentado algunas teorías de la conspiración que van desde el boicot comunista hasta la experimentación nazi.
Para Juan Cejudo -76 años, gafas profundas y marcado acento gaditano- existe una certeza absoluta más allá de cualquier hipótesis: la muerte de su padre. “Era muy cariñoso; con mi madre, Ángeles, con mi hermana y conmigo. Yo tenía 6 años cuando murió y él, 36. Nos hicimos una foto juntos cuatro meses antes de la explosión que todavía guardo como un tesoro. Cuando murió todavía estaba pagando una bicicleta que me iba a regalar. Entre sus compañeros reunieron el dinero y me la dieron con una tarjeta muy cariñosa”.
-¿Qué recuerda de aquella noche, la del 18 de agosto de 1947?
-El nerviosismo de todo el mundo. ¡Cádiz se había convertido en un caos! La explosión fue terrible…
Las causas de la explosión
Hoy por hoy no existe ninguna versión oficial que explique aquel horror. Las fotografías que tomaron un puñado de periodistas reflejan una ciudad desolada, reducida a escombros. La explosión se escuchó a cientos de kilómetros de distancia: algunos testimonios apuntan a que se hizo notar en Portugal.
Uno de los lugares más afectados fue la Casa Cuna, donde dormían decenas de niños huérfanos. 26 bebés perdieron la vida. Mil personas resultaron heridas graves. El cielo se tiñó de rojo y los vecinos se lanzaron atemorizados en las calles. Era el temido apocalipsis. Se preocupaban de que una nueva explosión echase abajo sus viviendas.
Esta segunda deflagración estuvo muy cerca de producirse. Las llamas devoraban el complejo de la Marina y amenazaban un segundo almacén de minas, donde se concentraban 98.000 toneladas de explosivos. El capitán de corbeta Pascual Pery se jugó el pellejo y arrastró a un grupo de marineros para extinguir el incendio, sin más medios que la tierra y los cascotes. Lograron su objetivo, aunque estuvieron muy cerca de morir en el intento.
¿Cuáles fueron las causas de la explosión? El historiador José Antonio Aparicio ha dedicado décadas a investigar el suceso. “La historia me atrapó cuando estaba haciendo el servicio militar. Tenía 20 años y estaba en la base de San Fernando cuando un capitán me enseñó los legajos que quedaban sobre el caso. Era la primera vez que entraba en contacto directo con este episodio”.
Aparicio habla con pasión y autoridad. Aunque no sufriese la explosión de forma directa, siente que ya forma parte de aquel episodio. “No ha sido fácil investigar. Prácticamente todos los papeles que existían ardieron en el incendio del archivo naval de San Fernando de 1976. Eran los últimos años del franquismo y allí había muchos documentos que podían resultar comprometedores para el régimen. Digamos que las causas del incendio fueron… misteriosas”.
Con todo, Aparicio ha ido reconstruyendo la historia a partir del testimonio de los supervivientes, de los descendientes de las víctimas y de los documentos que ha logrado rescatar de archivos olvidados. En su libro 1947: Cádiz, la gran explosión desgrana una investigación en la que ha encontrado muchos obstáculos, en ocasiones por parte de la propia Armada.
“Eran tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Alemania se había retirado del norte de África y cedió parte de su armamento a buques italianos que atracaban en el puerto de Cádiz. Cuando Italia se rindió, dejaron las minas submarinas en el almacén de la Marina. Entre ellas había 50 cargas que contenían cada una 125 kilos de algodón pólvora, un material que aguanta muy mal el paso del tiempo. Todo apunta a que el calor que se reconcentró en el almacén provocó la explosión de estas cargas, que a su vez contagiaron a otros artefactos”.
El papel de la Marina
Víctimas de la tragedia e historiadores coinciden en señalar a la Marina de aquella época como principal responsable del suceso. José Antonio Aparicio ha rescatado un documento al que bautizó con el nombre de 'Informe Bescós' en tributo a su autor, el teniente coronel Manuel Bescós, que alertaba del estado de conservación del almacén de minas de Fadricas. “Puede producirse una catástrofe de carácter nacional”, alertaba el teniente coronel. El texto es del 30 de julio de 1943, cuatro años antes de la explosión. La Armada no tomó medidas ante esta amenaza.
Tras la explosión, Franco encargó una investigación a la propia Marina para esclarecer los motivos del suceso. “Era el lobo cuidando de las ovejas”, lamenta Juan Cejudo. José Antonio Aparicio asiente con la cabeza: “¡Exacto! La Marina no quería decir bajo ningún concepto que la culpa fue suya, porque habrían rodado muchas cabezas, empezando por la del Jefe del Estado Mayor”.
El resultado: un juicio que se prolongó durante tres años donde los esfuerzos se centraron en identificar a las víctimas y en recopilar testimonios de algunos de los soldados de la Marina y testigos del suceso. En ningún caso se llegaron a conclusiones definitivas ni se condenó a ningún posible implicado.
Los 70 años de la tragedia
La teoría que arroja José Antonio Aparicio es la que encuentra un mayor consenso entre historiadores y estudiosos, aunque el episodio sigue estando de plena actualidad. En las últimas semanas se han aclarado algunos datos relacionados con las víctimas, como el de la niña de cinco años Irene Flores Blanco. Hasta ahora, su nombre no aparecía en la lista de los 150 fallecidos, aunque la explosión sí acabó con su vida. En su lugar, aparecía Luisa Gil Fernández, una falsa repetición de otra menor, Luisa Fernández Gil, que sí murió en el episodio. Ahora se han iniciado los trámites para que Irene Flores figure como fallecida en el registro civil y, oficialmente, se le dé por muerta.
“La sensación es que ha habido 70 años de ocultación”, asevera Aparicio. Por eso, desde el Ayuntamiento de Cádiz se ha respaldado la propuesta presentada por un grupo de vecinos -entre ellos, el propio historiador- para la creación de un museo sobre la explosión de Cádiz, que será presentado la próxima semana. En él se encontrarán documentos hasta ahora desconocidos para la mayoría del público, fotografías e ilustraciones sobre el suceso.
Juan Cejudo insiste en la “importancia” de este tipo de iniciativas, pero insiste en que se den más pasos en este sentido: “El más importante debe de llegar desde el Estado, que no ha asumido ninguna responsabilidad ni actuado en consecuencia. Han pasado 70 años, pero para nosotros es algo muy vivo”.
“Deben pedir perdón”
El escritor y periodista Manuel Devesa presentó este jueves, 10 de agosto, su novela La noche que miramos al cielo, basada en la explosión de Cádiz. Los personajes son ficticios, pero los latidos de la historia son similares a los que debieron de sacudir la ciudad aquella misma noche. “Tras entrevistarme con muchas de las víctimas me he metido en su piel. He sentido una incomprensión total, de que algo terrible ha sucedido y los responsables no dan la cara”.
Devesa es capaz de describir cómo debió ser aquel 18 de agosto en el que Cádiz se sumió en el infierno. “Entonces había una tradición muy fuerte de cines de verano y aquella noche proyectaban la película Tarzán y su hijo. De pronto, una explosión tremenda. El cielo enrojece de tal manera que la gente cree que está ante el fin del mundo. Los sacerdotes se pusieron a confesar en la misma playa. Fue una auténtica pesadilla”.
-¿Y qué queda de todo eso 70 años después?
-La falta de perdón. Es a la Marina a la que le correspondería pedirlo. Con eso, muchas familias se sentirían aliviadas”.